sábado, 30 de enero de 2016

Para aprender a amar

Soy tan pequeño, tan pequeño, que aprendí a amar.

Me siento tan indefenso ante mis propios demonios y fantasmas
que hace mucho tiempo aprendí a cuidar.
Llevo tanto tiempo sumergido en el silencio y la soledad
que no tuve más opción que aprender a acompañar.
Viví tanto con los ojos cerrados que aprendí a observar.
Me he fracturado tanto y tantas veces que aprendí
a aceptar mis limitaciones y acoger las de los demás.
Llevo tantos años tan callado que aprendí a escuchar,
y aprendí a demostrar con acciones lo que aun
no tengo las palabras precisas para formular.
He vivido tanta frustración que hace años dejé de soñar,
y sólo entonces, aprendí a crear.
Me he equivocado tanto en esta vida que tuve que aprender
a construir un camino con alguien más.

También he sido tan grande y tan potente que aprendí
que la fuerza de una sola persona nada puede engendrar,
está destinada a destruir, acabar y erradicar, asesinar toda posibilidad.
E intenté ser autónomo sólo para descubrir
que me salvarían de mí mismo aquellos hermanos de amistad.
También quise erigir cielos donde había plantas ácidas y amargadas,
y así terminé por entender que la humanidad no tiende al cielo
sino a la pasión, a la tormenta y la serenidad.

La verdad, mi verdad, es que he sido tan pequeño, tan humano,
tan callado y tan fracturado que no me quedó de otra
que aprender a amar por algo que no fuera necesidad.
Tuve que aprender a construir en vez de intentar hallar
y así descubrí del golpe el peso muerto de lo ideal:
entendí lo sereno y apasionante de amar en libertad

porque, más que una condena,
es un fuerte lazo que nos invita, irrefrenable, a crear;
y aprendí que a pesar de su fortaleza, es tan delicado como el cristal
agrietado por los viajes, los equipajes y la tempestad.

Aprendí que vale más negociar, ceder, cuidar y cultivar
que esforzarse en tener la verdad,
que la humildad y la paciencia son vitales para conversar,
que el ego y los ideales son un lastre gigantezco para vincular,
que el maldito “flechazo” no se puede controlar,
que la ternura es la fuerza infinita que nos hace perseverar.
Aprendí que hay que ser muy pequeño y sabio para aprender a amar.

Claro, también aprendí que uno nunca aprende todo,
porque el amor, cada vez que nos vemos, lo tenemos que inventar.
Aprendí que amamos cuando nos acompañamos a caminar.

Uno aprende a amar a punta de golpes, no hay atajos ni curas. 
Se ama a pie, descalzo, con las manos abiertas, heridas y desnudas, 
sin un gramo de reservas, con la más hermosa pizca de locura.



[Escrito: sábado 30/01/2016] 

*Nota: Increíblemente he encontrado una luz en donde creí, por prejuicio, que jamás miraría. Un prejuicio justificado, pero los autores no tienen la culpa del modo en que son leídos, ni de quién los lee.

                    "El amor no consiste en mirarse el uno al otro, 
                     sino en mirar juntos en la misma dirección."
                                                -Antonie de Saint-Exupéry

miércoles, 27 de enero de 2016

Rostros f(r)acturados

Hay gente que queda partida,
que con los años ya no pueden sostener su sonrisa,
que se ha quedado en números rojos pretendiendo otra cosa,
resistiéndose a aceptar lo que hizo de su vida.

A esa gente se le nota en la cara
contorneada por arrugas que no van con su diseño,
el costo que tienen los ideales y los sueños
cuando no se tiene la valentía de arrojarse contra ellos,
de hacer temblar hasta la última estatuilla,
de destrozar los ídolos de barro,
los dioses de oro representantes del ocaso
que antaño nos dieron sentido y hoy nos cortan el paso.

Esas muecas resquebrajadas delatan al cobarde,
al asustado, al dividido, al atormentado,
a esas mujeres malparidas que creyeron poder dominar con su encanto,
y se vuelve insigne como producción sublime
que hace del cuerpo nuestro lienzo más sagrado.

No le deseo suerte a quién no tiene voluntad de enfrentarse, prefiero no mentirle: le auguro horror y soledad. Le espera el eterno reproche alojado en el espejo del baño preguntándose si otra suerte pudo acompañarle en su vida, y sospechando, siempre sospechando… siempre sabiendo, siempre lamentando, por siempre rumiando, por siempre faltando. Suicidas del closset devorados por su propio olvido, por su deseo de haber sido algo más.

Vivirán y morirán con esa sospecha
con los años transformada en reproche y en certeza
de que hubieran podido sonreír con sinceridad
si hubieran tenido la audacia de atrave(r)sar sus pesadillas
sin el paupérrimo amparo de lo ideal.

De ellos que se apiade la muerte
porque ni el destino ni Caronte los perdonarán.
Es preferible ser un ave de paso que hacer de ancla
a un maldito naufragio.

Allí donde acontece un cuerpo perdemos toda capacidad de mentir,
allí donde somos incapaces de detenernos a pensar y decidir,
en ese rostro que jamás se podrá maquillar lo suficiente
como para convencernos a nosotros de que le alegra vivir
se esgrime patente la factura de intentar sonreír
con el alma fracturada y siempre dispuesta a evadir.



[Escrito: martes 26/01/2016]

martes, 26 de enero de 2016

Contar

Quizá como hijo de contador, o como newtoniano a rajatabla, he perdido mucho de esta palabra. Con razón la transgresión que emana profunda rebeldía en Los números Inip.

Contar de conteo, contar de narrar y compartir, contar de tener en cuenta… Contar con los dedos, con los gestos y con las personas.

Si, en ‘contar’ hay más que deudas, hay algo más que lógica. Reside allí, incluso más que una mera y burda humanidad, un granito de espacio, un lugar en el mundo a los ojos de alguien más.

¿No será eso lo que llaman ‘hogar’?

----------------------------------------oOo----------------------------------------
De verdad es necesario encontrarse con algo de la falta de una persona para tener un lugar en su vida. Si, el maldito de Lacan tenía razón en eso: Se hace anillo de esa falta, eso es lo que se da y lo que da cabida a la compañía, al compromiso enmarcado y efectuado en una suerte de castración, en una actitud de ceder, de negociar y aceptar, de construir como humano par.

Hoy dibujo mis letras, así que seré meticuloso: Contar con alguien implica contar con su falta. No volveré a enmascarar una vincularidad ideal aquí, han pasado años ya; sin embargo, siguen siendo necesarias una audacia casi suicida para regalar el vacío que embarga nuestra alma y una ternura infinita para acoger el vacío del otro sin querer resolverlo, sin esperar erradicarlo ni ignorarlo.


Con las yemas de mis dedos te sostengo, te creo para mí; con mis gestos y con mi rostro te cuento lo que soy, te regalo lo que tengo y lo que no, te comparto lo que temo, te confieso mi terror y lo que añoro para que cuentes conmigo también, para que cuentes con mis pasos a tu lado, para caminar. ¿Vamos juntos? Es una propuesta, es mi invitación.

Algo así sería más decente que el típico bla-bla-blá empalagoso y vacío (sin real) del idealista, del Ícaro enamorado que busca y promete satisfacción o completud allí donde florecen la diferencia, el desencuentro, la indeterminación y la compañía auténticamente humana; retoños de subjetividad. ¿Para qué querrán una totalidad? ¿No se darán cuenta que justamente esa es su peor pesadilla? Pero es su propio proceso: yo callo por respeto y escribo por gusto y necesidad; ananké, por la fuerza de escribir.


...Intentaré quedarme. Intentaré quedarme... Intentaré no huir. Aun con lo que me cuesta, me quiero quedar.



[Escrito: primera parte: miércoles 20/01/2016; segunda parte: jueves 21/01/2016]

*Nota: Admito que de cada contacto sincero quedo con la necesidad de crear algo, de retratar, de relatar lo que he visto y de acompañar a construir a alguien más... sea desde la distancia de mis letras o desde la complicidad, aunque a veces termino por señalar con fuerza lo que sé que dolerá, o escribo casi gritando sin piedad.

En cuanto a la segunda parte... claro, aquello también motivó una producción en mí, una decisión que no creo que sea entendida sino hasta el final.