viernes, 28 de abril de 2017

El sujeto en las ciencias hermenéuticas



BACK-UP

A mi modo de ver, “La interpretación y las ciencias del hombre”, que se trata de un ensayo de Charles Taylor originalmente publicado en septiembre de 1971, es tanto una contundente crítica a las corrientes predominantes de las ciencias sociales y políticas junto a su modo de aproximarse a los fenómenos de la vida del hombre, como una propuesta acerca de qué enfoque podría ser más apropiado para abordar dichos fenómenos. 

En cuánto a la sección que me permito adjetivar como crítica –palabra que tomo en su sentido etimológico en cuanto se refiere a la emisión de un juicio acerca de algo y el respectivo discernimiento que ello implica–, Taylor hace un recuento magistral de la historia de la tradición empirista, pasando por los empiristas lógicos y su particular manejo de los datos brutos en aras de captar sin errores sus objetos de estudio para alcanzar la certeza, hasta argumentar cómo las ciencias sociales y políticas predominantes tienen su fundamento en esta tradición. A partir de esto, desarrolla los motivos por los que, para él, toda aproximación hecha desde este marco conceptual implicará dificultades considerables a la hora de captar y explicar buena parte de los fenómenos sociales, como son la constitución de nuestra civilización occidental como una civilización del trabajo (Taylor, 2005, págs. 184-185) y a su respectivo derrumbe (págs. 190-191). Así pues, con extraordinaria precisión, describe:

Los representantes de la corriente predominante de las ciencias sociales han optado tan profundamente por la concepción empirista del conocimiento y la ciencia que deben aceptar de manera inevitable el modelo de verificación de las ciencias políticas y los principios categoriales que implica. A su vez, esto entraña la exclusión de un estudio de nuestra civilización en términos de sus significaciones intersubjetivas y comunes. Y como consecuencia, todo este campo de la investigación se torna invisible (pág. 178).

Partiendo de esto, páginas más tarde, concluirá que “es necesario trascender los límites de una ciencia basada en la verificación, en beneficio de una ciencia que estudie las significaciones intersubjetivas y comunes inscriptas en la realidad social” (págs. 191-192). Taylor sostiene lo anterior puesto que dichas corrientes tradicionales y hegemónicas no han logrado explicar los eventos que ocurrían a la par de la construcción de su ensayo, como el derrumbe de la civilización del trabajo y la negociación, sumado a que son incapaces de reconocer la complejidad inter-relacional de las significaciones que constituyen estos fenómenos puesto que el campo de estas no es únicamente el de las significaciones subjetivo-individuales (campo en el que las ciencias de orientación epistemológica empírica se han instalado), sino que coexisten con significaciones intersubjetivas y comunes.

De esta manera, dicha forma de ciencia termina por mutilar los fenómenos sociales y políticos para encajonarlos[1]–significantes que introduzco porque a mi parecer son los más acertados para nombrar el efecto que Taylor describe­– en las categorías que ofrece la correlación de variables en el manejo de datos brutos, como señala que ocurre en la ciencia política comportamental (págs. 161-164), o en las categorías que propone la psicología individual bajo la consigna de enfermedad mental y, a su vez, apoyada en los modelos computacionales que las ciencias empíricas adoptaron durante siglo pasado. Cito:

Así, la ciencia predominante tal vez se aventure en la zona explorada por las hipótesis antes mencionadas, pero lo hará a su manera, forzando los datos psicohistóricos de la identidad a entrar en el marco de una psicología individual; en síntesis, reinterpretando como subjetivas todas las significaciones. El resultado podría ser una teoría psicológica del desajuste emocional, atribuido quizás a ciertos antecedentes familiares, como en las teorías de la personalidad autoritaria de la escala F de California. Pero ya no se trataría de una teoría política o social. Renunciaríamos así al intento de entender el cambio de la realidad social en el nivel de sus significaciones intersubjetivas constitutivas (pág. 191).

Es de esta manera como Taylor procede a introducir de forma concisa lo que será su tesis para esta ocasión y que, de paso, me sirve de puente argumentativo para plantear mi visión de que se trata de un ensayo tanto crítico como propositivo.

Puede sostenerse, entonces, que las ciencias sociales predominantes se mantienen dentro de ciertos límites debido a sus principios categoriales, enraizados en la epistemología tradicional del empirismo; en segundo lugar, que esas restricciones son una seria desventaja y nos impiden abordar importantes problemas de nuestro tiempo que deberían ser objeto de las ciencias políticas. Es necesario trascender los límites de una ciencia basada en la verificación, en beneficio de una ciencia que estudie las significaciones intersubjetivas y comunes inscriptas en la realidad social (págs. 191-192).

¿Qué propone entonces? Concretamente, la concepción de las ciencias del hombre como ciencias hermenéuticas: “pero en contraste con la incapacidad de una ciencia que se mantiene aferrada a las categorías aceptadas, una ciencia hermenéutica del hombre que dé lugar al estudio de las significaciones intersubjetivas puede al menos comenzar a explorar caminos fructíferos” (pág. 188). Quiero hacer énfasis en la expresión en contraste con porque su propuesta se basa principalmente en hacer un contraste frente a la incapacidad de las ciencias predominantes de captar, interpretar y explicar más que en clave individual, identificando allí su problema y proponiendo su alternativa en ese mismo punto, haciendo de este su cuartel: “mi principal tesis es que sólo podemos abordar el fenómeno de derrumbe de una civilización si tratamos de entender con mayor claridad y profundidad las significaciones comunes e intersubjetivas de la sociedad en la cual hemos vivido hasta ahora” (pág. 190).

Nos delimita, de esta manera, el marco teórico en el que se moverá su ensayo al poner de relieve, y en contraste con el modelo científico predominante, la captación y estudio de las significaciones comunes e intersubjetivas de la sociedad como necesarias para abordar las problemáticas que de manera meticulosa se ha encargado de describir; a su vez, propone una ciencia hermenéutica como la encargada de dar lugar a dicho estudio a través de la interpretación. Siendo este el caso, entonces, ¿qué y cómo plantea él que es una ciencia hermenéutica? Dirá entonces que “(…) cualquier ciencia que pueda calificarse de «hermenéutica», incluso en un sentido ampliado, deberá ocuparse de una u otra de las formas de significación confusamente interrelacionadas” (pág. 144) ubicando a la interpretación en un lugar privilegiado para el estudio de dichas significaciones.

¿Pero qué entiende por interpretación? “La interpretación, en el sentido relevante para la hermenéutica, es un intento de aclarar, comprender un objeto de estudio. (…) La interpretación apunta a sacar a la luz una coherencia o sentidos subyacentes” (págs. 143-144). A la par, caracterizará al objeto de la interpretación de la siguiente manera “debe ser un texto o análogo a un texto, que en cierto modo es confuso, incompleto, oscuro, aparentemente contradictorio: de una u otra manera, poco claro” (págs. 143-144), para luego listar las implicaciones que esto tiene en una ciencia hermenéutica y su proceder:

Necesitamos, en primer lugar, un objeto o campo de objetos sobre el cual podamos hablar en términos de coherencia o incoherencia, sentido o sinsentido.

Segundo, debemos estar en condiciones de hacer una distinción, aunque sea relativa, entre el sentido o la coherencia atribuidos y su encarnación en un campo específico de portadores o significantes. De lo contrario, la tarea de aclarar lo fragmentario o confuso sería radicalmente imposible. No podría atribuirse ningún sentido a esta idea.

(…) por lo tanto, el objetivo de una ciencia de la interpretación debe poder describirse en términos de sentido y sinsentido, coherencia e incoherencia, y debe admitir una distinción entre la significación y su expresión (págs. 144-145).

Acerca de la tercera condición, la cual dice que también deberá satisfacer, dirá que “(…) en un texto o el análogo de un texto, en cambio, tratamos de hacer explícita la significación expresada, lo cual quiere decir expresada por o para un sujeto o sujetos. El concepto de expresión nos remite al de sujeto” (pág. 145) y, en el párrafo siguiente, concluirá sentenciando que “en consecuencia, el objeto de una ciencia de la interpretación debe tener un sentido distinguible de su expresión, para o por un sujeto” (pág. 145).

Quiero detener la reconstrucción del texto de Charles Taylor en este punto porque es aquí donde aparecen, a mi juicio, varias de las cuestiones más problemáticas de su planteamiento en el aspecto que consideré propositivo de su ensayo, pero sólo me ocuparé de abordar una por cuestiones de tiempo y de espacio: se trata de la tercera condición que debe satisfacer una ciencia hermenéutica, la cuestión del sujeto. ¿Por qué? Porque en el texto se desarrollan con claridad muchas de las nociones y conceptos que sostienen tanto las críticas como las propuestas pero, a mi juicio, no se desarrolla con suficiente claridad la cuestión de qué es un sujeto. A continuación, traeré lo referente a esta noción.

Al desplegar el concepto de significación, páginas más adelante, lo articulará con la noción de sujeto al proponer que “la significación es para un sujeto: no es la significación de la situación in vacuo, sino la que tiene para un sujeto, un sujeto específico, un grupo de sujetos o quizá para el sujeto humano como tal (…)” (pág. 152). Entre las formas de significación, durante su explicación de la significación experiencial, también afirmará que “la significación en este sentido –llamémosla experiencial– es significación de algo para un sujeto en un campo” (pág. 153); cosa que, conjuntamente, afirmará acerca del sentido durante una de las recapitulaciones de las condiciones de la ciencia hermenéutica: “la tercera condición, a saber, que el sentido debe ser para un sujeto (…)” (pág. 159). Finalmente, acercándose a la conclusión de su texto, nos dirá que  en una ciencia hermenéutica el sujeto podría ser una sociedad o una comunidad, además de que “las significaciones son significaciones para un sujeto en uno o varios campos” (pág. 192).

La noción de sujeto que tenemos entonces en el marco conceptual del texto de Taylor es, por lo menos en su fundamentación, aristotélica: estamos hablando de un sujeto como eso a lo que se refieren el sentido, las expresiones y las significaciones, en el sentido de que el sujeto es su punto de referencia: toda expresión, significación o sentido es únicamente en alusión a un sujeto, sea porque es dada por este o para este. Sin el sujeto al que se refieren, no tendrían anclaje, luego no tienen más anclaje que el sujeto.

¿Qué es un sujeto para Aristóteles? En La metafísica, nos dice con precisión que “el sujeto, por su parte, es aquello de lo cual se dicen las demás cosas sin que ello mismo (se diga), a su vez, de ninguna otra” (1994, pág. 224). Asimismo, nos ofrecerá abordajes similares de su concepto de sujeto en Acerca del alma (1978, pág. 237) y en el Órganon, lo que normalmente conocemos como Los tratados de lógica (1982, pág. 34). En resumen, el sujeto es de lo que se habla, a lo que se refieren los enunciados, pues es acerca de él que predican.

Así pues, es lícito afirmar que la noción de sujeto de Taylor está por lo menos fundamentada, si no inscrita, en la de Aristóteles pues, en lo expuesto en su ensayo, toda expresión, significación y el sentido remite a un sujeto –sea porque es para o por este–, teniéndolo como único anclaje y punto de referencia.

Sin embargo, el sujeto que Taylor elige para que la ciencia hermenéutica se ocupe de él no es cualquier sujeto como el lapicero, las teclas de mi teclado o los ratones que viven en el techo de mi oficina, sino que elige al hombre. Aclaro: sujeto y hombre no son lo mismo, y esto es algo que se puede contrastar fácilmente con la caracterización que nos ofrece cuándo afirma que el hombre es “un animal que se interpreta a sí mismo” (pág. 158), lo que lo llevará a constatar que “como hombres somos seres que se definen a sí mismos y somos en parte lo que somos en virtud de las autodefiniciones que hemos aceptado, cualquiera que sea la manera como hayamos llegado a ellas” (pág. 194), y luego a concluir dos páginas más tarde: “(…) el hombre es un animal que se define a sí mismo. Los cambios en su autodefinición producen cambios en su naturaleza (…)” (Taylor, 2005, pág. 196).

Esto nos lleva a una dificultad y se trata de que el concepto aristotélico de sujeto en el que se inscribe la noción de sujeto que Taylor propone no es compatible con la caracterización de hombre que él mismo nos ofrece para ocupar el lugar de dicho sujeto de una ciencia hermenéutica, pues la excede. Este exceso ocurre en la medida en que, como dirá Aristóteles, “ciertamente, el sujeto mismo no se hace cambiar a sí mismo (…), sino que la causa del cambio es otra cosa” (Metafísica, 1994, págs. 82-83), mientras que el hombre de Taylor “está constituido en parte por la autointerpretación” (La libertad de los modernos, pág. 158) y por los cambios que su autodefinición producen en sí. Parece que nos encontramos con un impasse aquí.

Una ciencia hermenéutica no podría funcionar sin sujeto pues, como Taylor señala al comienzo de su exposición, “sin él, sólo hay una elección arbitraria de criterios de identidad y diferencia, la elección entre las diferentes formas de coherencia que pueden identificarse en un patrón dado y entre los distintos campos conceptuales en que es posible testimoniar su presencia” (pág. 145); así como la distinción entre significación y expresión, “aún relativa, carecerá de todo anclaje y será completamente arbitraria si no se refiere a un sujeto” (pág. 145). Es entonces necesario dar con alguna noción de sujeto diferente a la aristotélica para ofrecer un asidero firme a su propuesta de ciencia hermenéutica.


Con el objetivo de ofrecer una alternativa ante semejante impasse, me propongo retomar la obra de Michel Foucault en donde, a mi juicio, hay un concepto de sujeto que se ajusta con mayor precisión a lo planteado por Taylor tanto para los campos (sean de significaciones experienciales, como de contrastes y semánticos), como para su caracterización del hombre, y para el funcionamiento de una ciencia hermenéutica. En El sujeto y el poder dirá que “hay dos significados de la palabra sujeto: sometido a otro a través del control y la dependencia, y sujeto atado a su propia identidad por la conciencia o el conocimiento de sí mismo” (Foucault, 1988, pág. 7); y en 1984, en La ética del cuidado de sí como práctica de la libertad, afirmará:

Lo que yo he querido mostrar es cómo el sujeto se constituía a sí mismo, en tal o cuál forma determinada, como sujeto loco o sujeto sano, como sujeto delincuente o como sujeto no delincuente, a través de un determinado número de prácticas que eran juegos de verdad, prácticas de poder, etc (2000, pág. 267).

Con lo anterior basta para proponer, cuánto menos, una igualdad operativa entre la caracterización de hombre para Taylor y un concepto de sujeto que pueda contenerle sin dar lugar a un desborde o a una inconsistencia. Sin embargo, las riquezas que esta actualización nos ofrece no acaban ahí. Elaboraré un ejemplo de esto.

Charles Taylor propone una distinción entre la ilusión y el error, el cuál podíamos entender como una inexactitud, falsedad, desacierto o equivocación (MMIX, Larousse, S.A., 2010, pág. 401) dado que, como concepto, se ubica en el campo de ciencias empíricas tradicionales. Por su parte, la ilusión en cuanto noción habitará en las ciencias hermenéuticas y la describirá de la siguiente manera:

Hablamos de «ilusión» cuando abordamos algo de mayor sustancia que el error, un error que en cierto sentido construye una realidad falsificada propia. Pero los errores de interpretación de la significación, que también son autodefiniciones de quienes interpretan y por tanto dan forma a su vida, son en este sentido más que errores: los sostienen ciertas prácticas que ellos constituyen (págs. 194-195).

En su texto, esta definición no tiene asidero más que en la caracterización del hombre en cuánto animal que se autodefine. Si no se hiciera referencia a este último, no podríamos explicar, por ejemplo, cómo un sujeto aristotélico es propenso a la ilusión dadas sus propias interpretaciones de significaciones y las prácticas que estas constituyen, así como esta auto-constitución del sujeto a través de las prácticas, la interpretación y la ilusión, que le desbordaría una vez más perdiendo la consistencia necesaria para esta noción y condicionando la existencia misma de una ciencia hermenéutica.

En cambio, pensar esta misma cuestión de la ilusión desde el concepto de sujeto foucaultiano nos permitiría hacer uso del concepto de poder que se ajusta con mayor precisión a lo descrito por Taylor como los efectos de la ilusión:

En sí mismo, el ejercicio del poder no es una violencia a veces oculta; tampoco es un consenso que, implícitamente, se prorroga. Es un conjunto de acciones sobre acciones posibles; opera sobre el campo de posibilidad o se inscribe en el comportamiento de los sujetos actuantes: incita, induce, seduce, facilita o dificulta; amplía o limita, vuelve más o menos probable; de manera extrema, constriñe o prohíbe de modo absoluto; con todo, siempre es una manera de actuar sobre un sujeto actuante o sobre sujetos actuantes, en tanto que actúan o son susceptibles de actuar. Un conjunto de acciones sobre otras acciones (Foucault, 1988, pág. 15).

Partiendo de aquí, se nos posibilita concebir los campos de significaciones experienciales y campos de contrastes (Taylor, 2005, pág. 157) articulados y atravesados directamente por las significaciones intersubjetivas y comunes dado que estas habitarían como influencias, es decir, como juegos de poder, ya que se constituyen como acciones  y prácticas que recaen sobre sujetos actuantes, sobre el acto mismo de interpretar.

Es claro entonces que una concepción de sujeto foucaultiana nos ofrecería un espectro de fenómenos más amplio para una ciencia hermenéutica, articulando sus conceptos y nociones con las experiencias de manera más precisa e incluso menos complicada en su retórica argumentativa, además de prevenir la inconsistencia y el desborde de los conceptos y nociones en esta si se continúa por una línea aristotélica. No obstante, realizar este cambio por el concepto de sujeto de Foucault llevaría a reorganizar conceptualmente lo que se ha dicho hasta ahora de las ciencias hermenéuticas de acuerdo a sus posibilidades y limitaciones respectivas, pero ese no es mi papel el día de hoy.








Referencias


Aristóteles. (1978). Acerca del alma. Madrid, España: Editorial Gredos.
Aristóteles. (1982). Tratados de lógica [Órganon] (Vol. I). Madrid, España: Editorial Gredos.
Aristóteles. (1994). Metafísica. Madrid, España: Editorial Gredos.
Foucault, M. (Jul. - Sep. de 1988). El sujeto y el poder. Revista Mexicana de Sociología, 50(3), 3-20.
Foucault, M. (Octubre de 2000). La ética del cuidado de sí como práctica de la libertad. Nombres: Revista de filosofía, 10(15), 257-280.
MMIX, Larousse, S.A. (2010). El pequeñlo Larousse ilustrado. Mexico D.F.: MMIX, Ediciones Larousse, S.A. de C.V.
Taylor, C. (2005). La libertad de los modernos. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu Editores.







[1]Cajón” también se le dice al ataúd acá en Colombia, ¿no?