La vida no tiene más orden que aquel que busquemos en ella,
sea por necesidad o por comodidad.
Esta digresión* frente a la vida será lo que llamaremos “ley” y “normalidad”
en nuestro afán narcisista, tambaleante, dubitativo e inseguro de someter a la
otredad o exterminarla una vez nos hayamos frente a esta; pero también ha de llamarse
ética cuando somos conscientes del paralelismo entre la vida –que por simple
conveniencia didáctica, por no decir “pereza”, me permitiré llamar– “natural” y
la vida psíquica de la humanidad.
El Superhombre (Übermensch)
de Nietzsche es tal: es aquel que decide continuar soñando aun sabiendo que
está soñando. No nos motiva, pues, a despojarnos de los nombres que llevan las
cosas bellas, o de los nombres bellos que llevan las cosas, sino a disfrutar de
su fragilidad, a usar estos nombres con respeto y responsabilidad sabiendo que
no hay tal cosa como La Verdad, que el nombre no contiene a la cosa ni la
agota, y que no es el único nombre para referirse a esta. El resto, amigos
míos, ¡es pura poesía, es creación pura!
La búsqueda de un orden supremo e infalible, o el afán
por debelar la “realidad última” o un adefesio tal como aquella supuesta “ley
natural” que lo rige todo, habla más de la inseguridad que pulula en el
espíritu de la humanidad contemporánea que del mundo al que nos hemos visto
arrojados, impotentemente, al nacer. Será decir con Nietzsche, Deleuze y Žižek
que no hay más orden que el motivado por el terror que nos produce nuestro
propio desorden, nuestra pequeñez y aparente insignificancia ante el enorme
universo, nuestra impotencia ante la pasión, ante el amor, el odio, el miedo…
nuestra impotencia ante la vida y la muerte.
¿Y si realmente
no hay un "papel normal"? ¿Y si son las propias excepciones las que
crean retroactivamente la ilusión de la "norma" que supuestamente violan?
¿Y si en la filosofía, no sólo la excepción es la norma, sino que además la
filosofía misma -la necesidad de un auténtico pensamiento filosófico- surge
precisamente en aquellos momentos en que las (otras) partes constituyentes del
edificio social no pueden desempeñar su "papel propio"? ¿Y si el
espacio "propio" para la filosofía es el de esos mismos hiatos e
intersticios abiertos por desplazamientos "patológicos" en el
edificio social?
Slavoj Žižek – Órganos sin cuerpo: Sobre Deleuze y
consecuencias (pág. 14)
De ahí que nos pasemos la vida buscando un sentido, un
delirio razonable, una fantasía duradera que explique y sostenga nuestra
condición de existentes, un constructo metafísico que nos de soporte práctico y
narcisista al tomar por sorpresa al mundo (Vattimo) y nos ayude a sentirnos
menos diminutos ante lo demás y los demás, pero especialmente, que nos ayude a
sentirnos menos insignificantes ante nosotros mismos.
Yo decidí gestar algo distinto para mí; no creo que sea algo
único, pero hoy me siento motivado a compartirlo. Más que un sentido que me
diga el orden del universo, yo busco un sentido que me permita asir y sentir lo
que siento, un concepto que, más que gozar, me permita contactarme
duraderamente conmigo mismo… y bueno, con eso, con estar conmigo, me basta para
ser feliz.
Creo que el sentido es personal, es del campo de la ética
aristotélica, eudaimónica y, por eso, no nos resta en la vida más que pensar en
la vida propia, la de cada uno en concreto, para darle sentido a esta y no a
todo el mundo en cuanto tal. Claro está: no impongo mi opinión, la propongo y
aclaro que esta ha sido, desde hace ya varios años, mi propia elección.
Elegí fabricar mis sentidos, mis nombres, mis palabras y
mis letras para gestarme, a conveniencia, como un mundo que me sea amable tanto
a la hora de dormir como de despertar. Sufro como todo ser humano en el movimiento
del ensueño entre el amor y el desamor, entre la compañía y la soledad, pero me
basta con crear otro nombre, otra palabra, para volver a desear a la vida y
vivir con tranquilidad.
Hoy, soy un desorden en Žižek, soy la carne de mi brazo
derecho que dejó de sentir por un golpe, por un tirón, por la tensión. Soy la
tinta que discurre, transcurre, divaga y deviene tiernamente entre mis dedos y
el papel. Soy movimiento inagotable soy
una voz que vuelve de la nada a decirte que sigo aquí, contigo, soy un punto que arremete sin aviso.
No hay orden, no hay ley. Me quedan mis letras para
puntuar mi existencia –no imaginan la alegría con la que lo escribo– y, con esto, me basta para irme a dormir feliz esta noche. Punto final.
*Digresión: (Del lat. digressĭo,
-ōnis). f. Efecto de romper el hilo del discurso y
de hablar en él de cosas que no tengan conexión o íntimo enlace con aquello de
que se está tratando. (RAE)
[Escrito: miércoles 10/09/2014]