viernes, 25 de diciembre de 2015

Crecer

Hay algo que me tiene pensando, aunque no preocupado.
Siempre he tenido la impresión de que la gente pide demasiado en el amor, o esperan demasiado de las relaciones y quizá eso es lo que más les dificulta vincularse con otros. Me incluyo.

Cuando uno está seduciendo a alguien para acostarse con esa persona, basta con insinuarle que le darás todo lo que está buscando aunque uno sepa que es un engaño –que la satisfacción es un imposible– y la otra persona lo sospeche. Sin embargo, nunca se aclara lo ilusorio del caso sino hasta el final, en lo eminente de la ruptura, explicando así el resentimiento y los reclamos que muchas veces quedan de eso.

Es fácil verlo. Entre más condiciones tenemos las personas para elegir una pareja, más esperamos de esa persona. Es algo que me resulta evidente: Si la gente no esperara del amor, eligiría a cualquiera sin tomarse el arduo trabajo de discriminar, ni se molestaría con el otro cuando hace o deja de hacer ciertas cosas.

Todos tenemos expectativas, alguna cosa esperamos del otro. No tenerlas sería entrar en (volver a) el autismo, literalmente. Ahora, uno puede conocer sus expectativas, hay algunas que se pueden reducir, hay otras que no; pero todas se pueden transformar aunque sea un poquito y eso es lo que uno llama “crecer”. Crecer duele porque implica frustrarse y buscar alternativas, pero es bonito a su manera.

A la larga es difícil que una persona se quiera meter o comprometer con alguien que le diga la verdad, con los costos y ventajas que eso implica. Me recuerda a “Mentiras piadosas” de Joaquín Sabina… la mayoría prefiere que le mientan, la verdad del perpetuo desencuentro es muy difícil de soportar.

En ese orden de ideas, las funciones de relativa incondicionalidad, de acompañamiento y co-creación propios del campo del amor han recaído sobre la amistad, mientras que al amor de pareja se le ha atribuido el deseo sexual y el deber de la satisfacción del otro y de sí mismo, haciendo del amor una suerte de imposible, un idilio, una fachada que tarde o temprano se fractura y acaba bajo el peso de quienes son sus integrantes.

No obstante, a medida que he ido creciendo me he topado cada vez más con gente que ya no está dispuesta a invertir en quimeras; gente un poco más desencantada que goza opacamente pero que, aun así, desean amar, crear, acompañar, arriesgarse y esforzarse en construir un vínculo con otro. Eso me alegra mucho, me alienta.

Una pareja no es alguien que te vaya a satisfacer, es alguien con quién vale la pena caminar, cultivar, crecer y crear. La ligazón cultural entre el amor y el sexo (deseo sexual, “satisfacción”, etc.) es un infortunio gigantezco en ese sentido.

La gracia de una amistad es que uno sabe que se va a desencontrar, mientras que en las parejas uno tiene que darse cuenta de eso con el tiempo; por eso una relación filial es culturalmente privilegiada para la creación, pues sólo se puede construir desde la riqueza de la diferencia y nutrirse de allí para crecer como un más-de-uno, para agenciar juntos, en compañía.


[Escrito: viernes 25/12/2015, corregido lunes 28/12/2015]
*Nota: Medir el propio valor o el del otro por la capacidad de satisfacer, de ser suficiente, es un gigantesco error.

martes, 22 de diciembre de 2015

Martín Heidegger: Poder ser mientras se es

No creo que tenga que explicarles qué es un meme; si les hace falta, entonces les dejo un link en las notas. Este está hecho sobre el “Yo dawg” de Xzibit, para los que nos vimos Pimp My Ride. Ahora, manos a la obra.

El chiste es bueno y bastante acertado, pero nos sirve para apuntar a una pregunta: ¿Por qué carajos alguien tendría que hacer un esfuerzo monumental –y por monumental me refiero al ladrillo que es Ser y tiempo, sin contar el resto– para hablar del ser que es mientras se es, mientras se está? No creo ser negligente al asumir que algún motivo tendría Martín Heidegger para eso además de simple ociosidad, y que tendremos que rastrearlo con lupa en su obra y en la historia para poder encontrarlo; después de todo él era medio megalómano, sólo se esforzaría tanto si estuviera seguro de que está tras algo muy grande. Sin embargo hoy no seré tan cuidadoso, sólo quiero plantear la cuestión.

Siempre recuerdo el apartado al principio de la Carta sobre el Humanismo donde Heidegger  intenta –como puede, y sin dejar la pesadez alemana que Schopenhauer supo señalar de una sola punzada certera– aclarar la relación que el ser lleva a cabo con su ser en el acto de pensar; ¡esta es la operación heideggeriana por excelencia!

Estamos muy lejos de pensar la esencia del actuar de modo suficientemente decisivo. Solo se conoce el actuar como la producción de un efecto, cuya realidad se estima en función de su utilidad. Pero la esencia del actuar es el llevar a cabo.  Llevar a cabo significa desplegar algo en la plenitud de su esencia, guiar hacia ella, producere. Por eso, en realidad solo se puede llevar a cabo lo que ya es. Ahora bien, lo que ante todo «es» es el ser. El pensar lleva a cabo la relación del ser con la esencia del hombre. No hace ni produce esta relación. El pensar se limita a ofrecérsela al ser como aquello que a él mismo le ha sido dado por el ser. Este ofrecer consiste en que en el pensar el ser llega al lenguaje. El lenguaje es la casa del ser. En su morada habita el hombre. Los pensadores y poetas son los guardianes de esa morada. Su guarda consiste en llevar a cabo la manifestación del ser, en la medida en que, mediante su decir, ellos la llevan al lenguaje y allí la custodian. El pensar no se convierte en acción porque salga de él un efecto o porque pueda ser utilizado. El pensar solo actúa en la medida en que piensa. Este actuar es, seguramente, el más simple, pero también el más elevado, porque atañe a la relación del ser con el hombre. Pero todo obrar reside en el ser y se orienta a lo ente. Por contra, el pensar se deja reclamar por el ser para decir la verdad del ser. El pensar lleva a cabo ese dejar. Pensar es: l'engagement par l'Etre pour l'Etre.

(Heidegger, [1947] 2006, págs. 11-12)

La expresión en francés del final traduce literalmente ‘el compromiso por el ser para el ser’. Como puede, ¿no? Tanto aquí como en la mayoría de sus obras él se encarga de poner de relieve aquellos puntos de inflexión de la vida humana en donde parece haberse olvidado que una persona (un existente) es mientras es, o digamos, mientras está (ente). ¿Por qué? Porque a su juicio se le había extraído plenamente: La metafísica hablaba de un ser etéreo, un ser que nunca estaba y por eso no devenía, mientras que la física se encargó de hablar de un ser estático que si estaba, pero que nada tenía que ver con la existencia humana. De ahí la importancia del concepto Dasein, que no tiene caso intentar traducir.

Así Martín Heidegger hace diversos recorridos a lo largo de la historia, trayendo conceptos y describiendo los contextos y sentidos que los rodeaban, en los que tenían la consistencia propia de los mismos. En este proceso hace señalamientos puntuales de cómo habría ocurrido esta llamativa extracción paulatina y nunca deja de hacer hincapié en cómo se acentuaba al ser en estas. Por ejemplo, y no planeo traer la cita porque me da pereza, cuando distingue entre el Zoon y el Bíos en la Grecia antigua, siendo el Zoon una noción que refería a los seres vivos en general (incluyendo a los hombres) mientras que el Bíos hablaba de la vida humana propiamente y ponía de relieve la dimensión ética que rodeaba a esta noción: lo propio del Bíos es la capacidad de elegir qué hacer con su vida, siendo ya una cuestión eminentemente ética.

Dejando a Heidegger descansar en aquella casita en la selva negra, uno podría comenzar a investigar nuestra cuestión de cómo y por qué se extrajo al ser del ser a partir de los indicios de la lingüística platónica. Me dirán protestando: “¡pero Platón no tiene una lingüística!” los ortodoxos –con énfasis en el ‘orto’– , bueno, pues claro que si la tiene. Relean El Sofista, allí se introduce una distinción entre nombre (όνομα) y verbo (ρήμα) que no existía antes, y se pone en juego a través del juego de roles que es el diálogo mismo, una disposición de representaciones. Intentaré hacerme entender.

Antes de esta lingüística rudimentaria, que es la que da pie después del desarrollo de los juegos y horrores silogísticos de Aristóteles, estaba la de Antístenes, el primer cínico, un sujeto desencantado que decidió reducir todo a nombres (όνομα), a sujetos, en vez de plantear jerarquías. Casa, perro, árbol, daga, comida, paja, tierra, barril, Alejandro (Magno, pero sin el “magno”), atardecer etc. Con la distinción introducida en el trabajo platónico, se hace posible afirmar la verdad: Lo verdadero es un verbo (ρήμα), digamos, un predicado, que diga cosas acertadas acerca del nombre (όνομα), es decir, un sujeto. Esa mera operación es un cambio gigantesco en occidente, porque es lo que provocará el surgimiento del empirismo como forma de comprobación de la verdad de los enunciados, tachando como mentira todo lo que no sea comprobable.

Así, con una simple distinción aparecida en un diálogo que suele pasarse por menor, la imaginación, la fantasía y el malestar psíquico quedan relegados al territorio de la mentira por carecer de evidencia. Esta distinción entre “Verdad” y “Mentira” nos ha costado suficiente, y aun se lleva a la tumba a tantos amores que valdría la pena sacudir a Platón de la suya sólo para pagarle el favor.

Cuando estaban sólo los nombres (όνομα), cada cosa tenía su ser consigo puesto que no había necesidad de decir nada más para aclararlo. Con la aparición del predicado, de lo que Platón llama verbo (ρήμα), se plantea una nueva posibilidad: Un predicado que no diga la verdad acerca del sujeto, es un enunciado que carece de ser. Si yo digo “el cielo es verde”, en la medida en que eso no es verdadero, bajo la lingüística platónica mi enunciado no hablaría de un ser en lo absoluto; se le extrae el ser a lo que no es verdadero, a lo que es falso, a las apariencias, a las mentiras. No será sino hasta Freud en 1900 en que se le devuelva algún efecto de verdad a las fantasías, a los chistes y las mentiras, a aquello que no tiene evidencia más que la vida subjetiva.

De esta manera, el nombre (όνομα) terminó subsumiendo al  predicado, haciendo imposible hablar de algo que no fuera verdad… y ya que la verdad es tan esquiva, se le dio aires trascendentales (de mundo de las ideas en el que hay sólo nombres o Ideas puras, de realidad inaccesible) y fue mejor quedarse callado con el tiempo, tal como en la edad media ante la inquisición. Bajo el efecto de esta nueva jerarquización, bajo el silencio el verbo (ρήμα), algo del ser se le escapa al sujeto en la medida en que ya no es suficiente para sí mismo pues no basta con decir un nombre para decir la verdad, y al mismo tiempo nada se puede predicar sobre él con tranquilidad o certeza porque seguramente será mentira o falsedad, de manera que el sujeto (como en el primer momento de Lacan, el platónico Lacan de la lingüistería) será únicamente la suma de lo que se predica acerca de él, pero estos predicados jamás lograrán palpar aquello que el ser es.

Un ejemplo de esto es el ejercicio de preguntarle a alguien ¿Quién es usted? Responderá “yo me llamo José David, soy Psicólogo de la Universidad de San Buenaventura, soy hijo único, nací en Medellín, etc.” Según la tradición más esencialista, podría cambiar cada una de esas cosas y mi “esencia” no cambiaría, seguiría siendo yo, sólo cambiarían los accidentes. Pero Heidegger en este punto será vehemente: toda esencia es existencia, todo lo que está presente es lo que uno es.

Este mutuo vaciamiento es el pecado de la dialéctica, incluyendo la hegeliana que, como señalan Deleuze y Foucault, terminan por definir a lo uno por lo contrario que sólo es tal (oponible y contrario) en el plano de inmanencia en que todo es definido como rojo o no rojo. Así, el rojo queda vaciado de sentido y de ser, y el no rojo se define alrededor del vacío del rojo. Aquella es la misma estructura del delirio y la forclusión, pero también del trauma y del fantasma neurótico que tiene a lo imposible, que empuja hacia el terror.

Ejemplo de esto es que no sabemos qué es un hombre, pero se lo ha definido por no ser mujer y denigrando de estas. Esto lleva a una reivindicación del predicado antes que del nombre (por ejemplo en la fenomenología o en la asociación libre), dando lugar primero al movimiento feminista que a repensar al hombre o a la masculinidad con claridad y seriedad, la seriedad que amerita esta pregunta hoy: El hombre ha perdido el ser y la mujer, vuelta quimera viciada, se debate entre el ideal de mujer fálica-poderosa y su deseo que ahora bien puede parecer inmoral por querer ser mantenida o invitada, deseo propio de la humanidad y no de la feminidad, ser perezosa.

También hay un vaceamiento del ser al condenar los pecados capitales, al condenar e intentar expurgar la humanidad en la edad media. Parecieran buscar un homúnculo, como en Fulmetal Alchemist Brotherhood, un Padre, un ideal proto-humano. En aquella extracción que a menudo intentaban realizara la fuerza, nacen los mártires, los beatos y los santos, sujetos que erradicaron y ocultaron como pudieron sus goces y flagelaron su propia carne demeritándola ante su alma “pura”, desvaneciéndose de su propio cuerpo para ser bien vistos por Dios. ¿Acaso se trata de un Dios tan perverso que desea y goza de aquello? Se entiende por qué la carne pasó a ser del dominio médico (cirugía) y legal (habeas corpus), mientras que el goce pasó a ser pecado y sólo fue reivindicado y reenlazado con la “sustancia gozante” de Lacan: Aquella carne, aquel cuerpo que goza.

Ese fue el freagmento que se perdió en la división res extensa-res cogitans de Descartes: Se perdieron el impulso, el goce, el disfrute, la fantasía y la posibilidad de creación en la búsqueda a ultranza de La Verdad, porque esta nos prometía lo que habíamos perdido y más, nos prometía el goce de dios, la omnipotencia, la omnisapiencia y la omnipresencia que implica hacerse uno con tal deidad… pero, en vida, jamás alcanzamos más verdad que la certeza de nuestra propia muerte inminente.

Este ser vaceado de pecados capitales, de impulsos carnales y pulsionales, es el mismo ser ilustrado que el asumido kantiano plantea: un ser desprovisto de inclinaciones, que sepa callarlas para obedecer el deber y así actuar moralmente; es el ser de la Razón, del imperativo categórico.


Es un ser aun más muerto que el medieval: por lo menos los padres eran pedófilos, pederastas, guerreros, corruptos, sedientos de poder, sanguinarios, tramposos mentirosos… por lo menos tenían una ilusión que los impulsaba a ser píos en contra de su propia naturaleza empantanadamente humana. Pero no, ¡Kant es un maldito santo! Es aberrante, es un sujeto que obedece al deber porque debe, porque le debe obediencia desde la razón. Su proyecto ilustrado es aun más fuerte que la ambigua moral cristiana, porque la razón es mucho más despótica que un tirano caprichoso; la lógica (“razón”) kantiana es impávida como un reloj que nos va devorando a todos con su inmundo tic-tac, tal como hizo Cronos con sus hijos.

Su proyecto de la Paz perpetua es el culmen sociopolítico de la extirpación del ser al ser, de la extracción de la humanidad a las personas que él propone serán las fichas de su máquina impávida. Gran sorpresa se hubiera llevado Immanuel Kant si supiera que, poco más de doscientos años después de su producción, entre el cine y la televisión ilustrarían atinadamente lo que él propuso: La orda de zombies de The walking dead, que están en paz eternamente, que no se pelean entre ellos, que no tienen impulsos más que el de comer, que no tienen inclinación alguna más que a andar por ahí desprovistos de deseo, de vida y de humanidad, desprovistos hasta de muerte y la angustia de morir.

Decía Fernando Gonzáles que desde el final de la metafísica no ha habido sino muerte, y si, tiene razón, pero es un poquito más complicado. No ha habido nada después de la muerte, pero tampoco ha habido vida como tal… sólo ha habido Deber y sujetos divagando sin sentido de por qué vivir. No ha habido vida, sino simple automatismo. No ha habido muerte tampoco pues sólo puede darse el lujo de morir y el honor de optar por la muerte aquel que vive, aquel que sufre y desea, un sujeto con las inclinaciones que Kant decididamente tachó junto con la moral religiosa. En ese orden de ideas, desde el fin de la metafísica no ha habido sino no-muerte, almas en pena, cuerpos autómatas que no pelean entre ellos, que carecen de los conflictos que mueven a la sociedad misma y, sin embargo, son sujetos que no tienen más meta que erradicar al otro con voracidad: la pura dialéctica que termina por consumir al predicado, dejando puros nombres (zombies) vaciados de sentido, no-muertos pero tampoco vivos. Al final no quedarían sino nombres, sujetos sin tener a qué sujetarse, zombies sin tener nada más qué devorar… y silencio absoluto: paz perpetua.

Siempre me ha parecido curiosa la similitud entre el paseo de las 5 de la tarde de Kant, que seguramente hacía por deber y jamás por inclinación, y el caminar incesante de los Zombies. Heredaron el síntoma de su padre, el automatismo para andar, un impulso por erradicar la vida y los deseos, un amor al silencio, la desolación de un mundo en paz imperturbable y el esbozo de añoranza de morirse algún día. La paz no existe entre los vivos.

Hay así múltiples esfuerzos a partir de 1900 por devolver el ser al ser, lo humano al ser. Claro, podría traer ejemplos anteriores desde una incipiente fenomenología, o las posturas de Nietzsche que se perdían en las garras del mismísimo anticristo (su hermana) y el antisemitismo, o tradiciones literarias y poéticas tanto más románticas, pero de los que hay que rescatar de allí quizá sólo Nietzsche planteó algo más que la mera evidencia como indicio de verdad. Ni qué decir de Augusto Comte.

El psicoanálisis, Freud, la pulsión, la fenomenología, la discusión estructuralista entre primitivos y civilizados, los estudios sociológicos... pero fue un impulso más académico que del espíritu de un tiempo, de un pueblo o propiamente cultural: Dos guerras mundiales, armas de destrucción masiva, propaganda medieval que insiste en que matar al otro es un deber moral; posteriormente aparece el colmo de los predicados desprovistos de nombre y de ser, los sujetos desprovistos de subjetividad y vueltos meros objetos sin humanidad: los judíos erradicados a mitad de siglo sin piedad.

Ahora parecen querer reivindicar a todos los seres, erradicar los supuestos automatismos y defienden a los animales, los humanizan y fantasean acerca de la inteligencia artificial que puede tener conciencia de sí y sentir. Ahora todos somos sujetos, así que todos se postulan como víctimas maltratadas por algún Otro siempre escurridizo de determinar, pero siempre presente para culpar. Ya no hay cruzadas ni erradicados, sólo atentados, terrorismo y víctimas por donde se quiere mirar. ¡Y ay de aquel que tome justicia por mano propia! Se vuelve victimario, el rostro de la agresora perversión.

Tiene sentido el proyecto de Jean Allouch de postular la psicología como una metafísica: algo del sentimiento se escapa al impulso eléctrico, bioquímico, mesurable. Uno no se relaciona con el organismo del otro tanto como con su cuerpo, por eso importa más la estética que la genética o la salud para enamorarse de alguien más. El cuerpo en sentido estricto, no es material; está en el borde del organismo, plegado como una lámina infinitamente delgada recubriendo esta carne viviente entre su materialidad y la mirada y el tacto de alguna curiosa. Puede ser un cuerpo, pero es más un agenciamiento que una corporalidad. Es estrictamente incorporal, como las huellas que deja la historia en el tacto pero no en la piel, como la memoria que es distinto a la marca en el cerebro como tal.

Se entiende así el esfuerzo por devolverle la espiritualidad al humano especialmente a partir de mayo del 68 y la infinidad de voces escandalizadas que hablaban de un ser humano deshumanizado alrededor de los 70’s y que aun ahora pueblan las redes sociales.

Martín Heidegger fue el único tan paciente como para observar con cuidado y apuntar, no a la humanidad, sino al asunto de fondo; a la ontología. Su ardua tarea de intentar señalar y resaltar el ser en el ser que está, para poder pensar amainar la brecha entre el ser y el ente que dio paso a aquella aniquilación, la brecha entre sujeto y predicado, entre nombre y verbo, que ha sido el estandarte de tantas matanzas en nombre de la verdad absolutizada. Heidegger no es un existencial, es un metafísico alemán que se tomó el trabajo de señalar e intentar corregir la estupidez de hablar de un ser que no es, de un ser que no está, de un ente humano que no deviene y que no tiene ninguna humanidad, de seres que no se transforman y están recluidos en una prisión formada entre el mundo de las ideas, el idealismo alemán, el estructuralismo de principio de siglo y la medicina termodinámica del final del la época victoriana, que no tuvo problema en decirle mentirosa a la histeria y descartarla hacia la inexistencia sin lugar a dudas, sin espacio para ser en una clínica psiquiátrica.



Trabajos citados


Heidegger, M. ([1947] 2006). Carta sobre el Humanismo. Madrid: Alianza Editorial.




[Escrito: jueves 17/12/2015]

viernes, 18 de diciembre de 2015

Miso-sofando a martillazos

La neurosis –o la “psicopatología” según la fórmula lacaniana– es, sigue siendo, una agilidad por lo menos fantasmática para interpretar; un punto de fuga que parece definir el plano de lo posible en la concepción de los fenómenos. A la gestáltica: se interrumpe o se bloquea el contacto, o mejor dicho, se remite siempre en una misma dirección.

La discapacidad para escuchar lo que el otro dice sumado a las reacciones fuertes, y digo fuertes por decir lo menos, tienen tanto que ver con el desconocimiento propio como con una voluntad despótica de imposición.

La lentitud para la interpretación, a mi juicio, es una ventaja a la hora de escuchar a la gente… y lo digo en especial porque más de una vez me he sentido desatendido entre estocadas y disparos innecesarios de aquellos gatilleros atentos, dispuestos, siempre dispuestos a sentenciar.

Cuando uno tiene un martillo en la mano, entonces todo parece un clavo; me consta. El pecado que uno puede cometer es no saber que se tiene un martillo en mano para ponerle freno al impulso de carpintero, de obrero (cual marxista alienado) o de nietzscheano y, falto de observación y sensatez, continuar martillándolo todo en la oscuridad de la condena de un destino (Tyché y destino pulsional en Freud) tatuado en el cuerpo como sentido indeleble, como interpretación innegable.

¡Pobres los condenados que se enamoran de sus crueles cadenas! Pobres aquellos que no buscan otro modo de vivir porque asumen que no hay otro modo de pensar, sentir o interpretar. Aquellos se han abandonado desde hace ya tiempo a morir herméticos, inmersos en su propia tempestad.

No puedo desearles suerte porque no sería sincero de mi parte; no creo que la tengan. Sólo puedo estar dispuesto para el día en que me busquen para hablar y sacar paciencia de donde no la tengo para que, por fin, alguien les muestre algo de compasión a estos sujetos que se han hecho miserables por propia mano, que sólo pudieron hacer de sí amargura, reproches y resentimiento, que han continuado martillando su propia vida sin saberlo, culpando a otros de su propia artesanía ya bien desbaratada.

Tener buen ojo para ver pero un lente muy sucio y desconocido para interpretar es padecer del auto-sometimiento (Kant, ilustración) y carecer de la capacidad de construir un sentido con otro… es decir, de construir un agenciamiento de a dos, una relación.




[Escrito: martes 15/12/2015]
*Sé que hay muchas referencias en este texto, muchísimas que no están anunciadas ni especificadas... veré si le pongo pies de página o algo para que no nos volvamos locos.
*Ya me da pereza jajajajaja. Bien puedan buscarlas.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Para hacerle frente

Grito desesperado
Por: Aless Cruz
Tomado de: 

http://www.fotocommunity.es/pc/pc/display/17245188
He estado teniendo experiencias más bien agridulces por esta época. Las animosidades y las magnitudes emotivas de las personas, sean para el festejo o la discordia, se ven multiplicadas a la luz de la navidad, y más aun en la sombra de lo incierto del futuro que se esgrime amenazante, anunciando una muerte ojalá señalada antes de tiempo, o quizá pronosticada con precisión. No ha habido siquiera tiempo de preguntarnos si aun vale la pena armar el arbolito este año; punto a favor de la pereza y en contra de la tradición. Lo comparto porque lo quiero gritar.

Algo se aprende de todo esto, algo se saca de todo. Entre las cosas a rescatar del silencio está lo oportuno de escuchar a una persona desesperada, de regalarle un espacio para hablar y así poder darle forma a su desesperación; pero también está el saber escuchar: no tomárselo personal, aprender a perdonar, a acoger, a cuidar, a cooperar. Entre más grande sea el mierdero que se arme, más difícil es lograr escuchar y acoger al otro… pero también se puede ganar más en la cooperación aunque sea una provisional, temporal y motivada en la urgencia que nos haya convocado a rabiar en primer lugar.

¿Y por qué habría uno de acoger al otro? A excepción de muy contados casos (entiéndase “física e irremediable hijueputez”), lo más seguro es que el otro también esté intentando buscar la mejor alternativa para resolver el problema en cuestión, pero una persona angustiada, desesperada, estresada, frustrada y asustada jamás contará con las mejores palabras y estrategias para compartir sus ideas y perspectivas. Esto significa, generalmente, que el otro también está dando lo mejor que puede a pesar de lo difícil de entender o lo incómoda que sea la forma en que lo hace; y aunque uno no alcance a verlo, actuar de esta manera con seguridad representa un esfuerzo enorme para esa persona, cosa que se puede leer no sólo en la potencia que le imprime, sino también en lo enredado y lo conflictivo de las situaciones que su accionar genera. Así, acoger y abrazar a quién parece el enemigo es poder contar con un nuevo aliado, es hacerse con una nueva perspectiva que ayude a pensar, a refrescar la mente, a entender, a dar alguna alternativa al conflicto, la confusión y la impotencia que nos desbordan incesantemente, que nos abruman ante la dificultad. Si se quiere, es un asunto de privilegiar –antes que el orgullo– la practicidad.

A bien y a mal cuidar del otro también es cuidar de uno mismo, es ventajoso amistar con la otredad. Como humanos no tenemos más opción que crear desde el desencuentro y la diferencia para hacerle frente a la vida y a la muerte, a lo imposible de lo ideal y lo insoportable de existir… o por lo menos yo elijo creer, agenciar y hacerle frente a la desesperación y a lo agridulce de este intenso cavilar.



[Escrito: (09)10/12/2015, 12:00 a 2:30am]

*El otro siempre se erigirá como otro y nunca como objeto de deseo total, puesto que no suele ser condición absoluta de la existencia del deseo más que en el fetiche. Esto implica que el otro jamás será el mejor aliado , ni el amigo o la pareja ideales... pero así como es vale la pena y, además, es lo que hay.  Deal with it, somos humanos y nada más. No nos queda sino renunciar a la totalidad hipotética, a lo imposible de la satisfacción, para poder vivir con algo de felicidad, para hacerle frente a la desesperación y la disparidad.

martes, 24 de noviembre de 2015

Sonrío

Siempre ha sido difícil hallar las palabras adecuadas para decir y, sin embargo, se dice. Las palabras precisas me eluden o no existen… opto por la segunda, elijo hablar descuidadamente, como un acto fallido; elijo expresar por accidente: se dice porque hay qué decir.

Siempre será complicado dar con las palabras precisas
para decir,
para decir lo que no necesita decirse,
lo que no hay necesidad de decir,
lo que está bien sin ser dicho,
lo que siento con sencillez y que a veces,
 –malditas veces–
intento adornar entre mis letras,
con los desfases de mis relatos…
lo reduzco y lo engrandezco
sólo con la esperanza
de sentirme más en control de mi frenés;
pero hoy es tan sencillo que hoy no hay necesidad,
hoy no parece haber vanidad,
no me siento envuelto más que en la humildad
de sentir esta tranquilidad,
de decir solamente la obviedad.

Disfruto de tu compañía,
sonrío si estás por ahí,
por aquí. Por aquí.

Sonrío si te escucho cantar,
me alegro si te veo pasar,
si me topo contigo
cuando no queda más qué andar
aunque no vengas conmigo,
aunque no vayas en mi camino,
me alegra verte saludar,
te observo al detalle en tu despido,
disimulo como puedo mi suspiro
que sin duda tú has de notar.
Lo que digo, sin duda, es que sonrío.

Hoy estoy más sencillo y sensato que otras noches, menos radical, menos melancólico, menos maníaco, menos nostálgico, menos helado, menos calado. La sobriedad de alma me acompaña.


No sé si me gustás, no sé si esto pueda ser algo que llame o se llame gusto, o que vos podás considerar así… Es algo muchísimo más sencillo, definitivamente menos complejo y comprometedor:

Me alegro cuando estás,
me embeleso cuando te emocionás,
cerrás tus ojos y cantás
sin errar la nota, sin sacrificar un compás,
y sin sospecharlo, me apasionás.

Y cuando sin temor narrás
esas tonterías que te hacen tan vivaz,
esos detalles por los que te encantás,
por los que me encantás,
yo aparto la mirada por pura vergüenza
para que no me leás.

Te veo cuando  por allá estás,
por ahí caminando o hablando con alguien más,
me gusta estar pendiente
para recordarte,
por si te vas.


A vos te abrazo por gusto cuando me despido… a ratos sospecho que sólo busco una excusa para hacerlo, pero qué se yo. Resulta que me interesa lo que opines de mí y, aparentemente, lo que tengas que decir sobre casi cualquier cosa. Para colmo, y como sos observadora, supongo que te habrás dado cuenta de lo mucho que me cuesta decirte que no.

No sé si eso es gusto, pero si sé que disfruto muchísimo compartir con vos
aunque sean tres miserables palabras,
veinte minutos en un carro,
una mirada y media en el parque,
un saludo y una despedida en lo fugaz de esta vida…
bastan para mí,
son suficientes para sentirme feliz hasta que me vaya a dormir.
Y vengo a casa a escribirte cosas que no leerás,
a pensar en tantas maniobras que no actuaré,
a reprocharme por no haber sonreído más,
por no haberte detallado más y más cuando estabas ahí,
para memorizarte, para hacerte real,
para poder recordar tu voz e irme a dormir tibio,
para no esperar ansioso volver a verte,
volver a escucharte para detallarte de nuevo
para sorprenderme cada vez que te veo
para alegrarme de lo que sos.

Me siento feliz, muy feliz de haberte visto hoy.
No quiero pensar en lo que pensás vos de mí…
otro día será.

Esta vez quiero, solamente, aceptar la sencillez de mi sentir:
entender que seguiré emocionándome cuando estés,
sonriendo cuando no me mirés,
escuchándote atónito cuando cantés,
atento y disimulado cuando hablés,
mirándote cuando no lo notés
 –aunque también cuando lo notés–,
escribiéndote estupideces y obviedades,
cada que por mi vida te pasés.
Me alegra mucho que estés.


Gracias por eso.
Es lindo,
te juro que es lindo ver una lucesita
aunque sea una fugaz y chiquitita,
antes de irme a dormir.

Ojalá cuentes también con alguna luz para los días oscuros.
Te deseo una feliz noche.




[Escrito: viernes 13/11/2015, transcrito y corregido domingo 15/11/2015]

Notas:
*Nota 1: Asumirse cuesta, ¿no? Bueno, hoy me tocó a mí.

*Nota 2: Un ancla es un ancla, aun con lo frívolo que es pensarlo, aun con lo hermoso y doloroso que pueda ser sentirlo. Un punto medio en-la-distancia-de la vincularidad, de la relación, se construye con muchos trazos y no sólo con un dibujo hecho a precisión. Puedo divagar en paz, ir y venir sin mesura, lanzar lineas tanto como quiera y tanto como necesite, tanto como haga falta para terminar de hacer esta silueta por fin.

Con un ancla puedo descansar finalmente de mi búsqueda afanosa, desenfrenada, agotadora. Puedo centrarme por un tiempo en mis asuntos, cerrar los ojos de noche y dormir tranquilo, escuchar el silencio con serenidad en mi alma, escribir con lentitud dibujando cada letra con ternura y paciencia. No es una alternativa elegante, pero es la que tengo para afrontar esta época; aun tengo asuntos que dejar pasar antes de seguir con mi vida y diciembre siempre despertará mi cariño con enorme intensidad.

Tendría problemas si llegase el día que ella no voltee la cara al despedirnos, ese día de verdad yo no sabría qué hacer. Estaría encantado y encartado en semejante encrucijada, cesaría mi producción de lineas y de constancia relacional (objetal), tendría que salir de la indeterminación de golpe, por respeto y por cariño. No puedo negar que es mi deseo, pero también mi mayor temor, mi pesadilla. No puedo costear una fractura así una vez más y mucho menos ahora, de ahí lo preciso de mi elección: ella es justo quien puede ayudarme a ser en este momento, en su distancia, en la diferencia, en lo que me atrae y me encanta, en lo que me disgusta y me desencanta y no cesa de aparecer para recordármelo; un milímetro más o uno menos serían dañinos para mí en este momento de mi vida. Sé bien que aquí hay una resolución, sé bien que la tendré que callar y esperar lo mejor. Tengo a mi favor que no sospechan lo calculador que soy, como también me favorece lo descuidado que soy. Aun me extraña que eso pueda combinar en mí jajajaja.

Cuento con la bienaventuranza de la disparidad y el desencuentro que me iluminan más que nunca en lo delicado de este proceder. Cerrar la puerta dos veces parece ser mi firma hoy también. Cada linea puede parecer una exageración, pero es un personaje en sí mismo: encarnan un concepto a cabalidad, ese y no otro pues su devenir se dibuja con su encuentro con otras lineas; por eso la fuerza y lo implacable de mi escribir, por eso la potente violencia de mi pensar.

Dicho eso, la Francesita de Leiva encaja a la perfección, mucho más de lo que podría imaginar jajaja. Por lo menos hasta el final de diciembre tendrá que ser así. 

No conocerás mi jardín; ese tour es para una mujer, no para un ancla.

Cerrar, cerrar, cerrar.
Quiero terminar de cerrar este año en lo referente a asuntos amorosos, ya es tiempo de terminar de crecer aquí; para navidad tendré que asumirme. 

Ojalá quede la amistad, por lo menos me divierto bastante.

Esto de producir mis "síntomas", aun con lo que hay que mancillar a esa palabra, es un trabajo divertido: es una cuestión de arquitectura, diseño, balance y letras; aun cuando sólo yo pueda reconocer la belleza y la precisión de estos movimientos.

[jueves 19/11/2015]

Valentía

Texto en construcción... aun no leer.


1) Con la fuerza de esta vida escribiré hasta caerme.
2) Escribir hasta amar lo que se ha escrito.
3) En-red-a-Do, sujeto por decisión a todo cuanto es y le rodea.
4) De la contención al alma pirata que eligió arder.
5) ¿Qué queda?
6) Ni el Uno ni dos, ni todo ni nada.
7) Amor, desencuentro y diferencia. Humanidad y ternura. Sinceridad.


1) Borde [t=0]
Hubo un instante de silencio seguido por la ensordecedora música creada en el transcurrir del viento helado en las alturas. Estaba allí, preso de una suerte de aturdimiento producido en el choque de corrientes que sólo fue interrumpido por el golpe seco del acero de la navaja retráctil contra el mango que la sostenía firme en su respectivo lugar.

Manuel eligió con cuidado sus palabras, quizá no tenía otra opción; él siempre pensó que nunca tuvo más opción que esta. Sabía que se encontraba al borde de su propio abismo y sospechaba que errar le costaría más que su propia vida, le costaría la tranquilidad con la que se quería morir.

Manuel no es de aquí –decía mientras intentaba abrazar el frío de su pecho–. Él viene de otra tierra, de otro tiempo. Ilustrado alternativo, dividido, fragmentado, heredero de una búsqueda de lo imposible, vertedero de muerte, de una única finalidad, de esta gran fatalidad. Producto de la desesperación humana, de la insensatez y el egocentrismo de los vivos que se reúsan a realizar su único destino posible. No he podido más que errar y que equivocarme, sin encontrar otra cosa que mi propia perdición y caminar con mi raza hacia la autodestrucción: Jamás veremos la luz del sol, de la razón, ni habrá para nosotros antorcha alguna que ilumine este perpetuo caminar errante en desolación, ni cura que me quite esta amargura de no sentir nada aun a punto de mi propia conclusión. Si –Suspira lentamente–, esto se acabó.

Era el inicio de la danza final. Estaba parado con la punta de los pies sobre el vacío de 8 pisos que se erguía ante él.

No le sobraron rituales: quería cortarse antes de aventarse del techo del edificio, sólo “por si algo”. Uno supondría que nadie quiere quedar cuadripléjico después de un intento de suicidio, pero con una caída desde esta altura tomar ese tipo de medidas no podrían ser preventivas, sino simple y llana ociosidad.

Cabría preguntarse si este corte, este prólogo escrito con el filo de su navaja, se encontraba motivado en alguna estética mortuoria de esas derivadas de esos 6 poetas franceses que alguno tuvo la osadía de tildar como malditos, o si quizá tenía la intención de plasmar algo, de elevar su alma antes de morir, o incluso de iluminarla con la belleza de la muerte misma si acaso esta acción encontraba su cuna en la lectura de Poe que con frecuencia él hacía. Pero bueno, vaya uno a saber.

Lo único que les podría decir con claridad es que aquella noche él se encontraba dispuesto a arrojarse al mundo sin titubear.

Realizar el corte no fue tarea sencilla: trazó con la cuchilla un tajo bastante profundo, de un tirón, con mucha fuerza y sin delicadeza alguna; fue brutal. Intentó compensar con esta fuerza el nerviosismo de ser cortado y la emoción que le causaba llevar a cabo el destino que él había elegido para sí mismo. Siempre soñó con cortar la suya propia pero no pudo más que postergar ese deseo hasta ese momento.

Inmediatamente lo invadió la adrenalina tan rápido como el rojo de la sangre asaltó su piel y al piso fueron a dar un par de gotas de sangre y una lágrima tan fugaz que ni siquiera él notó correr por su rostro y caer.

Se sintió vivo ese momento, vivo como no se había sentido desde que lo podía recordar, vivo porque sabía iba a morir. La posibilidad de quitarse la vida, de hacerse morir, de obligarse a dejar de existir, se volvió expresión, demostración y afirmación de su propia libertad. Parpadeó rápido tres o cuatro veces con la respiración agitada, como procesando lo que estaba ocurriendo, y concluyó que en ese momento sólo él tenía potestad sobre sí. Murmuró entonces algo que inmediatamente helaría sus propios huesos: “Me mato porque soy”.

Miró hacia el arriba aun con aquel escalofrío recorriéndolo de pies a cabeza. La luna apenas salía y las nubes que poblaban el cielo amenazaban con llover.

Suficiente, que me bañe la lluvia, que limpie de este mundo lo que fui. Ya he tardado mucho. Es hora de saltar, tengo que saltar.

Calló entonces el viento, la intensa música nocturna cesó. Únicamente se escuchó una profunda aspiración que entraba casi forzando la garganta, desgarrándola en medio de la oscuridad…

Suspiró.






2) Frío [t=-1]
Hay días más fríos de lo usual, ¿no te parece? – Habla consigo mientras se duchaba con agua caliente para espantar la soledad– Si. Pero hoy, hoy no es un día como cualquier otro. ¿Acaso no sabes qué día es hoy?

Eran las cuatro de la tarde. Manuel siempre fue un holgazán, no llevaría una hora despierto; había estado faltando a clase las tres últimas semanas inventando excusas para no tener que responder ante sus padres, quienes pagaban sus estudios. Estudiante de filosofía, le faltaban dos cursos y media tesis para terminar.

¿Cómo podría una persona ser kantiana y holgazana al mismo tiempo? ¡Su nombre es Manuel después de todo! Es uno de esos misterios propios del siglo XXI junto con todas esas quimeras que han aparecido después de los campos de concentración y Mayo del 68, sin contar al impúdico de Marcel Duchamp que se orinó en el arte, para bien y para mal del arte misma y de los artesanos. Pero tampoco puede pensarse que en el pasado fue mejor mientras dominaba la esquicia de Jean-Jacques Rousseau, o mientras se mató en nombre de Dios, de Aristóteles y de Platón.

Hoy es el día en que por fin podré lanzarme al vacío. Hace 20 años se lanzó ese idiota al que nunca pude entender más que en ese acto: Deleuze quería dejar de sufrir, querría descansar. No hizo más que hablar de insensateces, reducir las jerarquías para luego arrojarse desde la altura. ¿No es eso una contradicción, pura estupidez? Será una burla, hoy me arrojaré.


Como les contaba, Manuel se levantó tarde ese día. Se dedicó a dormir como había estado haciendo hace mucho tiempo, por lo menos 6 años, desde poco antes de cumplir los 18, aunque estuvo soñando casi desde los 12 añorando un amor que lo sacara de su propia oscuridad, que lo rescatara de su soledad. Cada quién hace como puede con su vida: unos la soportan, otros la llevan a cuesta como una carga inhumana, algunos pocos aprenden a disfrutarla… este sujeto la evitaba como podía. Mantenía con una tortícolis montada al cuello producto del peso muerto de su existencia, hacía lo posible por evitar lo que sentía, por eludir cualquier deseo que implicara un riesgo e intentaba no darse cuenta de lo que ocurría. Sólo había discurrido entre unos amores oportunos y otros esforzados desde hacía un cuarto de su vida, amortiguando las penas que la vida misma trae consigo entre besos, sexo e hipomanías tóxicas.

Él había sido un suicida desde hacía mucho tiempo, pero tardó mucho en dejar de evitar su propio gusto por la sangre y la gravedad.

¿Cuánto tiempo tardaría en…? ¿Cuánto tiempo podría sentir que vuelo, que no cargo el peso de esta puta vida, antes de desplomarme como Ícaro y perecer esparcido? – Se preguntaba cuando miraba por las ventanas de los salones del 4to piso del colegio al que asistió hasta su mayoría de edad.

Nótese por favor que lo de la ociosidad es en serio, todo parece indicar que se trataba de un newtoniano innato. Ya se imaginarán su emoción cuando comenzó a estudiar caída libre en física de bachillerato.

Por el deseo de morir también falta asumir una responsabilidad, Freud es radical con este asunto. Manuel siempre esperó que alguien más le diera el regalo del descanso: Se arrojó a los carros en movimiento, intimidó atracadores en Medellín con la esperanza de que lo mataran de una buena vez, buscó problemas por donde fuera que anduvo y aun así la muerte parecía eludirlo, o quizá él tenía muy mala puntería.

Más de una vez se lo vio recitando de memoria el final de aquella invocación del poeta greco-alemán, el loco pianista de la mansarda, Friedrich Hölderlin. Lo gritaba desgarradamente, su voz hacía que se estremecieran las más íntimas fibras de los desafortunados que llegamos a presenciar el espectáculo… le cantaba a Pontos, al mar rogándole por un descanso: “¡Déjame recordar el silencio en tus profundidades!” Sólo las olas le respondían, pero él seguía con vida.

Eventualmente se le agotó la paciencia, dejó de esperar a que alguien o algo se ocupara de él y eligió subir al tejado del edificio de uno de sus amigos, Daniel, para resolver de una vez por todas sus diferencias con la vida, pero tendría que planearlo bien. Ya había sido más que suficiente de tanta mierda y todo el esfuerzo que implica sostener un cuerpo, mantenerse en pie, convivir con otros idiotas que –a su juicio– estaban tan muertos como él por dentro. Manuel no vivía sino una frialdad post-mortem anticipada.

Vivir le era insoportable, su cuerpo le resultaba insostenible, le pesaba como si desde ya careciera de vida; además, como sujeto, ya de por si él parecía contar con muy poca movilidad y sus manos se encontraban frías en todo momento. Me quedaría corto si simplemente dijera que parecía muerto desde años atrás, pero no sabría cómo más darles una imagen de él. Para colmo, algo de su modo de quejarse de la vida siempre me recordó a Cioran: como si con su nacimiento lo hubieran condenado a sufrir y perecer de aburrimiento; él estaba aburrido con la vida desde hacía rato, él era un desventurado de la existencia, un desgraciado en esencia.

Como ustedes imaginarán, rápidamente todos los seres humanos se volvieron una masa indiferenciada para él, gente que reflejaba lo mismo que él era para sí: “suicidas no asumidos”. Es así como aparece tiempo atrás no sólo su conclusión, sino su resolución:

Hace años tendría que haber saltado. Tengo que saltar.




  

3) Quiero [t=1]
A veces me pregunto– dice, formulando cada palabra con la cautela de un estratega militar–, ¿cuánta voluntad hace falta para sostener un cuerpo? ¿Cuánta valentía hace falta para enfrentarse a la vida, para asumir el deseo en vez de darla por perdida?

Subirse no fue difícil, pero lo hizo de tan cuidadosa manera que le tomó mucho tiempo, alrededor de 20 minutos, llegar de la casa de Daniel en el segundo piso del edificio hasta ahí. No había dejado rastro alguno de su paso, la evidencia es enemiga cuando uno intenta ocultar un verdadero acto de los ojos acostumbrados al drama barato y a los refritos de mal gusto de la televisión nacional. Él quería borrar su paso por este mundo cuando subió.

Cualquiera hubiera creído que saltaría pero, al darse cuenta de que tenía la cara empapada por sus propias lágrimas, desistió. Tras decir estas palabras al viento gélido que lo mecía y refrescaba desde la noche que nació, bajó de la pared donde se había encaramado para arrojarse a su destino.

Articular aquellas palabras le costó mucho. Ya su muñeca izquierda estaba sangrando bastante por efecto de su navaja, así que tuvo que improvisar un torniquete con su correa y una venda con la camisa que tenía esa noche después de limpiarse con esta el mar de lágrimas que no cesaba de inundar su rostro.  Sin embargo no había mucho que hacer, era una herida profunda. Él nunca creyó que se arrepentiría a mitad del corte que llevaba por lo menos once meses planeando, pero así fue.

Si Andrés estuviera ahí le diría que es un cobarde tal como lo fue su propio padre, especialmente porque Andrés si llevó a cabo lo que él mismo hizo invariable de su destino. Alguien debe conservar aquella producción, el bosquejo arquitectónico de su familia hecho al menos de manera conceptual, o como una escena que completó… o algo así. Habría que preguntarle a él qué fue lo que realmente plasmó en su cuaderno de dibujos.

Qu…

El caso de Manuel era algo distinto. Cabrá preguntarse en quién habita más la cobardía y la valentía: ¿acaso es en el que lleva a cabo la condena de su destino, o en aquel en el que decide asumir su deseo? Cabrá preguntarse también qué otras posibilidades hay además de huir y enfrentar. ¿Acaso crear?

Quiero…

Podría uno divagar un poco más al respecto. Podría uno rastrear con lupa y escalpelo a través de la historia en dónde fue que la conformidad se volvió sabiduría, o dónde los cuestionamientos y búsquedas de alternativas fueron nombrados como herejías, y se podría trazar aquella genealogía para poder ver cómo nos hemos ido condenando todos a esta aparente indolencia cobarde que abrazamos cuando no queremos desear lo que deseamos ni sentir lo que nos desborda… Y, aun así, no hay necesidad de optar por una vía o por la otra binariamente. Quizá la tribu Inip con su sistema numérico pudiera darnos alguna guía al respecto de cómo deshacer un binarismo jerárquico, de cómo hacernos comunidad.

Quiero saltar…

No obstante, no lo digo sólo por divagar; lo digo con toda la seriedad del caso porque es un asunto central. En uno de sus Artificios Borges habla de una aparente condena a la repetición histórica (e incluso literaria) entre Ryan, Kilpatrick, Julio César y en Macbeth de Shakespeare; me refiero a “Tema del traidor y del héroe”. ¿Qué no es eso una fabricación en todo nivel voluntaria e incluso audaz de un destino, de una determinación radical en la vida y la muerte? El proyecto de Nolan en el cuento evoca la noción del “Eterno retorno de lo mismo”, pero Jorge Luis Borges parece evitar dicha mención reglamentaria (por no decir “obligada”), quizá por lo voluntario y meticuloso de la construcción. En vez de condenar a Kilpatrick a una simple repetición, Borges le da la posibilidad de elegir, de decidir qué hacer con su vida, con su muerte e incluso con su nombre; Kilpatrick, con la ayuda de Nolan y los actores implicados, se hace su propio escritor, escritor de su propia historia y su devenir.

Quiero… quiero saltar.

Este es justamente el punto fundamental de la diferencia constitutiva de cada caso, una insondable decisión subjetiva que jamás podría ser contrariada ni puesta en cuestión por otro: La decisión de existir y cómo hacerlo, la voluntad de elegir, el riesgo que se asume al querer, al optar y ceder, lo que se apuesta en todo este proceso.

Manuel lanzó sus dados y se apostó allí, no habría marcha atrás, ya la suerte estaba echada pero él aun tenía la oportunidad de elegir… y, con la valentía de quién no tiene nada más que perder, así lo hizo. Eligió no condenarse a repetir la historia y el destino que Andrés eligió para sí y trazó para todos desde el principio, decidió crear algo más que un cuerpo despedazado:

Quiero vivir.







4) Kantiano [t=-2]
Me produce algo de vergüenza, pero tengo que admitir que la historia más temprana de Manuel no la conozco casi; les contaré lo poco que sé.

Me topé con él por primera vez tomando en el parque del Poblado hace como 4 años; en ese entonces él era uno de esos amigos con derechos de Natalia, tendría 20 años. Como a mí, le gustaban las cervezas negras, así que mantuvimos en esa ocasión una conversación bien interesante al respecto. Él era un kantiano a rajatabla, de esos sujetos que logran la épica hazaña de abordar todos los temas y problemas que se le atravesaran en su vida diaria con filosofía de 1700.

No tardó en aparecer la discusión: él no soportaba mis inclinaciones y “relativismos”, mientras que yo veía ahí deseos y casos particulares que siempre puse de relieve; él pensaba en la razón como aquello que definía a lo humano e incluso como horizonte de la humanidad, mientras que yo pensaba en un millar de cosas antes que eso; yo me burlé de él cuando recurrió al imperativo categórico para hablar del amor, él disimuladamente me señaló como cínico y caótico por no buscar un ideal mayor ; yo concluí que él era un anacronismo, él fue más decente que yo y sólo me tildó de zascandil[1].

En esa época él tenía una particularidad: cuando se tomaba una cerveza se desconectaba de la gente, es como si sólo estuviera con la cerveza por un momento, alejado de todo lo demás. Uno no puede decir que esto es un grado de autismo, ni siquiera siendo muy laxo, pero haga de cuenta… porque de un momento a otro él ya no estaba con uno, estaba en su mundo únicamente con la cerveza.  Habría que preguntarle a los que se atrevieron a conceptualizar lo “suficientemente bueno” por fuera de lo estético si aquello se constituye como un objeto transicional o algo así, y hago un énfasis cínico en la moral deontológica ya que estamos hablando de Imperativos categóricos contemporáneos.

Ya de madrugada estábamos ambos despojados de razón, así que  le pregunté que por qué Kant… después de todo, yo habría sido un kantiano finalizando mi época colegial y fue lo más aburridor que he vivido, por eso lo pregunté. No recuerdo muy bien lo que me dijo, balbuceaba a penas por todo lo que había bebido. De lo poco que aún queda claro en mi memoria de su respuesta fue su mención a lo enigmático y desagradable de los sentimientos que lo desbordaban años atrás cuando se enamoró de una mujer, de una chica menor que él por un año. En ese momento pensé en mi propia historia y concluí: “Claro, la razón kantiana también me sirvió a mí para contener”.

Cuando llegué a mi casa esa madrugada recuerdo haber escrito sólo una cosa antes de dormir. Decía, en garabatos de borracho y con olor a cigarrillo: “Pero contener el deseo sólo lleva a estallar”. Francamente, ahora creo que asumir una postura así es poco más que una consecuencia directa de una intensa cobardía de ser, la cobardía de ser quién se es.


Las próximas veces que me lo encontré estaba cada vez más cabizbajo, cada vez más muerto por dentro. Su rostro se iba oscureciendo como si la pasión de la vida se le hiciera día tras día más lejana. Llegó a un punto de estabilización a los años, como a una especie de meseta: No parecía marchitarse más, pero tampoco retornó a él la chispa de vida que tenía a los 20 años.

Un día me habló de la necesidad de desaparecer toda inclinación de su vida, todo deseo, toda preferencia; estaba en la búsqueda de hacer de si un ser completamente racional, lógico. Decía que ser un filósofo es poner la razón por sobre todo, antes que todo; que ser Mayor de edad también implicaba cumplir la ley porque es debido, no porque se quiera. Cuando yo le hablé de la filosofía como creación de conceptos y del deseo como falta, agenciamiento y construcción le faltó poco para golpearme; supongo que ya estaba pasado de tragos de nuevo. Terminó replicando, casi a los gritos, que lo que yo concebía como filosofía era un insulto para los grandes filósofos.  “No llegarás lejos con esos relativismos, José” sentenció en voz bastante alta antes de irse y yo, cabreado por su reacción, respondí con rabia “¡¿y es que a dónde tenemos que llegar?! ¿A la razón? ¿A cuál verdad? ¡A morirnos en vida si te seguimos a vos!

Me tomó un rato reducir la efervescencia que me invadía, pues gustoso lo hubiera golpeado en la cara también. Aun colérico como pocas veces me pongo, agaché mi cabeza y me halé de mi pelo que por esa época me llegaba casi a la mitad de la espalda y gruñí de inconformidad: ¿Cómo podía una persona intentar vivir sólo por deber? Hace dos años yo era bastante intolerante. Me frustró profundamente esta conversación, seguramente por eso la recuerdo con tanta claridad, recuerdo su voz y la mía, recuerdo mi desesperación. ¿Por qué tanta frustración? Porque algún día yo también me encontré en esa posición e intentaba erradicar del lenguaje todos los equívocos y desencuentros… repito, yo también fui kantiano, lo fui en el colegio.

La siguiente vez que nos encontramos me dijo en tono de charla, mucho más amable, que algún día me condenarían como a Sócrates por pervertir a los jóvenes, a lo que yo repliqué, también amablemente, que esperaba verlo dando clases en el Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia. Le tengo que reconocer la finura en el uso de los conceptos cercanos a la Ilustración e incluso los Hegelianos, sigo pensando que desde que lo conocí él fue inigualable en eso.


Dejé de verlo en el parque cuando cumplió 23.

Un año después, en noviembre, alguien me dijo “debimos haberlo sabido…”.  Yo no quería sentirme culpable ni me sentía responsable de las decisiones de Manuel, así que respondí con crudeza: “De pronto ustedes pudieron haberlo sabido. Yo algo sospeché, Kant es un suicidio subjetivo, pero el tipo me caía como una patada en ese entonces. Igual siempre fue su decisión”.

A penas por estos días le comienzo a tener cariño a la gente en general y me desbordo de ternura por nimiedades, así que tal vez ahora podría haberle dado una respuesta más amable a esa persona. Pero  nada de eso cambia el hecho de que no es posible alterar una elección tan íntima en una persona, tomada de manera radical, determinante y hace tanto tiempo… sólo él podría haber transformado esto, y de hecho así fue. Sin embargo, no basta tan sólo con decidir: aun tendría que hacerse responsable de empujar su organismo hacia la muerte, asumir las consecuencias del despiadado corte que lo despertó.






5) ¿Vivir? [t=2]
Sí, lo que quiero es vivir… lo que siempre he querido es sentirme feliz.

Él nunca se preparó para bajar de aquel techo por la misma escalerita por la que subió porque claro, de eso se encargaría la gravedad pero, para su sorpresa, no fue el caso.

Fue un trabajo arduo descender usando una sola mano. Ambas estaban encharcadas en sangre, pero la izquierda ni siquiera le servía para aferrarse. Realizar aquel corte tan profundo como para afectar los tendones no es buena idea para quién no esté seguro de querer morir, pero supongo que uno sólo se da cuenta de eso a medio camino… a uno sólo le resta vivir con las consecuencias de las propias idioteces.

Rápidamente pasó de ser un trabajo arduo a ser una situación penosa y ridícula cuando se resbaló en el último tramo de la escalera y cayó de culos sobre el piso. Una mano no era suficiente para sostener su peso, mucho menos una mano aun húmeda en sudor frío y su propia sangre, con la que manchó no sólo la camisilla blanca que tenía bajo la camisa que usó de vendaje improvisado, sino también el piso, la escalera y todo a su paso sin discriminar.

Cuando cayó, echó a reír a carcajadas como nunca antes, como ni siquiera él mismo habría sospechado que podía. Entendió la ironía de resbalar en esta situación tras haber decidido no lanzarse hacía pocos minutos y ya no le importaba dejar o no evidencia de su paso por allí. Se levantó, vio el reguero color rojo sombrío en el piso, sonrió y comenzó a caminar de regreso al segundo piso, a la casa de su amigo de la que se había fugado hacía ya 30 ó 35 minutos para ocuparse de su existencia.

– “¿Y ahora qué me queda?” – se preguntó mientras bajaba cada vez más a paso más lento  y mareado; la pérdida de sangre no parecía ayudarle mucho. –“¡Ja! ¿Vivir?”–.

Abajo había dejado a sus amigos que se reunían religiosamente todos los viernes, sábados en su defecto, a tomar alguna cosa y hablar mierda, desatrasarse de sus vidas y actualizarse de los chismes de la semana. Justo antes de salir del apartamento de Daniel les dijo que tenía una llamada urgente que tenía que atender y que posiblemente se demoraría un buen rato, sirviéndole de excusa para ausentarse el tiempo necesario. No había dejado más mensaje que una nota a puño y letra, cerrada sobre su mochila en casa de su anfitrión que decía “No es su culpa. M.”; ellos no vieron la nota, ni sospecharon de la situación en general.

No creo que sobreviva, estamos lejos de una clínica. Sólo me queda intentar morirme feliz– Concluyó y se sentenció.

Manuel demoró varios minutos bajando esos 6 pisos por las escaleras del edificio, no quiso usar el ascensor para no aparecer en la cámara de seguridad, para no incomodar al vigilante si luego aparecía un muerto en el ascensor, él sabía que las probabilidades no estaban exactamente a su favor.





6) Binarismo [t=-3]
Este  breve camino de vuelta a la casa de su amigo le bastó para re-pensar su vida, para darse cuenta de que había necesitado un golpe desde hacía mucho tiempo para reaccionar, para por fin despertar, para dejar de huir de sí definitivamente.  Sin embargo, esto no fue sin incidentes: mareado como estaba, no tardó en caer. Tras haber descendido con relativo éxito dos de los seis pisos fue a dar al piso tras tropezarse. Se enredó con sus propias piernas.

A pesar de lo complicado de la situación, más excesivo que el golpe de la caída era el desequilibrio y el frío que entorpecen la vida cuando se tiene una herida abierta.

En el piso, intentando recuperarse como podía, pensó en un impulso íntimo que lo ha acompañado desde que tiene amigos: una constante voluntad de huir de todos, de alejarse de todo cuanto le rodea. Vino entonces a su mente la frase con la que cierra Joaquín Sabina una de sus canciones: “Mi manera de comprometerme fue darme a la fuga[2].

Le tomó tiempo reunir sus fuerzas para levantarse de nuevo y más aun para caminar. Camino abajo, se quedó enganchado a la idea de su forma de huir y no pudo más que comenzar a recordar; quedó absorto en su memoria y dejó de sentir los 16 escalones de cada piso, también dejó de fijarse en cómo se fugaba la vida de sus venas, o en cómo se le zafó su torniquete temporal en esta caída, no. Tan sólo se volvió sujeto de su memoría.






[Escrito: Desde el martes 3/11/2015 hasta...]

Notas al pie: Hay textos que se mueren a mitad de gestación. Hay correcciones que hacer y quizá algún día me tome el trabajo de ponerle su punto final, pero por ahora así está bien: Ya está terminado dentro de mí. Tan sólo no quiero gastarme el esfuerzo de redactarlo en general.


[1] No seás perezoso(a), buscalo en el diccionario.
[2] Joaquín Sabina, Viudita de Clicquot (Vinagre y rosas, 2009)