Dos años ya.
Cuando le conté a mi mamá, me dijo que el tiempo pasa muy
rápido; y quizá si lo haga para ella pero, más que por sus afanes, es porque
ella no siente esa falta ni es testigo de esa ausencia que no deja de estar
ahí. Las bancas vacías, las cervezas un viernes en el Carlos E después de clases,
la emoción acerca de cada nuevo capítulo de The Walking Dead, la paranoia que
le entraba dos veces al año y la melancolía de una vez al mes, los chistes
malos –pésimos, pésimos de verdad–, la peor lectura de Nietzsche que he
escuchado en mi vida… Todo eso no deja de no estar aquí con nosotros, conmigo.
Unos meses antes durante ese mismo año escribí dos textos
intentando gritar y descomponer lo que sabía que sería su muerte y otra, una
que aún está pendiente. Todos cifrados, pero ahora deben ser fáciles de
entender. Es decir, fue un asunto escénico y estético para él incluso más que
para mí, un despliegue de producciones entre clichés de poetas malditos y la
originalidad digna del chico que creció en Robledo perdiendo a su padre y a sus
amigos doce años atrás. Se demoró en asumir su lugar, pero eventualmente
llegó: el péndulo del gran reloj que ve, petrificado por la angustia y sin aire, a su
amado y odiado padre morir.
Lleva, con este, la muerte de visita dos meses seguidos
entre acontecimientos (porque la muerte es el acontecimiento por excelencia),
recuerdos y sueños. Con una milonga de La Gata Varela me pregunto, quizá con
ella, no sé, si Gauna, si mi amigo o si aquel padre realizado fueron felices al
morir, si se marcharon tranquilos de verdad. En cuanto a mi abuela, pues
amanecerá y veremos, porque tampoco la expiación podrá ser eterna; por lo menos hoy vi a mi abuelo en mi sueño, gruñón porque no dejamos de joder.
Memento mori.
Recordar es una palabra muy bonita. Re-cordis, re-cardio,
re-Cuerda. Confieso que en este instante siento una nostalgia gigantesca
mientras canto con una especie de angustia triste lo poco que me queda de Sergio para aferrarme a mí y a un recuerdo que se desvanece de mi memoría… por lo
menos ya no es desesperación o impotencia, ya no se desvanece son violencia
sino con la suavidad de quién perdona a sus amados por sus faltas y ausencias. Aún
recuerdo su voz y sus gestos con cariño y alguna claridad.
Sabíamos dos… igual de nada sirvió, de nada serviría jamás; hay gente que tiene vocación y no hay salvadores ni mesías entre los humanos, no. Aceptar que no somos omnipotentes, aceptar nuestra humanidad, tranquiliza y hace posible desear.
Estos dos años han sido oportunos para replantear
infinidad de lazos, de vínculos, gustos, puntos y líneas, intereses, problemas
y perspectivas, no sólo en mi vida sino en la de todos los que vivimos este
vacío. Tenemos nuevos sentidos, nuevos vínculos –más saludables y amables en mi
caso–, pero esa ausencia irreductible es incurable de verdad. Y eso está bien:
No habrá otro como él, francamente me basta con el que ya hubo. Con su
muerte, de golpe, comenzó mi adultez.
Extraña paradoja: Es al mismo tiempo un salvaje vacío físico y una llenura entre historias y sentidos, entre relato que sólo sus cenizas y mi emoción podrían corroborar.
Es cómico y desbordante celebrar el mismo día del año la existencia
de mi más entrañable amiga de la infancia y llorar por la muerte de tan
importante amigo (hermano) de la universidad, sin contar lo agridulce de todo
lo que haya que pensar acerca del asunto de la independencia de mi país, entre
otros asuntos. Escribo aquí porque tengo
que escribir; al menos por ahora no me queda de otra si quiero ser coherente
conmigo. Supongo que ser coherente es lo único razonable que uno puede hacer
ante un otro que eligió ser a su manera mientras vivió, ¿no? Hay que amar y
construir mientras tengamos tiempo.
Hoy no escribiré anécdotas, siempre he preferido
contarlas, narrarlas para construir vínculos, porque vale la pena querer; él es una bonita excusa para una buena conversación. Esta vez sólo invoco su ausencia para recordarlo, para hablar algo de lo que ocurre en mi arrojo a existir y repetir lo que, en su
momento, fue lo único que pude decir para comenzar a entender que jamás lo
volvería a ver con vida, y que en este preciso instante me trae una profunda serenidad
junto a esta suave alegría entre cálida y tierna:
Hasta siempre... güevón!
^_^
Así está bien.
[Escrito: miércoles 20/07/2016]
*Nota: He vuelto a escribir, he vuelto a desear. Estoy feliz.