Soy tan pequeño, tan pequeño, que aprendí a amar.
Me siento tan indefenso ante mis propios demonios y
fantasmas
que hace mucho tiempo aprendí a cuidar.
Llevo tanto tiempo sumergido en el silencio y la soledad
que no tuve más opción que aprender a acompañar.
Viví tanto con los ojos cerrados que aprendí a observar.
Me he fracturado tanto y tantas veces que aprendí
a aceptar mis limitaciones y acoger las de los demás.
Llevo tantos años tan callado que aprendí a escuchar,
y aprendí a demostrar con acciones lo que aun
no tengo las palabras precisas para formular.
He vivido tanta frustración que hace años dejé de soñar,
y sólo entonces, aprendí a crear.
Me he equivocado tanto en esta vida que tuve que aprender
a construir un camino con alguien más.
También he sido tan grande y tan potente que aprendí
que la fuerza de una sola persona nada puede engendrar,
está destinada a destruir, acabar y erradicar, asesinar toda posibilidad.
E intenté ser autónomo sólo para descubrir
que me salvarían de mí mismo aquellos hermanos de amistad.
También quise erigir cielos donde había plantas ácidas y
amargadas,
y así terminé por entender que la humanidad no tiende al
cielo
sino a la pasión, a la tormenta y la serenidad.
La verdad, mi verdad, es que he sido tan pequeño, tan
humano,
tan callado y tan fracturado que no me quedó de otra
que aprender a amar por algo que no fuera necesidad.
Tuve que aprender a construir en vez de intentar hallar
y así descubrí del golpe el peso muerto de lo ideal:
entendí lo sereno y apasionante de amar en libertad
porque, más que una condena,
es un fuerte lazo que nos invita, irrefrenable, a crear;
y aprendí que a pesar de su fortaleza, es tan delicado
como el cristal
agrietado por los viajes, los equipajes y la tempestad.
Aprendí que vale más negociar, ceder, cuidar y cultivar
que esforzarse en tener la verdad,
que la humildad y la paciencia son vitales para
conversar,
que el ego y los ideales son un lastre gigantezco para
vincular,
que el maldito “flechazo” no se puede controlar,
que la ternura es la fuerza infinita que nos hace
perseverar.
Aprendí que hay que ser muy pequeño y sabio para aprender
a amar.
Claro, también aprendí que uno nunca aprende todo,
porque el amor, cada vez que nos vemos, lo tenemos que
inventar.
Aprendí que amamos cuando nos acompañamos a caminar.
Uno aprende a amar a punta de golpes, no hay atajos ni curas.
Se ama a pie, descalzo, con las manos abiertas, heridas y
desnudas,
sin un gramo de reservas, con la más hermosa pizca de locura.
[Escrito: sábado 30/01/2016]
*Nota: Increíblemente he encontrado una luz en donde creí, por prejuicio, que jamás miraría. Un prejuicio justificado, pero los autores no tienen la culpa del modo en que son leídos, ni de quién los lee.
"El amor no consiste en mirarse el uno al otro,
sino en mirar juntos en la misma dirección."
-Antonie de Saint-Exupéry
*Nota: Increíblemente he encontrado una luz en donde creí, por prejuicio, que jamás miraría. Un prejuicio justificado, pero los autores no tienen la culpa del modo en que son leídos, ni de quién los lee.
"El amor no consiste en mirarse el uno al otro,
sino en mirar juntos en la misma dirección."
-Antonie de Saint-Exupéry