martes, 24 de noviembre de 2015

Sonrío

Siempre ha sido difícil hallar las palabras adecuadas para decir y, sin embargo, se dice. Las palabras precisas me eluden o no existen… opto por la segunda, elijo hablar descuidadamente, como un acto fallido; elijo expresar por accidente: se dice porque hay qué decir.

Siempre será complicado dar con las palabras precisas
para decir,
para decir lo que no necesita decirse,
lo que no hay necesidad de decir,
lo que está bien sin ser dicho,
lo que siento con sencillez y que a veces,
 –malditas veces–
intento adornar entre mis letras,
con los desfases de mis relatos…
lo reduzco y lo engrandezco
sólo con la esperanza
de sentirme más en control de mi frenés;
pero hoy es tan sencillo que hoy no hay necesidad,
hoy no parece haber vanidad,
no me siento envuelto más que en la humildad
de sentir esta tranquilidad,
de decir solamente la obviedad.

Disfruto de tu compañía,
sonrío si estás por ahí,
por aquí. Por aquí.

Sonrío si te escucho cantar,
me alegro si te veo pasar,
si me topo contigo
cuando no queda más qué andar
aunque no vengas conmigo,
aunque no vayas en mi camino,
me alegra verte saludar,
te observo al detalle en tu despido,
disimulo como puedo mi suspiro
que sin duda tú has de notar.
Lo que digo, sin duda, es que sonrío.

Hoy estoy más sencillo y sensato que otras noches, menos radical, menos melancólico, menos maníaco, menos nostálgico, menos helado, menos calado. La sobriedad de alma me acompaña.


No sé si me gustás, no sé si esto pueda ser algo que llame o se llame gusto, o que vos podás considerar así… Es algo muchísimo más sencillo, definitivamente menos complejo y comprometedor:

Me alegro cuando estás,
me embeleso cuando te emocionás,
cerrás tus ojos y cantás
sin errar la nota, sin sacrificar un compás,
y sin sospecharlo, me apasionás.

Y cuando sin temor narrás
esas tonterías que te hacen tan vivaz,
esos detalles por los que te encantás,
por los que me encantás,
yo aparto la mirada por pura vergüenza
para que no me leás.

Te veo cuando  por allá estás,
por ahí caminando o hablando con alguien más,
me gusta estar pendiente
para recordarte,
por si te vas.


A vos te abrazo por gusto cuando me despido… a ratos sospecho que sólo busco una excusa para hacerlo, pero qué se yo. Resulta que me interesa lo que opines de mí y, aparentemente, lo que tengas que decir sobre casi cualquier cosa. Para colmo, y como sos observadora, supongo que te habrás dado cuenta de lo mucho que me cuesta decirte que no.

No sé si eso es gusto, pero si sé que disfruto muchísimo compartir con vos
aunque sean tres miserables palabras,
veinte minutos en un carro,
una mirada y media en el parque,
un saludo y una despedida en lo fugaz de esta vida…
bastan para mí,
son suficientes para sentirme feliz hasta que me vaya a dormir.
Y vengo a casa a escribirte cosas que no leerás,
a pensar en tantas maniobras que no actuaré,
a reprocharme por no haber sonreído más,
por no haberte detallado más y más cuando estabas ahí,
para memorizarte, para hacerte real,
para poder recordar tu voz e irme a dormir tibio,
para no esperar ansioso volver a verte,
volver a escucharte para detallarte de nuevo
para sorprenderme cada vez que te veo
para alegrarme de lo que sos.

Me siento feliz, muy feliz de haberte visto hoy.
No quiero pensar en lo que pensás vos de mí…
otro día será.

Esta vez quiero, solamente, aceptar la sencillez de mi sentir:
entender que seguiré emocionándome cuando estés,
sonriendo cuando no me mirés,
escuchándote atónito cuando cantés,
atento y disimulado cuando hablés,
mirándote cuando no lo notés
 –aunque también cuando lo notés–,
escribiéndote estupideces y obviedades,
cada que por mi vida te pasés.
Me alegra mucho que estés.


Gracias por eso.
Es lindo,
te juro que es lindo ver una lucesita
aunque sea una fugaz y chiquitita,
antes de irme a dormir.

Ojalá cuentes también con alguna luz para los días oscuros.
Te deseo una feliz noche.




[Escrito: viernes 13/11/2015, transcrito y corregido domingo 15/11/2015]

Notas:
*Nota 1: Asumirse cuesta, ¿no? Bueno, hoy me tocó a mí.

*Nota 2: Un ancla es un ancla, aun con lo frívolo que es pensarlo, aun con lo hermoso y doloroso que pueda ser sentirlo. Un punto medio en-la-distancia-de la vincularidad, de la relación, se construye con muchos trazos y no sólo con un dibujo hecho a precisión. Puedo divagar en paz, ir y venir sin mesura, lanzar lineas tanto como quiera y tanto como necesite, tanto como haga falta para terminar de hacer esta silueta por fin.

Con un ancla puedo descansar finalmente de mi búsqueda afanosa, desenfrenada, agotadora. Puedo centrarme por un tiempo en mis asuntos, cerrar los ojos de noche y dormir tranquilo, escuchar el silencio con serenidad en mi alma, escribir con lentitud dibujando cada letra con ternura y paciencia. No es una alternativa elegante, pero es la que tengo para afrontar esta época; aun tengo asuntos que dejar pasar antes de seguir con mi vida y diciembre siempre despertará mi cariño con enorme intensidad.

Tendría problemas si llegase el día que ella no voltee la cara al despedirnos, ese día de verdad yo no sabría qué hacer. Estaría encantado y encartado en semejante encrucijada, cesaría mi producción de lineas y de constancia relacional (objetal), tendría que salir de la indeterminación de golpe, por respeto y por cariño. No puedo negar que es mi deseo, pero también mi mayor temor, mi pesadilla. No puedo costear una fractura así una vez más y mucho menos ahora, de ahí lo preciso de mi elección: ella es justo quien puede ayudarme a ser en este momento, en su distancia, en la diferencia, en lo que me atrae y me encanta, en lo que me disgusta y me desencanta y no cesa de aparecer para recordármelo; un milímetro más o uno menos serían dañinos para mí en este momento de mi vida. Sé bien que aquí hay una resolución, sé bien que la tendré que callar y esperar lo mejor. Tengo a mi favor que no sospechan lo calculador que soy, como también me favorece lo descuidado que soy. Aun me extraña que eso pueda combinar en mí jajajaja.

Cuento con la bienaventuranza de la disparidad y el desencuentro que me iluminan más que nunca en lo delicado de este proceder. Cerrar la puerta dos veces parece ser mi firma hoy también. Cada linea puede parecer una exageración, pero es un personaje en sí mismo: encarnan un concepto a cabalidad, ese y no otro pues su devenir se dibuja con su encuentro con otras lineas; por eso la fuerza y lo implacable de mi escribir, por eso la potente violencia de mi pensar.

Dicho eso, la Francesita de Leiva encaja a la perfección, mucho más de lo que podría imaginar jajaja. Por lo menos hasta el final de diciembre tendrá que ser así. 

No conocerás mi jardín; ese tour es para una mujer, no para un ancla.

Cerrar, cerrar, cerrar.
Quiero terminar de cerrar este año en lo referente a asuntos amorosos, ya es tiempo de terminar de crecer aquí; para navidad tendré que asumirme. 

Ojalá quede la amistad, por lo menos me divierto bastante.

Esto de producir mis "síntomas", aun con lo que hay que mancillar a esa palabra, es un trabajo divertido: es una cuestión de arquitectura, diseño, balance y letras; aun cuando sólo yo pueda reconocer la belleza y la precisión de estos movimientos.

[jueves 19/11/2015]

Valentía

Texto en construcción... aun no leer.


1) Con la fuerza de esta vida escribiré hasta caerme.
2) Escribir hasta amar lo que se ha escrito.
3) En-red-a-Do, sujeto por decisión a todo cuanto es y le rodea.
4) De la contención al alma pirata que eligió arder.
5) ¿Qué queda?
6) Ni el Uno ni dos, ni todo ni nada.
7) Amor, desencuentro y diferencia. Humanidad y ternura. Sinceridad.


1) Borde [t=0]
Hubo un instante de silencio seguido por la ensordecedora música creada en el transcurrir del viento helado en las alturas. Estaba allí, preso de una suerte de aturdimiento producido en el choque de corrientes que sólo fue interrumpido por el golpe seco del acero de la navaja retráctil contra el mango que la sostenía firme en su respectivo lugar.

Manuel eligió con cuidado sus palabras, quizá no tenía otra opción; él siempre pensó que nunca tuvo más opción que esta. Sabía que se encontraba al borde de su propio abismo y sospechaba que errar le costaría más que su propia vida, le costaría la tranquilidad con la que se quería morir.

Manuel no es de aquí –decía mientras intentaba abrazar el frío de su pecho–. Él viene de otra tierra, de otro tiempo. Ilustrado alternativo, dividido, fragmentado, heredero de una búsqueda de lo imposible, vertedero de muerte, de una única finalidad, de esta gran fatalidad. Producto de la desesperación humana, de la insensatez y el egocentrismo de los vivos que se reúsan a realizar su único destino posible. No he podido más que errar y que equivocarme, sin encontrar otra cosa que mi propia perdición y caminar con mi raza hacia la autodestrucción: Jamás veremos la luz del sol, de la razón, ni habrá para nosotros antorcha alguna que ilumine este perpetuo caminar errante en desolación, ni cura que me quite esta amargura de no sentir nada aun a punto de mi propia conclusión. Si –Suspira lentamente–, esto se acabó.

Era el inicio de la danza final. Estaba parado con la punta de los pies sobre el vacío de 8 pisos que se erguía ante él.

No le sobraron rituales: quería cortarse antes de aventarse del techo del edificio, sólo “por si algo”. Uno supondría que nadie quiere quedar cuadripléjico después de un intento de suicidio, pero con una caída desde esta altura tomar ese tipo de medidas no podrían ser preventivas, sino simple y llana ociosidad.

Cabría preguntarse si este corte, este prólogo escrito con el filo de su navaja, se encontraba motivado en alguna estética mortuoria de esas derivadas de esos 6 poetas franceses que alguno tuvo la osadía de tildar como malditos, o si quizá tenía la intención de plasmar algo, de elevar su alma antes de morir, o incluso de iluminarla con la belleza de la muerte misma si acaso esta acción encontraba su cuna en la lectura de Poe que con frecuencia él hacía. Pero bueno, vaya uno a saber.

Lo único que les podría decir con claridad es que aquella noche él se encontraba dispuesto a arrojarse al mundo sin titubear.

Realizar el corte no fue tarea sencilla: trazó con la cuchilla un tajo bastante profundo, de un tirón, con mucha fuerza y sin delicadeza alguna; fue brutal. Intentó compensar con esta fuerza el nerviosismo de ser cortado y la emoción que le causaba llevar a cabo el destino que él había elegido para sí mismo. Siempre soñó con cortar la suya propia pero no pudo más que postergar ese deseo hasta ese momento.

Inmediatamente lo invadió la adrenalina tan rápido como el rojo de la sangre asaltó su piel y al piso fueron a dar un par de gotas de sangre y una lágrima tan fugaz que ni siquiera él notó correr por su rostro y caer.

Se sintió vivo ese momento, vivo como no se había sentido desde que lo podía recordar, vivo porque sabía iba a morir. La posibilidad de quitarse la vida, de hacerse morir, de obligarse a dejar de existir, se volvió expresión, demostración y afirmación de su propia libertad. Parpadeó rápido tres o cuatro veces con la respiración agitada, como procesando lo que estaba ocurriendo, y concluyó que en ese momento sólo él tenía potestad sobre sí. Murmuró entonces algo que inmediatamente helaría sus propios huesos: “Me mato porque soy”.

Miró hacia el arriba aun con aquel escalofrío recorriéndolo de pies a cabeza. La luna apenas salía y las nubes que poblaban el cielo amenazaban con llover.

Suficiente, que me bañe la lluvia, que limpie de este mundo lo que fui. Ya he tardado mucho. Es hora de saltar, tengo que saltar.

Calló entonces el viento, la intensa música nocturna cesó. Únicamente se escuchó una profunda aspiración que entraba casi forzando la garganta, desgarrándola en medio de la oscuridad…

Suspiró.






2) Frío [t=-1]
Hay días más fríos de lo usual, ¿no te parece? – Habla consigo mientras se duchaba con agua caliente para espantar la soledad– Si. Pero hoy, hoy no es un día como cualquier otro. ¿Acaso no sabes qué día es hoy?

Eran las cuatro de la tarde. Manuel siempre fue un holgazán, no llevaría una hora despierto; había estado faltando a clase las tres últimas semanas inventando excusas para no tener que responder ante sus padres, quienes pagaban sus estudios. Estudiante de filosofía, le faltaban dos cursos y media tesis para terminar.

¿Cómo podría una persona ser kantiana y holgazana al mismo tiempo? ¡Su nombre es Manuel después de todo! Es uno de esos misterios propios del siglo XXI junto con todas esas quimeras que han aparecido después de los campos de concentración y Mayo del 68, sin contar al impúdico de Marcel Duchamp que se orinó en el arte, para bien y para mal del arte misma y de los artesanos. Pero tampoco puede pensarse que en el pasado fue mejor mientras dominaba la esquicia de Jean-Jacques Rousseau, o mientras se mató en nombre de Dios, de Aristóteles y de Platón.

Hoy es el día en que por fin podré lanzarme al vacío. Hace 20 años se lanzó ese idiota al que nunca pude entender más que en ese acto: Deleuze quería dejar de sufrir, querría descansar. No hizo más que hablar de insensateces, reducir las jerarquías para luego arrojarse desde la altura. ¿No es eso una contradicción, pura estupidez? Será una burla, hoy me arrojaré.


Como les contaba, Manuel se levantó tarde ese día. Se dedicó a dormir como había estado haciendo hace mucho tiempo, por lo menos 6 años, desde poco antes de cumplir los 18, aunque estuvo soñando casi desde los 12 añorando un amor que lo sacara de su propia oscuridad, que lo rescatara de su soledad. Cada quién hace como puede con su vida: unos la soportan, otros la llevan a cuesta como una carga inhumana, algunos pocos aprenden a disfrutarla… este sujeto la evitaba como podía. Mantenía con una tortícolis montada al cuello producto del peso muerto de su existencia, hacía lo posible por evitar lo que sentía, por eludir cualquier deseo que implicara un riesgo e intentaba no darse cuenta de lo que ocurría. Sólo había discurrido entre unos amores oportunos y otros esforzados desde hacía un cuarto de su vida, amortiguando las penas que la vida misma trae consigo entre besos, sexo e hipomanías tóxicas.

Él había sido un suicida desde hacía mucho tiempo, pero tardó mucho en dejar de evitar su propio gusto por la sangre y la gravedad.

¿Cuánto tiempo tardaría en…? ¿Cuánto tiempo podría sentir que vuelo, que no cargo el peso de esta puta vida, antes de desplomarme como Ícaro y perecer esparcido? – Se preguntaba cuando miraba por las ventanas de los salones del 4to piso del colegio al que asistió hasta su mayoría de edad.

Nótese por favor que lo de la ociosidad es en serio, todo parece indicar que se trataba de un newtoniano innato. Ya se imaginarán su emoción cuando comenzó a estudiar caída libre en física de bachillerato.

Por el deseo de morir también falta asumir una responsabilidad, Freud es radical con este asunto. Manuel siempre esperó que alguien más le diera el regalo del descanso: Se arrojó a los carros en movimiento, intimidó atracadores en Medellín con la esperanza de que lo mataran de una buena vez, buscó problemas por donde fuera que anduvo y aun así la muerte parecía eludirlo, o quizá él tenía muy mala puntería.

Más de una vez se lo vio recitando de memoria el final de aquella invocación del poeta greco-alemán, el loco pianista de la mansarda, Friedrich Hölderlin. Lo gritaba desgarradamente, su voz hacía que se estremecieran las más íntimas fibras de los desafortunados que llegamos a presenciar el espectáculo… le cantaba a Pontos, al mar rogándole por un descanso: “¡Déjame recordar el silencio en tus profundidades!” Sólo las olas le respondían, pero él seguía con vida.

Eventualmente se le agotó la paciencia, dejó de esperar a que alguien o algo se ocupara de él y eligió subir al tejado del edificio de uno de sus amigos, Daniel, para resolver de una vez por todas sus diferencias con la vida, pero tendría que planearlo bien. Ya había sido más que suficiente de tanta mierda y todo el esfuerzo que implica sostener un cuerpo, mantenerse en pie, convivir con otros idiotas que –a su juicio– estaban tan muertos como él por dentro. Manuel no vivía sino una frialdad post-mortem anticipada.

Vivir le era insoportable, su cuerpo le resultaba insostenible, le pesaba como si desde ya careciera de vida; además, como sujeto, ya de por si él parecía contar con muy poca movilidad y sus manos se encontraban frías en todo momento. Me quedaría corto si simplemente dijera que parecía muerto desde años atrás, pero no sabría cómo más darles una imagen de él. Para colmo, algo de su modo de quejarse de la vida siempre me recordó a Cioran: como si con su nacimiento lo hubieran condenado a sufrir y perecer de aburrimiento; él estaba aburrido con la vida desde hacía rato, él era un desventurado de la existencia, un desgraciado en esencia.

Como ustedes imaginarán, rápidamente todos los seres humanos se volvieron una masa indiferenciada para él, gente que reflejaba lo mismo que él era para sí: “suicidas no asumidos”. Es así como aparece tiempo atrás no sólo su conclusión, sino su resolución:

Hace años tendría que haber saltado. Tengo que saltar.




  

3) Quiero [t=1]
A veces me pregunto– dice, formulando cada palabra con la cautela de un estratega militar–, ¿cuánta voluntad hace falta para sostener un cuerpo? ¿Cuánta valentía hace falta para enfrentarse a la vida, para asumir el deseo en vez de darla por perdida?

Subirse no fue difícil, pero lo hizo de tan cuidadosa manera que le tomó mucho tiempo, alrededor de 20 minutos, llegar de la casa de Daniel en el segundo piso del edificio hasta ahí. No había dejado rastro alguno de su paso, la evidencia es enemiga cuando uno intenta ocultar un verdadero acto de los ojos acostumbrados al drama barato y a los refritos de mal gusto de la televisión nacional. Él quería borrar su paso por este mundo cuando subió.

Cualquiera hubiera creído que saltaría pero, al darse cuenta de que tenía la cara empapada por sus propias lágrimas, desistió. Tras decir estas palabras al viento gélido que lo mecía y refrescaba desde la noche que nació, bajó de la pared donde se había encaramado para arrojarse a su destino.

Articular aquellas palabras le costó mucho. Ya su muñeca izquierda estaba sangrando bastante por efecto de su navaja, así que tuvo que improvisar un torniquete con su correa y una venda con la camisa que tenía esa noche después de limpiarse con esta el mar de lágrimas que no cesaba de inundar su rostro.  Sin embargo no había mucho que hacer, era una herida profunda. Él nunca creyó que se arrepentiría a mitad del corte que llevaba por lo menos once meses planeando, pero así fue.

Si Andrés estuviera ahí le diría que es un cobarde tal como lo fue su propio padre, especialmente porque Andrés si llevó a cabo lo que él mismo hizo invariable de su destino. Alguien debe conservar aquella producción, el bosquejo arquitectónico de su familia hecho al menos de manera conceptual, o como una escena que completó… o algo así. Habría que preguntarle a él qué fue lo que realmente plasmó en su cuaderno de dibujos.

Qu…

El caso de Manuel era algo distinto. Cabrá preguntarse en quién habita más la cobardía y la valentía: ¿acaso es en el que lleva a cabo la condena de su destino, o en aquel en el que decide asumir su deseo? Cabrá preguntarse también qué otras posibilidades hay además de huir y enfrentar. ¿Acaso crear?

Quiero…

Podría uno divagar un poco más al respecto. Podría uno rastrear con lupa y escalpelo a través de la historia en dónde fue que la conformidad se volvió sabiduría, o dónde los cuestionamientos y búsquedas de alternativas fueron nombrados como herejías, y se podría trazar aquella genealogía para poder ver cómo nos hemos ido condenando todos a esta aparente indolencia cobarde que abrazamos cuando no queremos desear lo que deseamos ni sentir lo que nos desborda… Y, aun así, no hay necesidad de optar por una vía o por la otra binariamente. Quizá la tribu Inip con su sistema numérico pudiera darnos alguna guía al respecto de cómo deshacer un binarismo jerárquico, de cómo hacernos comunidad.

Quiero saltar…

No obstante, no lo digo sólo por divagar; lo digo con toda la seriedad del caso porque es un asunto central. En uno de sus Artificios Borges habla de una aparente condena a la repetición histórica (e incluso literaria) entre Ryan, Kilpatrick, Julio César y en Macbeth de Shakespeare; me refiero a “Tema del traidor y del héroe”. ¿Qué no es eso una fabricación en todo nivel voluntaria e incluso audaz de un destino, de una determinación radical en la vida y la muerte? El proyecto de Nolan en el cuento evoca la noción del “Eterno retorno de lo mismo”, pero Jorge Luis Borges parece evitar dicha mención reglamentaria (por no decir “obligada”), quizá por lo voluntario y meticuloso de la construcción. En vez de condenar a Kilpatrick a una simple repetición, Borges le da la posibilidad de elegir, de decidir qué hacer con su vida, con su muerte e incluso con su nombre; Kilpatrick, con la ayuda de Nolan y los actores implicados, se hace su propio escritor, escritor de su propia historia y su devenir.

Quiero… quiero saltar.

Este es justamente el punto fundamental de la diferencia constitutiva de cada caso, una insondable decisión subjetiva que jamás podría ser contrariada ni puesta en cuestión por otro: La decisión de existir y cómo hacerlo, la voluntad de elegir, el riesgo que se asume al querer, al optar y ceder, lo que se apuesta en todo este proceso.

Manuel lanzó sus dados y se apostó allí, no habría marcha atrás, ya la suerte estaba echada pero él aun tenía la oportunidad de elegir… y, con la valentía de quién no tiene nada más que perder, así lo hizo. Eligió no condenarse a repetir la historia y el destino que Andrés eligió para sí y trazó para todos desde el principio, decidió crear algo más que un cuerpo despedazado:

Quiero vivir.







4) Kantiano [t=-2]
Me produce algo de vergüenza, pero tengo que admitir que la historia más temprana de Manuel no la conozco casi; les contaré lo poco que sé.

Me topé con él por primera vez tomando en el parque del Poblado hace como 4 años; en ese entonces él era uno de esos amigos con derechos de Natalia, tendría 20 años. Como a mí, le gustaban las cervezas negras, así que mantuvimos en esa ocasión una conversación bien interesante al respecto. Él era un kantiano a rajatabla, de esos sujetos que logran la épica hazaña de abordar todos los temas y problemas que se le atravesaran en su vida diaria con filosofía de 1700.

No tardó en aparecer la discusión: él no soportaba mis inclinaciones y “relativismos”, mientras que yo veía ahí deseos y casos particulares que siempre puse de relieve; él pensaba en la razón como aquello que definía a lo humano e incluso como horizonte de la humanidad, mientras que yo pensaba en un millar de cosas antes que eso; yo me burlé de él cuando recurrió al imperativo categórico para hablar del amor, él disimuladamente me señaló como cínico y caótico por no buscar un ideal mayor ; yo concluí que él era un anacronismo, él fue más decente que yo y sólo me tildó de zascandil[1].

En esa época él tenía una particularidad: cuando se tomaba una cerveza se desconectaba de la gente, es como si sólo estuviera con la cerveza por un momento, alejado de todo lo demás. Uno no puede decir que esto es un grado de autismo, ni siquiera siendo muy laxo, pero haga de cuenta… porque de un momento a otro él ya no estaba con uno, estaba en su mundo únicamente con la cerveza.  Habría que preguntarle a los que se atrevieron a conceptualizar lo “suficientemente bueno” por fuera de lo estético si aquello se constituye como un objeto transicional o algo así, y hago un énfasis cínico en la moral deontológica ya que estamos hablando de Imperativos categóricos contemporáneos.

Ya de madrugada estábamos ambos despojados de razón, así que  le pregunté que por qué Kant… después de todo, yo habría sido un kantiano finalizando mi época colegial y fue lo más aburridor que he vivido, por eso lo pregunté. No recuerdo muy bien lo que me dijo, balbuceaba a penas por todo lo que había bebido. De lo poco que aún queda claro en mi memoria de su respuesta fue su mención a lo enigmático y desagradable de los sentimientos que lo desbordaban años atrás cuando se enamoró de una mujer, de una chica menor que él por un año. En ese momento pensé en mi propia historia y concluí: “Claro, la razón kantiana también me sirvió a mí para contener”.

Cuando llegué a mi casa esa madrugada recuerdo haber escrito sólo una cosa antes de dormir. Decía, en garabatos de borracho y con olor a cigarrillo: “Pero contener el deseo sólo lleva a estallar”. Francamente, ahora creo que asumir una postura así es poco más que una consecuencia directa de una intensa cobardía de ser, la cobardía de ser quién se es.


Las próximas veces que me lo encontré estaba cada vez más cabizbajo, cada vez más muerto por dentro. Su rostro se iba oscureciendo como si la pasión de la vida se le hiciera día tras día más lejana. Llegó a un punto de estabilización a los años, como a una especie de meseta: No parecía marchitarse más, pero tampoco retornó a él la chispa de vida que tenía a los 20 años.

Un día me habló de la necesidad de desaparecer toda inclinación de su vida, todo deseo, toda preferencia; estaba en la búsqueda de hacer de si un ser completamente racional, lógico. Decía que ser un filósofo es poner la razón por sobre todo, antes que todo; que ser Mayor de edad también implicaba cumplir la ley porque es debido, no porque se quiera. Cuando yo le hablé de la filosofía como creación de conceptos y del deseo como falta, agenciamiento y construcción le faltó poco para golpearme; supongo que ya estaba pasado de tragos de nuevo. Terminó replicando, casi a los gritos, que lo que yo concebía como filosofía era un insulto para los grandes filósofos.  “No llegarás lejos con esos relativismos, José” sentenció en voz bastante alta antes de irse y yo, cabreado por su reacción, respondí con rabia “¡¿y es que a dónde tenemos que llegar?! ¿A la razón? ¿A cuál verdad? ¡A morirnos en vida si te seguimos a vos!

Me tomó un rato reducir la efervescencia que me invadía, pues gustoso lo hubiera golpeado en la cara también. Aun colérico como pocas veces me pongo, agaché mi cabeza y me halé de mi pelo que por esa época me llegaba casi a la mitad de la espalda y gruñí de inconformidad: ¿Cómo podía una persona intentar vivir sólo por deber? Hace dos años yo era bastante intolerante. Me frustró profundamente esta conversación, seguramente por eso la recuerdo con tanta claridad, recuerdo su voz y la mía, recuerdo mi desesperación. ¿Por qué tanta frustración? Porque algún día yo también me encontré en esa posición e intentaba erradicar del lenguaje todos los equívocos y desencuentros… repito, yo también fui kantiano, lo fui en el colegio.

La siguiente vez que nos encontramos me dijo en tono de charla, mucho más amable, que algún día me condenarían como a Sócrates por pervertir a los jóvenes, a lo que yo repliqué, también amablemente, que esperaba verlo dando clases en el Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia. Le tengo que reconocer la finura en el uso de los conceptos cercanos a la Ilustración e incluso los Hegelianos, sigo pensando que desde que lo conocí él fue inigualable en eso.


Dejé de verlo en el parque cuando cumplió 23.

Un año después, en noviembre, alguien me dijo “debimos haberlo sabido…”.  Yo no quería sentirme culpable ni me sentía responsable de las decisiones de Manuel, así que respondí con crudeza: “De pronto ustedes pudieron haberlo sabido. Yo algo sospeché, Kant es un suicidio subjetivo, pero el tipo me caía como una patada en ese entonces. Igual siempre fue su decisión”.

A penas por estos días le comienzo a tener cariño a la gente en general y me desbordo de ternura por nimiedades, así que tal vez ahora podría haberle dado una respuesta más amable a esa persona. Pero  nada de eso cambia el hecho de que no es posible alterar una elección tan íntima en una persona, tomada de manera radical, determinante y hace tanto tiempo… sólo él podría haber transformado esto, y de hecho así fue. Sin embargo, no basta tan sólo con decidir: aun tendría que hacerse responsable de empujar su organismo hacia la muerte, asumir las consecuencias del despiadado corte que lo despertó.






5) ¿Vivir? [t=2]
Sí, lo que quiero es vivir… lo que siempre he querido es sentirme feliz.

Él nunca se preparó para bajar de aquel techo por la misma escalerita por la que subió porque claro, de eso se encargaría la gravedad pero, para su sorpresa, no fue el caso.

Fue un trabajo arduo descender usando una sola mano. Ambas estaban encharcadas en sangre, pero la izquierda ni siquiera le servía para aferrarse. Realizar aquel corte tan profundo como para afectar los tendones no es buena idea para quién no esté seguro de querer morir, pero supongo que uno sólo se da cuenta de eso a medio camino… a uno sólo le resta vivir con las consecuencias de las propias idioteces.

Rápidamente pasó de ser un trabajo arduo a ser una situación penosa y ridícula cuando se resbaló en el último tramo de la escalera y cayó de culos sobre el piso. Una mano no era suficiente para sostener su peso, mucho menos una mano aun húmeda en sudor frío y su propia sangre, con la que manchó no sólo la camisilla blanca que tenía bajo la camisa que usó de vendaje improvisado, sino también el piso, la escalera y todo a su paso sin discriminar.

Cuando cayó, echó a reír a carcajadas como nunca antes, como ni siquiera él mismo habría sospechado que podía. Entendió la ironía de resbalar en esta situación tras haber decidido no lanzarse hacía pocos minutos y ya no le importaba dejar o no evidencia de su paso por allí. Se levantó, vio el reguero color rojo sombrío en el piso, sonrió y comenzó a caminar de regreso al segundo piso, a la casa de su amigo de la que se había fugado hacía ya 30 ó 35 minutos para ocuparse de su existencia.

– “¿Y ahora qué me queda?” – se preguntó mientras bajaba cada vez más a paso más lento  y mareado; la pérdida de sangre no parecía ayudarle mucho. –“¡Ja! ¿Vivir?”–.

Abajo había dejado a sus amigos que se reunían religiosamente todos los viernes, sábados en su defecto, a tomar alguna cosa y hablar mierda, desatrasarse de sus vidas y actualizarse de los chismes de la semana. Justo antes de salir del apartamento de Daniel les dijo que tenía una llamada urgente que tenía que atender y que posiblemente se demoraría un buen rato, sirviéndole de excusa para ausentarse el tiempo necesario. No había dejado más mensaje que una nota a puño y letra, cerrada sobre su mochila en casa de su anfitrión que decía “No es su culpa. M.”; ellos no vieron la nota, ni sospecharon de la situación en general.

No creo que sobreviva, estamos lejos de una clínica. Sólo me queda intentar morirme feliz– Concluyó y se sentenció.

Manuel demoró varios minutos bajando esos 6 pisos por las escaleras del edificio, no quiso usar el ascensor para no aparecer en la cámara de seguridad, para no incomodar al vigilante si luego aparecía un muerto en el ascensor, él sabía que las probabilidades no estaban exactamente a su favor.





6) Binarismo [t=-3]
Este  breve camino de vuelta a la casa de su amigo le bastó para re-pensar su vida, para darse cuenta de que había necesitado un golpe desde hacía mucho tiempo para reaccionar, para por fin despertar, para dejar de huir de sí definitivamente.  Sin embargo, esto no fue sin incidentes: mareado como estaba, no tardó en caer. Tras haber descendido con relativo éxito dos de los seis pisos fue a dar al piso tras tropezarse. Se enredó con sus propias piernas.

A pesar de lo complicado de la situación, más excesivo que el golpe de la caída era el desequilibrio y el frío que entorpecen la vida cuando se tiene una herida abierta.

En el piso, intentando recuperarse como podía, pensó en un impulso íntimo que lo ha acompañado desde que tiene amigos: una constante voluntad de huir de todos, de alejarse de todo cuanto le rodea. Vino entonces a su mente la frase con la que cierra Joaquín Sabina una de sus canciones: “Mi manera de comprometerme fue darme a la fuga[2].

Le tomó tiempo reunir sus fuerzas para levantarse de nuevo y más aun para caminar. Camino abajo, se quedó enganchado a la idea de su forma de huir y no pudo más que comenzar a recordar; quedó absorto en su memoria y dejó de sentir los 16 escalones de cada piso, también dejó de fijarse en cómo se fugaba la vida de sus venas, o en cómo se le zafó su torniquete temporal en esta caída, no. Tan sólo se volvió sujeto de su memoría.






[Escrito: Desde el martes 3/11/2015 hasta...]

Notas al pie: Hay textos que se mueren a mitad de gestación. Hay correcciones que hacer y quizá algún día me tome el trabajo de ponerle su punto final, pero por ahora así está bien: Ya está terminado dentro de mí. Tan sólo no quiero gastarme el esfuerzo de redactarlo en general.


[1] No seás perezoso(a), buscalo en el diccionario.
[2] Joaquín Sabina, Viudita de Clicquot (Vinagre y rosas, 2009)