domingo, 23 de febrero de 2014

Concretud y disolución

Una vez se concreta en el papel, algo de pasión se pierde, algo de goce desaparece, algo extraño se sabe: que esto es, nada más que esto y nada menos que esto… y el fantasma muere, se disuelve para bien o para mal.

Filábamos para entrar a los actos cívicos. Mañana es miércoles. Me causa una enorme nostalgia pensar que no volveré a ser estudiante del colegio. Qué tristeza darme cuenta de que el tiempo pasa y no me puedo aferrar; qué dolor siento al ver que me di-lu-yo en el transcurrir vertiginoso de los años, al sentir que me pierdo en el infinito de la vida sin poder ser de nuevo lo que fui, sin poder volver al pasado a tocar el piso con los dedos y esperar impaciente a sentarme en las sillas del teatro, sin poder comprobar que eso fue real... y así, sentir cómo desaparece lentamente de mi memoria.

¿Será que me he marchitado de tanto vivir, pensar, sentir  y dudar? ¿Será que aun ahora sigo dormido en una mañana de martes en el salón de la negra en 10°, o incluso en el de Gloria estando en 5° de primaria?

Me duele mi vida, me duele que no exista algo que ratifique mi pasado, me duele no poder tocar con mis dedos mi historia y darme cuenta que el piso de mi vida sigue ahí. Soy dolor y me doy cuenta de que ya no puedo tan sólo cerrar los ojos y esperar que suceda lo mejor posible. Juanes, Claudio, James, Pérez, Mochi, Villegas… ¡Alguien! Por favor, alguien sálveme de mí.

♪ Y enfrento el miedo que sangra en mí memoria.
   Y enfrento el miedo que sangra en mí memoria.
   Y enfrento el miedo que sangra en mí memoria.
   Y enfrento el miedo que sangra en mí memoria. ♪♫  *

Alguien sálveme antes de que me disuelvo en mi vacío y mi cuerpo desaparezca de mi vida, me duele mi me-moría.

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*Canción: Gaias Pendulum - Miedo en mi memoria
**Nota: Creo que toda la escritura y los detalles de este texto fueron medio accidentales, pero los mantengo voluntariamente: me parece que conservan el sentido de este trazo en particular. Hasta ahora, no he encontrado errores en el escrito o en la digitación. 

[Escrito: martes 04/02/2014. Completado: sábado 22/02/2014]

sábado, 22 de febrero de 2014

Aferrarse al viento

Intentar aferrarse al tiempo – escribe para sí –  parece una empresa saludable
hasta que ves lo que queda en tus manos  tras aruñar con fuerza momentos infinitos,
de esos que sólo duran un suspiro.

Esa es la definición de la Nada – se burla de Sartre –,
es lo que queda en tus manos al intentarlo, al sufrirlo:
ellas vacías y un vacío en el pecho.
Sopla el viento frío y duelen las yemas de los dedos.
Sobreviene el recuerdo, esa es la nada, lo que no es ni será,
aquello que no es ni posibilidad. Nihil.
La nada es la soledad de recordar su compañía que no volverá.

*Suspira con desdén* 

El viento nunca es demasiado frío, lo helado es el alma que es desgarrada en su propio dolor.
 El viento solo le recuerda cómo no se siente el calor.

*Interrumpe la escritura y dice para sí:*

 – Cuando estás feliz el viento es una caricia incluso con un frío tal para que de tu boca emerja vapor.
¿Acaso están ya marchitos los labios que recitaron “poesías” en los sueños de mis tejados?
Esas cosas que ella escribía en-sueños de girasoles,
de miradas que no fueron, de amores empapados,
en esa blusa blanca con tus senos mojados,
de ese beso que ambos nos negamos.


El recuerdo no se tiñe por el viento o por la compañía,
como la tinta no hace un significado,
sino por los matices de la soledad
esperando ausente a que llegue una tempestad.


*Y así, tiritando y solitario, concluye su trazo:*

“Ni siquiera al viento de aquel entonces me logré aferrar.”

[Escrito: Lunes 06/08/2012]

jueves, 20 de febrero de 2014

De los niños quemados a las mascotas asustadas

Sin cuestionar los motivos, las razones o, en general, las prácticas que cada uno pueda tener, amar u odiar en esta época, quiero compartir una pequeña inquietud que lleva algún tiempo con-moviéndome: Cuando era más chico, recuerdo la gran cantidad de propaganda en televisión, en el periódico, en la radio y en el voz-a-voz que alertaban a las personas a ser cuidadosas con la pólvora para evitar accidentes en diciembre y, en especial, exhortando a los padres y adultos a que tuvieran un ojo fiscal con los niños para que no jugáramos con la pólvora; era el tiempo del drama de “los quemados” en diciembre y, particularmente, era el tiempo de la tragedia de “los niños quemados por la irresponsabilidad de sus padres” y las fotos de estos infantes con medio cuerpo calcinado y vendados en el hospital... claro está, eso no me impidió jugar con las clásicas “chispitas mariposa” en Barranquilla o aquí en Medellín, o tirar unos cuantos voladores a escondidas aun con el pavor que me causan los ruidos fuertes. Bueno, la navidad me pone nostálgico, seguiré con el hilo.

Este año, por los mismos medios y especialmente por las redes sociales como Facebook, he visto un enorme movimiento de crítica frente al uso de la pólvora en Medellín en diciembre, pero esta vez enfocado al perjuicio nervioso que el uso de pólvora puede causar en las mascotas, perros, gatos, roedores, aves, y demás animales que habiten en los hogares de las personas de Medellín (exceptuando a los políticos, especie que nadie parece defender por estos días). A cambio de esto, he escuchado y leído muchísimo menos el clásico llamado de atención a los padres por el cuidado de sus hijos o por el manejo responsable de la pólvora. Así pues, a la par con este movimiento, parece que se desplaza la inquietud y crítica por el cuidado de los niños hacia la inquietud y crítica hacia la vida culturalmente definida como zoológica, pero a su vez, he notado un desplazamiendo del odio, originalmente dirigido a los padres irresponsables, hacia toda persona que haga uso de la pólvora en esta época como modo de celebración, como motivo de reunión familiar o como ejercicio del ocio en vacaciones o fines de semana, entre cualquier otro motivo que pueda haber para ello.

Hace un tiempo, motivado por el asunto del llamado “túnel verde de envigado” y la disputa con el Metroplús en agosto, escribía acerca de lo que en ese entonces nombré como un “Nazismo eco-zoológico”. En esta ocasión, de modo más cuidadoso (a mi parecer), cuestionaba el por qué parecía que el modo de preocuparse por la ecología y la zoología actualmente implicaba el odio o la denigración del resto de la humanidad que no seguía la doctrina que cada cual o cada grupo defendía, dando pie a una pequeña forma de nazismo individual o grupal, un fascismo argumentado en lo que cada uno considera correcto para sí y para el mundo y en la ridiculización del que piense diferente.

Con esto no pretendo generalizar este tipo de concepciones o prácticas en todos los que siguen pensamientos de este tipo, pues obviamente no todos son así. Así mismo, tampoco pretendo criticar los motivos o argumentos que cada uno tenga para opinar o actuar de cierto modo o para propender por algún ideal en vez de otro, pues creo que cada uno puede delirar del modo en que le venga en gana. Pretendo incitar a la reflexión personal (valga la redundancia) en torno a los modos, los medios, las palabras y los mecanismos que cada uno utiliza para compartir e intentar hacer expansivos sus ideales, motivos o argumentos en la búsqueda de que otros los acaten como propios. Del mismo modo, también pretendo provocar el pensamiento al rededor de lo que implica la crítica, la ridiculización y la difamación de ese otro que no sólo no está de acuerdo con el ideal que usted persigue, sino que hace justo lo que usted tanto critica.

En este sentido, al menos en las formas en que los medios comunicativos son usados, no hay gran diferencia entre los que defienden causas ecologistas o zoologistas y aquellos que defienden causas políticas o religiosas de manera dogmática, cerrada, excluyente y terca en el sentido de que, sin cuestionar la validez de sus ideales o creencias, se encuentran absolutamente convencidos de que la propia convicción (valga la tautología) es la correcta; por lo tanto están dispuestos a enseñarla casi por la fuerza y además, enseñar que las convicciones de los otros se encuentran radicalmente equivocadas, sea por falta de razón, conocimiento, compasión, vivencias espirituales o algo diverso. Claro está que las anteriormente mencionadas no son las únicas causas fascistas de nuestros tiempos, pues en una cultura tan dicotómica, generalizante y excluyente como la nuestra, el paso al nazismo y a la aniquilación (real o simbólica) del otro se encuentra a un capricho y una llamada telefónica de distancia.

En cualquier caso, es inquietante para mí ver cómo se desplaza el amor al otro-humano hacia el amor por los animales o por las plantas y, simultáneamente, ver cómo emerge un gran asco por los gamines* y los adictos (aunque no falta el delirante mesiánico que se dedica a “salvarlos”) o, en este caso particular, emerge un gran desprecio a los amantes de la pólvora. Así que, ¿quién será más fascista? ¿Aquel que daña a la “naturaleza” para seguir el ideal del “progreso”, aquel que enerva a los animales con el deseo de pasar una feliz navidad (a su modo personal) con su familia, aquel que denigra del otro y ridiculiza sus prácticas por no seguir su partido político o corriente religiosa, o aquel que también denigra del otro y ridiculiza sus prácticas por no cuidar del medio ambiente o de la vida animal? Ahí les dejo para que piensen.


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*Gamín: Habitante de calle.
**En caso de que alguien tenga la duda: No, de ningún modo apoyo la ideología Nazi ni los ideales por los que ella propendía, las ideas que las sostienen o los retoños que de esta sobreviven hasta hoy. Ahora no me vayan a dar de baja a la salida de la universidad.

[Escrito: domingo 01/12/2013]

martes, 18 de febrero de 2014

Y contigo me basta para detener el tiempo.

Si, fue ella la que me regaló mi reloj de bolsillo :)
El problema no es la pregunta por dónde está la pasión.
El asunto es entonces el cómo despertarla, cómo motivarla, cómo causar su aparición.

El problema es cómo convocar al daemonio que guiará nuestros cuerpos en el goce torpe,
el roce tierno e IRreflexivo que nos encarna esta noche,
amor mío,
que me acompañas a ver decaer la luz en la penumbra de mis ojos que se cierran al roce de tu piel,
pues nada podría ver sino a través de mi propia piel.

Y el tiempo pasa, y no pasa el tiempo, y sé que me sonríes mientras el tiempo no pasa.
Hasta mañana no devenimos, siendo existentes, pues debemos nuestra presencia el uno al otro,
como un acorde se debe al otro en la composición de una melodía, de una conversación.

A veces todo lo que me hace falta para amarte es tocar tu rostro con mi mano desnuda,
sin mediar palabra, y ver cómo me sonríes.
No entiendo tu motivo,
pero me basta con que me mires a los ojos,
gata hermosa,
y saques tu lengua un milímetro para pedirme un beso,
así, sin hacerlo explícito,
y con eso basta para detener el tiempo... 

y contigo me basta para detener el tiempo.

Sabrás entonces cómo convocar esa pasión incomprensible que habita en un cuerpo como el mío,
como yo sabré cómo invitar al escenario a esa mirada que jamás me cansaré de observar (te).
¿Qué no daría por hacerle a ella en mi inconsciencia un altar?


[Escrito: miércoles 09/10/2013]

La chica del mechón rubio

Hoy me impactó esa chica. Siempre me ha parecido linda, pero hoy es especial. Esa. La de cabello negro. Ese cabello liso y un mechón rubio que no le queda bien, pero que atrae su atención sobre su piel clara y sobre sus ojos finos y vacíos.

Esa pareciera ser su belleza: no sus tetas firmes que el escote de su blusa dejan ver, mucho menos ese pantalón blanco que muestra a larga distancia que literalmente no tiene de donde agarrar un culo, o su pelo largo, negro y liso mas desabrido que un lunes festivo; no tiene nada fuera de lo común, ni una mirada penetrante, ni seduce a distancia como Sara, su amiga. No.

Su belleza está en que parece un recipiente vacío, llena de nada y sin nada por llenar, una criatura puramente estúpida, con su voz de primera novia o de amiga con derechos dependiente. Su vacío es su belleza, pero la belleza definitivamente es vacía, por eso vale la pena.

Es hermosa. Es una hoja de papel en blanco, sin líneas pero con una margen insípida y negra, que ruega que le metan una idea y que le caguen la vida. Es una belleza que quisiera tocar lentamente, acariciarla hasta que se marchite con mis palabras, con mi mirada, y que no quede más que un cuerpo hermoso habitado por un dolor insufrible y una mirada penetrante de la verdad que nunca podrá decirse: que alguien te contagió el virus del pensamiento, que se cagaron en tu pelo negro y tu hoja vacía, que no queda en ti mas que un recuerdo delicioso y una cicatriz en tu alma.

Quiero que llores una vez más, pero no por estupideces como el lunes. Quiero que llores porque no queda nada más qué hacer con tu vida y, cuando termines de marchitarte, observar hasta que te mueras maldiciendo el nombre de tu amante, mordiendo tu vacío sin palabras y en tus ojos sólo habitará la esperanza de exhalar.

[Escrito: viernes 21/09/2012]

La güevonada del psicólogo ó De la psicopatología a una ética de las pasiones

“§18. El moderno Diógenes. –Antes de buscar al hombre hay que buscar una linterna.¿Será necesariamente el cinismo dicha linterna?”

“§36. Hacerse hipócrita. –Todos los mendigos se vuelven hipócritas, al igual que todos los que ejercen su profesión en una situación de penuria y de angustia (ya sea esta situación personal o pública). El mendigo dista de sentir su miseria con tanta intensidad como [la] finge si quiere vivir de la mendicidad.”

Friedrich Nietzsche  El caminante y su sombra 1879 Aforismos 18 y 36

¿Uno si está así de feliz cuando va donde el psicólogo, terapeuta o analista?
Las estructuras clínicas planteadas por la psicopatología tradicional hablan de las diversas maneras de cómo el sujeto se implica en cuanto es “sujetado a”, es decir, hacen referencia a las formas particulares en que cada sujeto encuentra y construye para sí un qué hacer con su angustia y con sus pasiones en la dialéctica indisoluble de mismidad-otredad. De esta manera, si bien las clasificaciones psicopatológicas obedecen a urgencias estadísticas y clasificatorias, la terapéutica de los sujetos a los que se les da el nombre de “enfermos mentales” y a los que no, habita por excelencia en el ámbito de la discusión ética, en cuanto se trata del qué hacer que una persona puede ejercer sobre sí haciendo uso de su libertad o, en otras palabras, la forma en que cada sujeto se hace cargo de sí en cuanto es responsable de su existencia.

En la etimología griega de la palabra “patología”, nos encontramos la raíz Pathos que, al español, traduce Afecto o Pasión; de tal manera que la “psicopatología” y lo que actualmente conocemos como “enfermedad mental”, se convierten en adjetivos que se le otorgan a un sujeto que no hace con sus pasiones lo que la cultura de turno espera de este, a tal punto que la demanda que hacen muchos docentes de colegio al psicólogo, bajo la máscara de la eficiencia académica, es que hagan que el estudiante poco disciplinado se convierta en un estudiante normalizado, que calme sus pasiones hiperactivas y se convierta en un alumno impávido y sumiso: pareciera que el psicólogo ha encarnado a una suerte de “policía mental de la cultura”, como en la novela 1984 de George Orwell, en dónde existía una “Policía del pensamiento” para rastrear, atrapar, amedrentar y someter a los que pensaran diferente a la masa, a los que cometieran el crimen del “Libre-pensar”.

De este modo, el sujeto se encuentra sujetado a sus pasiones, pero también al mundo donde pretende llevarlas a cabo, es decir, se encuentra sujetado a su mismidad y a la otredad. Comprenderemos la mismidad como aquello que le es propio al sujeto, aquello que este es en sí mismo; mientras que la otredad la podremos comprender como aquello que le es distinto al sujeto, aquello otro que no es él mismo. Podríamos ubicar a las pasiones dentro de la mismidad del sujeto en cuanto habitan en él, pero nunca podríamos separarlas de la otredad, el mundo en el que estas se desarrollan y que en toda ocasión las influye, de tal manera que se establece una relación dialéctica entre estos dos aspectos: la mismidad no podría ser tal si no hubiera una otredad de la cual pudiera diferenciarse y de la cual emerger, y viceversa.

Lo anterior significa que la distinción entre mismidad y otredad es difusa, tal como sucede con el concepto de identidad en psicología, en el sentido de que no se tiene claro qué es nativo del sujeto y qué viene del ambiente, de manera que la figura de la Banda de Möbius nos sirve para ilustrar, a modo de metáfora, la dialéctica mismidad-otredad a la que el sujeto está sujetado. El cuerpo encarnaría, metafóricamente, esta Banda de Möbius, pues se encarga de establecer y vehiculizar la dialéctica adentro-afuera del sujeto. El cuerpo concreta para el sujeto toda posibilidad total de existir, de “ser en el mundo”, es escenario, acto y actor de toda sujeción, de las múltiples formas posibles de ser, de estar en contacto con lo mismo y con lo otro, siendo así el plano vincular por excelencia y, por tanto, posibilitándole al sujeto no desbordarse al establecer un límite de la mismidad y un plano de encuentro con la otredad. Por lo tanto, el cuerpo al que el sujeto está sujetado es tanto producto de lo genético, lo organísmico y la voluntad del sujeto mismo por el lado de la mismidad; como de lo ambiental, lo social y lo circunstancial por el lado de la otredad.

Banda o cinta de Möbius (Moebius) como metáfora ilustrativa y provisional de esta dialéctica.
Así, cada estructura clínica de la psicopatología tradicional enunciaría una forma en que el sujeto se sujeta a su mismidad y a la otredad, dándole origen a un modo específico de dar trámite a las pasiones y angustias que se desarrollan en las sujeciones y que tienen como escenario el cuerpo del sujeto, entablando una suerte de circuito que puede llegar a repetirse hasta lograr los patrones que suelen definir los psicólogos en el concepto de “personalidad”.

Las diversas investigaciones desarrolladas hasta ahora no han logrado un veredicto certero al respecto de qué facultades, predisposiciones, habilidades, preferencias y demás particularidades son específicamente innatas en los seres humanos, sin importar las variaciones de asuntos como raza, sexo, cultura, medio ambiente, etc. No obstante, ha sido posible concluir que no todo lo que habita en el sujeto tiene origen genético, como no todo lo que habita en el sujeto tiene origen en el aprendizaje, en el vínculo social o demás factores empíricos. Lo anterior nos permite concluir que existe una inmensidad de factores que son influyentes, transformadores y hasta determinantes en el proceso de conformación de un sujeto pero, a su vez, existe constancia de que en el sujeto también existe la posibilidad de auto-determinarse, de hacer uso de su libertad.

Si el sujeto no pudiera elegir cómo desea sujetarse, entonces sería imposible que este se hiciera responsable de su existencia, de sus acciones, de sus pasiones y de su postura frente a ello, cosa que nos obligaría, por ejemplo, a crear programas de salud mental deterministas, directivos y paternalistas, puesto que el sujeto nada podría frente a la otredad y frente a la mismidad. Es entonces necesario pensar la libertad como la capacidad de elegir frente a cualquier situación, de tomar una postura, de poder hacerse responsable del modo en que todo es afrontado en el acontecer humano. Sin libertad, no habría una ética posible pues no habría responsabilidad de sí, de sus actos y pasiones.

Al concluir esto, entonces es necesario anunciar una suerte de igualdad en los modos se sujetarse: si cada sujeto es libre y responsable de sí, entonces cada modo de sujetarse es posible dentro de su libertad, de manera que ningún modo de sujeción es más o menos en sí mismo que otro modo de sujetarse, ninguno sería mejor o peor, bueno o malo, sino que tan sólo son diferentes. Esos calificativos (bueno, malo, mejor, peor…) los aportará el discurso de la cultura de acuerdo a lo que espera del sujeto que participa en esta, como también los otorga cada sujeto en particular de acuerdo a su opinión personal que es formada en la dialéctica mismidad-otredad, pues queda claro que la cultura tiene un impacto en la formación de la opinión de cada sujeto. Cabe aclarar que dicho impacto y sus consecuencias varían enormemente entre un sujeto y otro.

Al hablar de un sujeto cuya opinión se forma en contacto con lo mismo y con lo otro a lo largo de su vida, se hace imperativo recordar cómo ciertos eventos en el acontecer humano dejan profundas huellas en su mente y su cuerpo, haciendo posible explicar, incluso a través del condicionamiento, el que a un joven le disguste cierto olor porque se trate del perfume de su ex-novia. Por lo tanto, e indistintamente de la teoría psicológica que utilicemos, hay eventos traumáticos, eventos con un gran monto emocional que quedan fijados en la memoria de cada sujeto, siendo este un modo de sujetarse a sí mismo y a lo otro. La forma en que un evento deje huella en un sujeto es particular y será una manifestación de su forma particular de sujetarse, es una expresión dada a partir de la propiedad (lo propio) de cada sujeto en cuanto tal.

Existen, además, diversas formas de recordar un evento. En la literatura sobre el psiquismo humano encontraremos casos en que el evento traumático es recordado y otros en los que alguna especie de facultad del olvido intercede, y el trauma termina por desaparecer de la mente aparentemente. Sin embargo, y en contradicción con esto, existe también una tendencia a repetir las circunstancias del momento traumático, conformándose entonces en una forma de recordar a través de llevarlo al acto, un ponerlo en escena, en repetición. Podremos encontrar una gran cantidad de ejemplos de esto en el psicoanálisis y en la enorme variedad de visiones que devienen de este.

Es de este modo en que se establecen patrones de sujeción en el sujeto cuando las circunstancias en su dialéctica mismidad-otredad son apropiadas para ello; a su vez, el sujeto puede darse cuenta o ignorar la repetición de estos o, incluso, puede darse cuenta o ignorar su relación con el evento traumático que le dio origen, debido a que la repetición puede pasar inadvertidamente por la conciencia del sujeto en muchas ocasiones. Las cosas que el sujeto repite pueden hacer parte de cualquier elemento que haya transitado el teatro möebiano de la dialéctica mismidad-otredad, elementos que pueden ir desde una palabra o un adorno del escenario hasta una serie de conductas, posturas e incluso accidentes y somatizaciones, siendo esto lo que el psicoanálisis llama Síntoma y lo que la psicopatología tradicional evaluará como criterios diagnósticos para clasificar a los sujetos en una enfermedad mental u otra.

En cualquier caso, estas repeticiones, síntomas o criterios, son formas de hacer con las pasiones humanas por las que un sujeto particular puede optar. Cuando estas no atraviesan la conciencia para ser llevadas a cabo, es decir, se desenvuelven sin reflexión alguna, es mucho más difícil llegar a darse cuenta de la relación de dicha repetición con su evento originario, con su significado, con su sentido, con la carga emocional que representa para el sujeto, etc. De manera que no será sencillo llegar a decidir si efectivamente se quiere llevar a cabo o no. Dicho de otro modo, la falta de conocimiento de sí mismo propende por la esclavitud del sujeto a sus pasiones, de manera tal que el sujeto no tiene más opción que dejarse arrastrar por ellas desde la ignorancia; mientras que el conocimiento de las pasiones, sus causas, significados, sentidos y consecuencias permiten al sujeto decidir más claramente lo que desea hacer frente a ellas, frente a sí y frente a lo otro.

En ambos casos, tanto el que el sujeto conoce algo de sí mismo y de sus pasiones como en el que no, es responsable de sí mismo en cuanto siempre gozó de libertad para desarrollar cualquier acto, aun cuando esta libertad quede entredicha y difuminada cuando no hay conciencia de sí, de sus pasiones, angustias, deseos y goces. Por lo tanto, el optar por el conocimiento de sí es una posibilidad que cada sujeto particular tiene para hacerse responsable de sí y ser libre dentro de los límites que su existencia le permite.

Si un sujeto se caracteriza por su modo de sujetarse, cambiar radicalmente los modos en que este se sujeta sería hacer que este deje de ser el sujeto que es, pero se pueden tomar distintas posturas a la hora de sujetarse, demarcando así el norte de lo que sería un objetivo terapéutico sensato y transformador: la terapéutica tendría que optar por la postura ética para que no se tratara de una forma de normalizar a los pacientes y la ética es, por excelencia, subjetiva y personal.

Una persona diagnosticada con un “trastorno histriónico de personalidad” no dejará de ser tal con una terapia, pues pedirle eso sería como pedirle a un aguacate que se saque su pepa, no seguiría siendo la misma persona. ¿Acaso tendría sentido sacrificar el modo de ser de una persona particular por el bien de la cohesión social que el discurso cultural propone? Y en caso de que tuviera algún sentido, ¿acaso eso haría más feliz al paciente? La respuesta no parece ser positiva. En cambio, esa persona puede construir una postura distinta frente a su pasión histriónica y hacer más sencilla su vida en su cultura determinada, sin tener que renunciar a aquello que es y a sus modos de sujetarse.

Por lo tanto, no tiene sentido ir a terapia para convertirse en otro que no se es; quizá sea más coherente asistir a una terapéutica para encontrar el modo de ser feliz siendo lo que se es, con sus modos de sujetarse, sus pasiones y deseos particulares, para hacerla vida más llevadera, es decir, asistir a una terapéutica ética.

Es posible concluir entonces que, con el conocimiento de sí mismo, sus deseos, sus angustias, sus modos de sujetarse, sus goces y sus pasiones en general, se hace más sencillo saber qué es lo necesario para ser feliz en el propio caso particular, haciendo más fácil que un sujeto dirija sus acciones organizadamente a sujetarse de tal modo que pueda vivir su vida más felizmente a través de la reflexión ética. Así mismo, las psicoterapias que trabajan en pro de la adaptación del sujeto a su medio de manera más directiva, no tan dialéctica, y que además dejan de lado el conocimiento de sí mismo, no le dan cabida a la reflexión del sujeto y a su posibilidad de elegir lo que desea para sí, haciendo más probable que el sujeto no se halle feliz con su vida y que, además, no se haga responsable de sus decisiones, de su existencia. Cabe aclarar que no faltará el sujeto que, como en el texto Kantiano de la Ilustración, prefiera que otro piense por él, llevando a cabo un “auto-impuesto estado de tutela” que lo invita a des-responsabilizarse pero, aun así, este sería un modo de sujeción de este personaje, de manera que aun bajo la dirección de un tutor sería responsable de sí.

Queda entonces la pregunta que Foucault hace con tanta vehemencia: ¿para quién trabaja el psicólogo? ¿Acaso trabaja para su paciente? ¿O quizá para la institución que le paga, para la cultura y la normalización? ¿Trabajará acaso para satisfacer su ego? ¿Para quién trabaja? Pues el saber del psicólogo, además del lugar en que la cultura y la sociedad lo ubican, le otorga un cierto poder que bien podría ejercer sobre los demás sujetos y, obviamente, sobre sus pacientes hasta erigirse como tirano, hasta estar convencido de que encarna al amo de los otros, al gran Otro,  siendo esta una paráfrasis de la definición del Canalla que Colette Soler refirió en alguna ocasión.

El espacio terapéutico es entonces doblemente ético en cuanto implica el qué hacer del sujeto-paciente con sus pasiones, deseos, goces, modos de sujetarse, angustias, etc. Y, al mismo tiempo, implica el qué hacer del sujeto-terapeuta con sus propias pasiones, deseos, goces modos de sujetarse, angustias y demás, pero también su qué hacer con su semblante, con su poder, su postura frente al sujeto supuesto saber que el sujeto-paciente le impone sin una negociación explícita para ello.

Es espeluznante para muchos psicólogos, terapeutas y analistas recordar su estatuto de sujeto, cosa que implica que no solo el paciente está propenso al síntoma, a la repetición, a abusos y a pasiones desbordadas en el ámbito terapéutico, con el agravante de que cuando el terapeuta se hace esclavo de sus pasiones, además de afectarse a sí mismo, afectará a su paciente, probablemente  participando en la repetición de uno de los asuntos que lo llevan a consulta originalmente. Por lo tanto, si  bien la responsabilidad del sujeto-paciente es conocerse a sí mismo para optar frente a sus pasiones y modos de sujeción, el terapeuta tendrá que conocerse a sí mismo profundamente para optar igualmente frente a sus pasiones y modos de sujeción, pero también para permitir al paciente elegir los que más les parezca convenientes a través de su propio conocimiento de sí, sin ser velado por la mirada y el oído de un prejuicioso y pasional terapeuta.

Para finalizar, existe un concepto del que será necesario hacer una breve mención: la literatura más de orden psicoanalítico ha propuesto y contrastado la Negación en la experiencia clínica. Esta es una forma que tiene el sujeto para ignorar deliberadamente una verdad evidente y dolorosa que se le devela al sujeto, es un mecanismo defensivo ante lo abrumador de esta verdad. Si bien en los sujetos-pacientes es fácilmente evidente en la clínica psicológica, también los terapeutas tienen, en cuanto sujeto, la capacidad de hacerse el güevón* frente a su acontecer.

La diferencia entre el sujeto-paciente y el sujeto-terapeuta en este ámbito es que el sujeto-terapeuta cuenta con el saber y el semblante necesarios para argumentar a nivel teórico su forma de hacerse el güevón, intentando hacerse creer y haciendo creer a los demás que su repetición, su síntoma, su criterio diagnóstico, su pasión desbordada, su angustia o su modo de sujetarse son un acto ético cuando, en el fondo, el terapeuta mismo sabe que está intentando pasar por alto el verdadero origen de esto, cuando está intentando ignorar adrede algo de sí mismo. A ratos provoca entonces decirle a tanto psicólogo, a tanto terapeuta y analista una cosa: “Deje de hacerse el güevón y asúmase más bien, conózcase y ocúpese de usted a fondo, pues usted es el único cabalmente responsable de usted mismo y, de paso, deje de cagarse en la otra gente”. Queda igualmente trazado el mismo comentario para nosotros los estudiantes.


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*Güevón(a): Persona de testículos prominentes

[Presentado: miércoles 02/10/2013]
Lectura –  10:40am, Mini-auditorio III USB Medellín
Mesa de lectura de ensayos. Jornadas Universitarias 

A una sirena de pelo rojo

Dime, sirena, ¿por qué estás aquí? ¿Por qué tu recuerdo abruma mi memoria y perturba mi alma? Mi pulso enloquece mientras me miras, no sé si inocente o descarada, y sospecho que ni cuenta te das.

Sirena, llámame Ulises por favor, que tus hermosos ojos y tu dulce voz hace rato me hicieron encallar, aunque este cuerpo estuviese atado al mástil por mi propia voluntad para prever a mi alma de naufragar en tu mirar.

Gozo prisionero de tu sonrisa, ahogado en tu pasión, al borde de mi cuerpo… dicen que no hay atadura para el corazón.

Bella sirena maldita que vi un día y que ya en mis sueños sonería, como un súcubo que me enternecía. Me quedo silente mirando tu rostro a lo lejos… y siento un vacío en mi pecho  a la par de mi mirar perplejo, pues no son para mí tus ojos ni es para mí tu cantar o tu pasión, sirena de pelo rojo que canta a cualquiera en altamar, ni es para ti la mía en este trasegar. Quizá no entiendas tu belleza o tu eterna soledad, o ese grito de amor que vociferas sin poderte saciar.

Sirena admirada, nadie podrá amarte sin perderse en tu mirada, sin que su alma le sea arrebatada por aquel embrujo del que –sin saber–  has sido dotada, esa soledad a la que fue destinada esta bella sirena en el fondo de la noche alborada, en la que todos pasan y mueren, o pasan con su vela al cuerpo atada. ¿Cuál de los dos estará más muerto? Yo tengo mi tinta de coartada.

Quizá –como otros y otras– tampoco tú sepas lo que es un noviazgo, o incluso una amistad, porque tus ojos sólo verán a lo lejos a esos hombres atados por su sanidad, y tu boca sólo sabrá a los muertos que dejó tu inconsciente castidad.

¿Cuántos hay perdidos en esos pozos de tu piel? ¿Cuántos más, como yo, naufragaron hace ya tiempo y ni cuenta se dieron? Esos son los que aun sueñan con tus ojos y tu rostro sonrosado a lo lejos, pero con suerte conservan su vida, su brújula y algún catalejo fracturado.

Me despido de ti, dejo este pedazo de mi alma como constancia de mi naufragio, como tributo a tus ojos y a los muertos, pero también como evidencia de que continúo con vida, de que el resto de mi alma viene conmigo, porque a Ítaca se vuelve herido y cambiado, pero se vuelve sabiendo qué es lo verdaderamente amado. Ítaca de pelo castaño que extraño y rozo con mis dedos, mujer de mirada tierna y atenta que tanto miedo y serenidad en mi alma  despierta.

Ítaca hermosa… ¿dónde más podría dormir si no fuera con tu presencia ñañosa? 

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*Referencias a:
          -"La Odisea" de Homero 
          -"Ítaca", también conocido como "Viaje a Ítaca" de Konstantino Petrou Cavafis (1863 - 1933)
            http://www.pixelteca.com/rapsodas/kavafis/itaca.html

[Escrito: martes 03/12/2013]

lunes, 17 de febrero de 2014

¿De qué enamorarse sino de lo que el otro es?

A ver si algún día nos podemos entender:

La belleza funciona como una totalidad a la que le sobran adjetivos y le faltan palabras.
No todo es la forma de organismo, pero sin forma no hay cuerpo.
No todo son los sentimientos y actitudes, pero sin eso no hay relación.
No todo es la inteligencia, pero sin eso no hay entendimiento.
No todo es agresividad, pero sin eso no hay acción.
No todo es el cuerpo, pero ¿de qué enamorarse sino de sus síntomas, cicatrices, formas y accidentes? ¿De qué enamorarse sino de lo que el otro es?
¿Qué intentar asir con tus dedos sino la totalidad indecible que logramos sentir?

Pretender resaltar una cosa arbitrariamente sobre las demás es mutilar la relación y pretender ignorar una es torturarse en la propia falta. Una relación es más que la suma de sus partes, así que cuando algo se retira deliberadamente, es más que eso lo que cambia en la relación.

¿No sería más sencillo entonces amar y odiar sinceramente, desde la propia aceptación?

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*Dirigido a: muchísima gente. De verdad no entiendo mucho del modo en que pretenden amar, de los modos en que esperan ser amados o lograr entablar amistades... y pareciera que ni ellos lo entienden generalmente. Para mí convivir con esas incoherencias prácticas es todo un dolor de cabeza.

[Escrito: lunes 11/11/2013]

domingo, 16 de febrero de 2014

Uno: a propósito del vómito, el cuerpo y el organismo

Hasta donde me alcanza la memoria, recuerdo el especial disgusto que siempre me ha producido la idea y el acto de vomitar. Se trata de un impulso que el organismo lleva a cabo aún cuando uno no está de acuerdo y, por mucho que uno se resista, terminará por ceder al irrefrenable e incontrolable ímpetu que emerge de las profundidades del estómago, pasando con velocidad y potencia por la garganta hasta salir disparado por la boca; es un organismo que hace todo cuanto puede para cuidar de sí.

En este punto, es evidente para mí que las vías del organismo y las de la mente humana son distintas, paralelas pero simultáneas, de un modo similar a como lo planteaba Spinoza reformulando las sustancias cartesianas.

Cada vez que vomitaba o mi organismo lo intentaba, me sentía profundamente dividido por lo ominoso e  intrusivo de este impulso, además del recuerdo el olor y el sabor ácido de la sustancia en cuestión, y también me sentía incómodo por la insistencia en ese método tan desagradable para cuidar de su “salud” o “bienestar de esta cosa viviente que supongo habitar, términos que no estoy dispuesto a discutir en estos momentos y que utilizaré de manera provisional.

Así es como ayer, producto de una indigestión, tuve la oportunidad de re-elaborar esta cuestión. Me sentía terrible al despertar entre 2 y 3am,  caminé con prontitud, pero tambaleante, a un baño en el que pudiera vomitar con calma. Curiosamente, por primera vez, me sentí a gusto con el modo que tenía mi organismo para mantenerse sano porque en el camino de pocos metros tuve tiempo de considerar –ya que siempre estoy pensando, a cada instante– que me encontraba transitando por un malestar enorme y, por lo tanto sería mejor expulsar esa comida en vez de esperar a que mi organismo lograra digerirla a cabalidad y me exigiera otros trámites en una clínica a la mañana siguiente.

Así es como me dispuse con toda la tranquilidad que podía reunir en ese instante a trasbocar e increíblemente, pude sentirme uno, no dividido, sino una suerte de ser completo con mi organismo. No peleé con su impulso, sino que le permití llevarlo a cabo y me dispuse para ello, en otras palabras, me dispuse a sentir sin reparos a mi cuerpo, mi organismo, mi malestar, mi frío, mi sueño, mi cansancio. En ese instante, por terrible que parezca, fui vómito. De ese modo es como me di cuenta de que, si bien la mente y el organismo son cosas de órdenes distintos, en la medida en que uno acepta su organismo y le permite ser a cabalidad, incluso con esas cosas que no nos gustan, existe la posibilidad de sentirse uno, de no sentirte tan perpetuamente dividido e irreconciliado consigo mismo, de hacer consciencia por un breve lapso de tiempo que la escisión es imaginaria, de que no somos ni el todo absoluto ni la nada absoluta, de que somos uno y de que sólo uno somos aun cuando aparentemente haya una legión entera conviviendo dentro de cada uno de nosotros en la forma de voces, sentimientos y opiniones encontradas… Si, en eso pensaba en ese instante, antes de pensar que seguramente “no estaba dando un buen ejemplo”, no sé muy bien por qué.

De nuestras vivencias como ser vivo, es decir, de nuestros aconteceres orgánicos, únicamente solemos rescatar a través de la palabra lo que nos disgusta, lo que nos produce malestar, lo que consideramos que está mal, a tal punto que pensamos todo el día en ello y terminamos por olvidar de que en nosotros también hay una sustancia viva que lucha por sobrevivir, por vivir saludablemente a cada instante con los mejores métodos que conoce y que han dado resultado hasta ahora, incluso cuando nosotros no gustemos de ellos. Una gripa de lunes por la mañana es un buen ejemplo.

Los ámbitos que consideramos propiamente “humanos”, por ejemplo las consideraciones del orden de la ética o la estética parecen perseguir un sentido completamente distinto a las preocupaciones (si es que así puedo llamarles provisionalmente) del organismo en sí mismo, a tal punto que por la propia ética o moral, una persona puede no matar a alguien aunque de ello dependiese la vida de su organismo. Así pues, aunque estas preocupaciones “humanas” estén orientadas hacia una idea de “bienestar” teóricamente holista, puede terminar por mutilar los modos que el organismo ha dispuesto para su propio bienestar, como la formación de pulgares oponibles que le permiten utilizar "Ser y tiempo" de Martín Heidegger como arma contundente.

Para hacer más comprensible el anterior punto resulta conveniente traer a colación un ejemplo, a saber, la consideración estética de la depilación del vello en distintas partes del cuerpo que, si bien es una acción que se desarrolla en una propensión consciente por el “bienestar” psíquico, estético y social en pro de la belleza propuesta por la cultura que transverzalisa incluso estas letras, también puede ir en contra de la supervivencia del organismo en cuanto el pelo se encarga originalmente de proteger la piel y órganos delicados del frío, de la suciedad y de infecciones, a tal punto que la depilación constante en los genitales (tan aclamadas en estos tiempos) puede ser un factor de riesgo importante para desarrollar infecciones en dichas zonas y aun así es considerado estético. Me refiero pues, a este tipo de divisiones entre los modos en que el organismo garantiza su supervivencia y los modos en que los seres humanos buscamos nuestro “bienestar”, pues conozco varias personas que sienten un disgusto profundo con su organismo por la cantidad de pelo que tienen en varios sectores de su cuerpo.

Para sentirse uno –al menos por ahora lo concibo así–, es necesario sentirse bien consigo mismo, de modo que es prioritario aceptar lo que se es en vez de pelear con ello, además de que llevar a cabo semejante contienda contra la fuerza inamovible que es el organismo es una pérdida de tiempo ya que es una suerte de máquina (lo digo metafóricamente) viviente que empeña toda su energía en seguir siendo como es, haciéndose una potencia constante e incontrolable que nos empuja hacia la vida y hacia la muerte al mismo tiempo, aun cuando eso le implique a muchas chicas a tener un pequeño bigote, o que a mí me implique vomitar cuando no quiero.

Mi conclusión es que, si tengo que vomitar, prefiero hacerlo sintiéndome uno, en vez de sentirme la legión batallante y agotadora que suelo encarnar ante aquello que me cuesta aceptar; sin más remedio pero a gusto con ello, acepto vomitar. Los y las demás pueden seguir peleando con su bigote, con ser gordas o flacas, altos o bajitos, con tener nalgas prominentes o carecer de ellas… o todas las anteriores al tiempo.

[Escrito: sábado 15/02/2014]

…porque, gracias a Dios, ¡no soy platonista!

Virtuoso, by Alicexz
Sherlok
Extraído de: http://alicexz.deviantart.com/art/Virtuoso-256536410
Tras leer algunos fragmentos de los Diálogos de Platón y otros fragmentos de la Ética nicomaquea de Aristóteles, cabe concluir que en la actualidad leemos por fragmentos, de ahí que sepamos fragmentadamente. Descuartizado también es un adjetivo útil para esta descripción.

Sócrates es un personaje triplemente oscuro para nosotros. Se dice que los diálogos socráticos, algunos más que otros, están permeados por el pensamiento platónico durante su transcripción, de modo que es complicado separar al uno del otro en los restos literarios que nos queda de la existencia de Sócrates, siendo este un primer motivo. El segundo motivo está dado en el juicio que le pone fin a su vida, juicio enmarcado más en intereses políticos que en hechos y deliberación clara, con la consecuencia de que enturbia aun más cualquier lectura histórica que pudiera realizarse al respecto. El tercer asunto es el hecho de que este sujeto no escribe, sino que sólo quedan de él algunos relatos y múltiples referencias que nos sirven para dar fe de su vida pasada, pero que nunca son suficientemente claras: de Sócrates sólo sabemos chismes, unos más corruptos que otros. Esto va a la par con el hecho de que este hombre se regocija en el no saber nada, de modo que sólo sus movimientos dialógicos son susceptibles de descripción.

La conclusión de Sócrates en el diálogo con Menón sobre la virtud (Areté) es que esta “viene por un don de Dios a los que la poseen. Pero nosotros no sabremos la verdad sobre esta materia, sino cuando, antes de examinar cómo la virtud se encuentra en los hombres, emprendamos a indagar lo que ella es en sí misma”. Es una conclusión complicada, en el sentido de que anteriormente se había indicado que, al menos un componente fundamental de la virtud, era la sabiduría, relacionada con la prudencia. Aun así, Sócrates declara no saber qué es la virtud con certeza. 

En cualquier caso, una persona virtuosa estaría caracterizada, para Sócrates, por la sabiduría y la prudencia que impregna todos sus actos, dándole la capacidad de gobernar bien a través de conjeturas u opiniones verdaderas, concediéndole así la habilidad de administrar bien a través de la facultad propia de un adivino, una facultad que no llega  ser ciencia, pero no por eso es desacreditada aun cuando, debido a esto, no puede ser enseñada, sino que es un don de la divinidad.

No obstante, pensar que esta facultad de opinar o conjeturar sabia y prudentemente deviene del designio de alguna divinidad dejaría al ser humano sujeto al designio de esta divinidad o, dicho de otra manera, sujeto a aquello que quisiera proyectar en el tótem de turno, condenado a repetirse una y otra vez ciertas proyecciones y ciertos destinos…cosa que no es muy distinta a lo que hemos hecho durante más de un milenio y medio de judeo-cristianismo institucionalizado en occidente aun cuando, curiosamente, los hechos y las consecuencias de esto parecieran más motivadas por la culpa que por la búsqueda de ser sabio o virtuoso, de ahí la importancia de leer a Nietzsche tras egresar de un colegio católico: por estar en paz consigo mismo tras el des-cierto. Freud y Foucault también ayudan, desde que no se los endiose también.

Así, el planteamiento de Aristóteles resulta más amable para aquellos que no se han relegado eternamente (eterno porque va más allá de la vida misma) a la posición de esclavo de un ente (cosa) que no está. La virtud aristotélica puede ser intelectual o moral. La intelectual, como capacidad de pensar y conocer, se adquiere por el nacimiento; mientras que la moral es el resultado del hábito, de modo que queda en manos del ser humano hacerse virtuoso a través de la disciplina y el hábito de obrar adecuadamente para cada caso, acorde con el “justo medio”  y la “frónesis” (sensatez), llegando así a la “excelencia moral”.

En el caso aristotélico hay una intrincada red de elementos que es necesario tener en cuenta para hablar de un personaje virtuoso, como el hecho de que la conducta no puede tener un perfil preciso pues, además de que no tiene fijeza, depende del carácter de cada uno y aquella conducta justa y sabia variará de caso en caso, dándole origen a un estudio casuístico del Bios-Ethos en contraposición a ideas generalizadas de lo que es virtuoso o vicioso, de lo que está bien o lo que está mal. No obstante, Aristóteles define la virtud desde un principio general: una postura del justo medio y la prudencia que se mantiene frente al placer y frente al sufrimiento que impregnan toda acción humana, siendo esta sostenida por una disposición del carácter que se forma a través de la acción, del hábito pues “debemos ser justos realizando actos justos y debemos ser personas equilibradas, realizando actos equilibrados”.

Las acciones virtuosas para él tienen ciertas condiciones: 1) un conocimiento del asunto que, según expresa, tampoco es determinante para actuar virtuosamente, llegando en este tema a una conclusión similar a la socrática; 2) debemos escoger los actos (medios) que estén más acordes con los fines. En este punto, saber de la virtud puede ser útil, pero tampoco es determinante, reiterando la visión socrática de la importancia de la conjetura verdadera y sabia; 3) “la acción debe estar firmemente apoyada por un carácter firme e infranqueable”, punto que entra a remplazar el origen de la virtud en Sócrates.

Cómo ya habíamos abordado, para Sócrates la sabiduría y la prudencia que hacen virtuosa a una persona vienen por intercesión divina, de manera que sólo a través del don de algún dios (fuera un dios como tal, el Eidos supremo, la Idea suprema de bien o un ídolo) se puede alcanzar la dignidad de ser virtuoso y, por tanto, de ser divino. No obstante, como un humano divino, un humano virtuoso, no puede enseñar la virtud, podría diferenciarse la dignidad de un dios de la de un hombre en el sentido de que el primero si puede enseñar de la virtud a un hombre, siendo entonces dos forma de divinidad distinta. Para Sócrates, el hombre se vuelve divino en el sentido de que es bello, es hermoso y puede ser tomado como un bello ejemplo de lo virtuoso, más no por eso asciende a la dignidad de un dios debido a que no tiene las mismas facultades que este, como donar la virtud a un mortal.

Para Aristóteles, en cambio, el acto virtuoso de un hombre deviene de su carácter, que determina las acciones que dicho hombre realiza pero, al mismo tiempo, estas acciones se convierten en hábitos, determinando el carácter y dándole origen al acto virtuoso. Así pues, una persona no se vuelve divina o virtuosa, sino que sus acciones son virtuosas; la persona se vuelve excelente moralmente y puede tener cierta autoridad por esto, pero no hay tal como un hombre virtuoso en sentido de que el hecho de que encuentre el justo medio para una conducta no significa que lo encontrará para otra, pero un carácter firme e infranqueable en la prudencia y la sabiduría práctica tenderá más al actuar virtuoso frente al actuar vicioso, es decir, tenderá al justo medio y a la ética, remitiéndolo a la sofrosine. 

Incluso, visto de este modo, el esforzarse excesivamente por ser virtuoso sería un tipo de desmesura para Aristóteles, pero no es claro si lo sería para Sócrates desde lo planteado en el diálogo con Menón pues, si bien la virtud está mediada por la sabiduría, no se plantea un límite en explícito en que la búsqueda del “bien” sea desmesurada.

A demás, en la Ética nicomaquea también encontramos que el acto virtuoso no puede darse si no es a la par con la razón, es decir, no sólo con el pensamiento, sino con el razonamiento moral, la reflexividad y un empleo de “lo razonable” tanto para los medios como para los fines o, dicho de otra manera, un estudio serio de aquello que implica actuar de un modo u otro. A demás, al incluir el tema del placer y el sufrimiento en el alma humana nos adentramos a una teoría psicológica seria, una postura medianamente desligada de la esclavitud a una deidad y, por lo tanto, también nos adentramos en una teoría del Ethos de aquel que vive su vida con prudencia y sabiduría, sin desmesura.

Es este, por tanto, uno de los antecesores claros a la aparición del ser humano como objeto de estudio de la ciencia, de ahí que sea comprensible el que el cristianismo haya exiliado (o interpretado a su manera) a esta corriente de pensamiento por tanto tiempo. Al hacer al ser humano dueño de su posibilidad de actuar virtuosamente, en vez de dejar este asunto en la metafísica teológica, se le hace también responsable al hombre por aquello que hace de sí y amerita, a la par, investigaciones en torno a aquello que hace al hombre lo que es y aquello que el hombre puede hacer con eso. Amerita pues, un estudio profundo del carácter de sí mismo y un estudio geométrico del mundo, pues las grandes verdades del mundo, a demás de ser inútiles y simples, son al menos parcialmente inamovibles.

Es aquí cuando la visión del gran peripatético cobra un gran sentido pues permite, a través del estudio empírico de las cosas, conocernos a nosotros mismos y conocer el mundo en general, pero no nos quedamos en una rendición ante la imponencia del mundo y de nuestro carácter, sino que nos abre la gran ventana que representa la posibilidad de hacerse cargo de sí mismo, de construirse frente al vacío de ser, constituyendo así la vía del camino del asceta que puede construir su propio destino en el perfeccionamiento de sí.

Resulta ventajoso pensar que el equilibrio, la cordura y la moderación, a la par con la felicidad o la “plenitud del ser” (eudaimonia) pueden devenir como consecuencia de la disciplina de una persona y no del capricho de algún dios, pues le da al ser humano la capacidad de ocuparse de sí y no quedar relegado al deseo de un otro, sea imaginario o real, o incluso al designio de la reminiscencia o del destino declarado por algún Tiresias:  otorga la posibilidad de construir el propio destino, la propia posición frente a las pasiones del alma y la utilización justa de las facultades en búsqueda de la felicidad propia, en vez de buscar ser un ejemplo para los demás, como un viejo sofista. Así, es conveniente dejar de lado (aunque sea un poco) la idea de un dios que nos determina y, así, poder conocer el propio carácter a fondo para hacer posible el hacerse dueño ético (nunca omnipotente) de sí mismo, para volverse constructor de su propio destino, ejecutor de sus justos medios, un elector prudente y sabio de una vida que valga la pena ser vivida en pro de la felicidad.

Al menos para mí resulta cómico pensar que, al menos en la noche de hoy, yo puedo decir que me siento feliz porque, gracias a Dios, ¡no soy platonista! O bueno, no tanto como mis padres, y eso ya es ganancia.

[Escrito: martes 17/09/2013]

martes, 11 de febrero de 2014

22

Sube la bruma, de esa que congela el alma en cada respiro a medida que cae el sol de la mano de la sombra de no saber si con el día siguiente morirás o si una bala perdida se encargará de tal labor antes de que salga la primera estrella esta noche. Medellín en tiempos paracos.

Cuando has vivido mucho tiempo en un mismo lugar, puedes reconocer los más mínimos cambios que, artilleramente, atacan la costumbre. Aquel hombre sabía, en medio de su estricto calendario, que esa bruma ya no era la misma de hace 20 años, que en octubre la neblina era espesa en aquel entonces, pero ella cada vez está más lejos y ahora sólo se puede dormir con una delgada sábana. Él sabe que, sin sábana, no podría dormir.

– ¡El calentamiento global es una mierda! –repite una y otra vez pensando en el insomnio, lo recita religiosamente día tras día recién entrada la tarde, a eso de las 6, cada vez que no siente el aire helado que antes mecía su larga y oscura cabellera al son de las campanas de la iglesia, aire que ahora se ve remplazado por un vaho o bochorno que le produce nauseas a Natalia, quién está sola en el balcón tomando aire y mirando al oriente. 

Efectivamente, su vida se acaba, pero ella sólo lo sospecha cuando sus cabellos castaños se quedan entre los dedos de sus amados eventuales. Ella recuerda el preámbulo de algún bardo, de cualquier Cortazar de mirada penetrante y pelo enmarañado que se regala a un reloj. Ella lo cita al pie de la letra, sin saltarse una coma, sin comerse un acento o un suspiro y él pierde los estribos: “Don Fama”, como le dice la Cronopio burletera.

El sospecha que nació regalado al sol y a la luna, a su calendario, así que intenta ajustar su aliento al ritmo de ellos, al oscilar de los astros y al de este mundo frenético con luces de neón o tungsteno; un mundo del cual se siente alienado. Ella le produce un encanto que le resulta difícil de creer: sus piernas diligentes no distan mucho de las manecillas del reloj que tanto le conmueven. El blue-jean  desteñido que hoy la acompaña sin duda desafía incluso la delgadez eterna de las manecillas al demarcar, cuidadosamente, como una caricia, sus nalgas esbeltas pero firmes. – ¿Quién diría que ese tic-tac tuviera un perno tan fuerte? –dice él para sí. Siente él que esa angustia  le domina por intentar no dominar a Natalia y nunca ajustarla a su reloj, pero bien sabe que esa es la naturaleza de esa relación. Él se irá mañana le guste o no, para volver en un mes, o la otra semana, o quizá nunca más. Sabe que hoy tendrá problemas para hacer el amor, está nervioso y ella no parece estar de buen humor. Suspira profundamente y sale resignado, junto a ella, al balcón.

– ¡Me siento envejecer, Andrés! –Dice Natalia en tono de reclamo –Siento que mi juventud se va como el día, se me escapa de mis dedos. Dime… ¿Acaso ya no te excita mi cuerpo? Ya no me tomas por sorpresa como antes robándome los besos. ¿Mi piel está ya muy ajada para ti? Quizá viste una cana en mi coronilla que aun no he expiado, o una arruga que la base no pudo ocultar. ¡Pero también tú estás hecho una mierda! ¿Lo sabías? ¡No tienes ningún derecho a juzgarme, desgraciado!
–Estúpida. Sólo tenemos 22.

[Escrito: miércoles 01/08/2012]