miércoles, 8 de junio de 2016

Memento Mori

Algún malestar parece –cuando menos– sintomático en casos tan álgidamente formulados. A pesar de una especie de coherencia en el diseño y sentido de ambos, como si devinieran del mismo artífice o de un par de colegas lazados, son bien diferentes; pienso en el Quijote y en el Antiedipo. No sé si se pueda entender, si pueda describir con claridad las cosas que mis ojos no dejan de notar.

La superposición de las muertes, en plural para hablar de los casos reales y puntuales, no dota de más sentido o detalles a la situación para hacerla concebible, ni ayuda a los supervivientes a cargar a cuestas su duelo y el vacío en su pecho. Por el contrario, como por efecto de metonimia (Lacan) que una parece encarnar frente a la otra, entre la siguiente y la anterior, sólo parecemos arrojados al mismo abismo del sinsentido una y otra vez. En cada ocasión, el sentido pareciera perderse un poco más... pero, claro, no hace más que depurarse hasta señalar cada una de las diferencias de las muertes y, en últimas, llegar por epojé a lo irreductible de los vivos: Si estás vivo, has de morir eventualmente, así como los tuyos también morirán.

Hace mella en la escucha y en los dedos decirlo con tan poca delicadeza, hace que algo de lo más íntimo se estremezca en cualquiera que se lo tome a pecho, así como dicen los sacerdotes del “Tomad señor y recibid” de San Ignacio. Sin embargo, los modos delicados no ayudan ni a decir ni a sanar… sólo suavisan insensatamente una de las pocas claridades que, como existentes, podemos llegar a atesorar junto a esos pocos recuerdos que iluminan el día y los talismanes de la infancia que, antaño, nos definían como sujetos de valor o sujetados a alguna historia, a la nuestra, a nuestro cuerpo. Habría que tatuárselo en la piel para jamás olvidarlo: Memento mori.

Y, un aun así, no soportaría nuestra frágil mente algo que no tuviera una significación especial, como determinada de antemano, que inundara de algún sentido ilusorio con recovecos e insignias llamativas las muertes de nuestros amados o la nuestra propia, como si adornar con flores una bacinilla (al mejor estilo Tyrell) fuera a alterar el mierdero. Supongo que son los meros recursos psíquicos, imaginarios y simbólicos, sociales y culturales, con los que intentamos hacer frente a lo aparentemente miserable de la existencia y sus pormenores; más siempre en vano en tanto ni bastan para erradicarlos, ni alcanzamos a morirnos nosotros mismos a cabalidad por esta falta de eficacia subjetiva para tramitar la muerte, para asir lo inasible, para concebir, aceptar, lo que nos excede y desborda por doquier. Vivir a medias pareciera ser la trágica condena del superviviente.

Quedamos pues, como San Agustín ante la muerte febril de ese amigo a quién tanto amó, partidos y desbordados, aterrados ante la muerte y la vida por igual, intentando entender y controlar lo que quizá sea un mero acontecimiento y ya. Siendo así, la muerte, más que carecer de un sentido, pone de relieve (lo) Uno, un sentido tan sencillo que escapa al narcisismo infantil que todavía perdura en nuestras organizaciones psíquicas dizque adultas, revolviéndonos y golpeándonos como si demoliera un edificio; no de arriba abajo, sino con un solo golpe preciso y fino en una viga de amarre. En un parpadeo, no somos más que escombros, fracturas, divisiones, angustias, dudas, miedos… y terror.

Llevando la contraria a la eficiencia neoliberal, los tiempos de La Inexorable no son para correr intentando salir de un duelo con velocidad, sino que son momentos para caminar con lentitud, para captar con la emoción a flor de piel la falta que se esgrime, patente y ominosa, allí dónde –como un Real– no deja de no estar aquel amado punto fijo que hace tan poco nos sujetó y sujetamos. Si, sobrevivimos esta vez; sin embargo, memento mori.

Átropos vendrá por nosotros y por nuestros amados, estemos donde estemos, incluso cuando nos neguemos, reprochemos y nos frustremos. Nos queda sentir, a ver si algún día alcanzamos algo de serenidad. Pienso en Fernando González, en Viaje a pie (1929):

Aquel día caminamos muy despacio; los bueyes nos dejaban. ¿Para qué diablos íbamos a correr? Las cosas que no han de ser nuestras, no se dejarán coger. Cuando el sol declinaba, sentados sobre una dura piedra, compusimos este canto:

«Un inefable sentimiento de apacibilidad, una alegría o ebriedad apacible y sana nos produce el convencimiento de que todo lo nuestro habrá de llegar al minuto, hora, día y año. Aquí sentados paladeamos nuestro futuro que nadie podrá robarnos, ni aun nosotros mismos.

Nosotros no somos el ansioso; nuestros ojos guardan las imágenes que a ellos llegan, porque esas son las que debían llegar; nuestras manos palpan muy lentamente las formas que son suyas, porque ellas son las destinadas; nuestros corazones están listos para recibir lo que el seno del devenir les guarda. No se gasta nuestra fuerza vital en perseguir los seres que no son suyos, los sucesos que no le pertenecen. Aquí nos tienes, vida, diosa de los ojos maliciosos, tranquilos, sentados sobre esta dura piedra, seguros de tu amor; los celos no desbaratan nuestros corazones. Tú eres la infiel entre las infieles, a pesar de que no retrocedes ni abandonas al amante. Aquí nos tienes, sentados sobre la dura piedra, oliendo la grama olorosa a inocencia, llena de vitalidad, esperando tus dones.

Las mujeres que han de servirnos de almohada, las que han de llorar por nosotros, vendrán a buscarnos en donde estemos, si han de ser nuestras. ¿Para qué correr tras ellas? Vendrá también el oro que ha de ser nuestro, y vendrá a esta dura piedra, al escondrijo más oculto, la muerte, y vendrá el deshonor, el dolor y el odio. ¿De qué huimos? ¿Para qué escondernos? ¿Por qué lamentarnos? ¿Para qué remordernos la conciencia? Con recogimiento recibimos lo nuestro; nadie nos pide cuenta y a nadie se la pedimos. Somos el que puede afirmar: el hombre tiene lo que merece; no tendrá lo que no merece. Venga, pues, a cada uno lo suyo.

Hemos perseguido la alegría y a pesar de que parecíamos alcanzarla, no pudimos. Lo nuestro es lo único que llegará a nosotros. ¿Y qué será lo nuestro? Parece que nada sorprendente nos está reservado en esta pelota terrestre.»


La sobreinterpretación, al igual que la negación y ciertas formas más fóbicas (fantasmáticas) de terror, son ejercicios de velocidad ante el vacío que terminan por proponer un sentido horroroso, uno abusador y generalizado que se suele repetir, que termina por efectuar un corte en los vínculos; aquel es el ejercicio de la neurosis ante lo sencillo del desencuentro, el vacío y lo incontrolable. No faltarán las prácticas de dolor que pretenden producir e inducir el trabajo de duelo (que es subjetivo y voluntario) con más velocidad, en forma de rituales que se ensañan, masoquistas, sádicos y auto-sádicos, intentando ofrecer una cura a lo que no es una enfermedad. Cuándo se incurre en apurar a alguien en su proceso, es más el daño que se hace que la utilidad… y es que hay que ser muy baboso e imbécil en esta vida para ponerse a afanar a un doliente; eso está al nivel de atracar a una persona que usa gafas. Así pues, que cada quién haga lo que necesite hacer, a su tiempo, para sobrevivir a sus muertos y sobrevenir a su propia fragilidad. Hay que prevenir el encarnizamiento terapéutico.

Aceptar toma tiempo y no hay más reconstrucción posible que desde la humildad de quién ha dejado de imponer al mundo sus categorías y así, por fin, se ha reconciliado con su propio fluir terreno, con ese incesante devenir otro, construirse y reconstruirse diferente y similar. Asimilar, a’similar, a-similar.

Imagino que se entiende lo que digo: Hacer un duelo no es sacar al otro de la propia vida, sino re-organizarse, re-construirse uno mismo con conciencia de ese vacío y, así, religar, volver a sujetarse de nuevos modos, renovar los estilos de lazar, mirar, amar y soltar.

Una vez más, en aras de claridad y haciendo una merecida venia a la practicidad romana, retomo las palabras del pueblo que ovacionaba con estas palabras a los generales ungidos en reciente victoria:

Memento mori”, es decir, recuerda la muerte, recuerda que puedes morir, que eres mortal.

Aunque también están las notas de Tertuliano al respecto, que nos dan un polo a tierra humilde de las palabras que se decían en aquel entonces:

Respice post te! Hominem te ese memento!”, que traducido es “¡mira detrás de ti! ¡Recuerda que eres un hombre!” Que no eres un dios.

Vale la pena amar, crear construir y esforzarse sólo porque hay muerte, sólo porque no somos eternos, pues es aquel límite ineludible lo que nos da uno de los pocos puntos fijos en vida con lo que podemos construir sentidos que sean como líneas de perspectiva que tiendan a un punto de fuga que se ubica justo al borde de nuestra hoja de diseño. Somos libres de construir sentidos en cuánto la muerte representa la finitud de toda posibilidad de ser; aquel es el ser para la muerte de Martín Heidegger.

Captar la muerte jamás dejará de ser para nosotros un imposible, pero aquello, más que un infortunio, es el cajón del tesoro, el inagotable origen de las historias que tejen la cultura, que nos unen y nos ayudan a mantenernos en pie, de los rituales que simbolizan en sus movimientos lo que no se puede decir, dándonos materia prima para construir nuevos sentidos y volver a sujetarnos a pesar de –y, en especial, gracias a– nuestra humana fragilidad.

En ese sentido, es la muerte esa gigantesca bendición que nos arroja lejos del “paraíso terrenal” (psíquico) al mundo real, es decir, de la ilusión de omnipotencia a la frustración; nos empuja a pasar de la insensatez narcisa a una posición social y creativa (tanto ética como estética) que tiene su raíz en una pizca de sabiduría marcada finamente por ese granito de locura de cada uno, ese rasgo unario que se deja florecer, por fin, con potente sinceridad. La muerte se vuelve pues un incentivo inmenso para sobreponerse sin descanso a las propias taras con valentía, para aprender a vivir sin arrepentimientos ni reproches, para dejar de negar el vacío que nos dejan los muertos y la impotencia que nos deja vivir, para acogerles y aprender a desear.


Recuerda que vas a morir, que todos vamos a morir, para que hoy también valga la pena vivir para crear y recrear lazos humanos una vez más.


[Escrito: martes 7/06/2016]