viernes, 25 de diciembre de 2015

Crecer

Hay algo que me tiene pensando, aunque no preocupado.
Siempre he tenido la impresión de que la gente pide demasiado en el amor, o esperan demasiado de las relaciones y quizá eso es lo que más les dificulta vincularse con otros. Me incluyo.

Cuando uno está seduciendo a alguien para acostarse con esa persona, basta con insinuarle que le darás todo lo que está buscando aunque uno sepa que es un engaño –que la satisfacción es un imposible– y la otra persona lo sospeche. Sin embargo, nunca se aclara lo ilusorio del caso sino hasta el final, en lo eminente de la ruptura, explicando así el resentimiento y los reclamos que muchas veces quedan de eso.

Es fácil verlo. Entre más condiciones tenemos las personas para elegir una pareja, más esperamos de esa persona. Es algo que me resulta evidente: Si la gente no esperara del amor, eligiría a cualquiera sin tomarse el arduo trabajo de discriminar, ni se molestaría con el otro cuando hace o deja de hacer ciertas cosas.

Todos tenemos expectativas, alguna cosa esperamos del otro. No tenerlas sería entrar en (volver a) el autismo, literalmente. Ahora, uno puede conocer sus expectativas, hay algunas que se pueden reducir, hay otras que no; pero todas se pueden transformar aunque sea un poquito y eso es lo que uno llama “crecer”. Crecer duele porque implica frustrarse y buscar alternativas, pero es bonito a su manera.

A la larga es difícil que una persona se quiera meter o comprometer con alguien que le diga la verdad, con los costos y ventajas que eso implica. Me recuerda a “Mentiras piadosas” de Joaquín Sabina… la mayoría prefiere que le mientan, la verdad del perpetuo desencuentro es muy difícil de soportar.

En ese orden de ideas, las funciones de relativa incondicionalidad, de acompañamiento y co-creación propios del campo del amor han recaído sobre la amistad, mientras que al amor de pareja se le ha atribuido el deseo sexual y el deber de la satisfacción del otro y de sí mismo, haciendo del amor una suerte de imposible, un idilio, una fachada que tarde o temprano se fractura y acaba bajo el peso de quienes son sus integrantes.

No obstante, a medida que he ido creciendo me he topado cada vez más con gente que ya no está dispuesta a invertir en quimeras; gente un poco más desencantada que goza opacamente pero que, aun así, desean amar, crear, acompañar, arriesgarse y esforzarse en construir un vínculo con otro. Eso me alegra mucho, me alienta.

Una pareja no es alguien que te vaya a satisfacer, es alguien con quién vale la pena caminar, cultivar, crecer y crear. La ligazón cultural entre el amor y el sexo (deseo sexual, “satisfacción”, etc.) es un infortunio gigantezco en ese sentido.

La gracia de una amistad es que uno sabe que se va a desencontrar, mientras que en las parejas uno tiene que darse cuenta de eso con el tiempo; por eso una relación filial es culturalmente privilegiada para la creación, pues sólo se puede construir desde la riqueza de la diferencia y nutrirse de allí para crecer como un más-de-uno, para agenciar juntos, en compañía.


[Escrito: viernes 25/12/2015, corregido lunes 28/12/2015]
*Nota: Medir el propio valor o el del otro por la capacidad de satisfacer, de ser suficiente, es un gigantesco error.

martes, 22 de diciembre de 2015

Martín Heidegger: Poder ser mientras se es

No creo que tenga que explicarles qué es un meme; si les hace falta, entonces les dejo un link en las notas. Este está hecho sobre el “Yo dawg” de Xzibit, para los que nos vimos Pimp My Ride. Ahora, manos a la obra.

El chiste es bueno y bastante acertado, pero nos sirve para apuntar a una pregunta: ¿Por qué carajos alguien tendría que hacer un esfuerzo monumental –y por monumental me refiero al ladrillo que es Ser y tiempo, sin contar el resto– para hablar del ser que es mientras se es, mientras se está? No creo ser negligente al asumir que algún motivo tendría Martín Heidegger para eso además de simple ociosidad, y que tendremos que rastrearlo con lupa en su obra y en la historia para poder encontrarlo; después de todo él era medio megalómano, sólo se esforzaría tanto si estuviera seguro de que está tras algo muy grande. Sin embargo hoy no seré tan cuidadoso, sólo quiero plantear la cuestión.

Siempre recuerdo el apartado al principio de la Carta sobre el Humanismo donde Heidegger  intenta –como puede, y sin dejar la pesadez alemana que Schopenhauer supo señalar de una sola punzada certera– aclarar la relación que el ser lleva a cabo con su ser en el acto de pensar; ¡esta es la operación heideggeriana por excelencia!

Estamos muy lejos de pensar la esencia del actuar de modo suficientemente decisivo. Solo se conoce el actuar como la producción de un efecto, cuya realidad se estima en función de su utilidad. Pero la esencia del actuar es el llevar a cabo.  Llevar a cabo significa desplegar algo en la plenitud de su esencia, guiar hacia ella, producere. Por eso, en realidad solo se puede llevar a cabo lo que ya es. Ahora bien, lo que ante todo «es» es el ser. El pensar lleva a cabo la relación del ser con la esencia del hombre. No hace ni produce esta relación. El pensar se limita a ofrecérsela al ser como aquello que a él mismo le ha sido dado por el ser. Este ofrecer consiste en que en el pensar el ser llega al lenguaje. El lenguaje es la casa del ser. En su morada habita el hombre. Los pensadores y poetas son los guardianes de esa morada. Su guarda consiste en llevar a cabo la manifestación del ser, en la medida en que, mediante su decir, ellos la llevan al lenguaje y allí la custodian. El pensar no se convierte en acción porque salga de él un efecto o porque pueda ser utilizado. El pensar solo actúa en la medida en que piensa. Este actuar es, seguramente, el más simple, pero también el más elevado, porque atañe a la relación del ser con el hombre. Pero todo obrar reside en el ser y se orienta a lo ente. Por contra, el pensar se deja reclamar por el ser para decir la verdad del ser. El pensar lleva a cabo ese dejar. Pensar es: l'engagement par l'Etre pour l'Etre.

(Heidegger, [1947] 2006, págs. 11-12)

La expresión en francés del final traduce literalmente ‘el compromiso por el ser para el ser’. Como puede, ¿no? Tanto aquí como en la mayoría de sus obras él se encarga de poner de relieve aquellos puntos de inflexión de la vida humana en donde parece haberse olvidado que una persona (un existente) es mientras es, o digamos, mientras está (ente). ¿Por qué? Porque a su juicio se le había extraído plenamente: La metafísica hablaba de un ser etéreo, un ser que nunca estaba y por eso no devenía, mientras que la física se encargó de hablar de un ser estático que si estaba, pero que nada tenía que ver con la existencia humana. De ahí la importancia del concepto Dasein, que no tiene caso intentar traducir.

Así Martín Heidegger hace diversos recorridos a lo largo de la historia, trayendo conceptos y describiendo los contextos y sentidos que los rodeaban, en los que tenían la consistencia propia de los mismos. En este proceso hace señalamientos puntuales de cómo habría ocurrido esta llamativa extracción paulatina y nunca deja de hacer hincapié en cómo se acentuaba al ser en estas. Por ejemplo, y no planeo traer la cita porque me da pereza, cuando distingue entre el Zoon y el Bíos en la Grecia antigua, siendo el Zoon una noción que refería a los seres vivos en general (incluyendo a los hombres) mientras que el Bíos hablaba de la vida humana propiamente y ponía de relieve la dimensión ética que rodeaba a esta noción: lo propio del Bíos es la capacidad de elegir qué hacer con su vida, siendo ya una cuestión eminentemente ética.

Dejando a Heidegger descansar en aquella casita en la selva negra, uno podría comenzar a investigar nuestra cuestión de cómo y por qué se extrajo al ser del ser a partir de los indicios de la lingüística platónica. Me dirán protestando: “¡pero Platón no tiene una lingüística!” los ortodoxos –con énfasis en el ‘orto’– , bueno, pues claro que si la tiene. Relean El Sofista, allí se introduce una distinción entre nombre (όνομα) y verbo (ρήμα) que no existía antes, y se pone en juego a través del juego de roles que es el diálogo mismo, una disposición de representaciones. Intentaré hacerme entender.

Antes de esta lingüística rudimentaria, que es la que da pie después del desarrollo de los juegos y horrores silogísticos de Aristóteles, estaba la de Antístenes, el primer cínico, un sujeto desencantado que decidió reducir todo a nombres (όνομα), a sujetos, en vez de plantear jerarquías. Casa, perro, árbol, daga, comida, paja, tierra, barril, Alejandro (Magno, pero sin el “magno”), atardecer etc. Con la distinción introducida en el trabajo platónico, se hace posible afirmar la verdad: Lo verdadero es un verbo (ρήμα), digamos, un predicado, que diga cosas acertadas acerca del nombre (όνομα), es decir, un sujeto. Esa mera operación es un cambio gigantesco en occidente, porque es lo que provocará el surgimiento del empirismo como forma de comprobación de la verdad de los enunciados, tachando como mentira todo lo que no sea comprobable.

Así, con una simple distinción aparecida en un diálogo que suele pasarse por menor, la imaginación, la fantasía y el malestar psíquico quedan relegados al territorio de la mentira por carecer de evidencia. Esta distinción entre “Verdad” y “Mentira” nos ha costado suficiente, y aun se lleva a la tumba a tantos amores que valdría la pena sacudir a Platón de la suya sólo para pagarle el favor.

Cuando estaban sólo los nombres (όνομα), cada cosa tenía su ser consigo puesto que no había necesidad de decir nada más para aclararlo. Con la aparición del predicado, de lo que Platón llama verbo (ρήμα), se plantea una nueva posibilidad: Un predicado que no diga la verdad acerca del sujeto, es un enunciado que carece de ser. Si yo digo “el cielo es verde”, en la medida en que eso no es verdadero, bajo la lingüística platónica mi enunciado no hablaría de un ser en lo absoluto; se le extrae el ser a lo que no es verdadero, a lo que es falso, a las apariencias, a las mentiras. No será sino hasta Freud en 1900 en que se le devuelva algún efecto de verdad a las fantasías, a los chistes y las mentiras, a aquello que no tiene evidencia más que la vida subjetiva.

De esta manera, el nombre (όνομα) terminó subsumiendo al  predicado, haciendo imposible hablar de algo que no fuera verdad… y ya que la verdad es tan esquiva, se le dio aires trascendentales (de mundo de las ideas en el que hay sólo nombres o Ideas puras, de realidad inaccesible) y fue mejor quedarse callado con el tiempo, tal como en la edad media ante la inquisición. Bajo el efecto de esta nueva jerarquización, bajo el silencio el verbo (ρήμα), algo del ser se le escapa al sujeto en la medida en que ya no es suficiente para sí mismo pues no basta con decir un nombre para decir la verdad, y al mismo tiempo nada se puede predicar sobre él con tranquilidad o certeza porque seguramente será mentira o falsedad, de manera que el sujeto (como en el primer momento de Lacan, el platónico Lacan de la lingüistería) será únicamente la suma de lo que se predica acerca de él, pero estos predicados jamás lograrán palpar aquello que el ser es.

Un ejemplo de esto es el ejercicio de preguntarle a alguien ¿Quién es usted? Responderá “yo me llamo José David, soy Psicólogo de la Universidad de San Buenaventura, soy hijo único, nací en Medellín, etc.” Según la tradición más esencialista, podría cambiar cada una de esas cosas y mi “esencia” no cambiaría, seguiría siendo yo, sólo cambiarían los accidentes. Pero Heidegger en este punto será vehemente: toda esencia es existencia, todo lo que está presente es lo que uno es.

Este mutuo vaciamiento es el pecado de la dialéctica, incluyendo la hegeliana que, como señalan Deleuze y Foucault, terminan por definir a lo uno por lo contrario que sólo es tal (oponible y contrario) en el plano de inmanencia en que todo es definido como rojo o no rojo. Así, el rojo queda vaciado de sentido y de ser, y el no rojo se define alrededor del vacío del rojo. Aquella es la misma estructura del delirio y la forclusión, pero también del trauma y del fantasma neurótico que tiene a lo imposible, que empuja hacia el terror.

Ejemplo de esto es que no sabemos qué es un hombre, pero se lo ha definido por no ser mujer y denigrando de estas. Esto lleva a una reivindicación del predicado antes que del nombre (por ejemplo en la fenomenología o en la asociación libre), dando lugar primero al movimiento feminista que a repensar al hombre o a la masculinidad con claridad y seriedad, la seriedad que amerita esta pregunta hoy: El hombre ha perdido el ser y la mujer, vuelta quimera viciada, se debate entre el ideal de mujer fálica-poderosa y su deseo que ahora bien puede parecer inmoral por querer ser mantenida o invitada, deseo propio de la humanidad y no de la feminidad, ser perezosa.

También hay un vaceamiento del ser al condenar los pecados capitales, al condenar e intentar expurgar la humanidad en la edad media. Parecieran buscar un homúnculo, como en Fulmetal Alchemist Brotherhood, un Padre, un ideal proto-humano. En aquella extracción que a menudo intentaban realizara la fuerza, nacen los mártires, los beatos y los santos, sujetos que erradicaron y ocultaron como pudieron sus goces y flagelaron su propia carne demeritándola ante su alma “pura”, desvaneciéndose de su propio cuerpo para ser bien vistos por Dios. ¿Acaso se trata de un Dios tan perverso que desea y goza de aquello? Se entiende por qué la carne pasó a ser del dominio médico (cirugía) y legal (habeas corpus), mientras que el goce pasó a ser pecado y sólo fue reivindicado y reenlazado con la “sustancia gozante” de Lacan: Aquella carne, aquel cuerpo que goza.

Ese fue el freagmento que se perdió en la división res extensa-res cogitans de Descartes: Se perdieron el impulso, el goce, el disfrute, la fantasía y la posibilidad de creación en la búsqueda a ultranza de La Verdad, porque esta nos prometía lo que habíamos perdido y más, nos prometía el goce de dios, la omnipotencia, la omnisapiencia y la omnipresencia que implica hacerse uno con tal deidad… pero, en vida, jamás alcanzamos más verdad que la certeza de nuestra propia muerte inminente.

Este ser vaceado de pecados capitales, de impulsos carnales y pulsionales, es el mismo ser ilustrado que el asumido kantiano plantea: un ser desprovisto de inclinaciones, que sepa callarlas para obedecer el deber y así actuar moralmente; es el ser de la Razón, del imperativo categórico.


Es un ser aun más muerto que el medieval: por lo menos los padres eran pedófilos, pederastas, guerreros, corruptos, sedientos de poder, sanguinarios, tramposos mentirosos… por lo menos tenían una ilusión que los impulsaba a ser píos en contra de su propia naturaleza empantanadamente humana. Pero no, ¡Kant es un maldito santo! Es aberrante, es un sujeto que obedece al deber porque debe, porque le debe obediencia desde la razón. Su proyecto ilustrado es aun más fuerte que la ambigua moral cristiana, porque la razón es mucho más despótica que un tirano caprichoso; la lógica (“razón”) kantiana es impávida como un reloj que nos va devorando a todos con su inmundo tic-tac, tal como hizo Cronos con sus hijos.

Su proyecto de la Paz perpetua es el culmen sociopolítico de la extirpación del ser al ser, de la extracción de la humanidad a las personas que él propone serán las fichas de su máquina impávida. Gran sorpresa se hubiera llevado Immanuel Kant si supiera que, poco más de doscientos años después de su producción, entre el cine y la televisión ilustrarían atinadamente lo que él propuso: La orda de zombies de The walking dead, que están en paz eternamente, que no se pelean entre ellos, que no tienen impulsos más que el de comer, que no tienen inclinación alguna más que a andar por ahí desprovistos de deseo, de vida y de humanidad, desprovistos hasta de muerte y la angustia de morir.

Decía Fernando Gonzáles que desde el final de la metafísica no ha habido sino muerte, y si, tiene razón, pero es un poquito más complicado. No ha habido nada después de la muerte, pero tampoco ha habido vida como tal… sólo ha habido Deber y sujetos divagando sin sentido de por qué vivir. No ha habido vida, sino simple automatismo. No ha habido muerte tampoco pues sólo puede darse el lujo de morir y el honor de optar por la muerte aquel que vive, aquel que sufre y desea, un sujeto con las inclinaciones que Kant decididamente tachó junto con la moral religiosa. En ese orden de ideas, desde el fin de la metafísica no ha habido sino no-muerte, almas en pena, cuerpos autómatas que no pelean entre ellos, que carecen de los conflictos que mueven a la sociedad misma y, sin embargo, son sujetos que no tienen más meta que erradicar al otro con voracidad: la pura dialéctica que termina por consumir al predicado, dejando puros nombres (zombies) vaciados de sentido, no-muertos pero tampoco vivos. Al final no quedarían sino nombres, sujetos sin tener a qué sujetarse, zombies sin tener nada más qué devorar… y silencio absoluto: paz perpetua.

Siempre me ha parecido curiosa la similitud entre el paseo de las 5 de la tarde de Kant, que seguramente hacía por deber y jamás por inclinación, y el caminar incesante de los Zombies. Heredaron el síntoma de su padre, el automatismo para andar, un impulso por erradicar la vida y los deseos, un amor al silencio, la desolación de un mundo en paz imperturbable y el esbozo de añoranza de morirse algún día. La paz no existe entre los vivos.

Hay así múltiples esfuerzos a partir de 1900 por devolver el ser al ser, lo humano al ser. Claro, podría traer ejemplos anteriores desde una incipiente fenomenología, o las posturas de Nietzsche que se perdían en las garras del mismísimo anticristo (su hermana) y el antisemitismo, o tradiciones literarias y poéticas tanto más románticas, pero de los que hay que rescatar de allí quizá sólo Nietzsche planteó algo más que la mera evidencia como indicio de verdad. Ni qué decir de Augusto Comte.

El psicoanálisis, Freud, la pulsión, la fenomenología, la discusión estructuralista entre primitivos y civilizados, los estudios sociológicos... pero fue un impulso más académico que del espíritu de un tiempo, de un pueblo o propiamente cultural: Dos guerras mundiales, armas de destrucción masiva, propaganda medieval que insiste en que matar al otro es un deber moral; posteriormente aparece el colmo de los predicados desprovistos de nombre y de ser, los sujetos desprovistos de subjetividad y vueltos meros objetos sin humanidad: los judíos erradicados a mitad de siglo sin piedad.

Ahora parecen querer reivindicar a todos los seres, erradicar los supuestos automatismos y defienden a los animales, los humanizan y fantasean acerca de la inteligencia artificial que puede tener conciencia de sí y sentir. Ahora todos somos sujetos, así que todos se postulan como víctimas maltratadas por algún Otro siempre escurridizo de determinar, pero siempre presente para culpar. Ya no hay cruzadas ni erradicados, sólo atentados, terrorismo y víctimas por donde se quiere mirar. ¡Y ay de aquel que tome justicia por mano propia! Se vuelve victimario, el rostro de la agresora perversión.

Tiene sentido el proyecto de Jean Allouch de postular la psicología como una metafísica: algo del sentimiento se escapa al impulso eléctrico, bioquímico, mesurable. Uno no se relaciona con el organismo del otro tanto como con su cuerpo, por eso importa más la estética que la genética o la salud para enamorarse de alguien más. El cuerpo en sentido estricto, no es material; está en el borde del organismo, plegado como una lámina infinitamente delgada recubriendo esta carne viviente entre su materialidad y la mirada y el tacto de alguna curiosa. Puede ser un cuerpo, pero es más un agenciamiento que una corporalidad. Es estrictamente incorporal, como las huellas que deja la historia en el tacto pero no en la piel, como la memoria que es distinto a la marca en el cerebro como tal.

Se entiende así el esfuerzo por devolverle la espiritualidad al humano especialmente a partir de mayo del 68 y la infinidad de voces escandalizadas que hablaban de un ser humano deshumanizado alrededor de los 70’s y que aun ahora pueblan las redes sociales.

Martín Heidegger fue el único tan paciente como para observar con cuidado y apuntar, no a la humanidad, sino al asunto de fondo; a la ontología. Su ardua tarea de intentar señalar y resaltar el ser en el ser que está, para poder pensar amainar la brecha entre el ser y el ente que dio paso a aquella aniquilación, la brecha entre sujeto y predicado, entre nombre y verbo, que ha sido el estandarte de tantas matanzas en nombre de la verdad absolutizada. Heidegger no es un existencial, es un metafísico alemán que se tomó el trabajo de señalar e intentar corregir la estupidez de hablar de un ser que no es, de un ser que no está, de un ente humano que no deviene y que no tiene ninguna humanidad, de seres que no se transforman y están recluidos en una prisión formada entre el mundo de las ideas, el idealismo alemán, el estructuralismo de principio de siglo y la medicina termodinámica del final del la época victoriana, que no tuvo problema en decirle mentirosa a la histeria y descartarla hacia la inexistencia sin lugar a dudas, sin espacio para ser en una clínica psiquiátrica.



Trabajos citados


Heidegger, M. ([1947] 2006). Carta sobre el Humanismo. Madrid: Alianza Editorial.




[Escrito: jueves 17/12/2015]

viernes, 18 de diciembre de 2015

Miso-sofando a martillazos

La neurosis –o la “psicopatología” según la fórmula lacaniana– es, sigue siendo, una agilidad por lo menos fantasmática para interpretar; un punto de fuga que parece definir el plano de lo posible en la concepción de los fenómenos. A la gestáltica: se interrumpe o se bloquea el contacto, o mejor dicho, se remite siempre en una misma dirección.

La discapacidad para escuchar lo que el otro dice sumado a las reacciones fuertes, y digo fuertes por decir lo menos, tienen tanto que ver con el desconocimiento propio como con una voluntad despótica de imposición.

La lentitud para la interpretación, a mi juicio, es una ventaja a la hora de escuchar a la gente… y lo digo en especial porque más de una vez me he sentido desatendido entre estocadas y disparos innecesarios de aquellos gatilleros atentos, dispuestos, siempre dispuestos a sentenciar.

Cuando uno tiene un martillo en la mano, entonces todo parece un clavo; me consta. El pecado que uno puede cometer es no saber que se tiene un martillo en mano para ponerle freno al impulso de carpintero, de obrero (cual marxista alienado) o de nietzscheano y, falto de observación y sensatez, continuar martillándolo todo en la oscuridad de la condena de un destino (Tyché y destino pulsional en Freud) tatuado en el cuerpo como sentido indeleble, como interpretación innegable.

¡Pobres los condenados que se enamoran de sus crueles cadenas! Pobres aquellos que no buscan otro modo de vivir porque asumen que no hay otro modo de pensar, sentir o interpretar. Aquellos se han abandonado desde hace ya tiempo a morir herméticos, inmersos en su propia tempestad.

No puedo desearles suerte porque no sería sincero de mi parte; no creo que la tengan. Sólo puedo estar dispuesto para el día en que me busquen para hablar y sacar paciencia de donde no la tengo para que, por fin, alguien les muestre algo de compasión a estos sujetos que se han hecho miserables por propia mano, que sólo pudieron hacer de sí amargura, reproches y resentimiento, que han continuado martillando su propia vida sin saberlo, culpando a otros de su propia artesanía ya bien desbaratada.

Tener buen ojo para ver pero un lente muy sucio y desconocido para interpretar es padecer del auto-sometimiento (Kant, ilustración) y carecer de la capacidad de construir un sentido con otro… es decir, de construir un agenciamiento de a dos, una relación.




[Escrito: martes 15/12/2015]
*Sé que hay muchas referencias en este texto, muchísimas que no están anunciadas ni especificadas... veré si le pongo pies de página o algo para que no nos volvamos locos.
*Ya me da pereza jajajajaja. Bien puedan buscarlas.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Para hacerle frente

Grito desesperado
Por: Aless Cruz
Tomado de: 

http://www.fotocommunity.es/pc/pc/display/17245188
He estado teniendo experiencias más bien agridulces por esta época. Las animosidades y las magnitudes emotivas de las personas, sean para el festejo o la discordia, se ven multiplicadas a la luz de la navidad, y más aun en la sombra de lo incierto del futuro que se esgrime amenazante, anunciando una muerte ojalá señalada antes de tiempo, o quizá pronosticada con precisión. No ha habido siquiera tiempo de preguntarnos si aun vale la pena armar el arbolito este año; punto a favor de la pereza y en contra de la tradición. Lo comparto porque lo quiero gritar.

Algo se aprende de todo esto, algo se saca de todo. Entre las cosas a rescatar del silencio está lo oportuno de escuchar a una persona desesperada, de regalarle un espacio para hablar y así poder darle forma a su desesperación; pero también está el saber escuchar: no tomárselo personal, aprender a perdonar, a acoger, a cuidar, a cooperar. Entre más grande sea el mierdero que se arme, más difícil es lograr escuchar y acoger al otro… pero también se puede ganar más en la cooperación aunque sea una provisional, temporal y motivada en la urgencia que nos haya convocado a rabiar en primer lugar.

¿Y por qué habría uno de acoger al otro? A excepción de muy contados casos (entiéndase “física e irremediable hijueputez”), lo más seguro es que el otro también esté intentando buscar la mejor alternativa para resolver el problema en cuestión, pero una persona angustiada, desesperada, estresada, frustrada y asustada jamás contará con las mejores palabras y estrategias para compartir sus ideas y perspectivas. Esto significa, generalmente, que el otro también está dando lo mejor que puede a pesar de lo difícil de entender o lo incómoda que sea la forma en que lo hace; y aunque uno no alcance a verlo, actuar de esta manera con seguridad representa un esfuerzo enorme para esa persona, cosa que se puede leer no sólo en la potencia que le imprime, sino también en lo enredado y lo conflictivo de las situaciones que su accionar genera. Así, acoger y abrazar a quién parece el enemigo es poder contar con un nuevo aliado, es hacerse con una nueva perspectiva que ayude a pensar, a refrescar la mente, a entender, a dar alguna alternativa al conflicto, la confusión y la impotencia que nos desbordan incesantemente, que nos abruman ante la dificultad. Si se quiere, es un asunto de privilegiar –antes que el orgullo– la practicidad.

A bien y a mal cuidar del otro también es cuidar de uno mismo, es ventajoso amistar con la otredad. Como humanos no tenemos más opción que crear desde el desencuentro y la diferencia para hacerle frente a la vida y a la muerte, a lo imposible de lo ideal y lo insoportable de existir… o por lo menos yo elijo creer, agenciar y hacerle frente a la desesperación y a lo agridulce de este intenso cavilar.



[Escrito: (09)10/12/2015, 12:00 a 2:30am]

*El otro siempre se erigirá como otro y nunca como objeto de deseo total, puesto que no suele ser condición absoluta de la existencia del deseo más que en el fetiche. Esto implica que el otro jamás será el mejor aliado , ni el amigo o la pareja ideales... pero así como es vale la pena y, además, es lo que hay.  Deal with it, somos humanos y nada más. No nos queda sino renunciar a la totalidad hipotética, a lo imposible de la satisfacción, para poder vivir con algo de felicidad, para hacerle frente a la desesperación y la disparidad.