domingo, 2 de julio de 2017

Responsabilidad subjetiva: ¿qué nos corresponde de lo que nos pasa?

*Contiene notas acerca de 13 Reasons Why [sin spoilers]

Para comenzar, quiero poner mis cartas sobre la mesa y contarles explícitamente que rechazo de manera radical todos los modos de violencia, abuso y acoso ejercidos en el marco de las relaciones sociales, señalando que no tienen razón de ser, que no deberían existir en general y que, para mí, son moralmente reprochables; queda abierta la discusión acerca del calificativo moral más apropiado para las agresiones en defensa propia, como el debate acerca del lugar de las fuerzas estatales en estas cuestiones, pero no es lo que me ocupa hoy. Tras dejar esto claro, aparece mi pregunta central para este texto: ¿qué responsabilidad[1] subjetiva tiene cada uno de los implicados en situación de violencia? Tanto la del victimario como de la víctima y de sus entornos, anotando que no estoy hablando de culpas, sino de las cosas que cada quién es responsable pues, en alguna medida, participa en la creación de dichas situaciones como dinámicas relacionales. Y, en particular quiero aproximarme a la cuestión de si –y especialmente en el suicidio– existen “víctimas” que construyen una vida que les sirve para hacerse daño a nivel emocional y físico.

Por ejemplo, dado el caso de una mujer heterosexual insegura que, en aras de ocultar, compensar y negar su propia inseguridad: 1) busca vincularse con hombres demasiado seguros de sí, tan exageradamente seguros que puedan llegar a ignorar las opiniones de los otros a tal punto en que abusen emocionalmente de quienes les rodean al objetivarlos; 2) y si esa misma mujer rechaza los vínculos con hombres no tan seguros pero tiernos, considerados y buenos para escuchar a la gente, pues le desesperan en la medida en que le sirven de espejo para recordar su propia inseguridad y vulnerabilidad – esas que ella preferiría que no existieran–; dada una persona así, ¿qué responsabilidad subjetiva tendría ella en verse envuelta reiteradamente en relaciones amorosas en que es objeto de abuso y maltrato emocional? ¿Qué responsabilidad tendría acerca de que en su círculo social cercano no habiten personas que se interesen por su bienestar o por su felicidad? No toda ni de manera exlusiva, pero si tiene responsabilidad allí en la cualidad y calidad de los vínculos que ha construido durante su vida. Ha sido ella quién ha elegido a unas personas para amar y conversar y a otras para apartar, como ha sido la que ha optado por relacionarse con su inseguridad  intentando hacerla desaparecer.

Doy otro ejemplo: si un hombre, en el esfuerzo de sentirse valioso en su propia existencia y para el mundo, dedica su vida a vincularse con personas conflictivas que se odian a sí mismas para intentar ayudarles, salvarles, arreglarlos y transformarlos en gente buena, feliz y exitosa, ¿qué responsabilidad tendría en los abusos y en el maltrato que pueda sentir que estas personas ejercen sobre él? Quién no está a gusto consigo mismo tiende a dañar a quienes les rodean y a dañarse aún más a sí mismos; de manera que este hombre, en su búsqueda mesiánica, estaría siendo –cuando menos– facilitador de su propio martirio.


Ahora sí, anotando que no spoilearé nada importante, procedo a lo que nos compete hoy: 13 Reasons Why no es una serie que podría recomendarle a cualquiera, entre otras cosas, porque se mueve intentando hacer equilibrio en la fina línea entre la objetividad de los hechos y la subjetividad del narrador que queda marcada con fuerza en el relato, nota a nota, cassette a cassette. Y fracasa en este intento. Menos mal fracasa.

¿En qué sentido lo digo? Ha habido infinidad de series y de libros que narran con objetividad experiencias similares a las que en esta serie se plasman, y bueno, los hechos puros, los datos fríos no hacen justicia al sufrimiento de las personas ni a la intensidad de las palabras sentidas; cualquiera que se dedique a escuchar a quienes les rodean puede dar fe de eso. Tener éxito en mantener el equilibrio entre lo objetivo de los hechos concretos y lo subjetivo de las percepciones y narrativas nos hubiera llevado a presenciar otra de esas quimeras que a veces transmiten en horario familiar, esas que intentan emular la vida real pero que nos dejan en la boca un sabor a refrito, a cursi y a sobreactuado…cosa que ocurre en muchas novelas, entre otras cosas, porque omiten los detalles duros y macabros, las marcas en la piel, los gestos de goce o entumecimiento en los rostros. La fuerza y la crueldad que acompaña a la vida que es de todo menos Políticamente Correcta.

13 Reasons Why fracasa brutalmente en mantener ese equilibrio y despliega una historia profundamente subjetiva, narrada de manera coherente, manteniendo con precisión los estilos y rasgos de personalidad en cada uno de los personajes que nos acompañan en esta pequeña travesía de 13 capítulos desplegando cuáles fueron los 13 motivos por los que Hannah, nuestra voz-en-off favorita y protagonista, se suicidó. SPOILER ALERT: Hannah se suicidó (así comienza la serie, relájense).

Hannah nos narra su historia contándonos “su verdad”, no “La Verdad”, de manera que como consumidor de esta serie es difícil discernir nuestra posición ética frente a lo que vemos y nos cuentan, tal como en la vida real. Nuestra narradora es una persona difícil, agresiva con la gente que se le acerca y en especial con ella misma, que aleja a las personas que le importan, que tiene una habilidad espectacular para rodearse de personas encantadoras pero dañinas, versada en escuchar a medias a los otros y entender –de todo lo que se le dice– sólo cosas que la juzgan y le hacen daño, a menudo aun donde no están. Es una persona que no se quiere ni un poquito, que confunde la popularidad con el amor propio y confunde el ego con la felicidad, que no sabe lo que quiere entonces busca que la gente le ordene, que siempre está esperando a que la gente le ruegue y le insista en vez de asumir sus propios gustos y deseos como suyos y bajo su responsabilidad, pues le huye a lo que desea porque la hace sentirse vulnerable y en falta, porque desear la hace saberse imperfecta. Si bien en el mundo desplegado por la serie existe gente dispuesta a hacer daño a otras personas, ella parece buscarlos certeramente uno tras otro, en filita india, así como termina por ahuyentar de manera sistemática a las personas que sólo quieren darle un poco de amor, porque el amor nos hace sentir vulnerables y ella, siendo como es, prefiere alejarse de su propia vulnerabilidad. Ustedes las conocen, mejor que yo, a las Hannahs que habitan en la vida de cada quién.

¡Esperen un momento por favor! Antes de acusarme de re-victimizar a esta crespa en particular, quiero decir que la percepción diagnóstica descriptiva que acabo de exponer la formé desde el capítulo 1 previo a cualquier situación de acoso o abuso en su historia, y la consolidé en el capítulo 2 (en la escena que se desarrolla en 2-27:46, en la parte de atrás del teatro donde trabaja con Clay) tras haber pasado el primer incidente de acoso escolar en su narrativa. Siguiendo la lógica que nos propone la serie, me queda claro que desde el principio Hannah vive su vida tomando actitudes y llevando a cabo acciones que atentan contra su bienestar emocional así como, también desde el comienzo de la serie, muestran cómo busca relacionarse con gente conflictiva y abusadora incluso en contra de las sugerencias de su amiga más cercana; todo esto desde antes de vivenciar las situaciones y de conocer a las personas a las que ella señala como culpables de su muerte. Lo anterior me dice no son los abusos y acosos lo que causan su modo tan violento de relacionarse consigo misma, sino que se trata de una mecánica relacional de ella, algo de lo cual sólo ella hubiera podido hacerse responsable y nadie más. Claro, el acoso lo empeora al resonar con esta mecánica, amplificándola, pero es un patrón con el que ella viene de entrada.


Mi interés, si bien es plantear la cuestión de cómo aproximarnos a las coordenadas de la responsabilidad subjetiva en las situaciones de violencia, acoso y abuso y maltrato al poner de relieve los detalles que la explicitan, no me lleva a dar una respuesta concreta acerca de esto. Este texto es más bien una provocación, una construcción que invita a leer y escuchar de una manera distinta las historias de las cuales somos testigos día a día y, antes de decir condescendientemente “ay, qué pesar que a ella siempre le salgan novios perros que la cambian por otras. Y como es de buena persona…”, nos preguntemos si no será ella que quién está buscando hombres engreídos para poseerlos y así alimentar su propio ego fracturado; o antes de dirigir nuestra agresividad contra los otros diciendo “qué frustración, ¡todas las mujeres son tan dramáticas!”, nos preguntemos si será que nosotros buscamos mujeres conflictivas para intentar arreglar sus desgracias, como si así, de manera especular, pudiéramos resolver nuestros propios problemas y sentirnos menos desgraciados con nuestra existencia. La posición de víctima, la de culpar exclusivamente a los otros por lo que me pasa, siempre ha sido muy cómoda, tanto como la de juez y verdugo que culpa a un tercero con exclusividad. Somos nuestro propio Otro.

El anterior razonamiento nos lleva a preguntarnos también por algunos “accidentes” (como en el final de la tercera temporada de Better Call Saul), y cuestionarnos acerca de si realmente fueron accidentes o si fueron situaciones causadas por el “accidentado” para hacerse daño, de manera consciente o inconsciente, cosa que nos llevaría a reflexionar acerca de si estos acontecimientos son más cercanos a un suicidio. Así que, antes de buscar contra quién dirigir la agresividad cuando acontece un accidente y decir que qué pesar, habría que pensar y preguntarnos si el accidentado no es un suicida encubierto; tal como antes de buscar culpables de un suicidio tendríamos que preguntarnos si el suicida mismo –en alguna medida– no fue también causante de las situaciones que lo llevaron a agredirse antes que aceptarse, a elegir morirse antes que arriesgarse a vivir. Ahí se los dejo.



[Escrito: martes 13/06/2017 y sábado 01/07/2017]


[1] “Responsabilidad” viene del latín. Se puede descomponer de la siguiente manera: Sufijo –idad­, que expresa cualidad; sufijo –bilis que nos habla de una capacidad o posibilidad, que es capaz de; y se forma a partir del supino (responsum) del verbo latino spondere, que es prometer, comprometerse con algo, obligarse a responder.

viernes, 28 de abril de 2017

El sujeto en las ciencias hermenéuticas



BACK-UP

A mi modo de ver, “La interpretación y las ciencias del hombre”, que se trata de un ensayo de Charles Taylor originalmente publicado en septiembre de 1971, es tanto una contundente crítica a las corrientes predominantes de las ciencias sociales y políticas junto a su modo de aproximarse a los fenómenos de la vida del hombre, como una propuesta acerca de qué enfoque podría ser más apropiado para abordar dichos fenómenos. 

En cuánto a la sección que me permito adjetivar como crítica –palabra que tomo en su sentido etimológico en cuanto se refiere a la emisión de un juicio acerca de algo y el respectivo discernimiento que ello implica–, Taylor hace un recuento magistral de la historia de la tradición empirista, pasando por los empiristas lógicos y su particular manejo de los datos brutos en aras de captar sin errores sus objetos de estudio para alcanzar la certeza, hasta argumentar cómo las ciencias sociales y políticas predominantes tienen su fundamento en esta tradición. A partir de esto, desarrolla los motivos por los que, para él, toda aproximación hecha desde este marco conceptual implicará dificultades considerables a la hora de captar y explicar buena parte de los fenómenos sociales, como son la constitución de nuestra civilización occidental como una civilización del trabajo (Taylor, 2005, págs. 184-185) y a su respectivo derrumbe (págs. 190-191). Así pues, con extraordinaria precisión, describe:

Los representantes de la corriente predominante de las ciencias sociales han optado tan profundamente por la concepción empirista del conocimiento y la ciencia que deben aceptar de manera inevitable el modelo de verificación de las ciencias políticas y los principios categoriales que implica. A su vez, esto entraña la exclusión de un estudio de nuestra civilización en términos de sus significaciones intersubjetivas y comunes. Y como consecuencia, todo este campo de la investigación se torna invisible (pág. 178).

Partiendo de esto, páginas más tarde, concluirá que “es necesario trascender los límites de una ciencia basada en la verificación, en beneficio de una ciencia que estudie las significaciones intersubjetivas y comunes inscriptas en la realidad social” (págs. 191-192). Taylor sostiene lo anterior puesto que dichas corrientes tradicionales y hegemónicas no han logrado explicar los eventos que ocurrían a la par de la construcción de su ensayo, como el derrumbe de la civilización del trabajo y la negociación, sumado a que son incapaces de reconocer la complejidad inter-relacional de las significaciones que constituyen estos fenómenos puesto que el campo de estas no es únicamente el de las significaciones subjetivo-individuales (campo en el que las ciencias de orientación epistemológica empírica se han instalado), sino que coexisten con significaciones intersubjetivas y comunes.

De esta manera, dicha forma de ciencia termina por mutilar los fenómenos sociales y políticos para encajonarlos[1]–significantes que introduzco porque a mi parecer son los más acertados para nombrar el efecto que Taylor describe­– en las categorías que ofrece la correlación de variables en el manejo de datos brutos, como señala que ocurre en la ciencia política comportamental (págs. 161-164), o en las categorías que propone la psicología individual bajo la consigna de enfermedad mental y, a su vez, apoyada en los modelos computacionales que las ciencias empíricas adoptaron durante siglo pasado. Cito:

Así, la ciencia predominante tal vez se aventure en la zona explorada por las hipótesis antes mencionadas, pero lo hará a su manera, forzando los datos psicohistóricos de la identidad a entrar en el marco de una psicología individual; en síntesis, reinterpretando como subjetivas todas las significaciones. El resultado podría ser una teoría psicológica del desajuste emocional, atribuido quizás a ciertos antecedentes familiares, como en las teorías de la personalidad autoritaria de la escala F de California. Pero ya no se trataría de una teoría política o social. Renunciaríamos así al intento de entender el cambio de la realidad social en el nivel de sus significaciones intersubjetivas constitutivas (pág. 191).

Es de esta manera como Taylor procede a introducir de forma concisa lo que será su tesis para esta ocasión y que, de paso, me sirve de puente argumentativo para plantear mi visión de que se trata de un ensayo tanto crítico como propositivo.

Puede sostenerse, entonces, que las ciencias sociales predominantes se mantienen dentro de ciertos límites debido a sus principios categoriales, enraizados en la epistemología tradicional del empirismo; en segundo lugar, que esas restricciones son una seria desventaja y nos impiden abordar importantes problemas de nuestro tiempo que deberían ser objeto de las ciencias políticas. Es necesario trascender los límites de una ciencia basada en la verificación, en beneficio de una ciencia que estudie las significaciones intersubjetivas y comunes inscriptas en la realidad social (págs. 191-192).

¿Qué propone entonces? Concretamente, la concepción de las ciencias del hombre como ciencias hermenéuticas: “pero en contraste con la incapacidad de una ciencia que se mantiene aferrada a las categorías aceptadas, una ciencia hermenéutica del hombre que dé lugar al estudio de las significaciones intersubjetivas puede al menos comenzar a explorar caminos fructíferos” (pág. 188). Quiero hacer énfasis en la expresión en contraste con porque su propuesta se basa principalmente en hacer un contraste frente a la incapacidad de las ciencias predominantes de captar, interpretar y explicar más que en clave individual, identificando allí su problema y proponiendo su alternativa en ese mismo punto, haciendo de este su cuartel: “mi principal tesis es que sólo podemos abordar el fenómeno de derrumbe de una civilización si tratamos de entender con mayor claridad y profundidad las significaciones comunes e intersubjetivas de la sociedad en la cual hemos vivido hasta ahora” (pág. 190).

Nos delimita, de esta manera, el marco teórico en el que se moverá su ensayo al poner de relieve, y en contraste con el modelo científico predominante, la captación y estudio de las significaciones comunes e intersubjetivas de la sociedad como necesarias para abordar las problemáticas que de manera meticulosa se ha encargado de describir; a su vez, propone una ciencia hermenéutica como la encargada de dar lugar a dicho estudio a través de la interpretación. Siendo este el caso, entonces, ¿qué y cómo plantea él que es una ciencia hermenéutica? Dirá entonces que “(…) cualquier ciencia que pueda calificarse de «hermenéutica», incluso en un sentido ampliado, deberá ocuparse de una u otra de las formas de significación confusamente interrelacionadas” (pág. 144) ubicando a la interpretación en un lugar privilegiado para el estudio de dichas significaciones.

¿Pero qué entiende por interpretación? “La interpretación, en el sentido relevante para la hermenéutica, es un intento de aclarar, comprender un objeto de estudio. (…) La interpretación apunta a sacar a la luz una coherencia o sentidos subyacentes” (págs. 143-144). A la par, caracterizará al objeto de la interpretación de la siguiente manera “debe ser un texto o análogo a un texto, que en cierto modo es confuso, incompleto, oscuro, aparentemente contradictorio: de una u otra manera, poco claro” (págs. 143-144), para luego listar las implicaciones que esto tiene en una ciencia hermenéutica y su proceder:

Necesitamos, en primer lugar, un objeto o campo de objetos sobre el cual podamos hablar en términos de coherencia o incoherencia, sentido o sinsentido.

Segundo, debemos estar en condiciones de hacer una distinción, aunque sea relativa, entre el sentido o la coherencia atribuidos y su encarnación en un campo específico de portadores o significantes. De lo contrario, la tarea de aclarar lo fragmentario o confuso sería radicalmente imposible. No podría atribuirse ningún sentido a esta idea.

(…) por lo tanto, el objetivo de una ciencia de la interpretación debe poder describirse en términos de sentido y sinsentido, coherencia e incoherencia, y debe admitir una distinción entre la significación y su expresión (págs. 144-145).

Acerca de la tercera condición, la cual dice que también deberá satisfacer, dirá que “(…) en un texto o el análogo de un texto, en cambio, tratamos de hacer explícita la significación expresada, lo cual quiere decir expresada por o para un sujeto o sujetos. El concepto de expresión nos remite al de sujeto” (pág. 145) y, en el párrafo siguiente, concluirá sentenciando que “en consecuencia, el objeto de una ciencia de la interpretación debe tener un sentido distinguible de su expresión, para o por un sujeto” (pág. 145).

Quiero detener la reconstrucción del texto de Charles Taylor en este punto porque es aquí donde aparecen, a mi juicio, varias de las cuestiones más problemáticas de su planteamiento en el aspecto que consideré propositivo de su ensayo, pero sólo me ocuparé de abordar una por cuestiones de tiempo y de espacio: se trata de la tercera condición que debe satisfacer una ciencia hermenéutica, la cuestión del sujeto. ¿Por qué? Porque en el texto se desarrollan con claridad muchas de las nociones y conceptos que sostienen tanto las críticas como las propuestas pero, a mi juicio, no se desarrolla con suficiente claridad la cuestión de qué es un sujeto. A continuación, traeré lo referente a esta noción.

Al desplegar el concepto de significación, páginas más adelante, lo articulará con la noción de sujeto al proponer que “la significación es para un sujeto: no es la significación de la situación in vacuo, sino la que tiene para un sujeto, un sujeto específico, un grupo de sujetos o quizá para el sujeto humano como tal (…)” (pág. 152). Entre las formas de significación, durante su explicación de la significación experiencial, también afirmará que “la significación en este sentido –llamémosla experiencial– es significación de algo para un sujeto en un campo” (pág. 153); cosa que, conjuntamente, afirmará acerca del sentido durante una de las recapitulaciones de las condiciones de la ciencia hermenéutica: “la tercera condición, a saber, que el sentido debe ser para un sujeto (…)” (pág. 159). Finalmente, acercándose a la conclusión de su texto, nos dirá que  en una ciencia hermenéutica el sujeto podría ser una sociedad o una comunidad, además de que “las significaciones son significaciones para un sujeto en uno o varios campos” (pág. 192).

La noción de sujeto que tenemos entonces en el marco conceptual del texto de Taylor es, por lo menos en su fundamentación, aristotélica: estamos hablando de un sujeto como eso a lo que se refieren el sentido, las expresiones y las significaciones, en el sentido de que el sujeto es su punto de referencia: toda expresión, significación o sentido es únicamente en alusión a un sujeto, sea porque es dada por este o para este. Sin el sujeto al que se refieren, no tendrían anclaje, luego no tienen más anclaje que el sujeto.

¿Qué es un sujeto para Aristóteles? En La metafísica, nos dice con precisión que “el sujeto, por su parte, es aquello de lo cual se dicen las demás cosas sin que ello mismo (se diga), a su vez, de ninguna otra” (1994, pág. 224). Asimismo, nos ofrecerá abordajes similares de su concepto de sujeto en Acerca del alma (1978, pág. 237) y en el Órganon, lo que normalmente conocemos como Los tratados de lógica (1982, pág. 34). En resumen, el sujeto es de lo que se habla, a lo que se refieren los enunciados, pues es acerca de él que predican.

Así pues, es lícito afirmar que la noción de sujeto de Taylor está por lo menos fundamentada, si no inscrita, en la de Aristóteles pues, en lo expuesto en su ensayo, toda expresión, significación y el sentido remite a un sujeto –sea porque es para o por este–, teniéndolo como único anclaje y punto de referencia.

Sin embargo, el sujeto que Taylor elige para que la ciencia hermenéutica se ocupe de él no es cualquier sujeto como el lapicero, las teclas de mi teclado o los ratones que viven en el techo de mi oficina, sino que elige al hombre. Aclaro: sujeto y hombre no son lo mismo, y esto es algo que se puede contrastar fácilmente con la caracterización que nos ofrece cuándo afirma que el hombre es “un animal que se interpreta a sí mismo” (pág. 158), lo que lo llevará a constatar que “como hombres somos seres que se definen a sí mismos y somos en parte lo que somos en virtud de las autodefiniciones que hemos aceptado, cualquiera que sea la manera como hayamos llegado a ellas” (pág. 194), y luego a concluir dos páginas más tarde: “(…) el hombre es un animal que se define a sí mismo. Los cambios en su autodefinición producen cambios en su naturaleza (…)” (Taylor, 2005, pág. 196).

Esto nos lleva a una dificultad y se trata de que el concepto aristotélico de sujeto en el que se inscribe la noción de sujeto que Taylor propone no es compatible con la caracterización de hombre que él mismo nos ofrece para ocupar el lugar de dicho sujeto de una ciencia hermenéutica, pues la excede. Este exceso ocurre en la medida en que, como dirá Aristóteles, “ciertamente, el sujeto mismo no se hace cambiar a sí mismo (…), sino que la causa del cambio es otra cosa” (Metafísica, 1994, págs. 82-83), mientras que el hombre de Taylor “está constituido en parte por la autointerpretación” (La libertad de los modernos, pág. 158) y por los cambios que su autodefinición producen en sí. Parece que nos encontramos con un impasse aquí.

Una ciencia hermenéutica no podría funcionar sin sujeto pues, como Taylor señala al comienzo de su exposición, “sin él, sólo hay una elección arbitraria de criterios de identidad y diferencia, la elección entre las diferentes formas de coherencia que pueden identificarse en un patrón dado y entre los distintos campos conceptuales en que es posible testimoniar su presencia” (pág. 145); así como la distinción entre significación y expresión, “aún relativa, carecerá de todo anclaje y será completamente arbitraria si no se refiere a un sujeto” (pág. 145). Es entonces necesario dar con alguna noción de sujeto diferente a la aristotélica para ofrecer un asidero firme a su propuesta de ciencia hermenéutica.


Con el objetivo de ofrecer una alternativa ante semejante impasse, me propongo retomar la obra de Michel Foucault en donde, a mi juicio, hay un concepto de sujeto que se ajusta con mayor precisión a lo planteado por Taylor tanto para los campos (sean de significaciones experienciales, como de contrastes y semánticos), como para su caracterización del hombre, y para el funcionamiento de una ciencia hermenéutica. En El sujeto y el poder dirá que “hay dos significados de la palabra sujeto: sometido a otro a través del control y la dependencia, y sujeto atado a su propia identidad por la conciencia o el conocimiento de sí mismo” (Foucault, 1988, pág. 7); y en 1984, en La ética del cuidado de sí como práctica de la libertad, afirmará:

Lo que yo he querido mostrar es cómo el sujeto se constituía a sí mismo, en tal o cuál forma determinada, como sujeto loco o sujeto sano, como sujeto delincuente o como sujeto no delincuente, a través de un determinado número de prácticas que eran juegos de verdad, prácticas de poder, etc (2000, pág. 267).

Con lo anterior basta para proponer, cuánto menos, una igualdad operativa entre la caracterización de hombre para Taylor y un concepto de sujeto que pueda contenerle sin dar lugar a un desborde o a una inconsistencia. Sin embargo, las riquezas que esta actualización nos ofrece no acaban ahí. Elaboraré un ejemplo de esto.

Charles Taylor propone una distinción entre la ilusión y el error, el cuál podíamos entender como una inexactitud, falsedad, desacierto o equivocación (MMIX, Larousse, S.A., 2010, pág. 401) dado que, como concepto, se ubica en el campo de ciencias empíricas tradicionales. Por su parte, la ilusión en cuanto noción habitará en las ciencias hermenéuticas y la describirá de la siguiente manera:

Hablamos de «ilusión» cuando abordamos algo de mayor sustancia que el error, un error que en cierto sentido construye una realidad falsificada propia. Pero los errores de interpretación de la significación, que también son autodefiniciones de quienes interpretan y por tanto dan forma a su vida, son en este sentido más que errores: los sostienen ciertas prácticas que ellos constituyen (págs. 194-195).

En su texto, esta definición no tiene asidero más que en la caracterización del hombre en cuánto animal que se autodefine. Si no se hiciera referencia a este último, no podríamos explicar, por ejemplo, cómo un sujeto aristotélico es propenso a la ilusión dadas sus propias interpretaciones de significaciones y las prácticas que estas constituyen, así como esta auto-constitución del sujeto a través de las prácticas, la interpretación y la ilusión, que le desbordaría una vez más perdiendo la consistencia necesaria para esta noción y condicionando la existencia misma de una ciencia hermenéutica.

En cambio, pensar esta misma cuestión de la ilusión desde el concepto de sujeto foucaultiano nos permitiría hacer uso del concepto de poder que se ajusta con mayor precisión a lo descrito por Taylor como los efectos de la ilusión:

En sí mismo, el ejercicio del poder no es una violencia a veces oculta; tampoco es un consenso que, implícitamente, se prorroga. Es un conjunto de acciones sobre acciones posibles; opera sobre el campo de posibilidad o se inscribe en el comportamiento de los sujetos actuantes: incita, induce, seduce, facilita o dificulta; amplía o limita, vuelve más o menos probable; de manera extrema, constriñe o prohíbe de modo absoluto; con todo, siempre es una manera de actuar sobre un sujeto actuante o sobre sujetos actuantes, en tanto que actúan o son susceptibles de actuar. Un conjunto de acciones sobre otras acciones (Foucault, 1988, pág. 15).

Partiendo de aquí, se nos posibilita concebir los campos de significaciones experienciales y campos de contrastes (Taylor, 2005, pág. 157) articulados y atravesados directamente por las significaciones intersubjetivas y comunes dado que estas habitarían como influencias, es decir, como juegos de poder, ya que se constituyen como acciones  y prácticas que recaen sobre sujetos actuantes, sobre el acto mismo de interpretar.

Es claro entonces que una concepción de sujeto foucaultiana nos ofrecería un espectro de fenómenos más amplio para una ciencia hermenéutica, articulando sus conceptos y nociones con las experiencias de manera más precisa e incluso menos complicada en su retórica argumentativa, además de prevenir la inconsistencia y el desborde de los conceptos y nociones en esta si se continúa por una línea aristotélica. No obstante, realizar este cambio por el concepto de sujeto de Foucault llevaría a reorganizar conceptualmente lo que se ha dicho hasta ahora de las ciencias hermenéuticas de acuerdo a sus posibilidades y limitaciones respectivas, pero ese no es mi papel el día de hoy.








Referencias


Aristóteles. (1978). Acerca del alma. Madrid, España: Editorial Gredos.
Aristóteles. (1982). Tratados de lógica [Órganon] (Vol. I). Madrid, España: Editorial Gredos.
Aristóteles. (1994). Metafísica. Madrid, España: Editorial Gredos.
Foucault, M. (Jul. - Sep. de 1988). El sujeto y el poder. Revista Mexicana de Sociología, 50(3), 3-20.
Foucault, M. (Octubre de 2000). La ética del cuidado de sí como práctica de la libertad. Nombres: Revista de filosofía, 10(15), 257-280.
MMIX, Larousse, S.A. (2010). El pequeñlo Larousse ilustrado. Mexico D.F.: MMIX, Ediciones Larousse, S.A. de C.V.
Taylor, C. (2005). La libertad de los modernos. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu Editores.







[1]Cajón” también se le dice al ataúd acá en Colombia, ¿no?

martes, 31 de enero de 2017

La diferencia entre gusto y amor

De a pocos voy haciendo las paces con levantarme a las 3 ó 4am a comer algo para evitar la gastritis matinal, y está bien. Soy mi cuerpo frágil tanto como soy mi impulso a crear a esa hora. Ahí no hace falta cambiar, así está bien.

Y si, quizá lo que en estas generaciones llamamos “gusto” sea poco más que esta reacción química que nos compele a reproducirnos, ‘la trampa de la naturaleza’ para preservar la especie a través de la urgencia de excitación sexual, el goce vuelto impulso a tocar. No obstante, he de rescatar un concepto: si desear es un no-todo marcado por la creatividad, en parte se trata de un acto sublimatorio en cuánto no es un ‘gozar del objeto’ en cuanto tal ($ <> a) ya que no es directamente fantasmático, sino que está atravesado por la castración, por el “no-todo” que lo constituye. Es constructivo de un modo diferente al gusto sexual y su respectivo goce.



Ahí está la gran pérdida de occidente: al asemejar el gusto y el goce sexual con el deseo y su creatividad, se ha difuminado la forma de intimidad amistosa (filial) propios del deseo y del amor al subsumirlos en maratónicas sesiones sexuales en las que se nombra como ‘amor’ a un encoñe duradero. Muy rico, sí, pero la diferencia entre esas dos cosas es bien grande.

Cuando en psicoanálisis se dice “No hay relación sexual” no se habla del sexo, porque es evidente que sexo si tenemos. Bueno, últimamente yo no, pero ajá, me hago entender. Sexo si tenemos; lo que no tenemos, lo que no hay, es la relación equilibrada, equitativa y correspondiente a lo ideal entre los implicados: no hay sino desencuentros entre nosotros, no hay sino choques y conflictos constantes en las relaciones humanas, ahí está la clave. Es por esto, por el perpetuo desencuentro social para el que somos bienaventurados los seres humanos, que podemos diferenciar con facilidad el gusto (goce) y el amor (deseo).

Me despliego. El gusto sexual tiende al goce de los organismos, a un disfrute acéfalo, irreflexivo, descerebrado, a la posesión, pues busca la asimilación del otro en un esfuerzo de fundirse en uno, sea a través de devorar o absorber al otro, o ser devorado o absorbido por el otro, tal como hacemos con la comida. Es un consumo-del-todo dónde nada nunca es suficiente. Busca, pues, erradicar el desencuentro y los conflictos de esa relación al borrar las diferencias subjetivas y a veces físicas entre los implicados, hacer que el otro sea yo o que yo sea el ideal que tengo del otro. Así, con una persona de la que se gusta, es callados como se tiene sexo, como se goza de su organismo.

Para hablar del amor, tendré que citar a Lacan: “Está claro entonces que es hablando como se hace el amor” (XIX, creo). El amor, pues, se hace, se crea, se construye; hacer-el-amor, todo junto. ¡Ahí está lo que hace ser deseo al deseo! No trata del lenguaje en tanto código o estructura, sino de la comunicación durante el sexo. Hablar siempre implica un no-todo (no-todo se puede decir, no-todo se puede captar, no-todo se puede saber…), implica impotencia, falta, impulso y construcción.

Conversar termina evitando que la sexualidad humana se trate sólo de una mera experiencia orgánica o de un simple desborde de fantasías mutuas, de fantasmas de incorporación mental y mezcolanza corporal con el otro en aras de hacer desaparecer lo que nos hace falta. Quién intenta completarse o completar al otro termina por imponer una silenciosa fusión, una forma de dominación que niega la subjetividad y la libertad de los participantes que puede convertir a una relación en una condena tan ficticia como concreta.

Hacer-el-amor implica la responsabilidad –como dice Fromm– de hablarnos, es conversar para enfatizar en lo diferentes que somos en vez de fantasear que nos fundimos con el otro, dialogar ayuda a mantenernos distintos, velados, misteriosos pero conocidos y desencontrados aun cuando esto significa matar un poco el gusto y dañar el ambiente. Es por esto que, en este plano, lo que une a dos personas es su intimidad, su modo particular de compartir entre ellos su subjetividad, y lo que los separa son las fantasías y los ideales de los que podrían elegir gozar en silencio de manera solipsista mientras sus cuerpos están en contacto, mientras gimen y suspiran no más. Esto me sirve para decir que vincula a quienes se aman es más su amistad que el goce y el impulso propio del gusto sexual o las desmesuras de la fantasía y de lo ideal.

Vale anotar con claridad lo que ya insinué: Si, estas personas que callan, que tienen sexo mientras idealizan y fantasean usando el cuerpo del otro, disfrutarán más y más intensamente que las personas que comienzan a conversar entre ellos, que comienzan a desearse y amarse por quienes son, por lo diferentes que son. Amar implica una pérdida de goce, pero también una pequeña ganancia en la capacidad de creación. Cada quién elige, cada vez se elige.

Al amar, lo que nos impulsa a vincularnos no es el gusto, sino lo que nos hace falta y que nos invita –humildemente– a conversar, a desencontrarnos, a chocar con el otro una vez más; mientras que el gusto sexual y su respectivo goce invitan a eso, a gozar y ya, tendiendo hacia la manía y al narcisismo, hacia creer que nada nos hace falta y que con todo podemos siempre y cuando el otro nos complete, llevándonos a la dependencia y a la muerte del vínculo en cuanto tal, a la producción de una simbiosis parasitaria (o un comensalismo en el menos incómodo de los casos). Una pequeña evidencia de esto es lo común que es ver cómo hay muchas amistades en que habita un intenso deseo de vincularse, de compartir, de construir, sobreviviendo a través de los años y los daños, fortaleciéndose con cada crisis; mientras que muchas relaciones de pareja son más bien habitadas por violentas nociones de deber y por expectativas que se imponen como libretos sobre el otro y sobre sí, cohibiendo todo tipo de expresión, erradicando la espontaneidad.

Ya lo había dicho hace un tiempo: los aspectos de co-creación y acompañamiento incondicional propio de la vida amorosa en general ha recaído en el campo de la amistad, dejando únicamente las expectativas y los deberes (siendo ambos consecuencias imaginarias del “gusto”) junto al goce sexual como fundamentos y nutrientes de las relaciones de pareja. Y luego se quejan, critican o reclaman porque cosechan un mierdero cuando intentan dizque “amar” así, sin contar a los que salen corriendo, afanados en la búsqueda de algún otro pendejo del cual esperar que los saque de la desilusión que no quieren afrontar.

Tomado de: mensxp.com

Darse cuenta de que el otro es otro, que es distinto a mí y a lo que yo espero de este, al mismo tiempo en que me doy cuenta de que yo no soy lo que quiero ser –es decir, darme cuenta de que no soy mi ideal–, no es excitante… es aterrorizante, avergonzante, culpabilizante, angustiante y demás, pero es así como es posible vincularse entre personas, como llegan a amarse y desearse. Hay que ser muy humildes y muy valientes para amar, para conversar, para afrontar los desencuentros junto a los choques y conflictos de las relaciones humanas, para aceptar las diferencias y hablar para distinguirse activamente, para construir algo juntos en vez de sólo gozar de nuestras ficciones y mutuas masturbaciones en el silencio sepulcral de la muerte de la creatividad.

Con humildad, sabiduría, esfuerzo, voluntad y mucha valentía es como, a cambio de perder un puñado de goces y fantasías, nos ganamos el derecho a amar, a desear. Quién no se lo haya ganado, tiene bien merecido su mierdero y su condena.


(Obama, out. *drops mic*)
[Escrito: miércoles 04/01/2017.
Corregido: lunes 30/01/2017]

Día 2

Comenzar un año sin agüeros, sin esperanzas ni condenas, sin pequeños delirios que aspiren a controlar lo que mañana ocurrirá es incierto, azaroso, liviano y enriquecedor. Tengo ganas de salir a la calle alentado por una curiosidad serena acerca de qué me depararán estos tiempos a penas nacientes. Día 2.

¡Humanidades! Llevo tiempo diciéndolo. No creo que haya algo distinto a las humanidades dulces y amargas de las que hace ya un tiempo, perdidamente, me enamoré. Eso me trae una sonrisa al rostro y una sensación de delicadeza y ternura en mi escribir.

¿En qué creen los que no creen? Que le pregunten al ya fallecido Eco. Por mi parte, creo en lo humano, creo en la tierra (humus) que nos compone como impulso a amar y a retornar a ella por igual.

Este año quiero cultivar. Ya hice mi purga emocional, así que quiero construir y abrirme a otras personas, a otros paisajes, a otros labios, a otras voces y otros tactos. Soy paciente y deambulante.

No tengo nada que estrenar más que mis labios rotos por el frío en el nevado y mi actitud. No tengo más que mi falta que me impulsa a moverme en alguna dirección.

¡Que se muestren los que tengan que hacerlo! Ahora estoy para otro tipo de gente. No sólo es cortar. Es cortar, sembrar y seguir para construir algo más.


[Escrito: lunes 02/01/2017]

Corte

Tomado de: Hogarmanía
Es que no me queda nada…

Quedarse sin nada, más que una penitencia o una pérdida, me parece una liberación. Siento un desprendimiento, como que, de a pocos, voy dejando atrás una cantidad de entramados que me han causado inmenso dolor.

Cierre, corte, caedere. Es hora de ir terminando.

El silencio de la montaña y las discusiones cuesta abajo sólo me han ayudado a asumirlo con firmeza. No estoy para muchos vínculos y esta vez lo digo sin violencia; soy firme y sistemático para amar, para crear y, hoy, para cortar. No tengo arrepentimientos, no hoy. Este es el momento para cerrar, para cortar y talar con minuciosidad. Lo asumo, lo mantengo y me hago responsable de esto. Recuerdo a Sabina: “Este ‘adiós’ no maquilla un ‘hasta luego’, este ‘nunca’ no esconde un ‘ojalá’.  Estas cenizas no juegan con fuego, este ciego no mira para atrás. Este notario firma lo que escribo, esta letra no la protestaré. Ahórrate el acuso del recibo, estas vísperas son las de después.” Me quedo con pocos, pero me quedo con quién me quiero quedar: amigos de mi vida, ecos de mi infancia, presentes a su manera, luces y compañías.

Me da gusto saberme acompañado para esta época, me da gusto cortar y talar sabiendo lo que elijo como amigos (filia) por una vez.

No me queda nada, nada tengo, nada que se pueda tener. Pero en mi vida hay algo que da calor y escapa a toda posesión. Hay cariño, hay confianza, hay una profunda diferencia que nunca se deja de poner en acto; crear y diferenciar. Hay en mi vida amor y compañía. Eso es lo que elijo sembrar para el año próximo junto a la serenidad y la valentía que implican desear.

El futuro no lo sé, lo desconozco. Hace dos años sembré un dolor gigante con toda la coherencia que en el momento tenía, un terror monstruoso, un miedo que me consumía; y hoy, después de más de 700 días, me veo lazando a gusto, rodeado de frutos que me causan una suave alegría.

Valió la pena. Ha valido la pena llegar hasta aquí. Y, si sembrando tan poco, tanto pudo nacer… hoy tengo más qué cultivar y menos qué esperar. ¡Ya veremos qué aparecerá!

Escribir, lo juro, me hace sonreír.

No soy bueno creyendo, pero hoy tengo fe. Una muy sincera, cálida, y pausada fe que me llena de ternura. Confío en mí, confío en mi destino (tyché), confío en mi futuro sin conocer su traje, su rostro o su semblante. Confío en lo que soy y en lo que habita en mi vida, confío en todo cuanto puedo confiar de lo que soy y me rodea. Tengo fe en mí, y lo digo con humildad: no tengo fe en eso de lo que soy o debería ser capaz, sino en lo más básico de lo que soy, que condiciona quienes quieran y puedan sujetarse a mí. Tengo fe en ese granito de locura que me hace ser quién soy.

Hoy no tengo miedo a que sea mañana. Ha valido la pena llegar hasta aquí, estoy feliz.  Siento gratitud con ellos y conmigo. Esta vez, parafraseando a Boaventura de Sousa Santos, cortar y decir ‘no’ a tantas relaciones ha sido decir ‘si’–como el niño de Nietzsche–  y cultivar  lo que amo, lo que hace que me valga la pena exsistir.

Yo seguiré cantando y queriendo a los que quiero, amando como amo, a pesar de la falta de palabras al respecto. Imagino que ellos lo saben, deben por lo menos sospechar la pena que me da desbordarme así de cariño, así que necesito callar y actuar sin más. No me quedan cortas las palabras, por eso elijo no-todo-decir. Sin embargo, me alegra sentirme siendo más cálido cada vez. Callar tiene la ventaja de que no me tengo que explicar para abrazar. El cariño es más sencillo de lo que uno podría imaginar.



[Escrito: viernes 30/12/16]

Bartender

Tomado de: https://www.bevspot.com/2016/06/22/staff-turnover-hospitality-industry-high/
¿Cuál es la diferencia entre un bartender y un psicólogo?
Que el bartender si ofrece soluciones.


[Escrito: lunes 23/11/2016]

Consideraciones anticonceptivas: Provocación

Un poco en vía contraria al imaginario cultural, creo que el primer beso no debe ser “perfecto”, sino que debe ser tan ambiguo e insatisfactorio que deje plantada una duda y siempre deje queriendo más. Un buen primer beso es una provocación: debe dejar en falta, impulsando a repetir, invitando a desear.


[Escrito: viernes 04/11/2016]

Plástico

 
Tomado de: Link
-Se puso tetas.
-¿Para qué?
-Para sentirse mejor con ella misma.
-Eso no se cura con plástico.
-… Qué pesarsito.

[Escrito: miércoles 19/10/2016]

Intencionar

Tomado de: Link
No hay buenas intenciones o malas intenciones. Hay intencionalidad, como Brentano lo propone, que talla la construcción de un fenómeno, le esculpe y le optura al herir nuestra sensibilidad. Siendo así, no depende casi del objeto en cuanto real –noúmeno–  si impacta o no en una persona o el modo en que impacte, sino que depende especialmente de esta persona como sujeto. Así, tiene mucho más peso decir “no hay relación sexual”, “hay de lo Uno”, “hay desencuentro”.

No hay dispositivo, disposición o ideología, sino modos de producción particulares, personalizados, singularizados, que se construyen marcados con este intencionar, con eso que es cada uno y queda tallado en sus modos de crear e incluso de interpretar, de producir sentidos y alternativas, intuiciones de mundos, universos de sentidos.


[Escrito: miércoles 19/10/2016]