lunes, 26 de mayo de 2014

Folklore

¡ Quac !
No hombre, no es que Colombia sea un país sin memoria:
¡Es que tenemos la costumbre de Pasar al acto*!

Es que la gente no lo entiende: Colombia es pasión,
Colombia es Folklore.


*Pasaje al acto: Wikipedia: Paso al acto (link)
*Video recomendado: Palabras de Jaime Garzón, para no olvidar (link)
[Escrito: lunes 26/05/2014]

sábado, 24 de mayo de 2014

A propósito de los comicios de mañana

Sinceramente, me gustaría tener la disposición a hacer un texto más decente para mostrar ámpliamente mi posición a propósito de los comicios de mañana, pero con la gripa que tengo no es que tenga la capacidad cognitiva para eso. 

En cualquier caso, quiero recordarles que su voto tiene poder y, por tanto, pedirles como favor que voten a consciencia tanto por un candidato o candidata como por su programa de gobierno; no se dejen llevar sólo por la pasión que les produzca la imagen de un candidato o por su capacidad discursiva, pero tampoco ignoren este aspecto.

También tengan en consideración los chismes, rumores y procesos judiciales asociados con su candidato sabiendo que no todos y no todo de ellos es veraz, pero que algo de veracidad han tener pues, tanto un chiste como un chisme, tienden a decir una "verdad" velada en ellos... gracias a Freud por esa consideración.

A usted, lector(a), no le pido que vote por mi candidato(a), le pido que vote por usted mismo y por el país que usted desea. Para estos casos, creo que el fanatismo nos nubla profundamente, así que le pido que haga uso de su sensatez de modo razonable y prudente para elegir por quién depositar su voto mañana.

Gracias por leer.


[Escrito: sábado 24/05/2014]

Psicoterapia, terapéuticas del alma y mutuo cuidado de sí

Introducción:
Este semestre me ha ocupado una cuestión en especial: la pregunta por lo terapéutico. A lo largo de este texto no sólo podré contarles cómo ha sido mi proceso en el abordaje de esta pregunta, sino que también me propongo esbozar una respuesta coherente ante mis urgencias y mis puntos de vista académicos, teóricos, epistémicos y prácticos.

El hilo temático que propongo para recorrer este laberinto se compone de cuatro problemas, es decir, cuatro distribuciones de puntos relevantes que están descentrados (Foucault, 1995 [1970], pág. 7), como un laberinto sin más minotauro que uno mismo, y que siempre está en movimiento. Ellos son: El problema de la psicoterapia, el problema de la terapia y lo terapéutico, el problema de qué hace a una “buena” psicoterapia y para concluir, un breve abordaje de lo que me he permitido llamar el problema del “mutuo cuidado de sí”.

Les deseo una lectura amable.


Psicoterapia
La grata lectura de un didáctico y humorístico texto (tanto en sentido hipocrático como en el de Suso o Padre de Familia, porque está mucho más ácido que Sábados Felices) de Héctor Juan Fiorini con el título "¿Qué hace una buena terapia psicoanalítica?" me han permitido alcanzar varias conclusiones y retomar otras que ya había elaborado anteriormente.

Lo primero a traer a colación es una cita que reside en la primera página del ya mencionado texto:

Una buena psicoterapia es aquella que puede sostener un proceso terapéutico, un proceso de cambios, de crecimientos, y enriquecimientos psíquicos, con influencias positivas en el modo de estar en el mundo, en los vínculos, en los vínculos consigo mismo y con los otros, en las acciones y en las producciones de cada uno. 
(Fiorini, 2001, pág. 1)

Con esto, de entrada ha de quedar claro que, en cuanto terapeutas, “tenemos que escuchar al paciente para que el paciente nos pueda guiar, él también tiene que escucharnos para que nosotros podamos destacar a dónde creemos que podría ir el tratamiento; el tema es un equipo trabajando y negociando sus perspectivas […].” (pág. 4), de tal manera que el principal modo de errar en una psicoterapia es no estar abierto a las necesidades, demandas y deseos del paciente, no proporcionando un apoyo al proceso de cambio que el paciente ha ido a buscar; siendo así, resulta vital para la psicoterapia el “crear y cuidar la alianza terapéutica, que es la disposición a trabajar juntos” (pág. 1).

Es para mí necesario unirme a la amplia, aguda y cómica protesta que Fiorini realiza frente a los enfoques que -por diversos motivos- aumentan su frecuencia modal entre la población conformada por los singulares especímenes que practicamos las psicologías, las terapéuticas del alma y las distintas formas psicoanalíticas. Esto se debe a que, después de todo, estas elecciones teórico-metodológico-praxicas y clínicas no se hacen sólo por afinidad, sino que también representan un modo de afrontar lo propio y la otredad, representan la elección de una forma (más o menos exclusiva) de trabajar con ciertos fenómenos, todo en búsqueda de la propia comodidad como psicólogos, terapeutas o analistas… 

Del anterior modo, no es difícil que un psicólogo o analista sea visto por su paciente como un estafador al percibir su reaciedad a salir de su zona de confort, reaciedad a contactarse con él del modo en que le propone o necesita, refugiándose en la ortodoxia de la aplicación de la técnica... incluso a Lacan lo han tratado de "estafador" y "macaneador" por este motivo, y Mario Bunge no ha dudado en llamar al psicoanálisis como una mera "brujería", pero también eso es respetable. Después de todo, la mayoría de pacientes van buscando terapéuticas, no un análisis ni un mero estudio de su personalidad.

Cada visión (o vicio-n) de la mente humana que destaque la moda de las disciplinas Psi en alguna época específica servirá también para establecer un patrón de modos de ser en ese espacio, encarnando una entidad de control de las formas del alma, es decir, una policía cultural cercana a la Orwelliana: La "Policía del Pensamiento" en 1984.

Quiero resaltar dos elementos más del texto: el primero es que, para ser un texto sobre terapias psicoanalíticas, las referencias claramente son de una orientación diversa y que me emociona profundamente compartir: Deleuze, Guattari, Foucault, Morin, Ricoeur… de esto, arbitrariamente, reafirmo la conclusión a la que ya había llegado anteriormente: la terapéutica ha de ser pensada desde la filosofía (en sentido estricto, ahora no metan a Pablo Cohelo en este parche) para no hacer de esta un simple adoctrinamiento ciego, una creadora de escotomas. Así, creo que una buena terapia se puede lograr a través de pensar la terapéutica como un concepto filosófico, no de verla como una mera praxis, técnica o metodología.

Lo segundo hace referencia a la necesidad de apertura del terapeuta a los distintos modos de salud que una persona pueda desear para sí, o más específicamente, los distintos modos de ser que guste encarnar o enfrentar ese sujeto o ese ser... Es que Fiorini a ratos pareciera ser Heideggeriano. En todo caso, al menos la mitad de la relación terapéutica necesita de la apertura del terapeuta a las dinámicas del paciente. Después de todo, si bien el terapeuta ha de ser paciente con los síntomas y modos de relación del paciente, también el paciente ha de ser paciente con los modos de relacionarse y síntomas del terapeuta. Una buena terapia es la que el paciente necesita para sostener su proceso, no la ejercida desde tal o cual perspectiva y, en este sentido, el terapeuta es el que menos sabe entre ellos dos qué es lo que el paciente necesita, qué fue a buscar, qué desea y qué demanda para su propio proceso.


Terapia y lo terapéutico:
En esta línea de ideas, considero necesario afianzar y profundizar el concepto de “terapia” trayendo a colación la etimología: viene del griego therapeíā (θεραπεία) que traduce “tratamiento”, siendo esta una aproximación medianamente decente al manejo que Hipócrates hacía de este concepto en “Sobre las articulaciones”, pero más especialmente en “Sobre fracturas” y en “Sobre la dieta en enfermedades agudas”.  Es una lástima para mí no tener a la mano los mencionados fragmentos del Corpus Hipocráticum en estos momentos para hacer mayor ilustración de este, o del siguiente punto.

Hay otra acepción complementaria a la de “tratamiento” que la traducción directa de Hipócrates no logra asir, pero que se encuentra ampliamente considerada por Hipócrates: therapeíā (θεραπεία) se trata también del cuidado que ha de tenerse frente una condición específica en su tratamiento, es decir, para sostenerlo. Así, el tratamiento no sólo es el fármaco (Pharmakón) con el que se cura, sino también los cambios alimenticios, los hábitos que se recomiendan para facilitar el tratamiento o para evitar más daños en el organismo, hacer menos doloroso y acortar el período de recuperación entre otros. Entonces, el cuidado de la therapeíā comprende mucho más que una curación orgánica, a tal punto en que es un claro antecesor –bastante ignorado por cierto– de la psicoeducación, pues es bien sabido que Hipócrates también se valía de explicarles a las personas que trataba cómo funcionaba el cuerpo humano para que ellos evitaran movimientos y alimentos que no les convenían en su recuperación; de ahí surge la teoría de los Humores, como material didáctico.

Cabe mencionar también que la aproximación que Sócrates hace a través de su incómoda pregunta por el “ocuparse de sí” (que aprendió en el ejército griego) guarda alguna relación con esta noción de cuidado, pero no con la de tratamiento; mientras que la distinción que hace en el diálogo Cármides, diferenciando entre los fármacos (pharmakón) y los conjuros (ensalmos, rezos o epodé), es decir, las palabras que se le dicen a una persona y que hacen que también su alma descanse. Este es el primer registro conceptualizado de la implementación a conciencia de lo que podríamos llamar una “psicoterapia verbal”, guardando relación directa con la noción de tratamiento, pero no con la de cuidado.

La anterior concepción amplia de cuidado resulta vital en mi modo particular de concebir las terapéuticas psicológicas: únicamente sería coherente ostentar ese nombre si la labor psicológica está orientada explícitamente a una terapéutica, es decir, a que el sujeto desarrolle y afine su capacidad de cuidar de sí. Siendo así, las concepciones clínicas de la psicología orientadas exclusivamente a la adaptación del sujeto a un entorno específico no serían terapéuticas, como tampoco lo serían las prácticas psicológicas que propenden por el buen funcionamiento de un sistema o una institución, ni las metafísicas fantasmáticas que pretenden sintomatologizar la “verdad” para ofrecer una lectura de esta como una mera cadena de signos. Lo anterior no significa que no puedan llevarse a cabo acciones terapéuticas desde estas visiones, sólo pretendo aclarar que sus pretensiones y metodologías no se orientan hacia lo terapéutico como tal.

Siendo así, seré gustosamente cruel con algún Lacan y traeré a un Foucault enardecido tras la lectura de Lógica del sentido y Diferencia y repetición, ambos de Guilles Deleuze. Enérgicamente, afirma Michel Foucault en Theatrum Philosophicum: “En cualquier caso, es inútil ir a buscar detrás del fantasma una verdad más cierta que él mismo y que sería como el signo confuso (inútil es, pues, el «sintomatologizarlo»" (Foucault, 1995 [1970], págs. 12-13). Que un proceso analítico ortodoxo o una lectura psicoanalítica tenga efectos terapéuticos no hace de ellos terapéuticas, pues su descuido del otro y la huída de la relación que emprenden algunos analistas desemboca en una transferencia glaciar y desinterezada, que dice ser llevada a cabo en aras del enfoque al texto y en alianza con un afán de “verdad” que supuestamente se ubica velada tras el fantasma; de modo que dicho descuido no se hace a favor del cuidado del sujeto que sufre, demanda, necesita, desea y vive, aun cuando es posible que dicho sujeto aprenda a cuidarse justamente a raíz de eso.

No dejaré pasar esto impune: En alguna ocasión Lacan dice concebir al psicoanálisis como una perversión (père-version), pero quizá a algunos han llegado perversamente demasiado lejos en esta concepción al estar tan empeñados en la lectura del texto, dejando de lado al sujeto que sufre junto a ellos, en el diván, y que empujan despiadadamente fuera de este pasados 8 minutos, sin que esto afecte siquiera sus honorarios, o a su Superyó. Anoto que uno siempre podría encontrar una verdad tras las palabras, o "La Verdad" si se quiere, tal como se puede delirar, ficcionar y fantasear infinitamente en la nebulosa, o masturbarse con lo turbio, oscuro y difuso que ofrecen las palabras complicadas al ser usadas innecesariamente para parecer inteligente, para disfrazarse y confundir... ¿Será a esto a lo que se le llama "ortodoxia"?

Sin embargo, cabe aclarar que la visión del sujeto como un sujeto del lenguaje ha brindado muchas herramientas para la interpretación y lecturas bastante útiles, pero al llegar a los límites de esa construcción nos encontramos con una tautología estéril en el lenguaje que parte de la delimitación freudiana de las condiciones de posibilidad ontológicas e interpretativas en el Psicoanálisis, límites que son vueltos lingüistería en el Campo Lacaniano; punto en el que profundiza con gran claridad Collet Soler en El en-cuerpo del sujeto. Suficiente para las orto-doxias demagógicas; no quiero hablar de uribismos estando ad portas de las elecciones presidenciales... sería como sospecharse un cáncer agresivo durante las vísperas de año nuevo, o temer la cirrosis en pleno diciembre.

De igual manera, ciertos grados de fenomenologización tampoco van alineados con una concepción terapéutica en cuanto optan por otro desplazamiento fantasmático: “inútil es también anudarlos [los fantasmas y las fantasías] según figuras estables y constituir núcleos sólidos de convergencia a los que podríamos aportar, como a objetos idénticos a sí mismos, todos estos ángulos, destellos, películas, vapores (nada de «fenomenologización»)” (pág. 13)

De este modo, a todo lo que habita en la fantasía se le da una especie de materialidad indudable... un ejemplo de esto es que los fenomenólogos optan por no decir "he estado temiendo que me pase algo al salir de terapia" sino "siento que me atropellará un automovil al salir de aquí"; o no decir "me siento triste", sino "soy tristeza", siendo estos movimientos propios de las psicologías fenomenológicas. Llegados a este punto, no es posible poner en cuestión ni contrastar lo que un sujeto vive, siente o fantasea, sino que se da por sentado, como una verdad en sí misma, se le da una materialidad indudable por ser una experiencia. La "Zona intermedia" o la "Zona de la fantasía" de Winnicott no es intermedia, sino que se convierte en una realidad aparentemente indudable.

Partiendo de esto, se explica por qué, en vez de buscar generar las condiciones para el cuidado de sí en estas posturas, se da un movimiento epistemológico circular que termina por afirmar y reafirmar con certeza la fantasía con el grosor de una ontología materialista tan tautológica y estéril como las de algunos psicoanálisis. La fenomenología es también una doctrina.

Si no hay algún tipo de contención en la subjetividad del terapeuta, es decir, si no hay una posición terapéutica en alguna medida, aun cuando las acciones que se lleven a cabo tengan algún efecto terapéutico, el dispositivo desde el que se opera no será terapéutico. Así mismo, como la fantasía se hace sólida en la ontología fenomenológica, no hay posibilidad de ponerla en cuestión, ni siquiera de someterla al diálogo o compartirla en el encuentro con el otro. Por el contrario, se hace una cosa-en-sí (Sartre) materializada por una conciencia, y el sujeto se vuelve una suerte de individuo, un solipsismo arrojado al mundo sin posibilidad de vínculo, relación o sujetación.
La postura fenomenológica en Husserl se compone de tres vías: la vía filosófica, la ontológica y la metodológica. Ninguna de las tres se asemeja a una posición terapéutica, pues la filosófica se ocupa de los planteamientos acerca de qué es la experiencia, la ontológica se ocupa de la relación de la conciencia con el mundo-de-la-vida (lebenswelt) y la metodológica se hace cargo de estudiar el método mediante el cual la consciencia capta los fenómenos y el modo a través del cual eso puede ser estudiado. Dicho de otra manera, la posición fenomenológica es un estilo de vida, no un estilo terapéutico visto desde lo teórico; mientras que en lo práctico, no dista de hablar con un amigo con suficiente conocimiento de lingüística para hablar tautológicamente.

Por consiguiente, las posturas fenomenológicas más ortodoxas tampoco tienen un espacio de acercamiento al otro, sino que viven un movimiento de ida y vuelta permanente que vaga entre el sentir la experiencia y el experimentarla, sin brindarle a un sujeto herramienta alguna para enfrentar sus angustias o su sufrimiento, ni velando por mantener y alimentar la relación terapéutica que servirá para dar soporte a un proceso satisfactorio; es decir, los dos implicados en el espacio "terapéutico" terminan constituyendo dos electrones que divagan infinitamente al rededor de una misma situación, pero nunca se encuentran. Un terapeuta puede ser entonces de corte existencial y tomaría por nombre "psicoterapeuta", pero no podría ser de corte fenomenológico si se desmenuza este concepto con juicio.

En un caso aparte a los dos anteriores, Fiorini parece percatarse del asunto del cuidado con prontitud, pues lo anuncia en negrillas en la primera página cuando resalta, como cité anteriormente, la importancia de “crear y cuidar la alianza terapéutica, que es la disposición a trabajar juntos” (Fiorini, 2001, pág. 1). Siendo así, propongo que es el cuidado de la relación terapéutica (más allá de si es alianza, proceso empático, “raport”, vínculo, relación objetal, relación con el objeto o algún otro tipo de relación a nivel ontológico y epistemológico) lo que brinda las condiciones adecuadas para que un sujeto, sea sujeto-terapeuta o sujeto-paciente, desarrolle su capacidad de cuidar de sí en aspectos hasta entonces descuidados.

Pienso entonces que, como cada sujeto se pone en la relación terapéutica (y ciertamente también se pone en juego y en cuestión), el cuidar esta relación implica no sólo cuidarse a sí mismo, sino también cuidar del otro implicado en esta sin importar que sea paciente o terapeuta. En esto consiste el sostener la relación para que se dé un proceso terapéutico, aclarando que tanto el paciente como el terapeuta lo viven... es decir, el terapeuta también va a terapia cuando hace terapia y cuida de la relación, de sí mismo y de su paciente en esta. Dice Joan Coderch en "La relación paciente-terapeuta":

En cada proceso psicoanalítico el analista ha de percibir su manera de organizar el campo con un determinado paciente, lo cual le permitirá descubrir sus preconcepciones, modificarlas, enriquecerlas y dejar de estar encadenado por ellas. Por eso, con razón decimos que en cada análisis el analista, si «cura» al paciente, también se «cura» a si mismo.
(Coderch, 2001, pág. 234)


¿Qué hace a una "buena" psicoterapia?
Partiendo de todo lo anterior, una "buena" psicoterapia sería aquella en la cual un paciente y un terapeuta pueden sostener sus procesos de cuidar de sí y los movimientos que ello conlleva; es por eso que dicha terapéutica ha de enmarcarse en la relación de estos dos sujetos y sus respectivos túneles, siendo esta relación en cada ocasión un sentido-acontecimiento en infinitivo, un “relacionar” dado siempre en presente, eternamente múltiple, descentrado, repetitivo en perpetua diferencia.

Me permito entonces traer con mayor amplitud esta metáfora del túnel:

[…] y que en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida. Y en uno de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a esta muchacha y había creído ingenuamente que venía por otro túnel paralelo al mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en túneles; y quizá se había acercado por curiosidad a una de mis extrañas ventanas y había entrevisto el espectáculo de mi insalvable soledad, o le había intrigado el lenguaje mudo, la clave de mi cuadro. Y entonces, mientras yo avanzaba siempre por mi pasadizo, ella vivía afuera su vida normal, la vida agitada que llevan esas gentes que viven afuera, esa vida curiosa y absurda en que hay bailes y fiestas y alegría y frivolidad. Y a veces sucedía que cuando yo pasaba frente a una de mis ventanas ella estaba esperándome muda y ansiosa (¿por qué esperándome? ¿y por qué muda y ansiosa?); pero a veces sucedía que ella no llegaba a tiempo o se olvidaba de este pobre ser encajonado, y entonces yo, con la cara apretada contra el muro de vidrio, la veía a lo lejos sonreír o bailar despreocupadamente o, lo que era peor, no la veía en absoluto y la imaginaba en lugares inaccesibles o torpes. Y entonces sentía que mi destino era infinitamente más solitario que lo que había imaginado.

Ernesto Sábato – El Túnel


La metáfora que he traído a esta elaboración es adrede fantasmática y aconteciente pues son estas dos series –la de la fantasía y la del acontecimiento– las que urge introducir para la conceptualización de “lo terapéutico”. Me explico: no se puede desarrollar una terapéutica subjetiva sin los acontecimientos y los fantasmas o fantasías del sujeto.

En la conceptualización que hace Deleuze y que Foucault retoma con juicio en varios de sus textos a partir de 1969 en Ariadna se ha colgado y en el 70 con Theatrum Philosophicum, se hace claridad de la importancia de estos dos aspectos, áreas o series en la subjetividad y la relación que tienen con el sentido. Al virar la lupa hacia ellos, notamos tanto que ha habido varias disciplinas que se han propuesto su estudio, como que el estudio de ambos es inabordable mediante las vías con las que contamos desde la modernidad.

Me ocuparé primero de las disciplinas que han intentado abordar la subjetividad, punto del cual pueden encontrar ámplia referencia en Theatrum Philosoficum: a partir de la modernidad, las áreas del saber que se han ocupado del estudio de la fantasía y el acontecimiento humano han sido La Ciencia, el psicoanálisis, la fenomenología y la historia, cada uno con distintos resultados y consecuencias. En el caso de La Ciencia, se ha optado por hacer de la fantasía y del acontecer humano una cifra, cuantificarlo para poder hacerlo estadística, de modo que ambos –junto con la subjetividad humana puesta como “objeto de estudio”– han quedado vueltos un atributo (Foucault, 1995 [1970], págs. 14-15) en una tabla de Excel, cristalizando en una generalización el sentido que todo ello pueda tener para un sujeto.

En lo que tiene que ver con el psicoanálisis, buena parte de la fantasía ha quedado vuelta proyección, o fantasma lacaniano en el peor de los casos, mientras que la repetición propia del acontecimiento se ha convertido en la compulsión a la repetición del síntoma. De esta manera, termina replegando estos elementos subjetivos hacia la materialidad de las conductas de cuya génesis de ocupa tan fieramente esta disciplina, a la par con los procesos de veredicción edípica y preedípica que algunos analistas hacen tal salvajemente.

Se entiende lo álgido de la política en la cocina psicoanalítica y sus distintas iglesias, como también es comprensible por qué se les suele leer como deterministas (aun cuando pocos lo son), y es porque el sujeto que proponen está poco menos que condenado a una misma fantasía y una misma repetición, aprisionando el sentido dentro del síntoma, sintomatologizándolo y dirigiendo su búsqueda hacia la cadena de signos impávidos que el psicoanálisis lingüistero ha pretendido develar, descuidando el sentido que el sujeto propiamente le da desde su vivencia, el sentido que reside en el acontecimiento en cuanto tal.

En el caso de la fenomenología, del cual nos ocupamos anteriormente, queda claro que en la tautología que proponen se repliegan, tanto la fantasía como el acontecimiento y su repetición, hacia una especie de materialismo que todo se vuelve incuestionable sólo porque el sujeto así lo siente, o así lo vive. En el caso del sentido queda encerrado en esa incuestionabilidad dogmática, impidiendo el movimiento dialógico en el ámbito terapéutico que posibilite el insight, el darse cuenta o el paso de lo inconsciente a la consciencia… es algo cercano a la actitud de un infante diciendo “es así porque yo lo digo”, sin mayor argumento que este, forjando así “una gramática de la primera persona, una metafísica de la conciencia(pág. 15).

En la tradición fenomenológica, los casos más diversos en este sentido son Sartre y Merleau-Ponty. El primero declara que el sentido precede al acontecimiento, y el segundo que el sentido común de la cosa anticipa al acontecimiento. “O bien el gato que, con buen sentido precede a la sonrisa; o bien el sentido común de la sonrisa, que anticipa al gato. O bien Sartre, o bien Merleau-Ponty. El sentido, para ambos, no estaba nunca a la hora del acontecimiento (pág. 15). Y Posteriormente, Foucault concluye que “con el pretexto de que sólo hay significación para la conciencia, [la fenomenología] coloca el acontecimiento afuera y delante, o dentro y después, situándolo siempre en relación con el círculo del yo”.

En el caso de la historia, y específicamente la filosofía de la historia, “con el pretexto de que sólo hay acontecimiento en el tiempo, dibuja en su identidad y lo somete a un orden bien centrado(pág. 16):

En cuanto a la filosofía de la historia, encierra el acontecimiento en el ciclo del tiempo; su error es gramatical; convierte el presente en una figura encuadrada por el futuro y el pasado; el presente es el anterior futuro que ya se dibujaba en su forma misma, y que es el pasado por llegar que conserva la identidad de su contenido.
(pág. 15)


Así pues, el único modo de dar lugar al terreno de inmanencia y devenir propio para llevar a cabo una terapéutica del alma en un modo coherente sería justamente darle cabida las series del acontecimiento y del fantasma en cuanto tal, sin replegarlas o desplazarlas hacia alguna dirección, permitiendo así una apertura suficiente a los modos de acontecer de un consultante. ¿Qué cuidado de sí podría darse si el sentido, el acontecimiento y el fantasma a los que estamos sujetos se encuentran encarcelados en alguna prisión modernista teórico-práxica que no permite su devenir? ¿Qué transformación sustancial podría darse en un proceso terapéutico cuando las mismas áreas de la vivencia humana se encuentran transubstanciadas en materias que le son ajenas y aprisionantes?

Hago esta denuncia no sólo para alentar la reflexión acerca de estos constructos, sino también para alertar acerca de la similitud que mantienen con la dicotomía platonista y judeo-cristiana entre el alma y el cuerpo como prisión de esta. Se entenderá por qué, como se le atribuye decir a Fernando González Ochoa, “Desde que el hombre abandonó la metafísica no hay sino muerte” (Colectivo Teatral Matacandelas, 2001, pág. 15), ya que la sustancia propia de estos elementos son una metafísica con la que no contamos desde tiempos ya antiguos, metafísica que se liquidó al final de la edad media y no se ha re-pensado con claridad en occidente hasta ahora.

Queda claro por qué las disciplinas y ciencias modernas que intentaron ocuparse de la subjetividad humana no pudieron hacer mayor profundización, pues no contaban con la metafísica propia para abordarlos. Sin dicha metafísica, la desintegración del sentido al orientarlo hacia una teleología es un peligro constante tras la segunda guerra mundial, tanto en la relación terapéutica y en la labor psicológica en general como en la vida diaria.

Dicha teleología ha ido asociada con la falta de interpretación fenomenológica, y con la sobreinterpretación del fantasma y del acontecimiento a través de las determinaciones bioquímicas, psicológicas, sociológicas, antropológicas, históricas, medio ambientales o genéticas, o incluso la burda extracción de ambos en algunas perspectivas, en ambos casos dado en aras de compensar la falta de una metafísica con qué leerlos más cómodamente.

Cuando se extrae el acontecimiento, se ocasiona la concepción de un sujeto condenado a sí, que no se transforma ni deviene y que, si por el contrario, si se transforma, se le categoriza como lábil y enfermo mentalmente. Cuando se extrae el fantasma se da origen a la eliminación del campo de la fantasía como forma y contenido de importancia en el ámbito psicológico, llegando a su patologización cuando se ensueña más de la cuenta. Es pues fácil ver qué psicologías han seguido este camino. Y finalmente, cuando se extraen ambos… bueno, queda un conductismo tradicional radical.

El proceso de extracción del acontecimiento y de la fantasía, o de su patologización, llevan a las concepciones mutiladas de subjetividad que estos modelos psicológicos pueden concebir al poner la mira teleológica en la normalidad, determinado ahí el sentido. Dicho de otra manera, si el objetivo “terapéutico” es adaptar a un sujeto, hacer de un ser humano “enfermo” un ser humano “normal”, el único sentido que es posible concebir se da allí, en el proceso de adaptación entre las dicotomías salud-enfermedad y normalidad-anormalidad.

Así, estas perspectivas más tradicionales terminaron por afirmar que tanto los delirios del esquizofrénico, como sus alucinaciones y el contenido onírico de una persona “normal” son tan sólo impulsos dados al azar, imágenes que el cerebro crea sin sentido alguno y que no tienen importancia. Como los productos subjetivos son considerados desviaciones o nimiedades sin importancia, a mi juicio resulta imposible concebir la gestar un espacio de mutuo apoyo en que sea posible cuidar de sí en este tipo de perspectivas psicológicas, que no considero terapéuticas por consiguiente.


Así, prosigo a pensar entonces qué es aquello que haría buena a una psicoterapia.

¿De qué modo darle cabida al sentido, al acontecimiento y al fantasma en la relación terapéutica? Quizá lo más importante sea que justamente el terapeuta de la pauta para esto en la medida en que se dé cabida a sí mismo, a su condición de sujeto y a su subjetividad en cuanto tal y de manera consciente, en el espacio terapéutico. Se comprende entonces por qué, entre los abordajes de la subjetividad que esbocé anteriormente, sea el fenomenológico el que más se acerca a la tarea terapéutica, sin constituirse en una formalmente.

Este planteamiento significaría llevar al terapeuta a compartir, de modo dialógico pero con su posición terapéutica clara, aquello que inunda sus sentidos. Conlleva a la desmitificación de su figura, a no ubicarse como un ser perfecto, ni como un saber, evitar postularse como un ser superior o mejor en cualquier sentido que su paciente, sino mostrarse igualmente castrado con espontaneidad, como conlleva su condición humana. Esto invita al terapeuta a ubicarse como sujeto, al igual que el consultante, para la construcción de una relación terapéutica con miras a la alianza que soporte el proceso de cuidar de sí de ambos sujetos.

Siendo así, sólo las posiciones radicalmente ortodoxas en las psicologías positivistas, fenomenológicas, historicistas, sociologisistas y psicoanalíticas, como los psicoanálisis radicalmente ortodoxos, carecen –en teoría– de acciones terapéuticas… pero estas acciones suelen suceder cuando, en la práctica, algo hace emerger la subjetividad del psicólogo, del clínico o del analista y lo pone en evidencia como sujeto, sea a través de un accidente, de un acto fallido, de un juicio de valor, de alguna corriente emocional intensa, de alguna pasión desbordada, de algún acto maternal o paternal algo que no logró poner freno, entre otros.

Curiosamente, son justo esos momentos los que recuerdan con mayor intensidad los consultantes y que, en muchas ocasiones, son el punto de inflexión del proceso mismo: el instante en que descubren que el sujeto que los ha estado escuchando también es humano. Puedo enmarcar aquí un comentario de Lacan en el seminario I: “La verdad es el error que escapa del engaño y se alcanza a partir de un malentendido” (Lacan, 1953). Puedo decir con certeza que incluso en las relaciones más acartonadas, de pone en inter-juego la subjetividad de todos los implicados.

En otra ocasión en que disponga de más tiempo me ocuparé de modo formal y más ampliamente del asunto del sentido, el fantasma y los acontecimientos pues el motivo de este texto va alrededor de lo terapéutico y qué hace una buena psicoterapia, no de las condiciones epistemológicas que puedan sustentar esto, pues se trata de un tema sumamente arduo y dispendioso, pero muy interesante.


Conclusión: mutuo cuidado de sí
En este orden de ideas, es necesario aclarar que el proceso de aprender a cuidar de sí es largo y difícil, pero una vez se instaura el deseo por hacerlo, se vuelve una herramienta útil a la hora de afrontar los tiempos más difíciles y angustiantes. Siendo de ese modo, no es sensato esperar con carácter de pronóstico o post-dicción, que un sujeto aprenda a cuidar de sí satisfactoriamente para sí mismo en un tiempo corto, pero si existe el deseo por el cuidado de sí entonces la “relación terapéutica” podrá tornarse en una alianza en la que se viva aquel “relacionar” en perpetuo infinitivo y gustosa repetición, una alianza por el cuidado de sí. Creo que así podría haber un mejor fundamento para hacer pronósticos aun más prometedores en este sentido, pero no a un plazo determinado, sino aquel que el sujeto-paciente disponga para sí enmarcado en esa relación.

Quizá eso sea lo más difícil de comprender en un proceso terapéutico tanto en el lugar de consultante como de terapeuta: que el túnel oscuro y solitario en el que se está inmerso es el propio túnel, pero que es en este donde se está, donde está el sentido, el camino a tomar, los acontecimientos a recordar y repetir en serie descentrada junto con las herramientas a emplear en su perpetua transformación; que este túnel es uno mismo, que es más sensato aprender a cuidar de él porque ese túnel, este cuerpo, es lo único que tenemos para vivir; que este se ilumina cuando aprendemos a escucharlo y se hace amoroso cuando decidimos amarlo.

Se entiende entonces por qué se necesita amor para aprender a amarse, y por qué se necesita de alguien dispuesto a cuidar de uno para aprender a cuidarse. En ese sentido, lo terapéutico no es sólo el cuidado con el que un terapeuta se relacione con un sujeto, ni es una técnica, una tecnología o una metodología, sino la mutua disposición a soportarse y a cuidarse mutuamente, aun sumergidos en la diferencia de sentidos de dos túneles dispares. ¿Cómo aprendería un sujeto-paciente a cuidar de sí sino siendo cuidado por un sujeto-terapeuta y, al mismo tiempo, cuidando de él? Más aun, ¿cómo podría el sujeto-paciente aprender a cuidar de sí cuando el sujeto-terapeuta se hace elusivo adrede en cuanto sujeto de quién cuidar y con quién relacionarse?

Por lo tanto, para mí, una “buena” psicoterapia es aquella que soporta el proceso de aprender a cuidar de sí en la medida en que en esta se dan acciones psicoterapéuticas, que son, necesariamente, formas de implicar la subjetividad (llevadas éticamente, con claridad y responsabilidad) en pro del cuidado de los sujetos implicados; dicho en otras palabras, son acciones que van dirigidas hacia el cuidado de la relación terapéutica, del relacionarse una y otra vez aliados con el objetivo del mutuo cuidado.





Trabajos citados

Coderch, J. (2001). La relación paciente-terapeuta. El campo del psicoanálisis y la psicoterapia psicoanalítica. Barcelona: Ediciones Paidós.
Colectivo Teatral Matacandelas. (2001). Fernando González: Velada Metafísica. Medellín: Tragaluz editores S.A.
Fiorini, H. J. (2001). Qué hace a una buena psicoterapia psicoanalítica. En R. Bernardi, J. H. Elizalde, & D. Defey, Psicoanálisis, Focos y Aperturas. (págs. 1-8). Montevideo: Ágora.
Foucault, M. (1995 [1970]). Theatrum Philosophicum. Barcelona: Anagrama.











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[Escrito: Marzo del 2014, completado el viernes 23/05/2014 y corregido el sábado 25/10/2014, en su versión definitiva para Psuché]

miércoles, 21 de mayo de 2014

Habiendo tantos hombres razonables en este mundo...

–Habiendo tantos hombres razonables en este mundo, ¿por qué me tuve que meter con vos?

–Hermoso… pero yo no soy un hombre.

– ¡Exactamente!


[Escrito: martes 20/05/2014]

sábado, 17 de mayo de 2014

"No todo vale"

Me pregunto, y les comparto mi pregunta, ¿cómo fue que pasamos del "No todo vale" de Mockus en la Ola Verde de hace cuatro años al circo mediático del "todo vale, y vale mucho" que presenciamos en estas elecciones presidenciales?

Lo más trágico -a mi parecer- es que, dado tanto escándalo y ataque malintencionado entre los partidos, pareciera que la intención de voto se sostiene (y en algunos casos se eleva) superviviente a las acusaciones, cuya veracidad es de por sí considerable con o sin pruebas.

Cada día me sorprende más la raza colombiana tan desbordada en sus pasiones, tan lejana a la reflexión y cercana a las decisiones axiomáticas, tan dada a las imágenes polarizadas y generalizantes, tan amiga de la pelea de borrachos en la cantina y de solucionarla a machetazos. 

No me cabe duda de que estamos asistiendo al prólogo de lo que nos espera en los años venideros en Colombia, pues no espero nada distinto en ninguno de los estamentos cuya tarea es propender por la realización del lema de nuestra Patria: "Libertad y orden". De República sólo nos quedaron un juego de palabras, el platonismo y la demagogia.

En cualquier caso, saldré a votar porque soy responsable de mi posición y de compartirla tanto como me sea posible: para mí, cuatro años después, no todo vale. No soy verde o de algún otro color, no tengo afiliación política; soy reflexivo, sensato y razonable... creo.


[Escrito: sábado 17/05/2014]

jueves, 15 de mayo de 2014

Nota: Mesa de lectura

Durante estas dos semanas he ocupado mi escritura en pulir hasta mi saciedad el texto "Porque a las tres de la mañana no pasa nada" para la Mesa de lectura: Creaciones literarias de mañana, enmarcada en las jornadas de la facultad. El texto queda recomendado para la lectura o re-lectura; estoy feliz de terminarlo por fin... ya ustedes se imaginarán o sabrán cómo soy de exigente con los textos que destino a lo público.

Comparto el link:
http://algunaletradesnuda.blogspot.com/2014/03/porque-las-tres-de-la-manana-no-pasa.html 

Aunque he tenido un período de escritura muy intenso desde finales de Abril hasta hoy, no hay mucho que considere publicable... más que todo ha sido cuestión de desahogo por la intensidad de este mes tanto en la academia como en prácticas y, obviamente eso ha causado más de un movimiento emocional. 

En cualquier caso, anuncio mi ausencia mínimamente hasta culminar (o fulminar, en el mejor de los casos) con Mayo. Ana dice que estas notas, junto a las del pie de página, son muy sinceras... y bueno, es cierto. Luego les escribiré al pie de página cómo me fue.

¡Ah! Y obviamente no dejaré pasar tanto movimiénto político sin hacer un chiste. Les dejo esto (y que valga la cuña política =P ):
Faltó pachito, ¿no? jajaja.

Les deseo un feliz mes, nos vemos en Junio.


*Nota: Bueno, mi lectura estuvo decente... definitivamente no es uno de mis fuertes y tampoco de mis actividades favoritas. En cualquier caso, y ante todo pronóstico que la propiocepción pudiera proporcionar, sobreviví jajaja.

Ojalá me hayan entendido en algo... al final estaba tan nervioso que ni quise preguntar. Será seguir practicando la lectura en voz alta. He de aclarar que, sin embargo, estoy satisfecho con mi propia disciplina en la refinación del texto, con el texto final en sí mismo y con el movimiento que implica la publicación de algo tan íntimo para mí; con eso me basta para irme a dormir tranquilo (sábado 17/05/2014, en la madrugada).

[Escrito: jueves 15/05/2014]

jueves, 1 de mayo de 2014

Jueves festivo

Si existe uno o varios dioses, la gente que osa poner música a todo timbal antes de las 10 de la mañana un día festivo, especialmente un jueves festivo, no tiene perdón de cualquier deidad habida y por haber en la historia de la humanidad, sino que debería ser mutilado vivo hasta que desee con todas sus fuerzas no volver hacer ruido en su vida y transcurra el resto de su existencia como una babosa, sentado en su silla de ruedas sin manos ni pies, ni quién lo empuje para moverlo del sol, la lluvia o el granizo. Ojalá los mate una infeccion urinaria violenta a esa manada de malparidos.

[Escrito: jueves (festivo) 01/05/2014]

*Nota: que bueno que esto basta para desahogarme jajaja.
*Nota 2: en el texto original escribí silla con C jajajajaja. Definitivamente estaba mal.