martes, 31 de enero de 2017

Corte

Tomado de: Hogarmanía
Es que no me queda nada…

Quedarse sin nada, más que una penitencia o una pérdida, me parece una liberación. Siento un desprendimiento, como que, de a pocos, voy dejando atrás una cantidad de entramados que me han causado inmenso dolor.

Cierre, corte, caedere. Es hora de ir terminando.

El silencio de la montaña y las discusiones cuesta abajo sólo me han ayudado a asumirlo con firmeza. No estoy para muchos vínculos y esta vez lo digo sin violencia; soy firme y sistemático para amar, para crear y, hoy, para cortar. No tengo arrepentimientos, no hoy. Este es el momento para cerrar, para cortar y talar con minuciosidad. Lo asumo, lo mantengo y me hago responsable de esto. Recuerdo a Sabina: “Este ‘adiós’ no maquilla un ‘hasta luego’, este ‘nunca’ no esconde un ‘ojalá’.  Estas cenizas no juegan con fuego, este ciego no mira para atrás. Este notario firma lo que escribo, esta letra no la protestaré. Ahórrate el acuso del recibo, estas vísperas son las de después.” Me quedo con pocos, pero me quedo con quién me quiero quedar: amigos de mi vida, ecos de mi infancia, presentes a su manera, luces y compañías.

Me da gusto saberme acompañado para esta época, me da gusto cortar y talar sabiendo lo que elijo como amigos (filia) por una vez.

No me queda nada, nada tengo, nada que se pueda tener. Pero en mi vida hay algo que da calor y escapa a toda posesión. Hay cariño, hay confianza, hay una profunda diferencia que nunca se deja de poner en acto; crear y diferenciar. Hay en mi vida amor y compañía. Eso es lo que elijo sembrar para el año próximo junto a la serenidad y la valentía que implican desear.

El futuro no lo sé, lo desconozco. Hace dos años sembré un dolor gigante con toda la coherencia que en el momento tenía, un terror monstruoso, un miedo que me consumía; y hoy, después de más de 700 días, me veo lazando a gusto, rodeado de frutos que me causan una suave alegría.

Valió la pena. Ha valido la pena llegar hasta aquí. Y, si sembrando tan poco, tanto pudo nacer… hoy tengo más qué cultivar y menos qué esperar. ¡Ya veremos qué aparecerá!

Escribir, lo juro, me hace sonreír.

No soy bueno creyendo, pero hoy tengo fe. Una muy sincera, cálida, y pausada fe que me llena de ternura. Confío en mí, confío en mi destino (tyché), confío en mi futuro sin conocer su traje, su rostro o su semblante. Confío en lo que soy y en lo que habita en mi vida, confío en todo cuanto puedo confiar de lo que soy y me rodea. Tengo fe en mí, y lo digo con humildad: no tengo fe en eso de lo que soy o debería ser capaz, sino en lo más básico de lo que soy, que condiciona quienes quieran y puedan sujetarse a mí. Tengo fe en ese granito de locura que me hace ser quién soy.

Hoy no tengo miedo a que sea mañana. Ha valido la pena llegar hasta aquí, estoy feliz.  Siento gratitud con ellos y conmigo. Esta vez, parafraseando a Boaventura de Sousa Santos, cortar y decir ‘no’ a tantas relaciones ha sido decir ‘si’–como el niño de Nietzsche–  y cultivar  lo que amo, lo que hace que me valga la pena exsistir.

Yo seguiré cantando y queriendo a los que quiero, amando como amo, a pesar de la falta de palabras al respecto. Imagino que ellos lo saben, deben por lo menos sospechar la pena que me da desbordarme así de cariño, así que necesito callar y actuar sin más. No me quedan cortas las palabras, por eso elijo no-todo-decir. Sin embargo, me alegra sentirme siendo más cálido cada vez. Callar tiene la ventaja de que no me tengo que explicar para abrazar. El cariño es más sencillo de lo que uno podría imaginar.



[Escrito: viernes 30/12/16]

No hay comentarios.:

Publicar un comentario