jueves, 27 de marzo de 2014

Porque a las tres de la mañana no pasa nada

De par en par ha abierto sus ojos, tan agudos como los de un gato habituado a la oscuridad, para escabullirse en la falta de luz y de ruido de su apartamento a las tres de la mañana.

 ¿Por qué a las tres?– Le pregunté alguna vez a tan singular personaje…

Porque a las tres de la mañana no pasa nada– responde Andrés, sin la menor duda.

Alguna suerte de reloj interno ha poseído a este sujeto, pues no erra más de 5 minutos la hora que algún destino o "ser superior" ha designado para su pernoctar. Se levanta con suavidad, descalzo, de su cama. Hasta la gata parece estar dormida. Como siempre, observa con detenimiento que no haya alguien deambulando cerca mientras abre suavemente la puerta de su alcoba. Verifica al salir que, a su derecha, la puerta de  la alcoba principal (donde están su madre y su padrastro) esté cerrada. Se dirige con lentitud al frente, por el pasillo, luego a la izquierda en dirección al balcón haciendo uso de todo el tiempo que desee, bien sea por capricho o motivado por su amor al sigilo, con la cajetilla de cigarrillos encaletada en el bolsillo derecho de la pantaloneta con la que duerme. Le encantan los Malboro rojos, pero a falta de dinero esta semana anda fumando Boston, que no saben ni a la mitad por más fuerte que se aspire. Andrés es de esos que carga el encendedor dentro de la cajetilla aunque esta se deforme un poco; es en lo único que puede tolerar el desorden.

Justo al lado del balcón, está el bifé de madera de guayacán que venía en el juego mobiliario de recién casados de sus padres. En el segundo cajón de arriba a abajo, se encuentran el cuadernito, el borrador desgastado y el portaminas 0.7mm con minas 2B con el que él suele pasar el rato diseñando edificios, dibujando parques y jardines imaginarios con los que sueña despierto, porque de sus sueños nada recuerda, excepto uno que es repetitivo.

Dibuja con esmero sentado en la silla plástica del balcón con ayuda de la luz blanca del bombillo de 25 Watts ahorrador que lo ilumina desde el techo. Siempre dibuja de izquierda a derecha. Nunca ha necesitado de más regla que su pulso de cirujano y sus ojos atentos. Prende el primero, aspira con levedad mientras se extravía en el recuerdo de una ocasión en que él preguntó en clase si alguien le prestaba una regla para hacer un examen y escuchó que le respondieron “¡vos sos la regla!”, cosa que le causó mucha gracia a pesar de no entender por qué, ni saber quién se lo había dicho. Riendo aun a carcajadas, cuando pregunta por quién le había dado tan singular respuesta, resultó que sólo él la había escuchado. En ese entonces no sólo se asustó, también consideró posible estar alucinando, siendo él un amante lúdico del LSD en aquella época. Suspira y sonríe con una suavidad cómplice: –“sí, yo soy la regla”– dice para sí.

Continúa hablándose con voz suave:

Andrés, ¿hoy andás de buen humor no? Te sentís especialmente tranquilo. Me fumaré tan sólo uno, si mucho dos…pero no más, para disfrutarlos; estoy feliz, ni siquiera la gata vino, por fin, silencio absoluto.

En ese instante recuerda que, en las profundidades del mismo cajón del bifé, están guardados dos Malboro rojos que le habían sobrado de una cajetilla que la lluvia y el trajín destruyó en su mochila hace un mes, pero los cigarrillos estaban intactos. Los toma con delicadeza y los guarda en la cajetilla de Boston, uno al lado del otro y puestos en sentido contrario a los demás, para diferenciarlos. Siempre que lleva a cabo esta operación, se toma un momento para mirar la publicidad amarillista de la cajetilla azul y blanca, esa que dice que te va a pasar algo horrible por fumar, y exhalando humo dice “si, es que quiero morirme un poquito cada día, con esto sólo me aseguro de que así sea”.

Es un buen estudiante de arquitectura, reconocido entre los profesores y sus compañeros, con muchas ideas bastante novedosas y con un notable talento. Cuando le preguntan que de dónde se sacó sus diseños o qué lo inspiró, él suele mentir diciendo que se los sacó de sus sueños pues siempre los hace justo a las 3 de la mañana en el balcón y a pulso, pero él mismo sabe que no tiene idea de dónde han salido, porque el único sueño al que él asiste en su mente se repite una y otra vez y no tiene nada que ver con diseños arquitectónicos.

Yo soy estudiante de psicología, así que una vez me lo narró para que yo se lo interpretara. Yo no tenía mucha idea de cómo hacerlo, pero igual me divertía mucho escucharlo hablar de esas cosas.  En ese entonces, hace dos años más o menos, esto fue lo que me relató:

Pues parce –me dijo con tono franco, mirándome a los ojos justo antes de exhalar el Boston que ese día se fumaba–, el sueño es que yo estoy en mi cuarto, a veces el de ahora, otras en el de chiquito… estoy acostado y como que escucho un ruido de algo que rechina pero me quedo quieto, con los ojos cerrados. Luego algo suena, un golpe contra algo sólido, abro los ojos, miro al techo asustado… y hay algo dibujado en él, pero nunca recuerdo qué es lo que hay ahí; debe ser porque es de noche y está oscuro.

Me levanto y me acerco lentamente a mi puerta, la abro verificando que no haya nadie ahí. Siempre he vivido en el mismo edificio, así que el apartamento me lo sé de memoria. Aun sin ver bien, puedo guiarme en la oscuridad.

Cuando salgo del cuarto todo comienza a sonar más duro. El rechinar es mucho más fuerte y los golpes contra la pared son como si alguien estuviera martillando, pues, como con esos martillos gruesos de construcción, o dándole puños a una pared una y otra vez, rítmicamente: «tump-tump-tump-tump…», como golpes secos, una y otra vez.

Miro para todos los lados con miedo a que sean ladrones, pero no son… y escucho que el ruido viene del cuarto de mis padres. Cuando miro hacia allá, la puerta está cerrada pero escucho gente hablar: una voz gruesa dice algo y la otra, como de una mujer, se escucha gritar de dolor pero tapada o ahogada por algo; como cuando en las películas asfixian a alguien con una almohada. Y en ese instante siento una presión horrible en el pecho, como si se me fueran a salir los pulmones, y dejo de respirar. La voz de la mujer se me parece a la de Olga; pues, mi mamá. Yo no sé por qué le digo así. Bueno…

Aun muy asustado, toco la manija de la puerta para abrir y ver qué hay adentro. A veces la puerta ni siquiera está cerrada, sino que está apenas entreabierta, pero igual la empujo desde la manija. La giro con tanta suavidad como puedo y abro la puerta con lentitud, para no hacer nada de ruido… y en ese instante, me despierto llorando o gritando… o ambas. Nunca lo he podido entender. ¿Vos qué podés interpretar de eso?

No sé si debí decirle más que eso en ese momento; ahora que he estudiado un poco más creo que sí. Sólo le pregunté qué pensaba él que podría haber tras esa puerta y él respondió: –“viejo, no sé, de pronto algo horrible, o de pronto nada”.

 ¿Por qué? –le pregunté.

Porque me asusto mucho, pero uno a veces se asusta de lo que desconoce. ¿Aunque sabés qué?... Ahora que me acuerdo, a veces abro esa puerta en el sueño y encuentro una habitación vacía, totalmente blanca, pero distinta a la de mis padres: sin muebles, sin cama, mucho más grande, sin nada ni nadie por dentro; no hay nada allí.

– ¿Y te despertás igual?

– ¡Noh! ¿Si vieras güevón? Esas son las veces más raras porque también tengo un orgasmo. ¡Ah! Y también recuerdo que más chiquito, como a los 10 o 12, me orinaba en la cama cuando tenía ese sueño.

Él siempre ha hablado así, sin vacilar, como si las palabras se lanzaran al vacío desde su boca o, más bien, como si él las sacara a las patadas. En aquella época ya habíamos sido amigos por mucho tiempo, al menos 6 años.

Finalmente se aproxima a concluir su dibujo y al final del primer Malboro, cuya colilla lanza por el balcón siguiendo la trayectoria de la del Boston inmediatamente anterior. Saca el segundo Malboro de la cajetilla y lo coloca sobre la mesita que hay justo al lado derecho de la silla, donde reposa el borrador. Esta vez ha diseñado un edificio absolutamente maravilloso, tanto así que hasta él mismo, por primera vez en su vida, se siente orgulloso de su trabajo. Es un diseño original y aparentemente realizable, sumamente estético a la vista, bien resuelto y "funcional" –como dicen los arquitectos–. Frente al edificio dibujó, para adornar, un parquesito con juegos infantiles que, aunque le resulta muy familiar, no recuerda donde lo habrá visto, pero no le presta importancia a este detalle.

Va de izquierda a derecha terminando de hacer luces y sombras en las ventanas del edificio, para que la estructura de 12 pisos se vea menos monótona. Dejó de último el décimo piso por algún capricho de esos que le dan a esa hora y, al terminar de hacer el brillo de la última ventana del décimo piso (la derecha), abre sus ojos de par en par a poco de desorbitarse, inhala con fuerza abriendo sus fosas nasales, se le eriza la piel, abre un poco su boca, acerca lentamente sus manos a su rostro… y dice sorprendido:

 ¡Doble negación! –poco le faltó para gritarlo– “A las tres de la mañana no pasa nada”, ¡eso quiere decir que si pasa algo!

Acto seguido, posa su mirada en el dibujo hasta fijarse en la ventanita de la derecha a la altura del décimo piso. Estático, se va perdiendo con suavidad en un ensueño profundo, como hipnotizado. Al igual que en el edificio donde vive, en cada piso del dibujo hay un ventanal a la izquierda, que corresponde al balcón donde él se encuentra con la luz prendida; hay también una ventana en el centro y una última ventana a la derecha del piso, correspondiendo a su cuarto y a la alcoba principal, respectivamente.

Al día siguiente lo encontramos temprano en el parquesito que hay justo al frente a su edificio. Se lanzó desde su balcón en el décimo piso, con todo y dibujo. Sólo dejó arriba el borrador desgastado junto al portaminas 0.7mm con minas 2B  y el Malboro que no se fumó, puestos todos sobre la mesita al lado de la silla, mirando en el mismo sentido. Ya manchado por su sangre, se veía en su cuadernito el hermoso diseño del edificio que curiosamente estaba acompañado por un bosquejo del parquesito en el que cayó. Al lado derecho del diseño se leía, escrito a mano con grafito, pintado por la sangre y sucio de sus restos: “a las 3 de la mañana, yo los vi. Mi padrastro estaba violando a mi mamá y ella... ella lo estaba disfrutando”.

Yo estaba atónito de ver esa escena. Por su parte, Natalia, sin conmoverse, dijo: –“¡Eh!  ¡Pero el hijueputa además de hacer semejante reguero en el piso, volvió mierda los cigarrillos…!”–. Así se quejaba del modo más bullicioso posible, como siempre, mientras intentaba recoger con cuidado, sin ensuciarse mucho, la cajetilla de Boston aplastada y ensangrentada. Tras tener la cajetilla en sus manos, verifica el estado de los 5 cigarrillos restantes, que estaban ensangrentados pero razonablemente bien. Natalia concluye diciendo: –“Uno de estos días, me lo fumaré. ¿Vos querés uno?” –me preguntó.

Dame dos, por favor.




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*Notas:

  • Pernoctar: (Del lat. pernoctāre). Pasar la noche en determinado lugar, especialmente por fuera del propio domicilio (RAE).
  • Pernoctámbulo(a): Aquel o aquella que pernocta en constante deambulación, motivado por la agitación e inquietud emocional, con posible correlato motor, cognitivo y orgánico en los casos mas intensos. Es la palabra, el neologismo, que dio origen a este texto; es la palabra que, a mi juicio, mejor podría describir a Andrés... Andrés es un pernoctámbulo.



[Escrito: jueves 27/03/2014]
[Última revisión: jueves 15/05/2014]

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