Tomado de: Hogarmanía |
“Es que no me queda
nada…”
Quedarse sin nada, más que una penitencia o una pérdida,
me parece una liberación. Siento un desprendimiento, como que, de a pocos, voy
dejando atrás una cantidad de entramados que me han causado inmenso dolor.
Cierre, corte, caedere.
Es hora de ir terminando.
El silencio de la montaña y las discusiones cuesta abajo
sólo me han ayudado a asumirlo con firmeza. No estoy para muchos vínculos y
esta vez lo digo sin violencia; soy firme y sistemático para amar, para crear
y, hoy, para cortar. No tengo arrepentimientos, no hoy. Este es el momento para
cerrar, para cortar y talar con minuciosidad. Lo asumo, lo mantengo y me hago
responsable de esto. Recuerdo a Sabina: “Este
‘adiós’ no maquilla un ‘hasta luego’, este ‘nunca’ no esconde un ‘ojalá’. Estas cenizas no juegan con fuego, este ciego
no mira para atrás. Este notario firma lo que escribo, esta letra no la
protestaré. Ahórrate el acuso del recibo, estas vísperas son las de después.”
Me quedo con pocos, pero me quedo con quién me quiero quedar: amigos de mi
vida, ecos de mi infancia, presentes a su manera, luces y compañías.
Me da gusto saberme acompañado para esta época, me da
gusto cortar y talar sabiendo lo que elijo como amigos (filia) por una vez.
No me queda nada, nada tengo, nada que se pueda tener.
Pero en mi vida hay algo que da calor y escapa a toda posesión. Hay cariño, hay
confianza, hay una profunda diferencia que nunca se deja de poner en acto;
crear y diferenciar. Hay en mi vida amor y compañía. Eso es lo que elijo
sembrar para el año próximo junto a la serenidad y la valentía que implican
desear.
El futuro no lo sé, lo desconozco. Hace dos años sembré
un dolor gigante con toda la coherencia que en el momento tenía, un terror
monstruoso, un miedo que me consumía; y hoy, después de más de 700 días, me veo
lazando a gusto, rodeado de frutos que me causan una suave alegría.
Valió la pena. Ha valido la pena llegar hasta aquí. Y, si
sembrando tan poco, tanto pudo nacer… hoy tengo más qué cultivar y menos qué
esperar. ¡Ya veremos qué aparecerá!
Escribir, lo juro, me hace sonreír.
No soy bueno creyendo, pero hoy tengo fe. Una muy
sincera, cálida, y pausada fe que me llena de ternura. Confío en mí, confío en
mi destino (tyché), confío en mi
futuro sin conocer su traje, su rostro o su semblante. Confío en lo que soy y
en lo que habita en mi vida, confío en todo cuanto puedo confiar de lo que soy
y me rodea. Tengo fe en mí, y lo digo con humildad: no tengo fe en eso de lo
que soy o debería ser capaz, sino en lo más básico de lo que soy, que
condiciona quienes quieran y puedan sujetarse a mí. Tengo fe en ese granito de locura que me hace ser quién
soy.
Hoy no tengo miedo a que sea mañana. Ha valido la pena
llegar hasta aquí, estoy feliz. Siento
gratitud con ellos y conmigo. Esta vez, parafraseando a Boaventura de Sousa
Santos, cortar y decir ‘no’ a tantas
relaciones ha sido decir ‘si’–como el
niño de Nietzsche– y cultivar lo que amo, lo que hace que me valga la pena
exsistir.
Yo seguiré cantando y queriendo a los que quiero, amando
como amo, a pesar de la falta de palabras al respecto. Imagino que ellos lo
saben, deben por lo menos sospechar la pena que me da desbordarme así de
cariño, así que necesito callar y actuar sin más. No me quedan cortas las
palabras, por eso elijo no-todo-decir. Sin embargo, me alegra sentirme siendo más
cálido cada vez. Callar tiene la ventaja de que no me tengo que explicar para
abrazar. El cariño es más sencillo de lo que uno podría imaginar.
[Escrito: viernes 30/12/16]
No hay comentarios.:
Publicar un comentario