viernes, 4 de abril de 2014

Grapadora

«Se encuentra colgada en la sala» –comienza su relato con firmeza y suavidad–. «Es paradójico porque desde pequeña fue una chica asmática, de modo que siempre dijo que preferiría cualquier modo que morir antes de la asfixia.

No tiene pantalones ni medias, sólo sus calzonsitos de rayas horizontales de colores rosa y blancas y la blusa blanca de tiritas que le regaló su madre hace un mes. La blusa está enrojecida por los rasguños que le deja la soga al cuello, además de las pequeñas goticas de sangre que se deslizaron por su pecho y desde su nariz, pero que ya están secas. Sus ojos están manchados por un rojo intenso y su rostro coloreado de un pálido azul. En su pierna izquierda se ha escrito, usando como tinta su propia sangre y como pincel sus dedos, la palabra “ReCuerda”. Es una gran obra de arte caligráfica que aun está a medio secar, adornada con finos trazos de arabescos, que reside sobre su piel blancuzca haciendo las veces de lienzo. Tan singular lienzo se empalidece aun más a medida que pasa el tiempo que el improvisado péndulo hecho con su cuerpo sin vida marca, llevando la cuenta con lentitud, pues lleva ya horas en movimiento… tic, tac, tic, tac…; y aun no está quieto… y quizá nunca lo vaya a estar; y quizá jamás se vaya a callar.

Cuarenta centímetros bajo los pies del péndulo tiene residencia un charco hecho con la sangre que ha goteado, apresurada, recorriendo la ruta gravitatoria que va desde la cortada en la muñeca de su mano izquierda hasta el piso de la sala, herida que le sirvió de tintero provisional para redactar su mensaje y plasmar las líneas concéntricas que delatan su movimiento. Su hermoso y esbelto cuerpo se encuentra atado de un modo muy particular: 6 cuerdas de las cuales una, la del cuello, está fija. Las otras 5 son móviles. Este juego de 5 cuerdas, que usan como polea la arquitectura del techo de aquella sala, son más delgadas a comparación de la primera. Cada una está fuertemente sujetada alrededor de una de sus extremidades, atadas con tal delicadeza que permiten hacer de su cuerpo una marioneta de carne… una en cada muñeca, una en cada tobillo. La última cuerda está anudada con su pelo rubio y liso, haciendo así posible mover su cabeza para hacer que mire hacia el frente, hacia arriba o hacia abajo. Sus ojos están abiertos, su mirada está vacía.

Clavado con una grapa en su pecho, justo arriba de sus senos juveniles y por encima de la blusa de tiritas ya no tan blanca, está un sobre de carta. En este se puede leer, escrito a mano con tinta negra, el destinatario: “Mamá”.

Doña Beatriz, ya bastante impactada, busca su teléfono celular en el bolsillo derecho del blue-jean que recién se ha puesto para salir de la ducha. Marca con urgencia a su esposo.

La llamada cae al correo de voz antes de que él conteste; piensa en que él se fue a trabajar más temprano. Frenética, vuelve a llamarlo una y otra vez sin obtener mejores resultados. Llama cuatro veces seguidas aun de pie frente al cuerpo de su hija, sin haberse movido un milímetro de donde está parada y aun goteando agua de su cabello mojado, sin poder entender lo que sucede, deseando  estar soñando profundamente. Lo llama una quinta vez… a medida que escucha el tono del celular repicando pierde los estribos y, movida por una terrible angustia, azota su móvil contra el piso, destrozándolo de inmediato; acto seguido, cerrando con fuerza sus ojos y frunciendo el seño y la nariz, emite un sonido cercano a un gemido cargado de angustia y pena.

Mira hacia el piso y ve, junto a los restos de lo que fue la pantalla de su celuar, que mucha de la sangre está seca, dándose cuenta de que ella lleva horas ahí colgada. Suspira; ahora sabe que siempre recordará esta imagen que se yergue ante sus ojos, sabe también que nunca se podrá borrar de su memoria tal y como la mancha de sangre jamás saldrá del piso de mármol color marfil de la sala.

Desesperada, llama a su mamá a través del teléfono fijo…

 ¿Aló mija? ¿Cómo estás? ¿Cómo están todos por allá? –pregunta Juanita.

Pues bien mamá, camellando… –responde automáticamente. Guarda silencio mientras piensa en lo que acaba de decir, porque es lo que siempre responde cuando su mamá le pregunta cómo está. Lentamente se le escapa una lágrima de su ojo izquierdo mientras se mantiene el silencio en la conversación y comienza a llorar.

 ¿Qué le pasó Beatricita? ¿Otra vez Juan no me le contesta el celular? No se ponga así que usted sabe que él no se va a volver perro después de tantos años de casado… recuerde cómo era su papá, que después de que las tuvimos a ustedes, él siempre respondió por todos en esta casa aun con el geniesito que se mandaba. Y eso que en esa época no había celulares, pero yo igual sabía que él se iba a mamar ron con esos malparidos amigos de él…

Juanita siguió narrando la misma historia que siempre cuenta de su ya difunto esposo, pero Beatriz no escuchaba nada desde que su madre le preguntó por Juan, su esposo. Ella está esperando a que su mamá se callara por fin para poder hablar, pero mientras espera siente un nudo que crece y se multiplica en su garganta. No puede decir nada, no tiene las fuerzas para interrumpir o ponerle un freno a su madre que siempre ha hablado hasta el cansancio suyo y de los otros, además de contar siempre las mismas historias junto a las mismas moralejas de manera ininterrumpida.  

Beatriz pierde la noción del tiempo escuchando lo que pasó de ser una pregunta a un monólogo cantaletoso e infinito. En algún punto de su escucha interminable tuerce los dedos de sus manos como si fuera efecto de un derrame cerebral, abre angustiada sus ojos desenfocando su mirada y exhala un aire de cuya existencia desconocía; así emerge de su pecho una cosa extraña, un grito amorfo motivado por algo que tiene más fuerza que ella o que los regaños de su madre, y dicha cosa se convierte en esas tres palabras que siempre soñó decirle en los 28 años que vivió con ella: –“¡¡¡ HIJUEPUTA, DEJAME HABLAR !!!”.

Beatriz, sin mermar su angustia o su tono, prosigue con respiración agitada: – “mamita… Natica se mató… ¡Mi hijita se mató! ¡Tiene 23 añitos y se ahorcó!

La conversación fue infructuosa. Juanita no pudo volver a hablar después de semejante reacción de su hija, mientras que la boca de Beatriz continuó hablando cada vez más palabras, más rápidamente, pero también más faltas de forma; su mente se fue a otro planeta, su sangre hervía. Nada se entendía, sólo comenzaba a gritar más y más fuerte intentando hacer que Juanita la escuchara y le entendiera.

En medio del ruidoso monólogo de Beatriz, suena una melodía que viene desde la mesa del comedor. Allí se encuentra el celular de Natalia sonando y vibrando. La llama Juan. Ella mira extrañada al teléfono táctil que esgrime frente a sus ojos una fotografía de Juan y ella misma sonrientes, foto que Natalia tomó y Beatriz misma eligió. Con el más profundo de los desprecios contesta a la llamada y, sin pausa alguna, sin esperar un segundo, le habla gritando: – “Natica se mató. ¡Mi hija se me mató por tu culpa grandísimo hijueputa, perro infiel! ¡Andate con tu moza y no volvás jamás  gran malparido!” –. Acto seguido lanza el celular por la ventana, aun sin terminar la llamada; a los pocos segundos se escucha el golpe del dispositivo que se estrella contra el asfalto de la calle ocho pisos abajo del balcón.

Sin haber quitado el teléfono fijo de su otra oreja, continúa “hablando” con su madre como si fuera un solo chorro verbal que ha salido y continua saliendo de su boca ininterrumpidamente.

 ¡No fue mi culpa! Ella siempre ha sido así, el papá la malcrió. Ustedes la malcriaron, partida de alcagüetas. ¡Asesinos! Yo sólo le di lo mejor de mí, le di los mejores años de mi vida, le di lo que yo nunca tuve, le di amor, atención, una mamá paciente y dispuesta sólo para ella, un padre presente… no como el borracho peleón de mi papá. ¡A ella nunca le ha faltado nada!  A ella nunca…

Y estalla en llanto dejando caer el teléfono al piso. Reenfoca su mirada a la escena que tiene en frente y se da cuenta de que sigue ahí, que su hija sigue fría y moviéndose lentamente como un péndulo por las cuerdas que tiene atadas a su cuerpo, que sigue sin vida ante sus ojos.

Sufriendo ante lo que ve, se queda atónita una vez más. Poco a poco toma fuerzas para acercarse a Natalia y, sin tocarla, intentar sacar la grapa de su pecho y tomar la carta. Siente la dureza de la grapa clavada en su carne, siente cómo se desliza con dificultad hacia afuera mientras ella la hala con sus uñas pintadas de un verde-azul brillante. El sobre se encuentra sellado. No está casi ensangrentado, sólo tiene unas líneas secas que sirve de evidencia del paso de algunas diminutas gotas de sangre que descendieron de las dos pequeñas heridas causadas por la grapa. Abre con delicadeza el sobre para no dañar o arrugar su contenido. Escucha atentamente el sonido del papel que se rasga usando como cortapapeles el dedo índice de su mano derecha, sosteniendo con la izquierda el sobre.

Al lograr su cometido escucha el último rasguño del papel. Siente mucho miedo, cierra sus ojos y sus lágrimas se escapan a chorros de estos. Intenta contener sus lágrimas con sus manos para no ensuciar el sobre con estas, pero prontamente se da cuenta de lo ineficiente de esa empresa. Desliza el papel de cuaderno doblado afuera del sobre sabiendo que en este se encuentra lo último que su hija le dirá.

Imagina por un instante que en dicho papel dice que esto no es más que la peor de las pesadillas, que es una mentira, una broma muy pesada y de pésimo gusto, que ella está bien y viva, que sólo está actuando o que Beatriz podrá despertar del sueño en segundos y verla con la piel rosada una vez más. También tiene la esperanza de que en esta carta Natalia la perdone por todo lo que ella le dijo anoche antes de dormir… siente mucha culpa al recordar y llora aun más. Recuerda que Juan se fue iracundo desde anoche, desde la pelea que fue motivada porque él no contestó el celular, pues, según él, lo llevaba en el fondo de su morral. En ese instante reconoce que lo único que quería es que tanto Juan como Natalia fueran más atentos con ella, que la pelea fue un modo caprichoso e innecesario de llamar la atención de ambos, que las palabras que dijo fueron hirientes para todos, más aun para ella misma… y siente miedo al recordar que esta vez, seguramente, Juan no vuelva más.

Finalmente recupera las fuerzas para afrontar el papel que sacó del sobre; lo desdobla y lo pone ante sus ojos. Respira hondo y se dispone a leer.

Mamá, tu siempre quisiste que yo fuera distinta a como he sido, que fuera como tú me soñaste antes de nacer, antes de yo aprender a decirte que no es así como soy.

Por eso, para tu cumpleaños, te regalo lo mejor que puedo darte: la posibilidad de que revivas tu sueño con mi cuerpo, para que por fin tengas a la hijita que siempre quisiste tener. Te regalo una marioneta para que hagas de mí algo que si te haga feliz.

Te deseo un muy feliz cumpleaños con todo mi amor, con toda mi tristeza, con toda mi vida y con toda mi alma.

–Nata.



…Finalmente, al terminar su lectura, escapa de su pecho un gemido asfixiado, un grito ahogado, un sollozo mal nacido. Una angustia abrumadora consume su vida, desgarra su rostro y quema sus entrañas…recuerda, recuerda, recuerda… »

El Grito - Mauricio José Vega
2004
(*La señora G termina su relato mirando hacia el vacío y suspirando desabrida mientras se mece, abrazando sus rodillas, sentada en la esquina de la habitación. Se queda en silencio. Lentamente, José se retira de la habitación sin hacer ruido para no perturbarla y cierra la puerta desde afuera. Se encuentra con Martín en el pasillo.*)


***

– Eh José, novato, con que fuiste a hablar con la señora G. ¿Te contó su historia, no?

– Si, ¿cómo lo sabe?

– Porque ella siempre cuenta la misma historia desde que llegó acá. Diariamente la cuenta exactamente igual, en tercera persona y en presente, sin una palabra de diferencia… lo sé porque llevo años trabajando acá. Es lo único que ella dice antes de las doce del mediodía, antes de la benzodiacepina del almuerzo, que la envía directo a la cama. Está como condenada a revivirla diariamente. Lo peor es que no sabemos qué parte es real y qué parte no.

– ¿Y nunca cambia nada en lo absoluto de su historia?

– Sólo una cosa: a veces al finalizar su narración emite un suave grito, como un gemido que se ahoga en su garganta desgastada, como si intentara estallar en angustia. Cuando eso sucede, se agita y nos toca recluirla, en algunas ocasiones hasta pacificarla para que no se haga daño. A veces también dice que el espíritu de su hija la visita en las noches, en sus sueños y en las madrugadas; dice que la visita para torturarla, para martirizarla, para culparla y recordarle la mala madre que fue; dice también que la ve y que su “alma en pena” (como ella le llama) le repite una y otra vez mirándola a los ojos: “Recuerda, recuerda, recuerda…”; pero cuando yo llego a su habitación, ella se encuentra sentada o acurrucada en el piso o en su cama, mirando al vacío, diciéndose a sí misma esa palabra sin cesar, sosteniendo con sus manos temblorosas su rostro y su cabeza.

– Parece que tiene una historia bastante difícil. ¿Cómo llegó doña Beatriz acá? ¿La trajo el esposo?

– No, de él nada se sabe. Ella apareció un día, alguien la dejó tirada a media cuadra de las Urgencias de una clínica de la ciudad y de allá nos llamaron porque ella los atacaba cuando intentaban curar sus heridas o limpiarle la sangre; tampoco lograban entender lo que decía. Cuando nos llamaron, reportaron que estaba haciendo un desastre en la clínica y que era imposible atraparla sin hacerle daño. Tras eso se encerró en una oficina vacía que hay en la parte de atrás de las urgencias pediátricas de tal manera no era posible sacarla, así que nos pidieron ayuda. Fuimos en una ambulancia cuatro enfermeros y yo. Era un miércoles, a eso de las cinco o seis de la tarde si mal no recuerdo. Nunca podré olvidarlo.

Cuando por fin llegamos, nos tocó tumbar la puerta a patadas. Tres de los enfermeros y yo entramos. Nos íbamos a abalanzar ya sobre ella con la camisa de fuerza cuando la vimos en la esquina tras el escritorio del pediatra, sangrando. Con la grapadora de la pediatra se había llenado de grapas buena parte de su cuerpo: se las había clavado en los tobillos, la parte alta de su muslo izquierdo, las muñecas y el pecho especialmente, arriba de sus senos, pero también sus senos y sus pezones. No se movía, sólo estaba ahí quieta encogida sobre sí misma, casi en posición fetal, con los dedos torcidos, cubriéndose la cabeza con sus manos y brazos, mirando al vacío al borde de la catatonia, sonriendo frenética con la mirada perdida. Su mano derecha no paraba de temblar. Respiraba muy fuertemente mientras apretaba los dientes; tuvimos que sedarla. Se despertó medio día después, estando ya en su cuarto del ala oeste, el número 23, hace 12 años, aquí en el hospital mental. Esa es la historia de cómo llegó acá la señora G.

– Qué raro… ¿no dijo ella que Natalia tenía justo 23 años cuando se suicidó?

– ¿Si? Qué terrible coincidencia, no creo que alguien más la haya notado. Eso debe interesarles más a ustedes los psicólogos que a nosotros los psiquiatras, pero si descubrís algo relevante con eso me contás por favor.

– Claro Martín. A todas estas… tengo una duda. ¿Por qué le dicen “la señora G” a doña Beatriz? ¿Es por su apellido?

– No, la letra G es como abreviamos “Grapadora”. Lo del apellido es mera coincidencia.




[Escrito: jueves 03 y viernes 04/04/2014; corregido por última vez en marzo de 2015.]

*Nota: Entre hacer y revisar este texto, debido al evidente fuerte clima emocional en el que ando, me ha dado un fuerte mico (tortícolis) y se me ha quitado parcialmente. Este par de últimos textos son muy importantes para mí, pero este ha sido especialmente angustiante e histerizante. No sé qué haría si no pudiera escribir para permitirle la salida a todo eso. Gracias a cualquier despistado que lea esta nota aunque sea por accidente :)
**Nota 2: Tras un buen día de descanso, de cuidar de mis asuntos y  mi clima emocional, estoy mucho mejor de mi cuello, también estoy más feliz y satisfecho con este pesado texto que pude dar a luz y, además, estoy más tranquilo en general. Tardó todo un día, pero valió la pena . Me hace feliz que alguien lea estas notas sin importar sus motivos, así que gracias por leerme. Feliz noche (sábado 05/04/2014).

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