martes, 31 de enero de 2017

La diferencia entre gusto y amor

De a pocos voy haciendo las paces con levantarme a las 3 ó 4am a comer algo para evitar la gastritis matinal, y está bien. Soy mi cuerpo frágil tanto como soy mi impulso a crear a esa hora. Ahí no hace falta cambiar, así está bien.

Y si, quizá lo que en estas generaciones llamamos “gusto” sea poco más que esta reacción química que nos compele a reproducirnos, ‘la trampa de la naturaleza’ para preservar la especie a través de la urgencia de excitación sexual, el goce vuelto impulso a tocar. No obstante, he de rescatar un concepto: si desear es un no-todo marcado por la creatividad, en parte se trata de un acto sublimatorio en cuánto no es un ‘gozar del objeto’ en cuanto tal ($ <> a) ya que no es directamente fantasmático, sino que está atravesado por la castración, por el “no-todo” que lo constituye. Es constructivo de un modo diferente al gusto sexual y su respectivo goce.



Ahí está la gran pérdida de occidente: al asemejar el gusto y el goce sexual con el deseo y su creatividad, se ha difuminado la forma de intimidad amistosa (filial) propios del deseo y del amor al subsumirlos en maratónicas sesiones sexuales en las que se nombra como ‘amor’ a un encoñe duradero. Muy rico, sí, pero la diferencia entre esas dos cosas es bien grande.

Cuando en psicoanálisis se dice “No hay relación sexual” no se habla del sexo, porque es evidente que sexo si tenemos. Bueno, últimamente yo no, pero ajá, me hago entender. Sexo si tenemos; lo que no tenemos, lo que no hay, es la relación equilibrada, equitativa y correspondiente a lo ideal entre los implicados: no hay sino desencuentros entre nosotros, no hay sino choques y conflictos constantes en las relaciones humanas, ahí está la clave. Es por esto, por el perpetuo desencuentro social para el que somos bienaventurados los seres humanos, que podemos diferenciar con facilidad el gusto (goce) y el amor (deseo).

Me despliego. El gusto sexual tiende al goce de los organismos, a un disfrute acéfalo, irreflexivo, descerebrado, a la posesión, pues busca la asimilación del otro en un esfuerzo de fundirse en uno, sea a través de devorar o absorber al otro, o ser devorado o absorbido por el otro, tal como hacemos con la comida. Es un consumo-del-todo dónde nada nunca es suficiente. Busca, pues, erradicar el desencuentro y los conflictos de esa relación al borrar las diferencias subjetivas y a veces físicas entre los implicados, hacer que el otro sea yo o que yo sea el ideal que tengo del otro. Así, con una persona de la que se gusta, es callados como se tiene sexo, como se goza de su organismo.

Para hablar del amor, tendré que citar a Lacan: “Está claro entonces que es hablando como se hace el amor” (XIX, creo). El amor, pues, se hace, se crea, se construye; hacer-el-amor, todo junto. ¡Ahí está lo que hace ser deseo al deseo! No trata del lenguaje en tanto código o estructura, sino de la comunicación durante el sexo. Hablar siempre implica un no-todo (no-todo se puede decir, no-todo se puede captar, no-todo se puede saber…), implica impotencia, falta, impulso y construcción.

Conversar termina evitando que la sexualidad humana se trate sólo de una mera experiencia orgánica o de un simple desborde de fantasías mutuas, de fantasmas de incorporación mental y mezcolanza corporal con el otro en aras de hacer desaparecer lo que nos hace falta. Quién intenta completarse o completar al otro termina por imponer una silenciosa fusión, una forma de dominación que niega la subjetividad y la libertad de los participantes que puede convertir a una relación en una condena tan ficticia como concreta.

Hacer-el-amor implica la responsabilidad –como dice Fromm– de hablarnos, es conversar para enfatizar en lo diferentes que somos en vez de fantasear que nos fundimos con el otro, dialogar ayuda a mantenernos distintos, velados, misteriosos pero conocidos y desencontrados aun cuando esto significa matar un poco el gusto y dañar el ambiente. Es por esto que, en este plano, lo que une a dos personas es su intimidad, su modo particular de compartir entre ellos su subjetividad, y lo que los separa son las fantasías y los ideales de los que podrían elegir gozar en silencio de manera solipsista mientras sus cuerpos están en contacto, mientras gimen y suspiran no más. Esto me sirve para decir que vincula a quienes se aman es más su amistad que el goce y el impulso propio del gusto sexual o las desmesuras de la fantasía y de lo ideal.

Vale anotar con claridad lo que ya insinué: Si, estas personas que callan, que tienen sexo mientras idealizan y fantasean usando el cuerpo del otro, disfrutarán más y más intensamente que las personas que comienzan a conversar entre ellos, que comienzan a desearse y amarse por quienes son, por lo diferentes que son. Amar implica una pérdida de goce, pero también una pequeña ganancia en la capacidad de creación. Cada quién elige, cada vez se elige.

Al amar, lo que nos impulsa a vincularnos no es el gusto, sino lo que nos hace falta y que nos invita –humildemente– a conversar, a desencontrarnos, a chocar con el otro una vez más; mientras que el gusto sexual y su respectivo goce invitan a eso, a gozar y ya, tendiendo hacia la manía y al narcisismo, hacia creer que nada nos hace falta y que con todo podemos siempre y cuando el otro nos complete, llevándonos a la dependencia y a la muerte del vínculo en cuanto tal, a la producción de una simbiosis parasitaria (o un comensalismo en el menos incómodo de los casos). Una pequeña evidencia de esto es lo común que es ver cómo hay muchas amistades en que habita un intenso deseo de vincularse, de compartir, de construir, sobreviviendo a través de los años y los daños, fortaleciéndose con cada crisis; mientras que muchas relaciones de pareja son más bien habitadas por violentas nociones de deber y por expectativas que se imponen como libretos sobre el otro y sobre sí, cohibiendo todo tipo de expresión, erradicando la espontaneidad.

Ya lo había dicho hace un tiempo: los aspectos de co-creación y acompañamiento incondicional propio de la vida amorosa en general ha recaído en el campo de la amistad, dejando únicamente las expectativas y los deberes (siendo ambos consecuencias imaginarias del “gusto”) junto al goce sexual como fundamentos y nutrientes de las relaciones de pareja. Y luego se quejan, critican o reclaman porque cosechan un mierdero cuando intentan dizque “amar” así, sin contar a los que salen corriendo, afanados en la búsqueda de algún otro pendejo del cual esperar que los saque de la desilusión que no quieren afrontar.

Tomado de: mensxp.com

Darse cuenta de que el otro es otro, que es distinto a mí y a lo que yo espero de este, al mismo tiempo en que me doy cuenta de que yo no soy lo que quiero ser –es decir, darme cuenta de que no soy mi ideal–, no es excitante… es aterrorizante, avergonzante, culpabilizante, angustiante y demás, pero es así como es posible vincularse entre personas, como llegan a amarse y desearse. Hay que ser muy humildes y muy valientes para amar, para conversar, para afrontar los desencuentros junto a los choques y conflictos de las relaciones humanas, para aceptar las diferencias y hablar para distinguirse activamente, para construir algo juntos en vez de sólo gozar de nuestras ficciones y mutuas masturbaciones en el silencio sepulcral de la muerte de la creatividad.

Con humildad, sabiduría, esfuerzo, voluntad y mucha valentía es como, a cambio de perder un puñado de goces y fantasías, nos ganamos el derecho a amar, a desear. Quién no se lo haya ganado, tiene bien merecido su mierdero y su condena.


(Obama, out. *drops mic*)
[Escrito: miércoles 04/01/2017.
Corregido: lunes 30/01/2017]

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