Hoy somos las letras pesadas las que tenemos la voz,
escribiré sin piedad: Que ningún ídolo quede en su puesto –seré alguna suerte
de nadaísta, sólo por hoy–, que se caiga lo que esté flojo, que se demuela lo
que necesita ser renovado; a veces filosofar a martillazos no es un lujo, sino
una necesidad.
Develar. Desvelar. El velo, el supuesto fantasma, la densa
fantasía que se superpone a cualquier cosa, que naturaliza su función, lugar y
sentido. ¡No! Las cosas son cosas y nada más. El velo es el campo de lo humano,
el espacio de la fantasía, el tiempo del amor y el deseo. ¿Qué pasa cuando
develamos una figura entremezclada con un velo que nos resulta hermoso? Se
trata de la pregunta de la desilusión.
Es, cuando menos, una complicación, o quizá un contratiempo
pero, especialmente, es algo aun mucho más grave: es una revelación.
Los Estebanes y las Estefanías suponen ser alguna suerte de
revelación divina, cómo si lo único que fuera revelable fuera la bondad de Dios,
o la buena nueva del evangelio mancillado con la fe de los miserables, dirigido
a la salvación de un pueblo martírico y tiránico… pero se equivocan.
Especialmente entre las Estefanías conozco más impertinencias y revelaciones
demoníacas, plagadas de envidias, dogmas, determinismos y planes de dominación
oscurantistas, que palabras auténticamente bondadosas, sensatas o justas. Y
menos mal ella no me lee porque, siendo tan pasivo-agresiva, fijo me dice que
me perdona.
Me refiero a revelaciones reales, o de lo Real. Una vez se
devela el encuentro con el otro hay un encuentro con lo Real de cada uno, con
lo imposible, con lo indecible, lo que es estrictamente inabordable, ominoso;
se trata de una revelación daemoníaca, profundamente pasional. Nos enfrentamos a
una revelación que nos enviste de un golpe, gritándonos que algo falta, algo,
algo… aun sin saber qué, aun sabiendo qué, aun con la certeza de que se trata
de un imposible, pero siempre hay algo que falta; algo que es distinto a lo que
esperamos. Y quizá ese es el gran error: fanáticos de las quimeras, esperamos
que bajo el velo no se encuentre otra cosa que el velo mismo, ¡pero no! ¡Hay
otra persona ante nosotros! Grandes son la sorpresa, la desilusión, el miedo,
la decepción, la angustia, la tristeza, la frustración, la ira, la envidia, la
sospecha, la suspicacia, la paranoia, la victimización, el sufrimiento, etc.
cuando vemos que bajo el velo está algún otro. ¡Mierda! ¿Y es que acaso
esperamos encontrar nuestras respuestas allí? ¿Acaso soñábamos con que la
verdad estaría tras el velo que nosotros mismos fabricamos y producimos en el
mundo social?
Digamos que el error es, por lo menos, intencional. ¿Por qué?
Porque intentamos desechar el velo cuando vemos que el objeto que cubría no nos
satisface. Quizá no se nos ocurre pensar que estábamos enamorados del velo que
producimos, que si existe alguna respuesta es el velo mismo, no lo que
afanosamente intentamos ocultar tras él.
Semejante desfase es algo de lo que nutre lo disparatado de
las relaciones. Develación, revelación, desvelamiento. Cabe incluso citar a
algún Lacan gritando con suavidad “la
relación sexual concluye con lo Real”.
Hoy no tengo una imagen alentadora que dar, los regalos son
costosos cuando no parten de lo que uno es. El encuentro y el desencuentro, la
producción del velo y el desvelamiento hacen parte del mismo proceso de
entablar alguna suerte de contacto con lo otro, con los otros.
Lanzo una última sentencia: El gran problema que emerge con
la revelación del otro no es ni siquiera el otro como tal, sino que no sea como
uno lo veló, ¡he ahí la gran angustia! Nos quedamos deseando nunca haberlo
retirado el velo. Lo angustiante es quedarnos con el velo en la mano,
enamorados de un reflejo opaco de lo que nos falta, sin tener un lugar donde
ponerlo para intentar solucionarlo. ¡Qué encarte! ¡Qué embarazosa la simple
idea de verse condenado a cargar su falta, de asumirse responsable de su
sufrimiento, de enfrentar sus propios temores con los recursos con los que se
cuentan! Qué encarte cargar el velo como una falta, sin saber vestirlo como
posibilidad.
Ante semejante panorama, lúgubre y aterrador, desprovisto de
ilusiones, magias, encantos y estrellas, lo poco que nos otorga alguna forma de
resistir al desencanto es la voluntad de convivir, de compartir, de continuar
aun dadas estas condiciones. No miedo, no dependencia, no apego, no esperanza,
no omnipotencia, sino una voluntad de creación a la que hoy no temo llamarle
Agenciamiento. Esto no nos previene algún sufrimiento ni nos protege del desencanto
en lo más mínimo, tan sólo nos brinda la alternativa de desvelarnos soñando en
vez de añorando algún velamiento perdido, nos da la posibilidad de usar el velo
como guía fantástica, de vestirlo como índice de algún ideal o como emblema de
alguna identidad, y no como el gran lastre socio-cultural y personal en la vida
subjetiva.
La Falta no se soluciona jamás, no hay todo ni forma de
evitar el sufrimiento de vivir. La falta se viste emblemática como nombre
propio, se usa como brújula al navegar y se mantiene como sentido al crear.
[Escrito: Sábado 30/05/2015, medianoche]
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