Este impulso que me habita, esta potencia inclemente. No disto mucho de
ser un maquinista de tormentas, un alma intempestiva que podría hacer retumbar
todos los ídolos, hasta el último de ellos, sólo con sus palabras. ¡Que llueva!
¡Que se queme este maldito cielo! ¡Que se parta la tierra en la que están
cimentados todos nuestros sueños! ¡Que la ira del mundo se desate sobre lo
existente! Cartago maldita, dime, ¿acaso quedó algún recuerdo de tu existencia?
Hoy me provoca ser borrado del libro de la vida y llevarme a todos conmigo,
condenarnos al olvido; no hay nada que valga la pena recordar de tantos años de
miserias y banalidades.
Es que nada me sirve, es que mis ideales se rompieron hace tiempo
y camino descalzo sobre sus fragmentos, es que mis pies siguen cortados y mi
espalda sangrada por los trozos de cristal. ¿Será que sigo teniendo 8 años? No
me sirve lo que veo, así que sigo empeñado en crear algo que me sirva, mi
propia herramienta, un concepto que no se pueda quebrar. Quebrar. ¿Será que
puedo quebrar esta realidad? No me voy a morir con las ganas de saberlo, lo
juro.
¿Cómo podríamos vivir los seres humanos si supiéramos qué es la vida y
cómo debe ser vivida? La vía más lógica sería escuchar a todas las
personas, acompañarlos en su propio proceso de construir lo que será su visión
del mundo; pero mi deseo es otro. Quiero quebrar el mundo, quiero fracturar el
cielo y despedazar cada ideal. Seré breve en mi composición:
- La jerarquía no existe. Todo vale lo mismo.
- Las categorías no son reales.
- Las cosas son cosas.
- No podemos percibir las cosas como tal.
- Los ideales son imposibles.
Mierda. Lo escribo porque quiero huir, porque me desbordo en emociones que me resultan extrañas y un desespero parece arremeter desde el interior de mi cabeza hacia el exterior, una y otra vez como un ariete que quiere derribar la última de mis defensas. La razón se me agota, el sentido se ha hecho etéreo una vez más, la verdad irrumpe sin molestarse en preguntar. Se afirma, se grita autóctona, autómata, como si no dependiera de mí en lo absoluto, como si otro la dijera con su propia voz directo a mis oídos y los estruendos del eco despedazaran el interior de mi mente. ¿Qué dice? Dice: ¡NO!
Me presento hoy como el león de Zaratustra que podría destrozar el
último ápice de la humanidad, su historia y su porvenir con su rugido salvaje,
con su potente voz de rebelde a ultranza. Hoy no puedo crear, soy la ira de
Dios, soy la rabia de los infiernos que consumen las almas de los aventurados y
los apasionados, soy el fuego del Etna que se comió a Empédocles de Agrigento
con todo y delirio, soy la ira infinita del Vesubio que embistió a Pompeya y a
Herculano sin piedad alguna, que hizo de ellos el fotograma atemporal que ahora
son; una embestida tan fuerte que fracturó el tiempo. Soy la voluntad de
destruir todo lo habido y por haber.
Soy mi propia rabia exponenciada, soy la frustración de hallarme
desposeído de mi razón ante los ojos de una mujer, soy la ira de saberme
enamorado aunque no quiera, y de escribirle a ella aun cuando intente evitarlo.
¿Alguien sería tan amable de apagar las llamas de mi cabeza antes de que
me consuma por completo? Digo, no creo que mi pelo se pueda salvar, así que me
conformo con mis cejas y pestañas.
Soy una ira más: Soy la frustración de saber que no le gusto, una llama
falta de oxígeno para sobrevivir pero encendida sobre combustible improvisado,
sobre mi carne que hace ya días dejó de pensar. Soy mi cuerpo que ya no sabe ni
qué escribir.
Seré pirata porque no tengo más opción que estropearlo todo para volver
empezar de nuevo. ¿Será que alguien podría entenderlo?
[Escrito: sábado 23/05/2015]