Texto en construcción... aun no leer.
1) Con la fuerza de esta vida escribiré hasta caerme.
2) Escribir hasta amar lo que se ha escrito.
3) En-red-a-Do, sujeto por decisión a todo cuanto es y le rodea.
4) De la contención al alma pirata que eligió arder.
5) ¿Qué queda?
6) Ni el Uno ni dos, ni todo ni nada.
7) Amor, desencuentro y diferencia. Humanidad y ternura. Sinceridad.
1) Borde [t=0]
Hubo un instante de silencio seguido por la ensordecedora
música creada en el transcurrir del viento helado en las alturas. Estaba allí,
preso de una suerte de aturdimiento producido en el choque de corrientes que
sólo fue interrumpido por el golpe seco del acero de la navaja retráctil contra
el mango que la sostenía firme en su respectivo lugar.
Manuel eligió con cuidado sus palabras, quizá no tenía
otra opción; él siempre pensó que nunca tuvo más opción que esta. Sabía que se
encontraba al borde de su propio abismo y sospechaba que errar le costaría más
que su propia vida, le costaría la tranquilidad con la que se quería morir.
–Manuel no es de aquí –decía mientras intentaba abrazar el frío de
su pecho–. Él viene de otra tierra, de
otro tiempo. Ilustrado alternativo, dividido, fragmentado, heredero de una
búsqueda de lo imposible, vertedero de muerte, de una única finalidad, de esta
gran fatalidad. Producto de la desesperación humana, de la insensatez y el
egocentrismo de los vivos que se reúsan a realizar su único destino posible. No
he podido más que errar y que equivocarme, sin encontrar otra cosa que mi
propia perdición y caminar con mi raza hacia la autodestrucción: Jamás veremos
la luz del sol, de la razón, ni habrá para nosotros antorcha alguna que ilumine
este perpetuo caminar errante en desolación, ni cura que me quite esta amargura
de no sentir nada aun a punto de mi propia conclusión. Si –Suspira
lentamente–, esto se acabó.
Era el inicio de la danza final. Estaba parado con la
punta de los pies sobre el vacío de 8 pisos que se erguía ante él.
No le sobraron rituales: quería cortarse antes de
aventarse del techo del edificio, sólo “por
si algo”. Uno supondría que nadie quiere quedar cuadripléjico después de un
intento de suicidio, pero con una caída desde esta altura tomar ese tipo de
medidas no podrían ser preventivas, sino simple y llana ociosidad.
Cabría preguntarse si este corte, este prólogo escrito
con el filo de su navaja, se encontraba motivado en alguna estética mortuoria
de esas derivadas de esos 6 poetas franceses que alguno tuvo la osadía de tildar
como malditos, o si quizá tenía la intención de plasmar algo, de elevar su alma
antes de morir, o incluso de iluminarla con la belleza de la muerte misma si
acaso esta acción encontraba su cuna en la lectura de Poe que con frecuencia él
hacía. Pero bueno, vaya uno a saber.
Lo único que les podría decir con claridad es que aquella
noche él se encontraba dispuesto a arrojarse al mundo sin titubear.
Realizar el corte no fue tarea sencilla: trazó con la
cuchilla un tajo bastante profundo, de un tirón, con mucha fuerza y sin
delicadeza alguna; fue brutal. Intentó compensar con esta fuerza el nerviosismo
de ser cortado y la emoción que le causaba llevar a cabo el destino que él
había elegido para sí mismo. Siempre soñó con cortar la suya propia pero no pudo
más que postergar ese deseo hasta ese momento.
Inmediatamente lo invadió la adrenalina tan rápido como
el rojo de la sangre asaltó su piel y al piso fueron a dar un par de gotas de
sangre y una lágrima tan fugaz que ni siquiera él notó correr por su rostro y
caer.
Se sintió vivo ese momento, vivo como no se había sentido
desde que lo podía recordar, vivo porque sabía iba a morir. La posibilidad de
quitarse la vida, de hacerse morir, de obligarse a dejar de existir, se volvió
expresión, demostración y afirmación de su propia libertad. Parpadeó rápido
tres o cuatro veces con la respiración agitada, como procesando lo que estaba
ocurriendo, y concluyó que en ese momento sólo él tenía potestad sobre sí.
Murmuró entonces algo que inmediatamente helaría sus propios huesos: “Me mato porque soy”.
Miró hacia el arriba aun con aquel escalofrío
recorriéndolo de pies a cabeza. La luna apenas salía y las nubes que poblaban
el cielo amenazaban con llover.
–Suficiente, que me bañe la lluvia, que limpie de este mundo lo que fui.
Ya he tardado mucho. Es hora de saltar, tengo que saltar.
Calló entonces el viento, la intensa música nocturna
cesó. Únicamente se escuchó una profunda aspiración que entraba casi forzando
la garganta, desgarrándola en medio de la oscuridad…
Suspiró.
2) Frío [t=-1]
–Hay días más fríos de lo usual, ¿no te parece? – Habla consigo
mientras se duchaba con agua caliente para espantar la soledad– Si. Pero hoy, hoy no es un día como
cualquier otro. ¿Acaso no sabes qué día es hoy?
Eran las cuatro de la tarde. Manuel siempre fue un
holgazán, no llevaría una hora despierto; había estado faltando a clase las
tres últimas semanas inventando excusas para no tener que responder ante sus
padres, quienes pagaban sus estudios. Estudiante de filosofía, le faltaban dos cursos
y media tesis para terminar.
¿Cómo podría una persona ser kantiana y holgazana al
mismo tiempo? ¡Su nombre es Manuel después de todo! Es uno de esos misterios propios
del siglo XXI junto con todas esas quimeras que han aparecido después de los
campos de concentración y Mayo del 68, sin contar al impúdico de Marcel Duchamp
que se orinó en el arte, para bien y para mal del arte misma y de los
artesanos. Pero tampoco puede pensarse que en el pasado fue mejor mientras
dominaba la esquicia de Jean-Jacques Rousseau, o mientras se mató en nombre de
Dios, de Aristóteles y de Platón.
–Hoy es el día en que por fin podré lanzarme al vacío. Hace 20 años se
lanzó ese idiota al que nunca pude entender más que en ese acto: Deleuze quería
dejar de sufrir, querría descansar. No hizo más que hablar de insensateces,
reducir las jerarquías para luego arrojarse desde la altura. ¿No es eso una
contradicción, pura estupidez? Será una burla, hoy me arrojaré.
Como les contaba, Manuel se levantó tarde ese día. Se
dedicó a dormir como había estado haciendo hace mucho tiempo, por lo menos 6
años, desde poco antes de cumplir los 18, aunque estuvo soñando casi desde los
12 añorando un amor que lo sacara de su propia oscuridad, que lo rescatara de
su soledad. Cada quién hace como puede con su vida: unos la soportan, otros la
llevan a cuesta como una carga inhumana, algunos pocos aprenden a disfrutarla…
este sujeto la evitaba como podía. Mantenía con una tortícolis montada al
cuello producto del peso muerto de su existencia, hacía lo posible por evitar
lo que sentía, por eludir cualquier deseo que implicara un riesgo e intentaba
no darse cuenta de lo que ocurría. Sólo había discurrido entre unos amores
oportunos y otros esforzados desde hacía un cuarto de su vida, amortiguando las
penas que la vida misma trae consigo entre besos, sexo e hipomanías tóxicas.
Él había sido un suicida desde hacía mucho tiempo, pero
tardó mucho en dejar de evitar su propio gusto por la sangre y la gravedad.
– ¿Cuánto tiempo tardaría en…? ¿Cuánto tiempo podría sentir que vuelo,
que no cargo el peso de esta puta vida, antes de desplomarme como Ícaro y
perecer esparcido? – Se preguntaba cuando miraba por las ventanas de los
salones del 4to piso del colegio al que asistió hasta su mayoría de edad.
Nótese por favor que lo de la ociosidad es en serio, todo
parece indicar que se trataba de un newtoniano innato. Ya se imaginarán su
emoción cuando comenzó a estudiar caída libre en física de bachillerato.
Por el deseo de morir también falta asumir una
responsabilidad, Freud es radical con este asunto. Manuel siempre esperó que
alguien más le diera el regalo del descanso: Se arrojó a los carros en
movimiento, intimidó atracadores en Medellín con la esperanza de que lo mataran
de una buena vez, buscó problemas por donde fuera que anduvo y aun así la
muerte parecía eludirlo, o quizá él tenía muy mala puntería.
Más de una vez se lo vio recitando de memoria el final de
aquella invocación del poeta greco-alemán, el loco pianista de la mansarda, Friedrich
Hölderlin. Lo gritaba desgarradamente, su voz hacía que se estremecieran las
más íntimas fibras de los desafortunados que llegamos a presenciar el
espectáculo… le cantaba a Pontos, al mar rogándole por un descanso: “¡Déjame recordar el silencio en tus
profundidades!” Sólo las olas le respondían, pero él seguía con vida.
Eventualmente se le agotó la paciencia, dejó de esperar a
que alguien o algo se ocupara de él y eligió subir al tejado del edificio de
uno de sus amigos, Daniel, para resolver de una vez por todas sus diferencias
con la vida, pero tendría que planearlo bien. Ya había sido más que suficiente
de tanta mierda y todo el esfuerzo que implica sostener un cuerpo, mantenerse
en pie, convivir con otros idiotas que –a su juicio– estaban tan muertos como
él por dentro. Manuel no vivía sino una frialdad post-mortem anticipada.
Vivir le era insoportable, su cuerpo le resultaba
insostenible, le pesaba como si desde ya careciera de vida; además, como
sujeto, ya de por si él parecía contar con muy poca movilidad y sus manos se
encontraban frías en todo momento. Me quedaría corto si simplemente dijera que
parecía muerto desde años atrás, pero no sabría cómo más darles una imagen de
él. Para colmo, algo de su modo de quejarse de la vida siempre me recordó a
Cioran: como si con su nacimiento lo hubieran condenado a sufrir y perecer de
aburrimiento; él estaba aburrido con la vida desde hacía rato, él era un
desventurado de la existencia, un desgraciado en esencia.
Como ustedes imaginarán, rápidamente todos los seres
humanos se volvieron una masa indiferenciada para él, gente que reflejaba lo
mismo que él era para sí: “suicidas no
asumidos”. Es así como aparece tiempo atrás no sólo su conclusión, sino su
resolución:
–Hace años tendría que haber saltado. Tengo que saltar.
3) Quiero [t=1]
–A veces me pregunto– dice, formulando cada palabra con la cautela
de un estratega militar–, ¿cuánta
voluntad hace falta para sostener un cuerpo? ¿Cuánta valentía hace falta para
enfrentarse a la vida, para asumir el deseo en vez de darla por perdida?
Subirse no fue difícil, pero lo hizo de tan cuidadosa
manera que le tomó mucho tiempo, alrededor de 20 minutos, llegar de la casa de
Daniel en el segundo piso del edificio hasta ahí. No había dejado rastro alguno
de su paso, la evidencia es enemiga cuando uno intenta ocultar un verdadero
acto de los ojos acostumbrados al drama barato y a los refritos de mal gusto de
la televisión nacional. Él quería borrar su paso por este mundo cuando subió.
Cualquiera hubiera creído que saltaría pero, al darse
cuenta de que tenía la cara empapada por sus propias lágrimas, desistió. Tras
decir estas palabras al viento gélido que lo mecía y refrescaba desde la noche
que nació, bajó de la pared donde se había encaramado para arrojarse a su
destino.
Articular aquellas palabras le costó mucho. Ya su muñeca
izquierda estaba sangrando bastante por efecto de su navaja, así que tuvo que
improvisar un torniquete con su correa y una venda con la camisa que tenía esa
noche después de limpiarse con esta el mar de lágrimas que no cesaba de inundar
su rostro. Sin embargo no había mucho
que hacer, era una herida profunda. Él nunca creyó que se arrepentiría a mitad
del corte que llevaba por lo menos once meses planeando, pero así fue.
Si Andrés estuviera ahí le diría que es un cobarde tal
como lo fue su propio padre, especialmente porque Andrés si llevó a cabo lo que
él mismo hizo invariable de su destino. Alguien debe conservar aquella
producción, el bosquejo arquitectónico de su familia hecho al menos de manera
conceptual, o como una escena que completó… o algo así. Habría que preguntarle
a él qué fue lo que realmente plasmó en su cuaderno de dibujos.
–Qu…–
El caso de Manuel era algo distinto. Cabrá preguntarse en
quién habita más la cobardía y la valentía: ¿acaso es en el que lleva a cabo la
condena de su destino, o en aquel en el que decide asumir su deseo? Cabrá
preguntarse también qué otras posibilidades hay además de huir y enfrentar.
¿Acaso crear?
–Quiero…
Podría uno divagar un poco más al respecto. Podría uno
rastrear con lupa y escalpelo a través de la historia en dónde fue que la
conformidad se volvió sabiduría, o dónde los cuestionamientos y búsquedas de
alternativas fueron nombrados como herejías, y se podría trazar aquella
genealogía para poder ver cómo nos hemos ido condenando todos a esta aparente
indolencia cobarde que abrazamos cuando no queremos desear lo que deseamos ni
sentir lo que nos desborda… Y, aun así, no hay necesidad de optar por una vía o
por la otra binariamente. Quizá la tribu Inip con su sistema numérico pudiera
darnos alguna guía al respecto de cómo deshacer un binarismo jerárquico, de
cómo hacernos comunidad.
–Quiero saltar…
No obstante, no lo digo sólo por divagar; lo digo con
toda la seriedad del caso porque es un asunto central. En uno de sus Artificios
Borges habla de una aparente condena a la repetición histórica (e incluso
literaria) entre Ryan, Kilpatrick, Julio César y en Macbeth de Shakespeare; me
refiero a “Tema del traidor y del héroe”. ¿Qué no es eso una fabricación en
todo nivel voluntaria e incluso audaz de un destino, de una determinación
radical en la vida y la muerte? El proyecto de Nolan en el cuento evoca la
noción del “Eterno retorno de lo mismo”, pero Jorge Luis Borges parece evitar dicha
mención reglamentaria (por no decir “obligada”), quizá por lo voluntario y
meticuloso de la construcción. En vez de condenar a Kilpatrick a una simple
repetición, Borges le da la posibilidad de elegir, de decidir qué hacer con su
vida, con su muerte e incluso con su nombre; Kilpatrick, con la ayuda de Nolan
y los actores implicados, se hace su propio escritor, escritor de su propia
historia y su devenir.
–Quiero… quiero saltar.
Este es justamente el punto fundamental de la diferencia
constitutiva de cada caso, una insondable decisión subjetiva que jamás podría
ser contrariada ni puesta en cuestión por otro: La decisión de existir y cómo
hacerlo, la voluntad de elegir, el riesgo que se asume al querer, al optar y
ceder, lo que se apuesta en todo este proceso.
Manuel lanzó sus dados y se apostó allí, no habría marcha
atrás, ya la suerte estaba echada pero él aun tenía la oportunidad de elegir…
y, con la valentía de quién no tiene nada más que perder, así lo hizo. Eligió
no condenarse a repetir la historia y el destino que Andrés eligió para sí y
trazó para todos desde el principio, decidió crear algo más que un cuerpo
despedazado:
–Quiero vivir.
4) Kantiano [t=-2]
Me produce algo de vergüenza, pero tengo que admitir que
la historia más temprana de Manuel no la conozco casi; les contaré lo poco que
sé.
Me topé con él por primera vez tomando en el parque del
Poblado hace como 4 años; en ese entonces él era uno de esos amigos con
derechos de Natalia, tendría 20 años. Como a mí, le gustaban las cervezas
negras, así que mantuvimos en esa ocasión una conversación bien interesante al
respecto. Él era un kantiano a rajatabla, de esos sujetos que logran la épica
hazaña de abordar todos los temas y problemas que se le atravesaran en su vida diaria
con filosofía de 1700.
No tardó en aparecer la discusión: él no soportaba mis inclinaciones
y “relativismos”, mientras que yo veía ahí deseos y casos particulares que
siempre puse de relieve; él pensaba en la razón como aquello que definía a lo
humano e incluso como horizonte de la humanidad, mientras que yo pensaba en un
millar de cosas antes que eso; yo me burlé de él cuando recurrió al imperativo
categórico para hablar del amor, él disimuladamente me señaló como cínico y
caótico por no buscar un ideal mayor ; yo concluí que él era un anacronismo, él
fue más decente que yo y sólo me tildó de zascandil
.
En esa época él tenía una particularidad: cuando se
tomaba una cerveza se desconectaba de la gente, es como si sólo estuviera con
la cerveza por un momento, alejado de todo lo demás. Uno no puede decir que
esto es un grado de autismo, ni siquiera siendo muy laxo, pero haga de cuenta… porque
de un momento a otro él ya no estaba con uno, estaba en su mundo únicamente con
la cerveza. Habría que preguntarle a los
que se atrevieron a conceptualizar lo “suficientemente bueno” por fuera de lo
estético si aquello se constituye como un objeto transicional o algo así, y
hago un énfasis cínico en la moral deontológica ya que estamos hablando de Imperativos
categóricos contemporáneos.
Ya de madrugada estábamos ambos despojados de razón, así
que le pregunté que por qué Kant…
después de todo, yo habría sido un kantiano finalizando mi época colegial y fue
lo más aburridor que he vivido, por eso lo pregunté. No recuerdo muy bien lo
que me dijo, balbuceaba a penas por todo lo que había bebido. De lo poco que
aún queda claro en mi memoria de su respuesta fue su mención a lo enigmático y
desagradable de los sentimientos que lo desbordaban años atrás cuando se
enamoró de una mujer, de una chica menor que él por un año. En ese momento
pensé en mi propia historia y concluí: “Claro,
la razón kantiana también me sirvió a mí para contener”.
Cuando llegué a mi casa esa madrugada recuerdo haber
escrito sólo una cosa antes de dormir. Decía, en garabatos de borracho y con
olor a cigarrillo: “Pero contener el deseo
sólo lleva a estallar”. Francamente, ahora creo que asumir una postura así
es poco más que una consecuencia directa de una intensa cobardía de ser, la
cobardía de ser quién se es.
Las próximas veces que me lo encontré estaba cada vez más
cabizbajo, cada vez más muerto por dentro. Su rostro se iba oscureciendo como
si la pasión de la vida se le hiciera día tras día más lejana. Llegó a un punto
de estabilización a los años, como a una especie de meseta: No parecía
marchitarse más, pero tampoco retornó a él la chispa de vida que tenía a los 20
años.
Un día me habló de la necesidad de desaparecer toda
inclinación de su vida, todo deseo, toda preferencia; estaba en la búsqueda de
hacer de si un ser completamente racional, lógico. Decía que ser un filósofo es
poner la razón por sobre todo, antes que todo; que ser Mayor de edad también
implicaba cumplir la ley porque es debido, no porque se quiera. Cuando yo le
hablé de la filosofía como creación de conceptos y del deseo como falta, agenciamiento
y construcción le faltó poco para golpearme; supongo que ya estaba pasado de
tragos de nuevo. Terminó replicando, casi a los gritos, que lo que yo concebía
como filosofía era un insulto para los grandes filósofos. “No
llegarás lejos con esos relativismos, José” sentenció en voz bastante alta antes
de irse y yo, cabreado por su reacción, respondí con rabia “¡¿y es que a dónde tenemos que llegar?! ¿A
la razón? ¿A cuál verdad? ¡A morirnos en vida si te seguimos a vos!”
Me tomó un rato reducir la efervescencia que me invadía,
pues gustoso lo hubiera golpeado en la cara también. Aun colérico como pocas
veces me pongo, agaché mi cabeza y me halé de mi pelo que por esa época me
llegaba casi a la mitad de la espalda y gruñí de inconformidad: ¿Cómo podía una
persona intentar vivir sólo por deber? Hace dos años yo era bastante
intolerante. Me frustró profundamente esta conversación, seguramente por eso la
recuerdo con tanta claridad, recuerdo su voz y la mía, recuerdo mi desesperación.
¿Por qué tanta frustración? Porque algún día yo también me encontré en esa
posición e intentaba erradicar del lenguaje todos los equívocos y
desencuentros… repito, yo también fui kantiano, lo fui en el colegio.
La siguiente vez que nos encontramos me dijo en tono de
charla, mucho más amable, que algún día me condenarían como a Sócrates por
pervertir a los jóvenes, a lo que yo repliqué, también amablemente, que esperaba
verlo dando clases en el Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia.
Le tengo que reconocer la finura en el uso de los conceptos cercanos a la
Ilustración e incluso los Hegelianos, sigo pensando que desde que lo conocí él
fue inigualable en eso.
Dejé de verlo en el parque cuando cumplió 23.
Un año después, en noviembre, alguien me dijo “debimos haberlo sabido…”. Yo no quería sentirme culpable ni me sentía
responsable de las decisiones de Manuel, así que respondí con crudeza: “De pronto ustedes pudieron haberlo sabido.
Yo algo sospeché, Kant es un suicidio subjetivo, pero el tipo me caía como una
patada en ese entonces. Igual siempre fue su decisión”.
A penas por estos días le comienzo a tener cariño a la
gente en general y me desbordo de ternura por nimiedades, así que tal vez ahora
podría haberle dado una respuesta más amable a esa persona. Pero nada de eso cambia el hecho de que no es
posible alterar una elección tan íntima en una persona, tomada de manera
radical, determinante y hace tanto tiempo… sólo él podría haber transformado
esto, y de hecho así fue. Sin embargo, no basta tan sólo con decidir: aun
tendría que hacerse responsable de empujar su organismo hacia la muerte, asumir
las consecuencias del despiadado corte que lo despertó.
5) ¿Vivir? [t=2]
–Sí, lo que quiero es vivir… lo que siempre he querido es sentirme feliz.
Él nunca se preparó para bajar de aquel techo por la misma
escalerita por la que subió porque claro, de eso se encargaría la gravedad
pero, para su sorpresa, no fue el caso.
Fue un trabajo arduo descender usando una sola mano.
Ambas estaban encharcadas en sangre, pero la izquierda ni siquiera le servía
para aferrarse. Realizar aquel corte tan profundo como para afectar los
tendones no es buena idea para quién no esté seguro de querer morir, pero
supongo que uno sólo se da cuenta de eso a medio camino… a uno sólo le resta
vivir con las consecuencias de las propias idioteces.
Rápidamente pasó de ser un trabajo arduo a ser una
situación penosa y ridícula cuando se resbaló en el último tramo de la escalera
y cayó de culos sobre el piso. Una mano no era suficiente para sostener su
peso, mucho menos una mano aun húmeda en sudor frío y su propia sangre, con la
que manchó no sólo la camisilla blanca que tenía bajo la camisa que usó de
vendaje improvisado, sino también el piso, la escalera y todo a su paso sin
discriminar.
Cuando cayó, echó a reír a carcajadas como nunca antes,
como ni siquiera él mismo habría sospechado que podía. Entendió la ironía de
resbalar en esta situación tras haber decidido no lanzarse hacía pocos minutos
y ya no le importaba dejar o no evidencia de su paso por allí. Se levantó, vio
el reguero color rojo sombrío en el piso, sonrió y comenzó a caminar de regreso
al segundo piso, a la casa de su amigo de la que se había fugado hacía ya 30 ó
35 minutos para ocuparse de su existencia.
– “¿Y ahora qué me queda?” – se preguntó mientras bajaba cada vez más
a paso más lento y mareado; la pérdida
de sangre no parecía ayudarle mucho. –“¡Ja!
¿Vivir?”–.
Abajo había dejado a sus amigos que se reunían religiosamente
todos los viernes, sábados en su defecto, a tomar alguna cosa y hablar mierda,
desatrasarse de sus vidas y actualizarse de los chismes de la semana. Justo
antes de salir del apartamento de Daniel les dijo que tenía una llamada urgente
que tenía que atender y que posiblemente se demoraría un buen rato, sirviéndole
de excusa para ausentarse el tiempo necesario. No había dejado más mensaje que
una nota a puño y letra, cerrada sobre su mochila en casa de su anfitrión que
decía “No es su culpa. M.”; ellos no
vieron la nota, ni sospecharon de la situación en general.
–No creo que sobreviva, estamos lejos de una clínica. Sólo me queda
intentar morirme feliz– Concluyó y se sentenció.
Manuel demoró varios minutos bajando esos 6 pisos por las
escaleras del edificio, no quiso usar el ascensor para no aparecer en la cámara
de seguridad, para no incomodar al vigilante si luego aparecía un muerto en el
ascensor, él sabía que las probabilidades no estaban exactamente a su favor.
6) Binarismo [t=-3]
Este breve camino
de vuelta a la casa de su amigo le bastó para re-pensar su vida, para darse
cuenta de que había necesitado un golpe desde hacía mucho tiempo para
reaccionar, para por fin despertar, para dejar de huir de sí definitivamente. Sin embargo, esto no fue sin incidentes:
mareado como estaba, no tardó en caer. Tras haber descendido con relativo éxito
dos de los seis pisos fue a dar al piso tras tropezarse. Se enredó con sus
propias piernas.
A pesar de lo complicado de la situación, más excesivo
que el golpe de la caída era el desequilibrio y el frío que entorpecen la vida
cuando se tiene una herida abierta.
En el piso, intentando recuperarse como podía, pensó en
un impulso íntimo que lo ha acompañado desde que tiene amigos: una constante
voluntad de huir de todos, de alejarse de todo cuanto le rodea. Vino entonces a
su mente la frase con la que cierra Joaquín Sabina una de sus canciones: “
Mi manera de comprometerme fue darme a la
fuga”
.
Le tomó tiempo reunir sus fuerzas para levantarse de
nuevo y más aun para caminar. Camino abajo, se quedó enganchado a la idea de su
forma de huir y no pudo más que comenzar a recordar; quedó absorto en su
memoria y dejó de sentir los 16 escalones de cada piso, también dejó de fijarse
en cómo se fugaba la vida de sus venas, o en cómo se le zafó su torniquete
temporal en esta caída, no. Tan sólo se volvió sujeto de su memoría.
[Escrito: Desde el martes 3/11/2015 hasta...]
Notas al pie: Hay textos que se mueren a mitad de gestación. Hay correcciones que hacer y quizá algún día me tome el trabajo de ponerle su punto final, pero por ahora así está bien: Ya está terminado dentro de mí. Tan sólo no quiero gastarme el esfuerzo de redactarlo en general.