domingo, 18 de octubre de 2015

A veces estoy donde quiero estar

A veces me pregunto y escribo con fuerza, plantando un piso lleno de experiencias, límites, dudas y conceptos, plagado de emergencias.
A veces fantaseo y escribo con violencia, le arrebato de un tirón el blanco al papel relleno ya de tachones y figurines, de letras que no ceso de dibujar, líneas y trazos, formas que no podría reproducir.

A veces me acompaña la música a escribir y escribo con pesadez y delicadeza, y queda plasmada mi emoción a un nivel supra-textual, en la forma de las letras, en su enunciación, como si fuera el Alma-del-texto.
A veces soy luz y escribo con una claridad helénica, seductora, el torrente de pensamientos que me habita, y disecciono los sistemas conceptuales que han marcado esta historia.

A veces sueño con una respuesta, a veces tan sólo aparece sin más y escribo vigorosamente, con magistralidad lo digo todo y no queda nada por decir.
A veces sueño con una expresión y creo algo, una palabra, una noción, un concepto de deseo o de amor que, tanto produzco, como ya estaba desde el principio ahí, aquí.

A veces reconozco un deseo y lo articulo con todo cuanto soy; termino así tejiendo el concepto con la respuesta, con la fuerza y la violencia de mi escritura, la pesadez teórica y la delicadeza de la exsistencia, la emoción con la claridad y mi particular coquetería histórica, pensante y dividida, y soy esta ligereza al escribir.
A veces sueño con un deseo, con mi deseo, y anudo mi vida con mi creación y florece una producción con vida propia, con la consistencia que sólo la ternura de un artesano le podría dar a su artesanía. Esta danza conceptual es también un acto de seducción, ustedes lo saben.

Y sin embargo, no puedo más que imprimirme en cada creación, así que me esfuerzo infinitamente porque sea cabal, porque no quede un bache ni una incoherencia. Si voy a seducir con conceptos, al menos voy a hacerlo bien y voy a aportar algo a la vida de quién me escuche y me lea, aunque tan sólo sea mi sinceridad y transparencia. Es mi modo de lidiar con la vergüenza que me produce llevar a cabo este deseo de hacerme notar, de hacerme desear y hacerme amar.

Sí, mi deseo es lo que teje todo esto y no temo reconocerlo, ni me culpo ni me avergüenzo. Una creación es más que una simple defensa, supuestos lectores de no-sé-qué-Freud.

A veces me arrebato escribiendo y me hago efervescente y destrozo el estilo uniforme de un texto tejido, y soy tan tranquilo que me importa un culo. Lo acepto porque así es como hablo, así es como escribo. Acabaré literaria y filosóficamente al crítico o editor que lo critique, lo asesinaré en tantos cuentos, lo descuartizaré en tantas formulaciones que no sabrá si lo sigo matando a él o a algún otro hijueputa criticón o interpretador de la opinión pública, que lejos de sobrar habitan fácilmente donde quiera que haya una boca y una voluntad de joder la vida. Les queda la advertencia desde ya, zánganos de las letras, ortodoxos, estreñidos.

A veces me alebresto en rabietas y algarabías, y sonrío entre mis letras feliz, inundado de alegría, y elaboro una oda a lo que soy sin desear cambiar un solo detalle de lo que ha sido mi vida hasta hoy.
A veces estoy tan feliz y tengo tanto que agradecer que no sé por dónde empezar. A veces escucho a sabina y lo canto sin detenerme en lo absoluto, pues no tengo reproche ni reclamo alguno. Me desborda esta felicidad.

A veces, hoy especialmente, escribo detalladamente  con ligereza, con micropunta nuevo y escribo de morado, lentamente. Escribo sin costo alguno, las letras emergen sin esfuerzo y el ruido hace ya unos días cesó con finalizar el texto del deseo.

A veces escribo acerca de cómo me siento; ahora soy esta felicidad de ser yo y vivir mi vida, esta satisfacción… no sé cómo decirlo: es más felicidad que narcisismo, ustedes saben que no sufro de esas cosas, que me interesan el jengibre y los rizomas inmanentes. No me imagino en otro lugar en este momento, ni con las galletas de Nutella ni comiendo fritos de merienda. 
A veces estoy donde quiero estar, objeto de aquella dulce mirada cómplice en lo fortuito de un juego de azar.

Soy un deseo que es más que una falta y una escritura que es más de desahogo, soy esta creación con vida propia, soy esta producción constante de letras y perspectivas, de visiones, nociones y vías alternativas. Ahora soy la ternura, la pasión y la amistosa complicidad que imprimo en esta artesanía; crear, sonreír, coquetear y cantar son mis gratitudes con la vida.

Gracias por todo :)




[Escritos: lunes 12/10/2015, completado domingo 18/10/2015]
*lo único que completé fue: "objeto de aquella dulce mirada cómplice en lo fortuito de un juego de azar"; el viernes fue una noche especial jajaja.

Nota: Sabina y la desilusión

...Y queda sabina, siempre acompañando la caída de la noche con su voz partida por la vida.

Si nadie cantara de los desencuentros con cariño y alegría, seguro yo seguiría pensando que son un infortunio en vez de aceptar que son la normalidad de lo humano. Digamos, estos son propiamente los encuentros humanos.

Si no fuera por sabina seguiría golpeándome de cabeza contra el bombillo buscando la luz hasta quemar mis alas, como una miserable mosca, en vez de haber aprendido a usar esa luz para ver lo que me rodea y buscar algo que me emocione, que me produzca ternura.

Aun en contra –y menos mal, fuertemente en contra– del sentido común, lo diré: Sabina salvó con sus letras, y yo salvé con sus letras mi vida amorosa de las añoranzas ominosas e ideales tan imposibles como la perfección. Si no hubiera sido por sabina, hubiera tardado unos cuantos años más para aceptar mi humanidad.


Gracias a Joaquín Sabina porque le debo la esperanza que me ha dado la desilusión, la esperanza de la vida, y gracias también a Isabel, a esa rubia de la cuarta fila que me presentó su música en primer lugar. Gracias.



[Escrito: lunes 12/10/2015]

domingo, 11 de octubre de 2015

Deseo: exsistencia y brújula

La emergencia de un deseo pacífico depende de lo apaciguado que uno esté con su propio deseoSin embargo, un deseo pacífico no es de ningún modo calmado o tranquilo: como todo deseo, se trata de un torrente incontrolable, radicalmente incontenible, que amenaza con llevarse todo lo que se oponga paso insaciable y arrasar con todo aquello que uno pudiera dar por sentado o fijo en la propia vida.

El modo en el que exsistimos como humanidad es en el deseo, como nómadas deseantes. Intentaré descomponer esta idea.


Lo primero será traer de nuevo la etimología de la palabra “Existencia”: (lat.) Exsistentia: Cualidad del ente (del ser que está) o agente de estar por fuera de lo fijo, es decir, de no estar fijado.

  • ex- (prefijo): hacia afuera, por fuera de.
  • Sistere: Tomar posición, estar fijo o fijado en un sitio.
  • -nt (sufijo): ente-agente
  • -ia (sufijo): cualidad

Como seres, digamos en sentido escueto pero preciso, en cuanto estamos en algún lugar también estamos siendo; esto abarca la función de la presencia de nuestro organismo. Sin embargo, es nuestro deseo lo que nos interpela todo el tiempo a movernos, a no estar perpetuamente anclados al mismo punto o las mismas personas, a dejar de estar aquí para comenzar a estar allá.

Para decirlo de otro modo, si bien no tenemos un anclaje permanente en el mundo, si contamos con un anclaje vitalicio en nuestro deseo. Es nuestro deseo lo que cuestiona, pone en duda y retira constantemente toda sujeción o fijación que podamos tener de manera temporal a elementos puntuales de nuestro mundo y nuestra vida, haciendo imposible la existencia incluso hipotética de un ser humano siempre “constante” –cosa que no es más que un adjetivo teórico con el que se nombra una magnitud física teórica o una variable matemática, describiendo de estas que no varían a través del tiempo–.

Además, aun estando anclados y sujetados a nuestro deseo, aquellas cosas que deseamos cambian constantemente y no existe algo que venga bien al deseo, no existe algo que le satisfaga y siempre estaremos en búsqueda de algo más. Así, nuestra exsistencia, de nuevo apelando a este malabarismo etimológico, encarna la ausencia de un punto o valor al que estemos perpetuamente fijados en nuestro mundo y que nos pudiera servir siempre de guía, norte o referente. No tenemos quién nos dé el visto bueno o malo acerca de nuestras vidas sin lugar a dudas. El vivir humano es un perpetuo descentramiento, es nomadismo.

Especialmente el deseo tiene la propiedad de complicar más el asunto de buscar certezas y triunfos en la vida, no sólo porque el deseo está en siempre transformándose en sus intensidades, variables y objetos, variando y multiplicándose incesantemente, impredeciblemente y a formas cada vez más inimaginable, sino también por su carácter estrictamente amoral. Para decirlo con claridad: uno desea lo que desea, no lo que quisiera racionalmente desear, ni lo que se supone debería desear de acuerdo al deseo de algún otro o a lo dictado culturalmente, ni lo bueno ni lo malo; uno desea lo que desea y punto, y seguramente mañana deseará otra cosa y la semana siguiente deseará algo totalmente distinto.

Se entiende entonces por qué San Agustín, en un acto de sabiduría extraordinaria, decide buscar a Dios dentro de sí como aquello que es íntimamente suyo, incluso más intimo que él mismo. No creo abusar de los conceptos si planteo que él buscaba a Dios como algo más propio de él que su propio “yo” en cuanto estructura psíquica, algo más esencial en sí incluso que su propia voluntad y su consciencia de sí, de manera que en el final de su proceso introspectivo sólo podría toparse con una cosa: con su deseo, aunque fuese un deseo de Dios y de iluminación. ¡Sí! En San Agustín el lugar de Dios es el lugar del deseo, de ahí la invención de la introspección y las características de sus planteamientos y discusiones en sus Confesiones, en los cuales notamos con claridad cómo describe los movimientos de su propio deseo en la búsqueda de Dios.

Traigo a San Agustín porque él hace de Dios, de su deseo, su único anclaje en su vida y en sus viajes, además de la escritura. Se movía de un lugar a otro, pero siempre llevaba consigo aquello que lo definía en todo momento como sujeto cuando hablaba con su Dios mientras exploraba las profundidades de su propia alma.

Recurriré a una figura que, a mi juicio, retrata a la perfección el funcionamiento del deseo: la brújula de Jack Sparrow en Los Piratas del Caribe. En “El cofre de la muerte” (Dead man’s chest, 2006) ocurre una conversación entre Elisabeth Swann interpretada por la actriz británica Keira Knightley, Jack Sparrow (Johnny Depp) y el –en ese momento– excomodoro James Norrington (Jack Davenport), en que Jack le explica acerca de su brújula a Elísabeth.

  • Elisabeth: – ¿Cómo lo encontraríamos?
  • Jack: – Con esto. Mi brújula. Es única.
  • Norrington: – “Única” en este caso significa “dañada”. [Sale de escena]
  • Jack: – Cierto. Esta brújula no apunta al norte.
  • Elísabeth: – ¿Hacia dónde apunta?
  • Jack: – Apunta a la cosa que más quieres en este mundo.

Jack, en la primera mitad de la película, se encontraba en una situación bastante penosa, sin saber cómo salir de sus apuros porque su brújula no podía guiarle. La Tía Dalma (Naomie Harris) le señala el motivo de esto: o Jack no sabía lo que quería, o sí lo sabía y no quería aceptarlo o reclamarlo para sí. También, a lo largo del filme, tanto en manos de Elísabeth como en manos de Jack pueden verse las consecuencias de depender de una brújula que cambia constantemente de “norte”, es decir, de objeto de deseo, aun en contra de la voluntad de su usuario, causando dificultades en el viaje hacia el Holandés Errante.

El deseo es, tanto en la brújula de Jack como para San Agustín, algo mucho más profundo que la propia voluntad o el “yo” psicológico puesto que es algo que no puede controlarse y dirigirse, sino que actúa con total autonomía, en las profundidades de uno mismo, más intimo que lo que uno pudiese reconocer como propio. Todo el tiempo apunta al  misterioso objeto que causa nuestro deseo, aun cuando este pueda variar o pueda parecer difuso, trazando líneas de perspectiva a lo largo y ancho de nuestra vida como si fuese un punto de fuga en el infinito. Siendo así, el “norte” de cada exsistencia humana está dado en relación distintos puntos y líneas de referencia que en vez de ser constantes, están sumergidas en un eterno devenir-otros, enmarcando el movimiento que el deseo implica en nosotros;  en consecuencia, el Sentido (“norte”) es una producción, así que ya no puede tomarse como un simple descubrimiento (similar a lo planteado por San Agustín) puesto que no viene dado sino que se construye, haciéndonos radicalmente actores y responsables de este.

Este deseo todo el tiempo nos señala, aun cuando prefiriéramos que no lo hiciera, aquello que más queremos, lo que añoramos aun sin darnos cuenta y, tarde o temprano, nos encontramos mirando a eso que deseamos y fantaseando sin percatarnos. Allí donde emerge el deseo, se despliega salvajemente la fantasía que ya hemos elaborado y al mismo tiempo producimos un sentido, haciendo del deseo un proceso de construcción de un conjunto mucho mayor que el mero objeto que aparentemente lo causa, pues se construye toda una escena, todo un paisaje, al desear. Nadie desea, por ejemplo, sólo una pareja y unos hijos como si estuvieran en el vacío, sino que fantasea toda la escena de la vida en familia.

La diferencia entre el Dios introspectivo de San Agustín y la brújula de Jack en cuanto deseo es que, en el caso de San Agustín, el deseo es un hallazgo, un descubrimiento que hace un santo dentro de sí, mientras que en el caso de la brújula el deseo es una producción de un sujeto y, por lo tanto, una producción del cual dicho sujeto es responsable.

Esto se puede ver con claridad a partir del momento en que Elisabeth comienza a usar la brújula de Jack en El “El cofre de la muerte” (Dead man’s chest, 2006), justo antes de abordar el Perla Negra. Su deseo es hallar a su amado William Turner (Orlando Bloom) que se encuentra captivo en el Holandés Errante, el barco de Davy Jones; de manera que si ella hubiera usado la brújula en este momento, esta hubiera apuntado hacia él directamente. Consciente de esto, Jack la dirige a desear algo ligeramente distinto: la dirige a salvarlo. ¿Y cómo salvar a William? Consiguiendo el cofre donde Davy Jones guardó su corazón aun latiente, para así tener poder sobre él y obligarlo a liberar a su amado. Ella entonces tiene que producir un deseo, construir una escena más compleja que la simple aproximación a aquello que causa su deseo (William) al añadir dos eslabones más a esa cadena: Primero tiene que conseguir el cofre de Davy Jones para, en segundo lugar, salvar a William y, sólo en tercer lugar, así poder reencontrarse con él. Traigo el diálogo a continuación:

  • Jack: – “Y lo que más quieres en este mundo es encontrar el cofre de Davy Jones, ¿no?
  • Elízabeth: –Para salvar a Will–
  • Jack: – Encontrando el cofre de Davy Jones

Elisabeth entonces tendrá que hacerse responsable de la producción de su deseo, es decir, de la elaboración de la escena del deseo (Cofre, salvación de William y así encontrarse con él)  y la construcción del sentido que dará sustento a esta escena (es necesario salvar a William y no sólo encontrarse con él) para ser dirigida efectivamente, por la brújula de Jack, a su objeto de deseo.

 
Piratas del Caribe: El Cofre de la muerte (2006).
La brújula de Jack siendo usada por Elisabeth Swann.

Tal y como la brújula de Jack, a veces nos parece que nuestra brújula (nuestro deseo) estuviera dañada porque no apunta al norte, a saber, no apunta hacia aquello que se ha designado culturalmente como norte o lo que nos han enseñado que debería ser el norte de nuestras vidas. Ejemplos de este norte cultural son las aspiraciones de dinero, fama, éxito, viajes, familia, etc. Pero el punto que intento ilustrar es justamente este: ¡Nuestra brújula no está diseñada para apuntar al norte! Tampoco está dañada porque no apunte hacia allá ¿Por qué? Porque la existencia humana no tiene un norte predeterminado, sólo tenemos el deseo que apunta aquí o allá, que nos guía desde la incertidumbre de nunca poder saber qué va a pasar, o si lo estamos haciendo bien o mal.

¿Se entiende ahora el motivo de nuestra falta de puntos fijos de referencia y de anclajes en nuestros mundos y nuestras vidas en general? El deseo apunta, nos empuja y ya, y cuando traicionamos nuestro deseo, entonces emerge la culpa y la vergüenza. La utilidad del deseo no es la misma que la de una brújula convencional; nuestra brújula, nuestro deseo está diseñado para construir nortes, producir sentidos, elaborar escenas y crear todo tipo de cosas que llevaran nuestra firma como deseantes. Nuestros deseos o nuestras producciones en general no se dan con independencia de nosotros, por el contrario: que se dan en la más íntima relación con su creador o productor, llevando siempre alguna innegable insignia de su autoría.

También hay que aclarar que no existe algo que todos los seres humanos deseen, cada uno busca algo diferente, así que no hay ni puede haber un norte unívoco e inequívoco para todos; sólo nos queda lo misterioso y cambiante de nuestra brújula deseante y constructora.

Resulta oportuno conocerse a sí mismo, develar algo del propio deseo para aprender a leer y dar sentido a las lecturas de la brújula de Jack que todos cargamos con nosotros, en el fondo de nosotros mismos y más íntimos que nuestra propia voluntad, para no tener que asumir que está rota o dañada por no apuntar al norte o a algún punto fijo en general.

En la vida no es el norte lo que estamos intentando hallar… en primer lugar, porque en serio no lo hay. En segundo lugar, porque la vida sería entonces como un juego muy fácil de ganar, aburrida, monótona, todos corriendo por la misma vía buscando la misma cosa; simplemente bastaría con un recetario metodológico para “triunfar” en el juego de la vida (fuera eso lo que pudiera ser). Si esa fuera toda nuestra búsqueda entonces francamente no tendría mucho sentido vivir, no habría que producir ningún sentido sino que ya estaría dado. Pero no, lo que cada uno desea es distinto, no es algo predeterminado y cambia con alguna frecuencia; cualquier persona puede desear literalmente cualquier cosa.

Como humanidad, lo que marca nuestra exsistencia, es decir, nuestra presencia y nuestro movimiento nomádico, es la producción del deseo. Es por esto que resultaría tarea imposible intentar pasar toda la vida deseando lo mismo, estando sólo en un lugar y siendo sólo una cosa… nuestro deseo siempre nos invitará a lugares más lejanos, a aguas más profundas, a nuevas aventuras, nuevos proyectos y nuevas creaciones. Habría que decir, de la mano de la gramática deleuziana, que se trata de la constante producción de un “Desear” que se repite diferente (porque no hay dos deseos iguales), construyendo y reconstruyendo su sentido, sus lógicas y las fantasías que se despliegan en este junto con la incidencia de las cosas “reales” y las categorías simbólico-culturales que puedan acompañarlo, constituyendo el conjunto de ese “Desear” específico. Lo anterior lo dejaré enunciado para mí, no lo explicaré…aun.

Finalmente, concluyo: Exsistimos nomádicos como máquinas deseantes, jamás podríamos erradicar el deseo de nosotros y el impulso con el que nos dota; somos actores, productores de nuestro deseo puesto en acto constructivo todo el tiempo, este es el impulso de vivir y sólo en relación con este podríamos formular un sentido de exsistir.





[Escrito: entre viernes 9 y domingo 11/10/2015]


NOTAS:

*Nota 1: Obviamente, después de pensar la falta vendría producir un deseo, alguno que fuera aunque sea un poco más que un mero efecto de aquella falta. Es evidente no soy estructuralista.

*Nota 2: Este texto me tomó bastante. Hacía tiempo, desde "Los Números Inip", no me sentía tan exprimido escribiendo algo, esto es como un estreñimiento. De verdad ha sido un esfuerzo monumental para mí a lo largo de esta semana pensar con total rigurosidad estos asuntos, pero finalmente pudo salir algún texto que diera alguna forma, aunque sea, a un bosquejo de "deseo" que pudiera ser algo más que la falta. Ha sido un reto, especialmente por mi formación, pero finalmente ha sido posible gestar esto... Me siento orgulloso y profundamente satisfecho con esta pequeña producción.

*Nota 3: Imagino que es evidente, pero igual lo aclararé: todo esto sigue siendo un efecto de lo que empezó hace ya tiempo en junio del año pasado, cuando decidí tomarme en serio la vida con la muerte de Sergio; los efectos de eso fueron y siguen siendo profundos. Sin embargo, especialmente estos últimos textos han sido las consecuencias directas y los cierres del proceso que comenzó a mediados de enero este año con esa ruptura, atravesando los meses hasta mayo, y embarcándome de nuevo en mi propio camino desde septiembre, una vez más sin nada qué perder... No podría explicar estos ires y venires de algún modo que no parecieran fríos, calculadores, incluso crueles o mezquinos, pero han sido todos radicalmente sinceros y oportunos, para mí han sido necesarios aun cuando supiera de antemano mis motivos y sospechara con alguna certeza sus destinos. Este ha sido el proceso de asumirme tal y como soy aun a todo costo, de asumir, entre otras cosas, mi propio deseo. Enfrentarme a mis ideales ha sido tan costoso y doloroso como liberador.

La producción de un texto acerca del deseo, en este caso, es también la producción de un deseo, un deseo que finalmente pude asumir de un modo amable, me atrevo a afirmar que se trata de una forma de desear novedosa para mí. Y bueno, lo que quiero decir es que estoy más que feliz con lo que soy. Aquí hay un punto de inflexión enorme y hermoso, he virado desde lo que alguna vez fue mi falta hacia mi propia forma de creación.

*Nota 4: El punto de inflexión, lo que pudo darle los toques finales a este texto, fue el sueño de hoy. Antes de dormirme escribía, y me pedí un consejo, una respuesta a la pregunta que siempre me aquejó. ¿Cómo ver el deseo en el amor? Ustedes saben cómo soy yo, me desperté con la respuesta, y lo mejor es que es sencilla: El amor es como jugar frisby, jajajaja, pero esa historia se las contaré otro día. Muchísimas gracias por leer :) , este texto, este proceso, esta construcción por fin terminó [11/10/2015 11:59pm].

viernes, 2 de octubre de 2015

Belleza: a la musa de esta noche

En cuanto a  la belleza, para mí es necesario aceptar que hay chicas a las que veo y se me escapa mi aliento, se va tras ellas.

Si el tiempo no se detuviera para mí, seguramente me daría cuenta de la cara de imbécil con la que miro semejante Revelación divina que me mira coqueta, sonriente, encantadora como ninguna otra mujer.

Musas bien podría haber en cualquier lado, pero de vez en cuando aparece en el mundo alguna belleza que excede incluso al mito, que sólo se puede contemplar desprovisto de toda esperanza, a la cual sólo se puede contemplar de lejos, sin siquiera escucharla hablar.

Cuerpo delicado, la única flaca auténticamente hermosa, absolutamente hermosa. Con esa cara su cuerpo no importa mucho, con que mire con esos ojos basta y sobra para enamorar. Y, aun así, aun con ese rostro pulido y detallado, minimalistamente figurado, aun con eso, su cuerpo despierta un deseo enmarcado en la ternura y un cariño lento, suave y callado. No es un cuerpo que motive al sexo, sino uno que motiva a la ternura, a la caricia delicada, a delimitarlo con las yemas de los dedos y el borde de los labios cada noche y cada amanecer, por el resto de las noches y los días habidos y por haber.

Se trata de una silueta que no motiva a la rudeza, sino al desborde de ternura y a los abrazos de acogida, sin ninguna excepción. Habría que besarla desbordante de amor para que aflore esa sonrisa que sólo en su rostro tiene residencia y en mis ojos hoy paga alquiler, porque habitara únicamente ante la mirada de algún amante con suerte y dinero, aunque sea el dinero de papá… y, sin embargo, tu rostro lo vale una y mil veces.  De puta no tenés nada, pero la crianza y el estrato pueden modular a su antojo la inclinación del tallo hasta de los más bellos arboles, más aun la de esta delicada flor.

Por eso te observo en silencio, a lo lejos, escribiéndote con suavidad los gritos del deseo que tu existencia despierta en los que te vemos pasar. Habría que rodear el encaje de tu ropita con los dedos delicadamente y repetir el divino gesto del maestro González con los calzoncitos de Madeimoselle Toní para hacer justicia a tan angelical expresión que se lee en tu cara sonriente, mujercita coqueta de mirada asesina, de sonrisa pícara, de semblante tierno de mujer “para toda la vida”.

Con un vals infinito, uno que languidece y revive inundado de una pasión conmovedora, termino de escribirle por primera y última vez a tu imagen esculpida en hierro, forjada a la perfección hasta el último detalle en uno de esos pocos rostros que puedo ver por completo, que podría determinar sin problemas con mis manos y mi mirada sin miedo a perderme más que en tus labios y tus ojos profundos y cálidos, mujer encantadora de figura sencilla y sonrisa coqueta, de pelo desorganizado, de besos trasnochados. Con gusto te abrazaría el resto de nuestras vidas sólo por ser objeto de tu dulce mirar.

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Y, sin embargo, humana te vez. Más imagen que persona eres para mí, que ni siquiera quiero escuchar tu voz. Sé lo que pasaría: no serías nada de lo que me gusta, hablaría una engreída estratificada y árida y yo, humano y humilde, te echaría por la tierra sin piedad alguna, te lanzaría de golpe al lugar donde todos pertenecemos… querida, es el mundo de la vida, bienvenida, caminemos, vamos a pie. Tu belleza te exalta hasta lo inimaginable, a lo imposible… has de ser entonces el colmo de la humanidad, sea cual pudiera ser aquel que habite en ti. Seguramente eres peor que tan sólo desabrida, no tienes voz.

Aquí tienes también residencia, en estas, mis letras, que son también tuyas esta noche porque tu existencia, tu imagen y tu recuerdo distante son los que le dan vida y arroja a estas letras de mis manos a la vida y a la pasión, a las letras de Sabina, al canto a tu rostro que es este texto que hoy compongo y te dedicaré cuando te vuelva a ver a lo lejos y vuelva a suspirar con cara de imbécil cuando se detenga el tiempo para mí, como siempre, en tu presencia, en tu mirada.

Valdrá la pena dormir hoy contigo en mente, como compañía. Feliz noche, hermosa mujer; ojalá alguien ilumine tu día tal como tú has iluminado el mío y tu belleza me ha colmado de alegría; y lo digo con gratitud, no con cariño.

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Suficiente por hoy.

Para enamorarse valen la pena las personas, no imágenes y remedos de aristócratas. La ilusión embellece la noche, pero la vida es más atractiva que un rostro lindo y una figura tiernamente esbelta. Si no me encantan sus palabras, si no me enamora su voz, no podrá valerme la pena lanzarme a amar. Y ella, bueno, ella no tiene voz.



[Escrito: miércoles 30/09/2015]
*No subo imagen porque tendría que ser alguna de la chica en cuestión... y pues no jajajaja.

La falta es una fantasía

Ya con el título de esta nota debería ser suficientemente claro aquello a lo que me estoy refiriendo, pero intentaré extenderme sin ser muy redundante.

Con “la falta” me refiero a esa sensación que aparece cuando nos miramos fijamente en el espejo y comenzamos a sentirnos mal, y pensamos que hay algo  que nosotros no tenemos y que otras personas si poseen, es decir, hay algo de lo que no dejamos de carecer cuando nos comparamos con otros. Muchas veces esta falta termina siendo el argumento principal con el que justificamos lo miserable de nuestras vidas y lo perfecto de la vida de los otros, o también puede convertirse en ensoñación diurna cuando nos imaginamos por un instante en su posesión y fantaseamos cómo todo cambiaría radicalmente en nuestras vidas, reduciendo radicalmente nuestro sufrimiento, aumentando nuestro disfrute y haciendo perpetua nuestra felicidad; en todo caso, terminamos por sospechar en el fondo que el carecer de esto, sea lo que sea, es la causa de muchos de nuestros infortunios.


Alguien dirá que la causa de las desventuras de su vida radica en que tiene el pelo crespo y no liso como su compañero, o porque su economía nunca ha sido tan buena ni sus recursos tan abundantes como los de otros. Habrá también quién explique su infelicidad en la idea de que no poseen suficiente saber, o en que no son suficientemente bonitos o sexys  a comparación de otros, en que son muy gordos o muy flacos, muy de esto o muy poco de lo otro. Pensarán también que toda su vida sería radicalmente distinta y todo mejoraría si tuvieran ese “algo” que los haría ser tan felices como la gente que los rodea se ve porque ellos, los otros –y siempre serán los otros– si lo tienen.

Les doy una mala noticia: los que tienen esos objetos que fantaseamos, que añoramos tener y nos quejamos de carecer, también albergan en su vida sufrimiento y miseria, también pasan mal a ratos a pesar de haberse aumentado la nalga o las tetas y operado la nariz, o de tener ese cuerpazo escultural y pulido diariamente en el gimnasio, carro, plata, ropa de marca, un novio o una novia rica y extravagante que les saque de pobres, los mantenga y les gaste, etc.

La idea de que en algún lugar existe ese objeto mágico (que puede ser literalmente cualquier cosa), ese objeto que nos hace falta y nos completaría con su posesión llevándonos a una vida perfecta, es una gran fantasía a la que nos cuesta muchísimo renunciar. ¿Por qué nos cuesta tanto? Porque esta renuncia implicaría aceptar que jamás habrá un instante completamente perfecto de nuestras vidas, sino que viviremos humanamente, sin más. También implica asumir la responsabilidad de nuestras vidas, dejar de esperar a que aparezca un hada madrina o unos padrinos mágicos que hagan fácil el grandísimo esfuerzo que implica vivir.


Es por esto que es tan sencillo despertar el hambre consumista hoy en día, porque todo el tiempo nos ofrecen productos que parecen direccionados a activar esta sensación de la que les hablo, esta fantasía de que algo nos hace falta: Por ejemplo, en el caso de las personas que sienten que les hace falta una pareja, notarán que desde las propagandas de los desodorantes, pasando por cremas dentales y detergentes, hasta viajes y bienes raíces, se ofrece el amor muy implícitamente junto con lo que cada producto ofrece, como si el aliento fresco fuera eso que bastara para encontrar al “amor de la vida” o al “príncipe azul”, o un detergente pudiese borrar los conflictos de una familia con su fragancia, o si un desodorante bastara para despertar el deseo femenino de una estrella porno. ¡Lo que ofrecen son productos que harán que uno deje de tener desencuentros amorosos y relacionales mágicamente!

Y pues no, el amor y la convivencia humana en general son esos desencuentros que se dan uno tras otro, son malentendidos y son disparidades, ¡acostúmbrense! Hay que aclarar, si, hay desencuentros de desencuentros, pero ese no es el tema de hoy.

Continuo. En últimas, lo que hace tan miserable la vida de las personas no es lo que “en realidad” ellas son o no son, sino la perpetua comparación que entablan entre su vida y la vida que suponen (fantasean) que los otros tienen, imaginando que es una vida muchísimo mejor porque los otros si tienen lo que a ellas les hace falta.

Puedo incuso proponerles un ejercicio. Cuando estén pasando por un duelo o una ruptura amorosa y estén tristes y frustrados, intenten darse cuenta de cómo miran a las otras parejas. En esa situación, las parejas que se ven pasar por la calle cogidos de la mano y riendo  se ven muy felices; pero este es el punto central del ejercicio: piensen por un instante que ellos tampoco la tienen fácil, que no están viviendo una relación perfecta sin inconvenientes ni desencuentros, que no tienen una vida absolutamente feliz ni están destinados ontológicamente el uno para el otro, sino que ahí van como pueden, es decir, humanamente. También es probable que no sean el ideal de pareja de la persona que tienen al lado, y, sin embargo, ahí están. Con pensar en esto bastará para que desaparezca, al menos momentáneamente, la idea de que a todo el mundo se le da en el amor menos a uno, pues a nadie se le da como esperan y mucho menos en el amor (giggity).

 Acentuar en los recursos que tenemos, reconocer lo que somos y lo que podemos sin suponer que la vida de los otros es mejor porque están en posesión de algún objeto que los hace ser omnipotentes es suficiente para encontrar algo de sentido en la vida como tal, y no buscarlo tanto en ideales imposibles y expectativas desfasadas, pues –religión aparte– este concepto de la “perfección” no existe más que en nuestra imaginación. Seguir suponiendo posible la idea de que podría existir un objeto o una persona que nos completaría sólo termina por promover la envidia y la agresividad contra esos otros que parecen poseerle, y al mismo tiempo promueve la propia devaluación, tristezas y rabias en contra de sí.


La falta es una fantasía que amenaza todo el tiempo con oscurecer y devaluar la propia vida, es un imaginario y ya. Somos lo que somos, tenemos lo que tenemos, podemos lo que podemos y ya. A veces apegarse más a un concepto de realidad más ingenuo ayuda a vivir la propia vida por lo que es y con lo que está, pero para esto es necesario establecer distancias con las expectativas, los ideales y las teorías, con la moral y las jerarquizaciones. Esto es suficiente para vivir mejor con uno mismo, para no pelear con el espejo tan frecuentemente y disfrutar de la compañía de los otros antes que envidiarles por lo que ni ellos tienen, para pacificarse con lo que uno es en vez de seguir arrojándose tan cruelmente a ideales pensados a medias, a eso que uno querría ser aún a cambio de todo y sin saber muy bien por qué.

Para ir cerrando, diré que el cariño empieza por uno mismo. Si uno no comienza por aceptarse como es a su manera, difícil (por no decir imposible) será que otros lo hagan, o que uno mismo deje de compararse con otros sólo para herirse y hacerse quedar mal ante sí. Imagino que lo notaron, pero cuando hablo del espejo no sólo me refiero al artificio de vidrio pulido que refleja nuestra imagen en los baños, sino que me refiero específicamente a los ojos de las demás personas, de esos otros frente a los cuales nos encontramos diariamente e imaginamos que nos miran, señalan, juzgan, que se burlan, nos desprecian cuando en realidad somos nosotros mismos quienes, a través de sus ojos y de manera harto instrumental, nos faltamos al respeto fantaseando con ser lo que no somos en vez de aceptar nuestro propio modo de ser: humanos.

Pero, finalmente, requiere una valentía enorme verse al espejo sin maquillaje y sin fantasear lo que no está ahí, es decir, sin fantasear ni la completud hipotética ni la supuesta falta, sin imaginar lo que no somos ni lo que no es posible ser. Quizá no haya cosa más difícil y audaz que mirar a un espejo y verse a sí, o hablar y convivir con un otro sin compararse, envidiar o competir, sino efectivamente hablar y convivir.

Concluyo: En lo real (por fuera de fantasías y categorías teóricas o culturales), no existe un objeto o una persona que nos complete o que nos sacie, justamente porque en lo real tampoco hay algo que nos haga falta. La falta es sólo una fantasía, nada más.



[Escrito: miércoles 30/09/2015]